La jubilación, que es proclive a desempolvar viejas carpetas en busca de datos recogidos en el pasado, me ha deparado el reencontrarme con el pintor “Crispín”, concisión del más extenso nombre Crispín Martínez Pérez, nacido en el pueblo navarro de Aibar el 5 de diciembre de 1903, que desarrolló una interesante trayectoria artística desde 1921 al año de su muerte inesperada, 1957.
Se trata de unas notas tomadas en el Archivo Municipal de Pamplona del libro de Antonio Martínez donde figuraban las críticas dirigidas a la obra de su hermano bajo el título de “M. Crispín”, que era la manera como el artista firmaba sus obras (aunque también lo hiciera con un simple “Crispín”) [1]. Desde que yo tomara aquellas notas, hace más de dos décadas, con el fin de trazar la biografía del personaje [2], han visto la luz interesantes textos sobre el pintor: los de José Antonio Eslava, Pedro Manterola-Camino Paredes, Iñaki Urricelqui, Pedro Luis Lozano Uriz y José María Muruzábal del Solar [3]. Pese a ello, amigo lector, me decido a publicar las siguientes líneas con una cierta reelaboración personal, sin otro propósito que contribuir modestamente a consolidar el perfil de un pintor que no debe caer en el olvido.
Su trayectoria entre 1921 y 1957
En noviembre de 1921 expone sus dibujos y pinturas en la Sala de la Vicepresidencia de la Diputación Foral de Navarra, año en el que recibió de esta institución una beca de ampliación de estudios, aunque parece que fue de modesta cuantía.
En 1924 realiza un viaje de estudios por Madrid (visitando Aranjuez), Toledo y Segovia. En ese año presenta una exposición en París, que motivó la crítica de Clément Morró en La Revue Moderne Illustrée des Arts el de la Vie, de la capital francesa, el 15 de noviembre. Destaca Morró en él una serie de cualidades, “una real sutileza de observación que no se adquiere en general más que con la experiencia, un sentido muy agudo de la luz y del color, e, incluso, cosa verdaderamente excepcional, el anuncio muy claro de una vigorosa originalidad”. Alaba este crítico, de entre lo expuesto, “La Plaza de la Virgen”, de Aibar, por su efecto de luna muy expresivo, y el “Paisaje de Ujué”, por sus bellas casas iluminadas y pintorescas. Ese año proyecta una exposición en Bilbao.
El 5 de noviembre de 1927, en los Salones del Ateneo de Logroño, inaugura una nueva exposición. Presenta en tal ocasión 30 obras entre óleos, pasteles, sanguinas y bistres. A preguntas de C. S., periodista de la revista Arte, de Logroño, que publica su artículo el 12 de noviembre, Crispín confiesa que su intensa afición es producto de una observación constante, que, aconsejado por el pintor Salaverría, en Madrid, decidió no ingresar en Academia alguna, por lo que nunca tuvo dirección técnica alguna; que sus pintores preferidos son los clásicos Goya y El Greco, Zuloaga como retratista, Anglada como adornista y Rusiñol como paisajista; que la condición principal del artista es ser juez de su propia obra. Añade que es muy sensible a las emociones y muy en particular al dolor; que entre sus propias obras sus preferidas, en cuanto a los óleos, son “In Memoriam Illius”, el “Retrato de don Pedro Arza”, y, entre los pasteles expuestos, el de “Don Antonio Garjón” y el del “Violinista Lusa”; de los dibujos destaca los del “Cura de Aldea”, “Invocación”, “Campesino” y “Nostalgia”.
El 11 de julio de 1928 recibe el Segundo Premio del Certamen Científico, Literario y Artístico del Ayuntamiento de Pamplona por su dibujo al pastel titulado “El campesino”, adquirido por el mismo Ayuntamiento organizador del concurso, y la Medalla de Plata por su óleo con el lema “Mamita”.
Al año siguiente, en el mes de octubre, expone en el IX Salón de Otoño, de Madrid, dos obras, las tituladas “In Memoriam Illius” y “Amaiketako”.
En 1932 participa en la II Exposición de Artistas Vascongados, Sección de Arte Moderno, del 15 de mayo al 15 de junio, con el óleo “Plaza de la Virgen” y el pastel “Luisito”.
