Sin antecedentes artísticos familiares, a no ser la buena mano para el dibujo de su madre arqueóloga y la relación de su padre historiador con el arte y la cultura, Alfredo se inicia, como todos los niños, en el dibujo y modelado espontáneos, decorando incluso las paredes de su casa, ejercitándose en el colegio y en los concursos navideños de la Universidad de Navarra. Gana un concurso municipal donde el tema son los dinosaurios y el premio que recibe es un viaje a Barcelona al que le acompaño, visitando el Museo de la Ciencia y la Tecnología de la ciudad condal, admirándose de cuanto ve alrededor, incluso de las comodidades del hotel, que, para él, un niño vivaracho, supone gran alegría. Después de realizar el bachillerato artístico en la Escuela de Arte de su ciudad natal, de un paso fugaz por la academia del pintor José Antonio Eslava y de otro más reflexivo por el taller de Alicia Osés, donde se prepara para el examen de ingreso a Bellas Artes, se presenta al del distrito universitario valenciano y duda si optar por la Facultad de la Universidad Politécnica de Valencia o de la Miguel Hernández con sede en Altea. Se inclina por Altea, donde transcurrirá su primer ciclo universitario. La relación con Valencia existía ya en él, pues pasábamos en esa Comunidad los veranos, y yo creo que el sol, el mar, el vivo contraste entre agrestes montañas, playas suaves y huertas esplendorosas, más el carácter extrovertido de sus gentes, le habían ganado.
Del Levante, donde traba buenas amistades y establece continuos contactos con sus compañeros, de los que se derivan ya varias exposiciones colectivas, decide marchar a Barcelona, con el fin de ampliar más sus horizontes y perfeccionarse en técnicas que, quizá, en las nuevas instalaciones de la Facultad de Altea, no tenía. En la Facultad de San Jorge se adapta perfectamente, allí profundiza en los conocimientos asimilados hasta entonces y decide probar París. Su expediente y la agradecida mediación de su profesor Manuel Aramendía, hacen que pase varios meses del curso 05-06 en la E.N.S. des Beaux Arts de la capital francesa. Este contacto, no muy extenso en el tiempo pero profundo en horas de trabajo, favorecido por las características de esta escuela, abierta y cosmopolita, le condicionará positivamente en su futuro inmediato. Sus profesores Richard Deacon y Emanuelle Saulnier le dan buenos consejos y le animan en su quehacer. Terminado el segundo ciclo universitario, se impone volver a la tierra de origen y es entonces cuando inicia el tercer ciclo, el de doctorado universitario, en la Universidad del País Vasco, donde actualmente se encuentra.
Paralelamente a su formación discurren sus inquietudes. El afán por ser escultor se mantiene, pero siente también la atracción de la fotografía y de la pintura para expresar categorías en la dimensión espacio-temporal, para no quedarse en la pura racionalidad ni en una factura técnica puramente aséptica, y, así, llegar a significados de valor absoluto, intuidos, quizá, borrosamente. Sólo de esta manera, parece pensar, puede dejar de ser el arte una actividad de excéntricos bajo la que late un egocentrismo orientado a la pura afirmación individual.
Recientemente ha visto la película de Andrei Tarkovski, Stalker. En ella, dentro de un tono de ciencia-ficción, se nos narra cómo un escritor y un profesor se internan por una peligrosa zona prohibida, guiados por un misterioso personaje que intenta trasladarles hasta un lugar donde los deseos se realizan. Sin embargo, no ocurre nada de lo que esperan y al final del recorrido vuelven a la posición inicial, aunque el guía, tras la experiencia, parece haber perdido su fe en la humanidad. Esta cinta tan personal le permitió al realizador ruso explicar de forma alegórica el sentido de la vida y de la existencia humanas. O quizá no explicárselo, sino tan solo enfrentar al ser humano al interrogante de cual es el motivo y el objetivo de su existencia en la tierra. Una tierra, por cierto, que aparece contaminada y hostil.
Reflexionando sobre esta película, termino comprendiendo que ambos se han propuesto la observación de la vida y lo que en Tarkovski es observación de hechos de la vida situados en el tiempo, aunque forzosamente seleccionados y organizados en una puesta en escena audiovisual, en Alfredo el proceder consiste en apartar de esos hechos vitales tan complejos todo lo innecesario –como el escultor al vaciar un bloque de piedra adivina los contornos de su futura escultura- para conservar sólo aquellos elementos imprescindibles que fijarán su personal imagen artística.
De momento, estas son las primeras teselas de un mosaico que el tiempo irá agrandando y dotando de significado.
3 de febrero de 2007
Portada: Cubierta del catálogo de su exposición en la Galería Uno Dos Tres (Pamplona, 2007)
Fotografías: Jaime Zubiaur