La disminución de la ganadería y la generalización de la compra de piensos compuestos para las cabezas de ganado existentes han tenido como consecuencia que se hayan abandonado cultivos que antes se mantenían (avena, centeno, ordio, menuncias) y que ahora se reducen al trigo y la cebada, exceptuada la zona septentrional donde se han visto muy reducidos dichos cultivos. En Iparralde, trigo y cebada desaparecieron en la década de 1960, pero en la actualidad tienden a recuperarse en un deseo de recobrar el equilibrio natural y de vigilar la calidad de los alimentos (en Garazi, por ejemplo, el pan industrial lo consideraron “sin fuerza” en comparación con el “etxeko ogia” o pan casero de toda la vida).
Puede ser ilustrativa la información aportada por el profesor Floristán Imízcoz para la Edad Moderna en Tierra Estella (N.), donde los labradores-propietarios destinaban la mitad de la producción de sus campos al cultivo del trigo, con el fin de abastecerse de grano para el consumo familiar, mientras que de los cereales para el consumo del ganado dedicaban un tercio a la cebada, y el resto se distribuía entre avena y centeno [1].
La evolución del cultivo de cereal ha sido en los últimos años muy rápida, rompiendo con una dinámica antigua de no innovar las técnicas de producción. Los hijos heredaban de sus padres los métodos de siembra, abono y recolección, sin profundizar en su realización. Aunque se introducen sin cesar en el mercado nuevas variedades de gramíneas, impulsadas por empresas multinacionales, permanecen aún variedades autóctonas, muy adaptadas a la zona.
Introducción
Entre los cereales antaño muy sembrados y poco cultivados hoy día cabe mencionar el centeno (“zikirioa”, “zekalea”, “sekale”, “zoragarria”, usado como forraje aunque llegara a hacerse pan de baja calidad en localidades como Berganzo, A.) [2]; alguna especie de trigo (“garia”), como la escanda lampiña (“galtxuria”) [3], que se cultivaba en Álava, el trigo “común”, “candeal”, “chamorro”, “redondillo” y “argelino” que aún en 1930 se cultivaba en el valle de Carranza (B.) [4], y el grano del mijo, porque su palma se emplea para la fabricación de escobas (Arguedas, Rada, N.), que en sus variantes “común” y “menor” todavía se daba en el mencionado Valle de Carranza (B.) en la década de 1930, como así mismo la escanda [5]. Entre las razones que lo explican, la principal es el descenso de cabezas de ganado y el que las existentes han sido acostumbradas a comer maíz, salvado, paja, y habas, además de hierba fresca y seca (heno), como sustento ordinario. La cebada (“garagarra”, “gagar”) se mantiene e incluso incrementa su superficie en Navarra, en tanto la avena (“oloa”) es un cereal en decadencia. La primera se siembra en marzo y la segunda en la mengua de enero o febrero. Se destinaban a alimento animal.
En el valle de Baztán (N.), hay constancia de que en el siglo XVII se cultivaba también el mijo y que se sembraban pequeñas cantidades de escanda, ordio -una especie de cebada-, sin que fuera extraño la práctica de la siembra de dos cereales mezclados, generalmente centeno, avena o cebada con trigo, y que se denominaba «comunia» [6].
Lo normal era que los cereales –excluidos el maíz y más recientemente el arroz, que piden más agua- fueran sembrados en secano, a veces en regadíos ocasionales llamados de “primavera”, en los que se podía regar desde abril en adelante, pero “antes de encañarse el trigo y ponerse duro”, pues después le perjudicaba. El procedimiento era el mismo del trigo, es decir, a voleo, que en Améscoa (N.) se conoce como “a pedrada”.
Después de la siembra, en primavera viene la escarda. En el caso del trigo y de la cebada en lugar de escardar se suele pasar la “trapa” (denominación alavesa de la narria con los picos oblicuos en vez de derechos) para mover la tierra después de que ésta haya permanecido “quieta” todo el invierno y para que ahíje más. La época en que se realiza esta labor varía en función del tiempo pero es habitual llevarla a cabo en abril, cuando el cereal es todavía pequeño. Por San Isidro (15 de mayo) también se puede utilizar el zarcillo o/y un sacacardos en caso de que estos aparezcan, aunque no es demasiado bueno cortar las malas hierbas (el trigo no suele tener muchas, según los consultados) con el zarzillo porque, según dicen, salen muchas en lugar de la que ha sido cortada. Tampoco conviene hacer la labor en abril porque, como reza el dicho, “quitas una y nacen mil”.