Un año más tarde, realiza dos telones para zarzuelas que se representan en el Teatro Bretón de los Herreros, de Logroño, uno para “Aires del Ebro”, en febrero, y otro de Peñacerrada para la zarzuela “Echaide”, que se inaugura el 24 de octubre.
Expone en el establecimiento de don Silvestre García, en Logroño, en 1934, y en 1935 proyecta la decoración para el vestíbulo de los Almacenes de San Pedro S.A. de la capital riojana.
Vuelve a Pamplona en el mes de julio de 1936 para exponer, en el vestíbulo del Teatro Gayarre, 36 obras, entre ellas los retratos de los “Señores de Barragán”, “Ignacio Baleztena”, “Luis Oroz” y “Alberto Huarte”.
En 1937 ejecuta al pastel el dibujo-retrato de “José Antonio Primo de Rivera”, del que elogia Enrique Zubiri, en el periódico local Arriba España, del 28 de marzo, su “dominio absoluto de la técnica en un alarde de savoir faire, con una flexibilidad y desenvoltura admirable, recreándose en esa difícil sencillez con que maneja jugueteando con maestría impecable: los ojos son el alma, la boca es expresiva y vibrante, el colorido es cálido y rico, las masas están sabiamente tratadas”.
Durante los años 1937 a 1939 colabora con este periódico de la Falange realizando para él retratos y dibujos de “Hedilla”, “José Antonio”, “Franco”, “Julio Ruiz de Alda”, “Fermín Izurdiaga”, los capitanes “Sagardoy” y “Ruiz”, el coronel “Sagardía”, el “Führer”, “Menéndez y Pelayo”, el general “Mola” y varios más.
El diario Arriba…, de Pamplona, le califica el 2 de marzo de 1940 de “pintor de exquisiteces y severidades”.
Este mismo año, 1940, realizará el cartel anunciador de las Fiestas de San Fermín, tras la selección realizada por el jurado entre 18 dibujos presentados a concurso. Dice Arriba… el 3 de marzo: “la característica del cartel premiado es conservar dentro de la más moderna técnica, el carácter inconfundible de los carteles clásicos”. Su lema fue “Brío”: dentro de un manchón negro resplandece en amarillo-oro un fulgor que sirve de fondo para contornear el escorzo de un toro zaíno que persigue a un muchacho que se desvanece, en blanco tenue, con las manchas rojas del pañuelo y la faja en la oscuridad.
De nuevo será el autor del cartel anunciador de las Fiestas de San Fermín de 1945 por encargo de la Comisión de Fomento municipal. En esta ocasión representa en el rostro, el gesto y la pose de un mozo cualquiera de Pamplona junto a Manolete, y con la mano levantada, la euforia sublime de los grandes sanfermines. Diario de Navarra, del 15 de abril, opina que “el secreto del cartel está en hermanar la figura del torero con la popularidad. Junto al resplandor blanco del atavío del mozo, cruzado con los rojos de la faja y el pañolito, aparece el rosa pálido del vestido del torero cuajado en oros y recubierto con el azul Prusia del capotillo de paseo”.
En 1948 realiza sobre mármol un estudio escultórico del “Busto de doña María Teresa de Torres”, esposa de don Bernardo Machiñena. La prensa lo destaca por su prodigioso modelado de pulcra exquisitez. Figura en la Exposición que hace en el mes de julio en la Escuela de Artes y Oficios de Pamplona, junto a un retrato al óleo de la misma, según explica El Pensamiento Navarro, del 6 de julio, “pintado a lo Bernard”. La escultura, añade, “está ejecutada con sobria precisión, por planos, sin ninguna dureza, de forma que se ha logrado un difuminado praxitélico, prescindiendo de todo pulimento. El mármol tiene la calidad de la carne, se admira el color…, y se inquiere el pensamiento de la bella durmiente, cabeza femenina. Más que un retrato es un tema”. Esta constituyó su primera obra en piedra. Anteriormente había ensayado en cerámica y en plástico, llevado de su interés por las decoraciones en teatro y en cine. Al mismo tiempo expuso los dibujos de unos bajorrelieves de músicos a modo de medallones “sin cualidad personal destacable” para el crítico de este rotativo.
