En 1982, el director de la Casa de Cultura de Sangüesa, en Navarra (España), tuvo el mérito de concentrar, en una exposición dedicada a las Estelas de Sangüesa y su merindad, ciento dieciocho ejemplares de este tipo de monumentos funerarios [1].
De aquel conjunto expuesto, los firmantes de la comunicación hemos escogido 50 ejemplares que permanecían inéditos y que hoy tenemos el gusto de darlos a conocer, debidamente catalogados.
Hasta el presente se habían controlado en la Merindad de Sangüesa 194 estelas discoideas, gracias al tesón de diversos autores, cuya nómina recogemos anexa.
La Merindad de Sangüesa es una vieja demarcación histórica dela Navarra peninsular, fronteriza por el norte con Francia, en sus territorios de Soule y Basse Navarre, que hasta el siglo XVI formaron parte, como una sexta merindad, del antiguo Reino de Navarra. Limita al este con la provincia de Huesca y Zaragoza (Aragón). El resto de las tierras que la rodean pertenecen todas a la actual provincia de Navarra: al sur las merindades de Tudela y de Olite, ésta también ciñéndola por el sur oeste, y al oeste la merindad de Pamplona, que toma su nombre de la capital de Navarra.
Geográficamente, las zonas más septentrionales de la Merindad de Sangüesa están separadas de Francia por la cadena de montes pirenaica, que originan en su descenso, y dentro de Navarra, valles altos como los de Aézcoa, Salazar y Roncal, donde nacen los ríos que determinarán, más al sur, la Cuenca de Lumbier-Aoiz. Los nombres de estos ríos -Erro, Urrobi y Salazar, desaparecen al unirse en un curso común -el río Irati- que se abre paso por el sur superando los macizos de Izco y de Leyre, para incrementar el caudal del río Aragón en Sangüesa, vitalizando así sus feraces tierras.
En este espacio accidentado, tradicionalmente agrícola, forestal y ganadero, salpicado de pueblos que han sufrido en los últimos tiempos una fuerte sangría migratoria, se ha producido en mayor índice de utilización en Navarra de la estela discoidea como monumento funerario [2].
Expondremos, a continuación, los valles en que se han producido nuevos hallazgos, indicando a la vez el número de los que ya se conocían. Evitaremos dar la relación pormenorizada de los pueblos donde se encontraron las nuevas estelas, por ser su número de treinta y figurar todos ellos en el catálogo complementario:
Estudio arqueológico
El estudio morfológico de los ejemplares catalogados permite apreciar unos grupos coherentes en cuanto a dimensiones y tipos. Grupos que aparecen más definidos cuando el número de hallazgos es lo suficientemente importante para intentar deducir caracteres significativos.
Deducimos, en primer lugar, que las estelas discoideas procedentes de la periferia norte de la Merindad de Sangüesa tienen relación, en lo tipológico, con las zonas del sur de Francia -Basse Navarre y Soule- donde la abundancia de esta clase de monumentos es bien conocida, gracias a las catalogaciones de Colas, Barandiarán, y de los miembros jóvenes de la Association Lauburu de Saint Jean de Luz, animados por Michel Duvert [3].
Según nuestro estudio, las estelas discoideas de los valles pirenaicos de Roncal y Salazar presentan anchuras y espesores del disco más bien pequeños, con criterio general, sin que sea posible aportar datos seguros sobre la altura de las piezas, pues o bien se conservan ejemplares mutilados o permanecen aún en uso, como sucede en Salazar, y por tanto están clavados en tierra. Se corresponderían estos módulos con los que presentan las estelas suletinas francesas.
No ocurre exactamente igual al oeste de esta periferia de la Merindad, en contacto ya con la Baja Navarra francesa. Volvemos a confirmar, tras catalogar las nuevas estelas de los cementerios del Valle de Aézcoa, la observación de Frankowski relativa a que tales ejemplares estaban bajo la influencia de la fronteriza villa de Valcarlos y por tanto de los gustos propios de la Baja Navarra, en cuanto a la concepción de estos monumentos [4]. En efecto, las estelas de Aézcoa son de una altura rallante en los 80 cm., de espesor delgado y diámetros variados, dando en consecuencia diseños estilizados.