Sin embargo, es fundamental eliminar las malas hierbas de los cultivos de cereal porque, si no se hace, la trilla será muy dificultosa ya que estas gramíneas generan mucho polvo. En el caso de la grama, había que quitarla a mano. Se trata de una de las malas hierbas más peligrosa porque se agarra a la espiga y ahoga la planta.
En las plantaciones de cebada también es habitual mover la tierra con el zarzillo para que ahíje más. La trapa también sirve para este objetivo.
El orden de cosecha era, tras las habas primero, la cebada (“por San Bernabé”, 11 de junio), el trigo (“por San Pedro y San Pablo”, 29 de junio o “por San Fermín”, 7 de julio), el centeno, a continuación, y el yero, la avena y la arvejuela al final, en agosto. Y el orden del trillado similar: habas, cebada, “menuncias” (palabra alavesa que denomina a los yeros, alholvas, riclas y pitos que mezclados se ofrecen al ganado como pienso y con ellos se hacía un pan mixto llamado “comuña”; mixtura llamada en Navarra “menuciales”), trigo, centeno, avena y legumbres. Siega y trilla duraban todo el verano. En el Valle de Roncal (N.), las características del clima hacía que todos los cereales (ordio, avena, cebada, trigo) y plantas forrajeras, se sembrasen en octubre y segasen entre junio y julio.
Arroz
El arroz es un cereal introducido en las tierras salitrosas de los regadíos navarros de la Ribera del Ebro (Rada, Murillo de las Limas, Arguedas, incluso Sartaguda) y valle del Aragón, que no soportan otros cultivos. Mayormente se cultiva en espacios encharcados próximos al río, aunque en Artajona (N.) se está experimentando su cultivo en las tradicionales tierras de secano con procedimiento de riego subterráneo de gota a gota. En 2014 las hectáreas cultivadas con este cereal alcanzaban las 1.500, 1.100 de ellas concentradas en los regadíos de Arguedas y Murillo de las Limas. La importante riqueza económica que aporta al sector agrícola este cultivo, ha traído consigo un incremento notable de mosquitos, a los que en Arguedas se combate favoreciendo la presencia de murciélagos (se estima que cada murciélago puede ingerir entre 500 y 3.000 mosquitos al día), mediante nidos a propósito que se cuelgan de árboles y postes en la zona bajo su influencia. De esta manera se evitan las perjudiciales fumigaciones a nivel ambiental y de costes económicos.
Avena (“Olua”, “olo”)
Cereal de invierno. En pueblos alaveses como Abecia o Salvatierra-Agurain, solía realizarse una siembra temprana, entre San Miguel (29 de septiembre) y primeros de noviembre, es decir en época intermedia entre el trigo y la cebada. La avena tardía o negra se sembraba en febrero o primeros de marzo. Se utilizaba de alimento para el ganado.
Las variedades que se sembraban en Berganzo (A.) eran la “blanca” (también empleada para moler), “negra” (más harinosa y por lo tanto como alimento para el ganado), que se han visto sustituidas por la “avena blanca” (para envolver el pienso para el ganado).
En Hondarribia (G.), hasta unos veinte años algunos sembraban una parcela de avena para forraje del ganado. Aprovechaban los huecos entre terrenos de un cultivo a otro. Daban al ganado avena mezclada con “txirta”, que es una especia de lenteja. También tenían centeno para el ganado.
En la comarca de Aoiz (N.), con secanos frescos, se cultivan las variedades “Aintre” y “Orblanche”, cuyos resultados supone el 16% de la producción cerealista de la zona.
En Navarra, el Servicio de Selección de Semillas de la Diputación Foral, creado en 1924, hizo una buena labor en la obtención de variedades de avenas, como las “Victoria” y “Lluvia de oro”. Se extiende casi por toda la comunidad, a excepción de la zona Cantábrico-Occidental, aunque se halla en continua regresión, representando su producción únicamente el 2 por ciento de la producción cerealista. Los municipios con mayor producción de avena en Navarra son Guesalaz, Olite, Yerri, Lana, Juslapeña y Tafalla.
En Gipuzkoa y Bizkaia la producción es prácticamente nula.
Cáñamo
A diferencia del lino, cultivado y manufacturado en áreas septentrionales del país, aunque no sólo, el cáñamo era más característico de la zona media y depresión del Ebro, en ciertas poblaciones en cultivo asociado al lino (“ilazas”, Bernedo, A.).
Con la fibra de esa planta canabínea se han hecho trenzados resistentes aunque ordinarios como la honda, los cabos de los barcos, etc.
