Hay quien ha considerado al cómic como un intrascendente género pictórico propio de novelas baratas y de revistas ilustradas, con un contenido primitivo y brutal (Karin Thomas), que sólo ha alcanzado categoría artística con el Pop Art. Recordemos el caso de Roy Lichtenstein, que partiendo del cómic como bien de consumo, amplió las imágenes del mismo en un intento por mostrar la gesticulación de los héroes de la historieta admirados por los norteamericanos.
El cómic es algo más. Indudablemente detrás de él hay un autor con pensamiento propio y un deseo de hacer llegar sus ideas al gran público, ya que este medio, por su grafismo tan directo y su escaso texto, está diseñado para alimentar el ocio de una gran mayoría. Así como cabe que el discurso sea trivial, puramente evasivo, realmente entretenido o formativo (recordemos las ediciones infantiles de la Biblia), también se pueden observar calidades en el grafismo y versatilidad en la narración, incluso introduciendo una tensión en el relato, aspectos ya propios de un creador.
Estamos, sin duda, ante un medio icónico de nuestro tiempo, eslabón de una cadena que desde la estampa a la imagen sintética por ordenador, ha colaborado a transformar nuestros hábitos de percepción visual, que cada vez, por la prisa con que vivimos y por la multiplicación iconográfica actual, disponen de menor tiempo perceptivo.
No se ha valorado bien la importancia del cómic por su aparente banalidad. Pero ya el cineasta Resnais advirtió sobre la anticipación de este medio al lenguaje cinematográfico (para Fages y Pagano su origen se sitúa un año después de la creación del balbuciente cinematógrafo), pues el cómic es más que la ilustración de un relato: es el propio relato presentado bajo una forma fílmica.
El cómic posee un guión, una planificación (con su escala de planos, angulaciones y aproximaciones o travellings) y hasta un montaje, por los que alcanza una dimensión espacio-temporal y subvierte la cuarta dimensión. La acción o acciones pueden ser simultáneas o alteradas por la elipsis, contando con la capacidad del recuerdo del cerebro humano. El cómic alcanza a presentar unidades de relato absolutamente coherentes en tema, lugar y tiempo, como la secuencia fílmica, y sin alejarse de la literatura. Todos estos medios, además, cuentan con sus personajes, pero las “superestrellas” del cómic emparentan mejor con el cine que es, como él, un medio icónico de masas.
Estamos ante un medio nada ordinario, con una sintaxis propia. Pero su cinetismo discontinuo, su grafismo y la carencia de sonido, lo hacen limitado en comparación al medio que alcanza la mayor semejanza con la percepción humana natural -el cine-, cuyo lenguaje termina por superarle, como el buen hijo al padre.