Curiosamente, al sur de la Merindad reaparece el tipo esbelto en Urraúl Bajo y en Cáseda. Las estelas de Urraúl Bajo son altas y de diámetros anchos. La estela de Cáseda que aportamos es de ancho diámetro y grueso disco, siendo su altura de grado medio respecto a los ejemplares catalogados por Leizaola en 1972, alguno de los cuales es verdaderamente estilizado y aún antropomórfico [5].
En el interior de esta zona, es decir, en el corazón de la Cuenca de Lumbier-Aoiz, abundan las estelas discoideas con módulos menores y semejantes entre sí.
Las estelas de los valles de Lónguida e Izagaondoa se emparentan en cuanto a los diámetros y grosores de los discos, que son de tipo medio o delgado. El diámetro oscila entre los 26 y los 30 cm. Los espesores se dividen, a partes iguales, entre aquellos que pueden estimarse delgados (10 a 15 cm.) o medios (16 a 20 cm.). En cuanto a la altura, las estelas de Lónguida son las más bajas de la Merindad (40 a 50 cm. de longitud). Las de Izagaondoa se mueven en torno a los 60-80 cm.
Los valles de Urraúl Alto y Arriasgoiti han dado estelas de módulos mixtos. Si bien las primeras son algo superiores en altura alas de Lónguida, no alcanzan la esbeltez de las de Izagaondoa, pues e mantienen en los 60-70 cm. Los diámetros son más estrechos que en Lónguida (20-25 cm.), pero se asemejan en espesor a sus vecinas.
En cuanto a Arriasgoiti, siendo el grosor de las estelas de nivel medio, sin embargo las alturas y los diámetros son oscilantes, habiendo ejemplares normales o exagerados en su formato.
No es posible, de momento, obtener más deducciones de carácter morfológico dentro de la Merindad, pues no hay suficientes estelas a nuestra disposición para un estudio comparativo fiable.
Hemos observado en los 50 ejemplares catalogados, que es normal la variedad absoluta de perfiles, destacando del conjunto algunas siluetas antropomórficas, que son lógicas si tenemos en cuenta su procedencia de Aézcoa, Cáseda y Cuenca de Pamplona, zonas bajo la influencia de esta original apariencia exterior, que en Navarra no se presenta en más del 8 ó 10% de las estelas catalogadas [6].
Desde el punto de vista de la ejecución técnica, cabe resaltar la profusión del labrado en bajorrelieve (o champ-levé), con procedimiento auxiliar de abiselado. También se emplea la técnica de incisión para decoraciones simples, más sobrias, generalmente para trazar la cruz, cuando se trata del símbolo único del disco, o bien como complemento del bajorrelieve, al que también definimos en el catálogo como “técnica de rehundimiento”.
El aspecto general de las piezas las relaciona directamente con la artesanía popular, por esa tosquedad viva y espontánea, que se manifiesta libremente en ambas caras del disco, incluso renunciando a veces a la decoración consciente del mismo, y en los cantos y zócalos del monumento. Esto mismo no impide, en ciertos ejemplares, inspirados ejercicios de geometría y entrelazo, tendentes a lograr el equilibrio perfecto entre módulos y ritmos. Ni tampoco evita, dentro del deseo compatible de expresar un recuerdo hacia el difunto y afirmar su carácter cristiano, la aparición de epigrafías que van desde las improvisadas líneas del “Aquí murió…” a estilísticos ejercicios de origen gótico tomando como motivo el trigrama IHS (de Ihesus Hominum Salvator) [7].