El Derecho Foral de Navarra contempla su presencia en este territorio llegando a regularlo, diciendo “No se ponga á remojar, ni tampoco el lino, en ríos ni acequias que no sean caudalosos, y en que de verano corran abundantemente ó bien en pozos ó balsas fuera de los ríos y acequias; de manera que no escorran ni vaya cosa alguna a dichos ríos y acequias; pena de perdimiento de la mitad del lino o cáñamo” [7].
Cebada (“Garagar”)
En Álava, incluido el enclave burgalés de Treviño con Lapuebla de Arganzón, se empezaba a segar la cebada a mediados del mes de julio, ayudándose de la guadaña o de la hoz. Como en la siega del trigo, los segadores se ponían en la mano izquierda la zoqueta, para protegerse de posibles cortes. Según iban segando daban una vuelta al manojo de cebadas y los dejan en montones. Otros ataban los haces, para ello extendían en el suelo una “lía” (cuerda) o un “vencejo” (de paja de centeno), y anudaban con ellos dos manojos de ocho o diez plantas alternando cabezas y paja de las gavillas, y una vez terminado el haz (que solía ser bastante grande) se aplastaba con la rodilla para atarlo fuertemente.
En algunos pueblos alaveses, como Abecia o Salvatierra-Agurain, donde todavía se cultiva, el periodo de siembra de este cereal va desde febrero hasta marzo, e incluso abril. Hay dos variedades, una grisácea y la otra negra. Existe también la variedad francesa, que no se cultiva hasta épocas más recientes. Junto con la avena, constituye el principal alimento del ganado.
En Berganzo (A.), se sembraban la cebada “marzal” (de dos filas), la “de cuatro filas” y la “caballar” (de seis filas). Actualmente solo se siembra la “malta”.
En la comarca de Aoiz (N.) se cultivaban “cebada de primavera” y “de invierno”. Actualmente es la variedad Opal Natural la predominante.
En Navarra, el Servicio de Selección de Semillas de la Diputación Foral, creado en 1924, hizo una buena labor en la obtención de variedades de cebadas como la “Compacta de seis carreras”, resistente al “encamado” (tendido de la caña hacia el suelo) y al Helminstosporium (hongo tizón). En zonas áridas como del sur de la Comunidad Foral se continúa trabajando con variedades tradicionales entre las que cabe señalar las cebadas de Albacete y la Almunia (“Cogotona” o “Cabezona”). En la década de 1980 se introdujeron en Navarra variedades nuevas: en cebada de ciclo largo, “plaisant” y “reinette”; en cebada de ciclo corto, “klason” e “iranis”. Actualmente las variedades más sembradas son, en cebada de ciclo largo, “alpha”, “Albacete”, “barbarrosa”, “dobla”, “hatif de grignon” y “pane-I”; en cebada de ciclo corto, la variedad “kym”.
Es el cereal más extendido de los cultivados en Navarra. Se cultiva en todo el territorio regional, con excepción de la zona situada al Norte de los Municipios de Anué, Basaburua Mayor, Larráun, etc., de la Merindad de Pamplona, tanto en secano como en regadío. La superficie cultivada ha aumentado constantemente desde 1966, se cultivaron 28.770 hectáreas (en 1972) y 139.439 hectáreas en 1987; de estas últimas 133.075 son de secano y 6.364 de regadío. La producción, según los años, puede oscilar entre 250.000 y 400.000 toneladas/año, entre un 40 y un 50% aproximados del total de producción cerealista navarra. Los principales municipios navarros en mayor volumen de producción de cebada son Tudela, Carcastillo, Viana, Cáseda, Yerri, Sesma, Los Arcos, Lerín, Oteiza y Falces
Centeno
En Abecia (A.) se ha cultivado poco este cereal. Se corta en verde y se emplea para alimentar el ganado, especialmente los bueyes. Otra opción es dejar madurar el grano y luego “zurrarlo” (golpearlo) para desprender el grano de la espiga. Crece más que el trigo. Siempre se deja un trozo sin cortar para utilizar la paja en la confección de los vencejos y como simiente para el año siguiente. Es el primer cereal en recolectarse.
En otra localidad alavesa, Berganzo, antiguamente se sembraba el llamado “centeno común” (para su siembra se buscaban los sitios más ruines porque crecía más que el trigo), pero actualmente ya no se siembra.