En el Arriba España del 14 de julio de ese año, en el artículo de Víctor Aralar encabezado por el título “Exposición Municipal 1948”, puede leerse: “Preferimos sus pasteles a sus óleos: trata el pastel Crispín con tal naturalidad, luminosidad y caricia, con tan exquisito modelado, que cobran las figuras en sus manos inspiradas un impresionante dramatismo de cosa viva. Ahora la curiosidad inquieta le ha llevado a combinar el pincel con los buriles, y el ensayo de su mármol -en referencia al “Busto de doña María Teresa Torres”- encaja en una obra maestra: admirable tersura en su palpitación de la carne. Intuición, sugerencias, admirable sobriedad de elementos, parece como si la mano mágica de Crispín, con una suave y única modulación, hubiera arrancado a su mármol una sinfonía de gracias. Si acaso un solo reparo, el excesivo dibujo en los planos, cierto que le sobra al artista la calidad de retrato de su obra, pero que intenta Crispín nuevas plasmaciones escultóricas, donde la belleza clásica se alcance en la justa proporción de una sola línea”. Aunque el autor de este artículo advierte en él “una más plena y lograda vocación, una inquietud más ardida, un culto más riguroso por la estética de la belleza…” presentes en “sus obras maduras, perfectas, magistrales prueba de su enorme vitalidad artística”, le acusa de ceder “a su afán de manipulaciones de laboratorio en busca de nuevos secretos y procedimientos”, por lo que antepone sus pasteles a sus óleos.
En 1952, Crispín prepara un cuadro para la nueva iglesia pamplonesa de San Francisco Javier. Su título será “El regreso del hijo pródigo”. Quedará instalado en una de las capillas penitenciales del templo. Arriba España del 3 de diciembre observa en él una “técnica depuradísima, con un dibujo perfecto de gran subjetividad”.
Dos años después, en 1954, ejecuta al carboncillo un cuadro de San Francisco Javier que se expone en uno de los salones de la Diputación Foral de Navarra. Con tal ocasión, Arriba España del 31 de enero le hace la siguiente entrevista:
Usted, amigo pintor, ¿está satisfecho con su obra?
– De la única que estuve satisfecho en toda mi vida.
¿Cuánto tardó en concebirla?
– Toda mi vida.
¿Le enseñó alguien a pintar?
– Mi madre.
¿Cuál es el secreto de su obra?
– Mi obra no tiene secreto, tan solo muchas horas de insomnio.
¿Por qué no prodiga más su arte?
– Porque vivo nada más que para el arte, y lo contrario será traicionar mi fuero interno de hombre pobre, pero libre.
¿Usted cree en las medallas que se otorgan en las exposiciones?
– No.
¿Usted es feliz?
– Hoy sí.
En estas declaraciones Crispín omite sus asistencia al taller del profesor particular Javier Ciga Echandi en la calle Navarrería, de Pamplona, hacia 1919, de quien recibiría una formación que estimaba en mucho la importancia de la técnica y el saber ver el modelo, aspecto que he abordado en un trabajo aparte [4]. Esta experiencia la transmitiría a su alumno Antonio Eslava, que en la obra citada anteriormente, describe su personalidad con atinadas palabras.
Para el jesuita Valentín Arteta, en la revista Pregón de 1954, se ha representado al santo “al mismo tiempo estático en endiosada contemplación, y dinámico en su actitud evangelizadora. Es un Santo iluminado hacia adentro y luminoso hacia fuera, contraste de luz en las tinieblas y en las sombras de un paisaje pagano, de árboles que retuercen sus raíces en negra tierra, y su tronco en negros nubarrones, mientas que un tori japonés asoma tímidamente en el fondo esfumado y borrado por el resplandor de Xavier”.
En octubre de 1955 obtiene un premio de la Caja de Ahorros Municipal de Pamplona por un cartel en que exalta el ahorro, bajo el lema “Clopper”, donde contrapone la imagen de un niño pequeño, en primer plano, que introduce dinero en una hucha, y la de un anciano de bastón que pide limosna en segundo plano. También logra un accésit por su cartel anunciador de las Fiestas de San Fermín bajo el lema “Clotilde”. En él muestra tres manolas excelentemente dibujadas que presencian desde un balcón el paso de los toros del encierro pamplonés.
