Txon Pomés

La acuarela es una técnica difícil -Txon Pomés prefiere calificarla de misteriosa e inalcanzable- que, sin embargo, sirve para traducir la inmediatez con intensa frescura. Es la razón que explica la hayan utilizado no muchos pintores, pero sí muy significativos, entre ellos los paisajistas, y muy especialmente los impresionistas, porque sobre la base del agua su principio esencial es la transparencia de los colores. Las suaves veladuras se difunden sobre el fondo claro del papel, que en algunas zonas, según la intención del pintor, se deja al descubierto.

La pintura de Txon Pomés expresa la delicadeza de Oriente desde una sensibilidad occidental. La ligereza del toque seco o de la aguada que expande sobre el soporte húmedo, sirven a esa limpidez necesaria con que traducir el aliento atmosférico de cielos abiertos o entrevistos en la bruma, con generosas acumulaciones nubosas o bien fundidos tras deshilacharse aquellas en jirones. Los paisajes naturales de esta artista tienen esencia pictórica, y fían a la irradiación de la luz, al destello sobre la inaprensible dinámica sustancia del agua, a la sugerencia cromática permanente, sus infinitas variaciones.

Educada en la técnica anglosajona, las acuarelas de Txon Pomés prometen un sinfín de posibilidades, adaptándose con sorprendente facilidad a distintos temas, sea el paisaje húmedo como el seco, o bien el urbano, las flores o el retrato, y cabe esperar en ella, quizás un día, el decisivo paso a la abstracción, que vendría como una evolución espontánea. Sus pinturas tienen resonancias afectivas, y un hilo conductor espiritual que hace del resultado no un simple producto de la observación.