En el enclave burgalés de Treviño y Lapuebla de Arganzón, en territorio alavés, antes de la década de 1950 raro era el labrador que no sembrara centeno. Lo empleaban para hacer vencejos, con el fin de atar los haces o gavillas con un nudo (“nudo de tejedor”). Igualmente fue utilizado para hacer “torrollos” o colleras para caballerías, nasas, serones, escriños, en el desván o “sobrao” de la casa cuando el mal tiempo impedía salir al campo. En los pueblos de Taravero y Arrieta algunas de estas piezas llegaron a medir más de un metro de diámetro y otro de alto, con cabida para 10 fanegas o más.
Sus espigas crecen más de metro y medio. Lo segaban y hacían manojos con ellas y, una vez seco, lo desgranaban golpeándolo. Pocas veces se trillaba, rara vez para hacer pan en los pueblos de Bajauri, Obécuri y Laño. Después de desgranados los manojos los guardaban en un montón, tapado con “tépedes” (tepes de césped); cuando los necesitaban los sacaban y ponían a remojo. A la paja del centeno no le ataca la polilla ni el gusanillo.
En Navarra también se sembraba para hacer “vencejos” o ligaduras con que atar los haces de mies. Para hacerlos se tenían las pajas en remojo durante algún tiempo, se tomaba un manojo de ellas, se igualaban bien, se dividía el manojo en dos mitades y los “manojicos” resultantes se ataban con un nudo por las cabezas (Valle de Améscoa). En la Ribera tudelana se trenzaban.
Ahora se siembra para usos industriales. Hace unos algunos años se compraba su paja para confeccionar techos de veladores y quitasoles de las playas. No dio resultado porque esto exigía desgranar las cabezas a mano, golpeándolas.
Esparto
Entre las plantas gramíneas [8], a las que pertenecen los cereales, se encuentra el albardín (Ligeum Spartum L.), variedad de esparto que crece espontánea en ribazos, montes y eriales que no sobrepasen los 700 m. de altitud, propios de un clima duro de inviernos fríos y veranos calurosos. Es posible encontrar en poblaciones con estas condiciones términos llamados “espartales”. Esta gramínea de hasta 70 cm. de longitud florece de mayo a junio. Desde tiempos remotos, en la localidad navarra de Sesma se desarrolló una actividad de aprovechamiento del esparto a la que se dedicaron numerosos vecinos. Ya en 1845, cuando Sesma contaba con una población de 1.090 habitantes, Pascual Madoz [9] habla del aprovechamiento del esparto para elaborar cuerdas, esteras y otros elementos al que se dedicaban sobre cuarenta personas. Los gastos en materia prima o herramienta eran ínfimos, y ello favoreció que los sesmeros más pobres, los braceros del campo, se dedicaran a esta labor para conseguir un complemento al jornal. El oficio se perdió en la década de 1960. La progresiva mecanización del campo propició la desaparición de las caballerías y la consecuente falta de demanda de alforjas y serones elaborados con esparto. Parte de las tierras se dedicaron a cultivos más productivos, como el espárrago, llamado popularmente “el oro blanco”. Tomás Goikoa, uno de los últimos esparteros, explicaba en 2003 [10] cómo se arrancaba en verano la planta del albardín para confeccionar durante el invierno sogas, espuertas, serones etc. Se cogía un “puño” (puñado) de espigas con la mano, se le daba una vuelta a ésta y se tiraba arrancando un haz. Para sacar el segundo “puño”, se tomaba éste con la mano derecha y con la izquierda el “puño” anteriormente arrancado se llevaba debajo del que estaba por arrancar y se le enroscaba en él tomándolo por debajo y de nuevo se tiraba para extraer los dos “puños” más fácilmente, llamados “mallas”, sin herirse las manos. Y así sucesivamente. Con varias “mallas” se formaba otra mayor a la que llamaban “manada” y con unas sietes u ocho “manadas” componían otro hato al que denominaban “gabejón”, el cual se ataba con una cuerda echa por el recolector allí mismo y se transportaba al hombro. Después había que hacer la “tendida del esparto”, soltar el o los “gabejones” y exponerlos al sol durante quince días, dándoles vueltas, para que se secasen (“curasen”) las espigas. Durante siglos, al amanecer y antes de ir a atender las faenas del campo, los hombres las majaban sobre una piedra lisa a mondo de mesa golpeándolas con un mazo de madera hasta que los hilos, en toda su longitud (“puntas, cuerpos y rabos”), perdiesen su aspereza y quedasen elásticos y suaves, sobre todo las puntas para facilitar el hilado posterior. Además, cuando se iba a hilar, se les echaba agua para que quedasen revenidas. De este modo las mujeres disponían de material para hilar durante el día y preparar las sogas y cordeles con las que el hombre cosería por la noche fabricando sogas, cordeles y cordelillos (para coser esteras, alforjas y serones), y cuerdas para engavillar, en un trabajo muy unido a la vida del campo que comenzaban aprender desde niños.