Su muerte en un accidente automovilístico cerca de Tafalla, en 1957, tendrá honda repercusión en la prensa regional. Los periódicos destacan entonces su fina sensibilidad de hombre y de cristiano, su amor a la tierra que le vio nacer -y que comenzó a pintar de niño con ayuda de los lápices de los Reyes Magos-, su humildad y su sencillez, su laboriosidad (Santiago Alonso le llama “pintor monje”), su prudencia y su categoría de consejero atinado, más su bondad. “Pintor de luces extrañas y santas como las de San Francisco Javier”, continúa Santiago Alonso en su comentario de Radio Requeté el 21 de agosto. Su amigo Julio Ruiz de Oyaga, en el Diario de Navarra del 20 de agosto, dice de él que “fue el fino y exacto retratista de rama nacional, supo mejor todavía arrancar la entrada secreta de las piedras de nuestras foces y el misterio callado de nuestros pueblos. Los tojos de Lumbier y las calles de Aibar, su pueblo, y el mío [Liédena] cobran en sus cuadros la expresión de un super realismo imaginativo, que resulta exacta realidad, luego de estudiarlo en sus lienzos”.
Un año después de su muerte se celebra en su memoria una Exposición Homenaje en el Centro de Estudios de la Caja de Ahorros Municipal de Pamplona, promovida por el diario Arriba Españay la colaboración de los artistas navarros. Se expone una representación de toda su obra, así como los trabajos que dejó inacabados a su muerte.
Izterbegui, en Diario de Navarra del 9 de mayo de 1958, explica que en la exposición predomina el retrato: del óleo clásico y suntuoso al óleo exclusivamente de Crispín, pasando por el pastel -del que resulta maestro- hasta el ocre en dos tipos de su pueblo -de trazos fuertes-, del labrador curtido por el cierzo y el sol del Saso y el cura labrador místico que conoció en su pueblo. Crispín amó el paisaje y lo interpretó con exactitud. Pintó muchos lienzos de este tema, pero no ha sido posible reunir una colección mayor que la expuesta, suficiente para conocerle en este aspecto, representado en cinco lienzos: la “Plaza de la Virgen” -impresionante interpretación de las sombras-, las callejas liedeneras, y su última y reciente obra paisajista -ejecutada en la técnica nueva del autor- los tojos impresionante de la Foz de Lumbier, vertida en todo el expresionismo ciclópeo del tajo”. También figura en dicha exposición el mármol representando a la señora de Machiñena.
Rafael García Serrano, en el diario madrileño Arriba, del 12 de abril de 1958, llama la atención sobre la sutil habilidad de sus manos, su fantasía desbordada que limitaba su timidez, y su no muy buena suerte. “Era un artesano -explica- y un ser fantástico. La novela más que el poema, y el cine más que el teatro, calificaban sus gustos en una línea muy actual, y cierta debilidad hacia la zarzuela. Su espíritu era ancho y fecundo, era socarrón e irónico. Fabricaba sus óleos y perseguía desde hacía años una nueva táctica al óleo. Era un perfecto autodidacta. Necesitaba pintar para vivir. París y Madrid fueron sus escuelas. Trabajó siempre en solitario, como un guerrillero”. Y en su libro La gran esperanza, publicado en Barcelona por Planeta en 1983, nos recuerda que su amigo había cantado en el Orfeón Pamplonés bajo la dirección de don Remigio Múgica; que experimentaba con el óleo buscando nuevas técnicas de aplicación, hasta el punto de haber descubierto una de ellas poco antes de morir, incluso que en su afán investigador se había asomado a los plásticos y al caucho, habiendo logrado dar con la fórmula de una pasta de marfil artificial.
J. A. Larrambebere, en El Pensamiento Navarro del 19 de mayo, añadía: “Crispín fue ante todo un inquieto. Se adivina esa faceta de su personalidad en su misma obra varia y ecléctica por excelencia, y un soñador. En algunos aspectos de su arte se atisba el soplo del genio. En otros, el de la infantilidad, la candidez, el rasgo ingenuo de un alma blanca”.
En mayo de 1959 se inauguró una exposición de sus obras en el Ayuntamiento de Aibar, el pueblo de su nacimiento, con 12 lienzos de propiedad particular que participaron en el homenaje de Pamplona. Don Bernardo Machiñena, amigo íntimo del pintor, donó a este Ayuntamiento la escultura retrato de su mujer que le hiciera el insigne aibarés.