Los monumentos catalogados por nosotros son ya piezas arqueológicas, sacadas del contexto propio por la lamentable ola de saqueos a que se ven sometidas. No obstante lo cual, hemos tenido buen cuidado en reflejar su carácter de señalización de sepultura, su fin conmemorativo (como la llamada estela del Barbero, nº 7 de Arboniés, que trae el recuerdo de un asesinato que ha creado leyenda), o de hito para deslindar propiedades, caso de la estela nº 23 del Portillo de Lizarraga.
Las inflexibles modas modificaron el aspecto de algunas de ellas -es el caso de la estela nº 26 de Murillo de Lónguida, que fue adaptada a la forma de cruz- o las condujeron al desuso, transformándolas en meras piedras de construcción, a pesar de lo cual -o, mejor dicho, gracias a ello- han podido llegar a nuestras manos.
La erosión y avatares de la vida han desgastado la superficie de los discos, labrados en arenisca principalmente, por lo que muchos presentan desconchados.
Estudio decorativo-simbólico
Desde el punto de vista decorativo y simbólico, las estelas catalogadas forman varios grupos definidos, que de mayor a menor importancia numérica son:
- Estelas crucíferas
- Con elementos geométricos
- Con atributos profesionales
- Epigrafiadas
- Con figura humana
Los dos primeros grupos confirman la tendencia ya observada en la Merindad, en cuanto a ornamentación con cruces y rosáceas.
Hemos podido detectar hasta cinco tipos de diferentes cruces, alguno de ellos con subtipos o con complementos de rosetas, casquetes, rayos o símbolos en los sectores liberados en el disco por los brazos de la cruz. La relación es la siguiente:
- Cruz griega, incisa o en relieve, es la más abundante entre los motivos ornamentales. Subtipos: potenzada (y/o con extremos geminados), ancorada, procesional, flordelisada, florenzada, patada o acampanada “del tipo asturiano”, con brazos reforzados por semicírculos, con cruz incisa inscrita.
- Cruz de Malta, muy abundante también.
- Cruz de San Andrés. Subtipos: radiada, rueda solar, múltiples brazos.
- Cruz gamada.
- Cruz latina, menos frecuente que la cruz griega. Subtipos: pometada, procesional, inscrita parcialmente en un círculo, reforzada por semicírculos “en candelabro”.
La cruz gamada aparece con relativa frecuencia en las estelas funerarias romanas de la mitad superior de Hispania como símbolo solar, antes de la llegada del Cristianismo. En estelas discoideas navarras de Cáseda y Santacara se han detectado signos aproximados de tipo solar, pero no parece ser éste el sentido de la cruz gamada de la estela de Artaiz, concebida no como algo irradiante o expansivo, sino como símbolo con probable signo cristiano, tal vez significante -como expone Barbé- de los cuatro Evangelistas unidos a la Cruz de Cristo [8]. Sentido que perduraría hasta el Renacimiento.
Os elementos geométricos que decoran las estelas catalogadas pueden agruparse en decoraciones vegetales, astrales y puramente geométricas.
Las primeras están monopolizadas por rosáceas de cuatro, seis u ocho pétalos, que se han representando siguiendo, de forma más o menos consciente, una larga tradición que ve en su perfección geométrica un reflejo de la armonía del cosmos frente al caos, una imitación, aunque modesta, del ideal paraíso astral, al que aspira llegar el ser humano tras su extinción física. Desde su empleo por la cultura de los castros gallegos hasta el románico, en que, aprovechada por el Cristianismo, tuvo una gran expansión, la rosácea fue adquiriendo un sentido funerario, que explica su presencia en las estelas de la Merindad de Sangüesa [9].
Estrellas, pentalfas y sellos de Salomón son los símbolos astrales que adornan algunos de los discos catalogados, cuyo significado no sólo es compatible con lo expuesto, sino con otras atribuciones: símbolo gremial de los canteros en el caso de la pentalfa o talismán protector de viejo origen hebraico en lo concerniente al sello.