Desde 1914, el Sindicato social-agrario de Esparteros de Sesma, de inspiración cristiana, creado por el párroco del pueblo don Segundo Arriaga, regulaba todo el proceso de manufactura del esparto que puso en relación comercial a las doscientas familias vinculadas al esparto de esta localidad con poblaciones como Burgos, La Rioja, Álava, Zaragoza, Huesca, Soria y diversos pueblos navarros, que demandaban el producto. Hoy día, la feria Artesparto, que se celebra en Sesma el último domingo de abril, labora para evitar la pérdida de un oficio artesanal orientado en la actualidad hacia objetos de diseño para adorno.
Lino (“Liho”, “lia”, “liñoa”, “lun”, “lu”)
Su cultivo se fue abandonando durante las décadas de 1870-1900, según las zonas, pero estuvo tan afianzado como para dejar rastro en la toponimia (linares), pues se hilaba en casi todas las casas. Preferentemente fue cultivado en las áreas septentrionales del país, pero también en la zona media. De esta planta se producía la hilaza, hilo con el que se tejían las diferentes prendas de vestir o del ajuar del hogar (sábanas, manteles, servilletas y toallas, ropas blancas usadas por la familia, bien para paños de ofrenda o divinos, que se guardaban en grandes arcas de castaño tallado, con algunas manzanas reinetas o peras bergamotas que daban magnífico olor). Fue cultivado en toda Navarra, en proceso anual similar al del trigo, aunque algo más adelantado. Hubo un intento de reintroducirlo en Navarra por el Servicio de Agricultura de la Diputación Foral, pero no pasó de cultivarse en áreas restringidas, por la razón ya indicada, y eso antes de 1940.
Junto al cáñamo ejemplifica bien lo que fue el sistema de autarquía agrícola. Las cantidades sembradas no superaban la demanda familiar y local, y salvo excepciones, no se cultivaba con miras comerciales. Las hilanderas no estaban ociosas. “San Blas camisas me traerás”, se decía en Itzea, la casa de los Baroja en Vera de Bidasoa (N). Para principios de febrero se hacían los lienzos para ropa interior en reuniones en que se contaban cuentos. En Navarra, todos los labradores medianamente acomodados tenían al menos una pieza en los «linares» del pueblo. Hoy prácticamente ha desaparecido su cultivo (por la competencia industrial de nuevas fibras en manos de multinacionales).
Toda la manufactura del lino corría a cuenta de las mujeres, que la compatibilizaban con otras tareas (la casa, familia, mantenimiento de la huerta y del maizal…). Ellas eran las que disponían la tierra, la estercolaban, y aunque escasease el abono para otras labores, nunca debía faltarles para su lino. Lo sembraban y escardaban, lo arrancaban cuando estaba en sazón y lo majaban. No debe olvidarse que con él se preparaba el ajuar doméstico. El manejo del huso era considerado como asignatura imprescindible para las amas de casa.
El cultivo del lino en las distintas áreas de Vasconia
Urdiain (Valle de Burunda, N.)
Informa José María Satrústegui, en su estudio etnográfico de Urdiain (N.) [11], que el curso del lino es similar al del trigo. Se adelanta algunas fechas, tanto en la siembra como en la recolección. Según frase popular, el lino debe sembrarse el día de su homónimo San Lino (23 de septiembre); las personas consultadas coinciden en esta apreciación. Se le reservaban las tierras que en la campaña anterior acababan de producir alholva. Abonaban la tierra en la medida de las posibilidades de cada familia. Araban primero para extirpar la hierba. Utilizaban para ello la rastra. Más tarde removían la tierra con el arado romano; y finalmente se procedía a la siembra con ayuda del mismo arado. La puesta a punto de la cosecha era alrededor de la fiesta de Santa Marina (18 de julio). Se arrancaba a mano, labor sumamente penosa teniendo en cuenta la profundidad de las raíces y la época de sequía.
El proceso que seguía la elaboración del lino era el siguiente.
