Preocupación por el patrimonio en Vicente Martínez de Ubago

“Sí, señor. Siga por los claustros hasta llegar a la puerta “La Preciosa”, empújela y subiendo varios tramos de escalera, a mano izquierda tiene usted el provisional Museo Etnográfico de Navarra”.

Así contestaba un amable seminarista al visitante, Vicente Martínez de Ubago, que un día de agosto de 1931, tal como recoge La Voz de Navarra del 13 de ese mes, se acercó a la Catedral de Pamplona, para visitar la exposición que por gentileza del Cabildo catedralicio sería posible contemplar tan pronto como sus organizadores, los pamploneses Ignacio Baleztena y Arturo Picatoste, terminasen de instalar. Se trataba de un ensayo previo a la sede que parece sería su lugar definitivo, el Palacio de los Reyes de Navarra, que había sido “hasta el advenimiento de la República Gobierno Militar” y la voluntad del firmante del artículo sería la de constituir un “Museo general de Navarra” para reunir en él el patrimonio desperdigado por todos los rincones de “nuestro antiguo reino” o expuesto “en aglomeraciones pseudo-científicas a las que pretenciosamente llamamos museos”, para lo que se requeriría un esfuerzo mancomunado, sin descartar el apoyo de los que disponían de fortunas.

Propone para él, dado el espíritu religioso de los navarros, la creación de una sala “que se titulase de las Comunidades religiosas”, donde, de forma análoga a como existe un Museo Militar en Madrid,  en el de Navarra “pudiesen exhibirse documentos preciosos de aquellas desde los primeros tiempos, su intervención espiritual y material en la vida del país, así como una variada colección de hábitos religiosos con la designación de los nombres de las Comunidades” Esta sala sería, a su entender, “la primera que en su género tendríamos en España”, a  modo de homenaje hacia ellas “que durante siglos vienen viviendo con el pueblo”.

Otro de sus deseos sería incluir en sus dependencias una sala de tauromaquia, “con programas de las corridas celebradas en Pamplona desde tiempos antiguos, así como de cuantos objetos puedan conservarse diseminados en nuestra ciudad”. Y hasta opina que “algunos cristos, hopas, campanillas y otros objetos de la antigua cárcel que existió en la Plaza de San Francisco, que se conservan en la Prisión Provincial, restos de una época inquisitorial”, deberían ser llevados a este Museo.

Pero no quedan ahí todos los deseos del Sr. Martínez de Ubago. También apunta a la conveniencia de proteger contra su desaparición “un pequeño edificio de gran valor histórico” que se halla en la Ciudadela de Pamplona, donde estuvo prisionero José Maceo hacia 1884, uno de los más célebres cabecillas rebeldes de Cuba [1], ocasión propicia para instalar en ese espacio “un pequeño museo de nuestras guerras coloniales”.

Además del aliciente que para el turismo pudieran tener estas instalaciones, si a ellas se sumasen conferencias e intercambios culturales, invitando inclusive a personalidades de “allende los Pirineos”, favorecería la guarda de cuanto posee arrinconado “todo buen navarro”. “Navarra -concluye- no sólo debe vivir en el presente sino también debe recordar cómo fue su pasado”.

Vicente Martínez de Ubago

Todo esto lo escribía un tal Vicente Martínez de Ubago Oquendo (Mondragón, 1898-Santo Domingo, República Dominicana, 1952), que no era en absoluto un desconocido, sino miembro de una de las familias renombradas de la Navarra del siglo XIX y primera mitad del XX. Ideológicamente sus miembros fueron en su mayoría liberales y algunos de ellos militaron en las filas republicano-socialistas, como fue el caso de Vicente, que además de maestro, periodista y abogado, era militante del PSOE y significado republicano.

El caso de Vicente es digno de tenerse en cuenta. Por su vocación y trayectoria profesional, por sus inquietudes (viajó por Francia, Países Bajos, Dinamarca y Alemania donde estudió filosofía), sintió la necesidad de incrementar la educación en los ciudadanos, en la clase obrera y de modo especial en los niños que “en la ciudad aprendían malas costumbres callejeando, lo que no sucedía en los países del Centro y Norte de Europa, donde jamás había visto niños vagando por las calles” [2].

Con veinte años publicó en el semanario independiente Claridades (26-X-1918) un reportaje sobre el Colegio Huarte Hermanos, de Pamplona, que, en su opinión, respondía a todas las exigencias de la pedagogía moderna, tal como la defendían Froebel, Manjón, y Montessori. Sus inquietudes culturales también se hicieron presentes en otros periódicos como La Moda Práctica y El Irunsheme, y las sociales, que le acercaron a la Iglesia Católica, en La Acción Social Navarra. En uno de sus artículos abogaba porque la Caja de Ahorros de Navarra no se desentendiese de la construcción de viviendas asequibles con las que paliar las malas condiciones de habitabilidad existentes entre la población de condición social más humilde. En 1930 se estrenó como redactor de La Voz de Navarra y comenzó a dirigir el semanario La República. Dos años más tarde inició sus corresponsalías en el diario republicano La Voz de Guipúzcoa donde, por medio de sus columnas, se mostraba partidario de la educación y cultura política de las masas y defendía acabar con el caciquismo “que hacía vivir a los pueblos navarros en plena época medieval” [3].

Fue maestro de Asiáin (Navarra), La Hoz (Álava), las Escuelas de San Francisco y el Centro Penitenciario de Pamplona. Su deseo de acrecentar la sensibilidad de la población le llevó a criticar las fiestas de San Fermín porque en ellas se confundía la alegría con el consumo excesivo de alcohol, saliendo en defensa de la sana alegría “propia de gente culta” sin detrimento “del sabor intelectual de nuestras fiestas” [4].

Así que no es de extrañar el interés de una persona sensible y culta como Martínez de Ubago por el patrimonio cultural, entonces, como hoy, tan amenazado por la desidia de unos y de otros, a falta de mayor sensibilidad de nuestros políticos por rescatar la memoria de nuestros antepasados, cuya historia menuda -pero al fin y al cabo la historia diaria- es la que nos define y explica la naturaleza de nuestras raíces.

Foto de la portada: la catedral de Pamplona desde la calle Dormitalería, hacia 1930 (Foto: Zubieta y Retegui).

Notas

[1] Más información sobre José Marcelino Maceo Grajales en Diccionario Enciclopédico de Historia Militar de Cuba. Primera Parte (1510-1898). Tomo I. Biografías, Ediciones Verde Olivo, La Habana, 2004.

[2] GARCÍA SANZ MARCOTEGUI, Ángel. “La deriva ideológica de los Martínez de Ubago, una familia navarra de abolengo liberal”,  Memoria y Civilización 15 (2012): 123 y nota 53. Estudios en homenaje al profesor Ignacio Olábarri Gortázar, Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Navarra, con motivo de su jubilación.

[3] ID., 128.

[4] ID., 125-126.