Los elementos geométricos empleados son sin duda de bello efecto decorativo y así es evidente en los juegos de entrelazo de algunas estelas o en los recursos varios de círculo, damero, casquetes, bolas, triángulos y escuadras. Pero hay, por mediación de tales recursos geométricos, sabiamente combinados, un deseo de mostrar una expansión radiada, a imitación del sol, que con el concurso de la luz y su evolución diurna, den una impresión de pervivencia del alma a través del monumento funerario.
Como es bien sabido, ha habido un deseo de reflejar las ocupaciones mundanas del difunto, a base de representar en los discos de las estelas los instrumentos de que se sirvió en su trabajo. También esta presente esta circunstancia en algunas de las estelas que ahora damos a conocer. Hay herramientas, como la podadera de viña o la ballesta, que son de uso más frecuente [10], pero no ocurre lo mismo con las asociaciones de imágenes que algunas piezas nos proponen. Tales son los casos de un templo y ballesta, de un altar y un castillo -quien sabe si referencias a Órdenes Militares-, o de la concatenación de un pelícano, un cáliz y un cordero, símbolos eucarísticos propios del sacerdote [11].
En tales estelas hay, indudablemente, un deseo de comunicar mediante imágenes ciertos significados. Pero en otros casos esta comunicación se realiza mediante textos escritos que recuerdan el nombre del difunto, o con otros textos que figuran abreviados, pero que condensan en su brevedad el gran mensaje cristiano. Tal sucede con el trigrama IHS, iniciales de Jesús salvador de los Hombres. Gran revelación que, además, obedeciendo a los gustos góticos y al capricho del artesano, se decora dando a las letras apariencia vegetal o estilizando los caracteres para que el extremo de la S parezca una serpiente, símbolo de inmortalidad.
El trigrama de Jesús es muy abundante en las claves de arco de la zona nororiental de la Merindad de Sangüesa, y aparece incluso en algunas estelas discoideas de los valles de Salazar y Roncal. Su apariencia estilística gótica las aproxima a la edad Media y no parecen datar más allá del siglo XV.
Finalmente registramos una estela con figura humana de aspecto insólito en el pueblo de Ecay de Lónguida [12]. Si bien la figuración humana no es rara en las estelas tabulares hispanorromanas, sí lo es en las discoideas y más aún si estas aparecen desnudas con el sexo -¿o los sexos?- explícitos. Hay que relacionar la estela de Ecay con otros casos parecidos, si bien también sumamente extraños, de sendas estelas navarras de San Martín de Unx y de Lizarraga, ésta en el Museo San Telmo de San Sebastián.
Es posible que en este tipo de representación interviniera el deseo de perpetuar de algún modo la imagen del desaparecido, pues resultaría aventurada otra interpretación, tal como aquella, tan usada en el Medievo, de condenar los placeres de la carnea través de los desnudos escultóricos, no habiendo en el caso de la estela de Ecay un expresionismo que lo justifique.
En resumen: las estelas de la Merindad de Sangüesa muestran un aspecto muy coherente en cuanto a tipos, técnicas, decoraciones y simbología, no constituyendo un conjunto tampoco aislado respecto a otras zonas donde aparece esta manifestación de monumento funerario. De suyo, tal como hemos podido comprobar, las estelas sangüesinas muestran muchas analogías con las llamadas “cabezas de sepultura” de Portugal, recogidas en los Museos de Beja, Elvas o Torres Vedras.
Con referencia a la datación cronológica de estos monumentos, creemos no equivocarnos si señalamos para ellos una estimación ante quem al siglo XVI, teniendo en cuenta todas las circunstancias que en ellos concurren y la suposición, cada vez más evidente de que en el interior de Navarra, excluidas ciertas zonas periféricas, las estelas dejan de esculpirse en torno al siglo XVI. Con todo y aún suponiendo un origen medieval a muchas de estas estelas, pues la iconografía así lo hace presumir, no deseamos ser rígidos en cuanto a la determinación de cronologías.