Primeramente se procedía a extraer la semilla. Ya en el campo se curaba en manojos; y una vez seca la semilla había que desgranarla. Todas las cabezas venían en la misma dirección. Las mujeres demostraban enorme interés por presentarse en el pueblo con la carga más lucida de mies. “Eskutada” era el nombre que recibían los manojos. Para arrancar la semilla contaban con bancos alargados, que llevaban un peine de madera clavado en el centro. La acción de desgranar se llamaba “azorraztu”. Cada mesa servía para dos personas, que sentadas en ambos extremos de la misma se valían de medio peine (“azorrazi”) cada una. Una vez desprendida, golpeaban con mazos de madera la semilla y el tallo se volvía a atar en haces mayores llamados “urtako”. Las ligaduras de los manojos eran del mismo lino. En cambio, el empaquetado para el agua suponía una técnica especial. Se pasaba un ramal por las ligaduras de los haces hasta cubrir la cuerda necesaria para abrazar toda la cosecha. Anudados los extremos de esta guirnalda servía de anillo para rellenar con el resto de los manojos. El gran paquete era introducido en el río. Se cubría de mimbres y colocaban encima pesadas piedras para impedir que fuera arrastrado por la corriente. A pesar de estas precauciones no siempre se lograba el objetivo y desaparecía el lino. El empozado duraba seis días, a juicio de una de las comunicantes (María Goicoechea); otras me aseguran, continúa Satrústegui, que necesitaba ocho días con sus noches respectivas (Engracia Galarza). Una vez extraído del agua era necesario secarlo. Lo hacían en algún prado. Soltaban para ello los haces y los extendían cuidadosamente sobre el suelo. Más tarde se retiraban definitivamente al desván. Es cuando empezaba propiamente la elaboración del hilo. Por medio de varas gruesas se majaba el lino sobre una mesa consistente (majado o mazado se expresa en euskera “liyua jotze”). La empuñadura del garrote era más delgada para utilizarlo con más comodidad. La mesa llevaba una cuerda que arrancaba de un lateral, de modo que abrazando el lino colocado sobre las tablas fuera a parar a la planta del pie. El otro extremo de la cuerda remataba en lazo que servía para introducir el pie y presionar las gavillas para que no pudieran levantarse. El mejor aliado para realizar esta operación solía ser el sol. En días lluviosos o de ausencia solar calentaban la mies al horno, lo que dificultaba seriamente la labor y el rendimiento.
Los utensilios que empleaban las hilanderas de este pueblo y cuyo uso evidenciaba las distintas fases por las que pasaba el lino en su manufactura, eran los siguientes:
- Agramadera (“trankia”, “garba” [12]): Venía a ser una especie de guillotina manual que servía para deshilachar el lino majado. Las personas mayores recuerdan como música de sobremesa, no precisamente muy envidiable, el alboroto que les privaba del merecido descanso de una buena siesta. Para ellas era el símbolo de la dureza de aquella vida. Tenían que hacerlo a la hora de la siesta.
- El conjunto de diez manojos pasados por la agramadera formaban el haz llamado “gaimena”. Diez de estos fajos mayores sumaban, a su vez, la “troxila”. Los residuos desprendidos de esta primera operación recibían el nombre de “arezta” (también “agezta”). Al igual que la cascarilla llamada “kirrixkia”, sólo servía para el fuego; pero dada su luminosidad les ahorraba encender otra luz. Una persona se encargaba de avivar la llama para que pudiera trabajar el grupo de hilanderas.
- Las más ancianas recuerdan otro útil desaparecido (“subetsa”). Venía a ser una agramadera más elemental. Era pequeña, y, apoyada en el suelo, servía para refinar las fibras e igualar los bordes.
- Después de “espadar” (macerar y quebrantar con la “subetsa” el lino para sacarle el tamo y poderlo hilar) el lino se «peinaba».
- “Txarrantxa” o “txarranka”: Rastro, rastra o rastrillo. Tabla alargada con orificio para introducir el pie y sujetarlo durante la operación. En otro extremo lleva un manojo de púas de hierro, destinado a realizar la labor de peinado. A veces la tabla va perforada por ambos extremos, y las púas están situadas en el centro de la tabla. Existen tablas adornadas con interesantes dibujos.
- “Lilaya”: Rueca. Vara larga rematada en bola trenzada con guías de la misma vara. Introducían granos de maíz u otro grano que actuaba como sonajero. Solía ser una pieza muy decorativa por los adornos que introducían. La parte inferior de la vara se apoyaba en la cintura de la hilandera; y sobre la bola iba enrollada la fibra, que desprendía la guía para el hilado. Dado el volumen de materia prima que a veces enrollaban sobre la rueca, la sujetaban al cuello por medio de una ligadura.
- “Ardatza”: Huso. Pequeña pieza de madera, aproximadamente de unos treinta centímetros de larga. Era de forma ligeramente cónica. Accionaban con los dedos para hilar. Ha estado en uso hasta que ha desaparecido la industria familiar del lino.