Su afición al canto lírico
Entre 1929 y 1934, coincidiendo en la época en que Crispín exponía en Logroño sus cuadros y en que se entregó a la preparación de escenografías para el Teatro Bretón de los Herreros de esa ciudad, precisamente en esos años, Crispín dio rienda suelta a su afición por el canto lírico, interviniendo en varias zarzuelas que se representaron en la capital.
Crispín llegó a la zarzuela llevado por su afición al teatro y a la escenografía, en suma, por su inclinación al arte y por su voz de buena calidad. Así lo asegura la revista Rioja Industrialen un artículo aparecido en 1959, con el título de “Un pintor llamado Crispín”. Le califica de “excelente actor y notable cantante, pues aún cuando no poseía gran extensión, su voz era de grato timbre, bien modulada y emitida con justeza y gusto”.
Fue uno de los puntales de la famosa Compañía Lírica de Aficionados de Logroño y del Cuadro Artístico de Radio Rioja EAJ-18.
José Eizaga, director de la emisora, enumera los papeles que Crispín encarnó en aquél tiempo: en “El Cabo Primero” hizo una creación del célebre Perojo (en mayo de 1929); en “El Barberillo de Lavapiés” encarnó al Marquesito (en diciembre de 1929); hizo de Cardona en “Doña Francisquita”, y de Fernando, un tenor de altos vuelos también navarro. “Lo mismo calaba los tenores cómicos que los serios. Es que había alma de artista”, concluye Eizaga.
En las Navidades de 1931, la Compañía Lírica de Aficionados estrenó “El Rey que rabió”, y Crispín pinta sobre raso las casacas del rey y de los pajes. Y en febrero de 1933 prepara la escenografía de “Aires del Ebro”, cosechando un gran triunfo en el logroñés Teatro Bretón de los Herreros. La obra iniciaría más tarde una gira por los escenarios de Palencia, Salamanca, Valladolid y Bilbao.
Y, finalmente, en marzo de 1934, interpreta al tenor de “Los claveles”, marchando a continuación a Pamplona.
Sus retratos
IK, en Pregón, bajo el título de “El homenaje a Crispín Martínez, Exposición de sus cuadros”, aparecido en San Fermín de 1958, explica: “Destacan entre otros los retratos de intuición magnífica, de técnica depurada, y de laboriosa interpretación. De la conjunción de estos elementos entre si y con un fino y concienzudo empleo de los colores, insertos en unos croquis suyos de dibujos magistrales… Clara y distinta visión de los rasgos, líneas elegantes en su sobriedad precisa, ajuste nítido en la expresión y parecido sorprendente, no solamente en las facciones externas, sino en la manifestación anímica que ellas traducen”.
Añade la revista logroñesa Rioja Industrial, en 1959, por medio del artículo “Un pintor llamado Crispín”, que “Eran los retratos que Crispín realizaba bastante más que la simple reproducción de unas facciones. Había en ellos color de vida, espiritualidad, reflejos psicológicos del personaje a quien sus pinceles dibujaban, porque al mismo tiempo que la perfección del dibujo y la suavidad de los matices en el colorido, diríase que materializando el espíritu, plasmaba con sus pinceles el alma entera del modelo. Este era probablemente el secreto de su rotundo éxito”.
Autodidacta
B. San Miguel, en Diario de Navarra de 3 de mayo de 1958, bajo el título de “Exposición homenaje a Crispín Martínez” informaba de que “él fue para sí mismo el único inspirador de su obra y el más severo crítico de la misma, llegaba hasta a preparar el papel en que plasmaba el pastel o el lienzo en que pintaba al óleo: a fabricar sus colores, sus pinturas. Fijaba a su manera el pastel, y barnizaba con su barniz al óleo. Hacía hasta el marco para algunas de sus obras y terminaba por colocarlas en el sitio adecuado. Era el artista que llegaba a los más pequeños detalles”.