Ilustración de la portada: El Infante Don Fernando ordena detener al Prior de Santa María de Salas en un cementerio del Reino de Aragón donde puede observarse la utilización de estelas discoideas (antes de 1276) Cantigas de Santa María de Alfonso X el Sabio. Madrid, Biblioteca de El Escorial.
Notas
[1] El catálogo, titulado Exposición de estelas discoideas de Sangüesa y su Merindad, editado por la Caja de Ahorros de Navarra en 1982, con motivo del acontecimiento, que tuvo lugar entre los días 25 de julio y 15 de agosto, incluía sendos artículos de divulgación de los firmantes de este trabajo: F. J. Zubiaur Carreño, “¿Qué es una estela discoidea?” y J. C. Labeaga Mendiola, “Las estelas discoideas de Sangüesa”. Desde estas páginas deseamos mostrar nuestro agradecimiento, por su colaboración, a M. A, Beguiristáin, autora de las fotografías, y al director de la Casa de Cultura de Sangüesa, F. J. Beúnza.
[2] Esto es bien patente en el mapa de distribución de las estelas catalogadas en Navarra hasta 1979, tal como aparece publicado en el Gran Atlas de Navarra. La mancha de puntos negros, con que se representan los hallazgos, empalma, desde Garralda, Espinal y Valcarlos, con la más densa aparición de puntos en Basse Navarre, al otro lado de los Pirineos, lo que constituye, posiblemente, uno de los focos europeos mas importantes en la distribución de estelas discoideas. Ver Gran Atlas de Navarra, vol. II, Historia, dir. por el Prof. Martín Duque, pp. 35-37, Pamplona, 1986 (artículo y mapas sobre estelas discoideas de F. J. Zubiaur Carreño).
[3] L. Colas, La Tombe basque. Recueil d’inscriptions funéraires et domestiques du Pays Basque Français, Paris, 1923 (Reed. española por La Gran Enciclopedia Vasca, bajo el título de Grafía, ornamentación y simbología vascas a través de mil antiguas estelas discoideas, Bilbao, 1972; J. M. Barandiarán, Estelas funerarias del País Vasco (Zona Norte), San Sebastián, 1970; véanse las publicaciones de Michel Duvert en el Bulletin du Musée Basque de Bayonne (Francia), y en Cuadernos de Etnología y Etnografía de Navarra (Pamplona, España), así como diversas colaboraciones de los etnógrafos franceses en las actas de las reuniones científicas de Lodève (1980) y Bayonne (1982), publicadas, respectivamente, por la Fédération Archéologique de l’Hérault y el Musée Basque de Bayonne (Francia).
[4] E. Frankowski, Estelas discoideas de la Península Ibérica, Madrid, 1920, pp. 80-85.
[5] F. de Leizaola (1972). Ver Bibliografía especializada.
[6] Estelas nº 8 (de Artaiz, Unciti), 12 (de Cáseda), 16 y 29 (de Garralda y Orbaiceta, Aézcoa). Zubiaur Carreño ha señalado en Navarra una línea de intensidad antropomórfica que va, de oeste a este, desde Sansoain – Leoz – San Martín de Unx – Ujué – Cáseda hasta Peña; y otra que discurre por Tierra Estella, que ahora no viene al caso; así como focos secundarios de antropomorfismo en la Cuenca de Pamplona, Valle de Erro y Valcarlos. Ver Gran Atlas de Navarra, op. cit.
[7] Son ejemplos claros de lo expuesto las estelas nº 9 (de Artaiz) y 11 (de Artieda), en cuanto a entrelazo geométrico se refiere; las estelas nº 22 (de Liberri), en cuanto a epigrafías, así como las nº 15 (de Esparza de Salazar), 33 (de Tabar) y 47 (de Vidángoz), en lo referente a la plasmación del trigrama IHS.