- “Dornua”: En los últimos tiempos –en la posguerra última- empezó a generalizarse el uso del torno. Al principio fue un instrumento de madera, aunque no es posible describirlo por no quedar ejemplares actualmente. Es más conocido el torno de hierro, que data del s. XVI. Es de pedal y recuerdan algunas familias que el alquiler del mismo se valoraba en jornada completa de layador.
- “Mulua”: Era el manojo de fibra que se ajustaba a la rueca.
- “Xurruba”: Pequeño casquete cónico de tela de colores. Servía para apretar la fibra a la rueca.
- “Tirruba”: Pequeña pieza de madera para sostener el huso cuando se dejaba de trabajar. Esta pieza colgaba del casquete y llevaba un orificio en el que se introducía el extremo más delgado del huso.
- “Matezia egitekua”: “Husadas”. Torno de madera con cuatro aspas y eje horizontal, que servía para recoger el hilo en madejas. Una de las aspas solía ser plegable para facilitar el despegue de la madeja. Los había de distintas formas. Algunos se apoyaban en una base de madera; y otros iban sobre patas de madera. Se da el caso de ir provisto de un dispositivo para aplicar el carrete directamente al torno.
- “Arelki”: Devanadera. Instrumento de cuatro varas verticales con eje giratorio en el centro. Se utilizaba para pasar el hilo de la madeja al ovillo. Una vez realizada esta operación el hilo quedaba listo para hacer tejidos y labores. Para ello se remitía al tejedor.
Iparralde
José Miguel de Barandiarán describe las dieciocho labores a que era sometido el lino antes de convertirlo en lienzo en poblaciones bajonavarras (Dohotzi y Uhart-Mixe) y labortanas (Sara y Liginaga) a fines del siglo XIX [13] (en el orden que se expresa):
- “Lian azia untsa huntzea”: madurar bien la semilla del lino.
- “Zañan ondotik muzten igateiekin”: cortarlo con la hoz junto a la raíz.
- “Lurrean hedatzen”: extenderlo en el suelo.
- “Gaintik batez untsa idortu denian, beste gaintitik inguratzen”: cuando se ha secado bien por un lado, darle vuelta por el otro lado.
- “Geo biltzen”: después recogerlo.
- “Kipan iresten”: peinar en el peine [14].
- “Lurrian xilo bat –bargaxilua- egiten”: practicar un hoyo –se llama ”bragaxilo”- en la tierra.
- “Xilo artan suia pizten”: hacer fuego en aquel hoyo.
- “Lau sarden gañen sarga ezarten, xilo alde gañian”: colocar ramaje encima del hoyo sobre cuatro maderas ahorquilladas (con lo que se sostiene el lino que ha de secarse al fuego).
- “Geo bargatzen”: después agramarlo, es decir majarlo para separar del tallo la fibra.
- “Liorrazian iesi”: peinarlo en el peine de lino (con lo que se obtienen cuatro clases de estopas que, empezando por la más fina, se nombran así: “ila”, “iztupa”, “arkola” y “kapita” [15].
- “Geo iuten, murkullaekin eta ardatzaekin”: después hilar con rueca (“kili”, “kuli”, “killu”) y uso (“ardatz”). Al hilo se denomina “hari”.
- “Kotxerat bildu zazpi ardazta hari”: recoger en el aspa o rueda de madera llamada “korzeiria” el hilo de siete rollos. Luego se llevaba a la madeja (“hastari”). En este momento, era cuando en Sara se blanqueaban mediante colada o lavado a diferencia de otros pueblos próximos [16].
- “Mataza kruzeidietan ezarten”: colocar la madeja en la devanadera (“kotxera”) .
- “Geo allikatzen”: después arrollar en ”allikua” o “harikoa” (ovillo).
- “Geo ehulialat igorten”: después enviarlo al tejedor (“eule”) que había en el pueblo para que lo tejiese (“eo”) en su telar (“euntegi”).
- “Ohiala egiten”: tejer, hacer el paño.
- “Geo sohuan edatu, eta bea xuitzen arratseko ihizaekin”: después, extenderlo en el herbal, y ello mismo se blanquea con el rocío de la noche (no así en Sara como queda dicho).
En Iparralde (Sara…) el cultivo del lino se mantuvo, aproximadamente, hasta 1900. Hasta esa época se hilaba en casi todas las casas, utilizando en esta operación, “killu” (rueca) y “ardatz” (huso). Emblanquecido el hilo mediante colada, era entregado a alguno de los tejedores, “eule”, que había en el pueblo para que lo tejiese, “eo”, en su telar, “euntegi”. Da una idea de su implantación el que hubiera telares en las casas de Mikeletegia, Finondoa, Karrikaburua y Bidartia.