El mismo autor añade lo que podría ser la conclusión a estas líneas. “Crispín era el artista seguro de sí mismo, y de su arte, sin saber ni querer valorarlo, sin mercantilizarlo temiendo mancillarlo. Hombre sin más necesidad que la de crear arte, parecía como si las necesidades de dormir y comer no existieran para él. Y así le oímos muchas veces lamentarse de que le rindiera el sueño, porque Crispín no era de los que hacen la noche día y al contrario no; era el único que de varios días y varias noches hacía un solo día, dedicado a su quehacer, que no era para los demás, sino para él solo, para su recreo o para el dolor de su ansia en realizar, en obras, en crear… Su espíritu había domeñado la materia, haciéndola llegar a una autoridad insospechada. La sensibilidad en captar la belleza, en percibir sus tonalidades… la tenía para todo, y en su trato social, esa sensibilidad se convertía en extremadas delicadezas».
Principales obras de Crispín
Antonio Martínez incluye en su libro las que a su juicio -seguramente el juicio del propio artista, al tratarse de su hermano- eran las mejores obras del pintor:
Paisajes
“Plaza de la Virgen de Aibar”, 1924
“La foz”, 1957. Obra póstuma, sin firmar
“Paisaje de Ujué”, 1924
Retratos dibujados
“El campesino”, 1928
“Nostalgia”, 1926
“Cura de aldea”, 1927
“Francisco Barragán”, 1936
“Ignacio Baleztena”, 1936
“Luis Oroz”, 1936
“Albertu Huarte”, 1936
“Sebastián Romano”, 1937
“Estudio de Hedilla”, 1937
“Retrato de Hedilla”, 1937
“Fermín Izurdiaga”, 1937
“Moros del Hospital Alfonso Carlos”, 1937
“Apunte del Visir en Pamplona”, 1937
“El capitán Sagardoy”, 1937
“El concertista Echeveste”, 1937
“El capitán Carlos Ruiz”, 1937
“Menéndez Pelayo”, 1937
“Franco”, 1937. De su figura dijo Rafael Serrano aquello de que “era una cabeza serena, alentadora, el perfecto retrato del jefe de un pueblo en armas”
“Alegoría del Faro de Salvación”, 1937
“La Justicia”, 1937
“Los hermanos Lastra”, 1937
“El Führer”, 1937
“San Ignacio”, 1937
“El cardenal Ilundáin”, 1937
“Pedro María Echeverría Maisterrena”, 1937
“El coronel Sagardía”, 1937
“Yagüe”, 1937
“Víctor Pradera”, 1937
“Carlos VII”, 1938
“El general Mola”, 1938
“Ángel B. Sanz”, 1938
“Mizzian”, 1938
“Julio Ruiz de Alda”, 1938
“María Teresa de Torres y de Machiñena”, 1948
“José María Iribarren”, 1949
“San Francisco Javier”, 1954. Fue propiedad de don Félix Huarte.
Retratos pintados al óleo
“Pedro Arza”, 1927
“Mi madre”, 1941
“Ana María Irujo y González Tablas”, 1948
“Silvia Lacunza de Barragán”, 1951. Añade su hermano que es una de sus mejores obras
“Niña con perro”, 1927
“Félix Huarte Goñi”. También los retratos de su esposa Adriana Beaumont Galdúroz y de su madre Pilar Goñi Iriarte
“Retrato inconcluso de dama”, 1957
“La madre de don Julio Gárriz”
Escenografía decorativa
“Echaide”, zarzuela. Teatro Bretón de los Herreros, Logroño, 1933
Salón del Arquero. Despacho del director del diario pamplonés Arriba España, 1936 aprox.
“Aires del Ebro”, zarzuela. Teatro Bretón de los Herreros, Logroño, 1933
Monumento Eucarístico de San Martín de Unx, 1922
Cartel
“Camino de Santiago”, 1954
Carteles de san Fermín de los años 1940 y 1945
“¡Jeé toro, jé!”, 1947
Áccesit al cartel de San Fermín de 1955
“Clopper” para la CAMP, 1955
Escenas costumbristas
“El añal”, inconcluso, 1957
Otras pinturas
“In memoriam illius”, 1927. Su tema: el mausoleo de Gayarre, por Benlliure.
Escultura
“Busto de María Teresa de Torres”, 1948.
Otras obras
“Mensaje de artesanía”. Imprenta de trabajo. Lo publicó Arriba Españadel 1 de enero de 1936. Dibujo.
“Regreso del hijo pródigo”, para la iglesia de San Francisco Javier, de Pamplona, 1952. Óleo.
Imagen de la portada: el pintor Crispin Martínez Pérez en su madurez.