[8] Ver las siguientes publicaciones: C. Callejo Serrano, Simbología funeraria romana de la Alta Extremadura, Homenaje a García Bellido, Revista de la Universidad Complutense de Madrid, XXVI, nº 109, III (1977), pp. 145-159; A. Lozano Velilla, Tipología de las estelas y la población de España, Homenaje a Gómez Moreno, Revista de la Universidad Complutense de Madrid, XXII, n º 86 (1973), pp. 89-114; F. de Leizaola, La Estelas discoideas de la Villa de Cáseda (navarra), Cuadernos de Etnología y Etnografía de Navarra, IV, nº 11 (1972), p. 236; E. Frankowski, op. cit., p. 59; L. Barbé, Problémes de terminologie dans l’étude des stèles discoidales en particulier et dans celle des symboles religieux en général, Les stèles discoidales, Archéologie en Languedoc, 1980, pp. 167-180. Sobre la tipología, interpretación, origen y expansión de esta cruz, véase M. Cardozo, A Propósito dos especímenes de suásticas do Museu Arqueológico de “Martins Sarmento” em Guimaraes (Portugal), Homenaje a García Bellido, Revista de la Universidad Complutense de Madrid, XXVI, nº 109, III (1977), pp. 85-97.
[9] Amplía lo expuesto el artículo de F. Senen, A Rosácea: arqueoloxia e simboloxia dunha figura xeométrica, Brigantium, II (1981), pp. 83-104.
[10] La podadera de viña es la herramienta más frecuentemente representada en navarra, con preferencia en su Zona Media (ver J. C. Labeaga Mendiola, Los Oficios en las estelas discoidales de Navarra, y F. Leizaola, Las Podaderas de viña en las estelas discoidales vascas, ambos artículos en Hil Arriak. Actes du Colloque international sur la stèle discoïdale, Bayonne, 1982, pp. 143-148 y 149-164 respectivamente); la ballesta, motivo de identificación del guerrero o del cazador, parece reducir su aparición al sur de la Merindad (Cáseda, valles de Ezprogui y Urraúl Bajo). Es de tipo pied de biche, datable en los siglos XIV y XV.
[11] Estelas nº 12 de Cáseda, 43 de Urricelqui y 33 de Tabar. Estas asociaciones son sumamente raras en estelas discoideas, e incluso los mismos motivos que las integran por separado. Repasando publicaciones sólo nos ha sido posible encontrar ciertos paralelismos de esquemas constructivos rematados por frontón triangular en estelas romanas de la Alta Extremadura (ver C. Callejo Serrano, op. cit., pp. 145-155); el cordero, configurado como Cordero Místico, sobre montando la Cruz, en estelas suletinas francesas (nº 950, 960 y 967 de Colas, op. cit.); el cáliz, bien con la Sagrada Forma como sin ella en estelas de Saint Martin d’Arrosa (Labourd vasco, France), o en las portuguesas de Torres Vedras y Sousel (nº 353 de Colas); J. Beleza Moreira, Cabeceiras de sepultura do Museu de Torres Vedras, Torres Vedras, 1982, nº 12R, pp. 12 y 40; A. Viana, Estelas discoides do Museu de Beja, Arquivo de Beja, VI (1949), p. 56.
[12] Nº 13 del Catálogo. La estela extremeña romana de Plasenzuela muestra a una niña desnuda; la de San Martín de Unx a los donantes desnudos; y la de Lizarraga a una fémina, representada en el canto, que señala en su cuerpo desnudo el sexo, en tanto con la otra mano paree orar. Ver Callejo Serrano, op. cit., p. 158. F. J. Zubiaur Carreño, Nuevas estelas discoideas de San Martín e Unx, Cuadernos de Etnología y Etnografía de Navarra, IX (1977), pp. 257-287; G. Manso de Zúñiga, Museo San Telmo, La Gran Enciclopedia Vasca, Bilbao, 1976, p. 259.