Roncal (N.)
En el valle de Roncal (N.), la tranca del lino (“garga” o “darga”) se majaba con la “ezpata” o agramadera sobre la mesa dispuesta para ello llamada “zoratxa”. Primero se majaba con la parte afilada del instrumento y después se le daba apoyándolo en el regazo. Normalmente lo hacían mujeres sentadas disfrutando de su reunión vecinal femenina o “egudiargo”. Era necesario después desprenderlo de la cañamiza con la “espadilla”. Se sujetaba el manojo en un pie de madera con pata en forma de T y se iban peinando la hebras separadas para formar copos que las mujeres hilarían en la rueca (“arroka”, “burkila” o “burkuila”). Tras unirlo con una especie de cruz girada a mano se cosía con ceniza y ya estaba dispuesto para convertirse en hilo.
Bernedo (A.)
Hasta época parecida también se cultivó en esta población alavesa. Se operaba de la siguiente forma:
La siembra se hacía como la de cualquier cereal. Antes de que se secase del todo, se arrancaba la planta y en manojos se dejaba secar en la pieza y después de seco se preparaban haces que ataban con vencejos hechos de la planta del centeno, para llevarlos a majar, a fin de que soltaran el grano. Hecho esto, otra vez en haces se metían al río durante ocho días, al cabo de los cuales se sacaban y se extendían para que se secaran y, una vez secos, se majaban con la “tránquia” o “tránquea” (agramadera para separar del tallo la fibra) formada por dos tablas paralelas sobre las que se colocaba transversalmente a ellas el manojo de lino y una tercera tabla caía sobre el lino introduciéndolo entre las antedichas tablas para hacerle soltar la paja. La que no se aprovechaba se conocía como “cirrisca”. Después se cardaba con el rastrillo, una especie de cepillo de púas de hierro en el extremo de una tabla larga. Esta labor refinaba el lino: al que quedaba en el rastrillo le llamaban “estopa”. Después le sacudían al lino con una “espadilla” de madera. A este respecto decían: “Aspadarás María y tendrás buen lino” [17].
A continuación lo ponían en “moños” (porciones), que colocaban para hilar en la rueca (constituida por un palo de acebo terminado en su extremo superior en unas ramitas en forma de garra sobre la que se colocaba el moño de lino). De allí las mujeres lo iban sacando con los dedos de la mano izquierda mojándolos con saliva y ensortijándolo mediante el huso que giraba impulsado por los dedos de la mano derecha. Así se formaba el hilo. También había ruecas con rueda que se llamaban “ruecas de torno”. De cada cuatro husos se hacía una madeja en otro aparato que era un cuadro con cuatro bolillos en las esquinas. Estas madejas había que colarlas con ceniza y agua, hasta siete coladas, para conseguir que quedaran blancas. Después se hacían ovillos y se llevaban al tejedor. Con el lino se hacían sábanas, almohadones y camisas para hombres y mujeres. En las sobrecamas se bordaban dibujos de ramos y aves. De la estopa, que también llamaban “garabasta”, se hacían sacos, manteles, alforjas y albardas.
Todo el invierno lo pasaban las mujeres hilando y se reunían para ello en el corral de las ovejas, para no pasar frio. Utilizaban como alumbrado un candil de hierro, llamado “pecu” (así denominaban en Álava al cuclillo). En esta reuniones solían cantar y contar cuentos y leyendas. Para indicar el tiempo que duraba esta labor, decían: “Hilar, de los Santos a Navidad, / hilar de veras de Navidad a Candelas.” Es decir, comenzaba a hilarse el 1 de noviembre y se terminaba el 2 de febrero, fiesta de la Purificación de María que se solemnizaba con procesión y candelas encendidas.
Calidades
Había distintas calidades de tejido:
- “Liyo gogorra”: lino duro de fibra basta. Se tenía por tal el lino de la Burunda (N.). El lino de Gipuzkoa era considerado como de mejor calidad y le llamaban «aximia».
- “Garbaskua”: Subproducto de fibra de ínfima calidad. Servía para confeccionar la sarga de los sacos de labor.
- “Estupia”: Fibra corriente. De ella salían las típicas sábanas recias. Primero se usaban para sábanas de labor y al suavizarse con el uso se destinaban a usos domésticos. Era el tipo de sábana más generalizado en la región.
- “Mixa”: Un nuevo cardado daba la fibra para el telar, que se consideraba refinado. Existían telas intermedias. Así «mixa-estupia» era un tipo de tela que se conseguía a base de mezclar las dos anteriores.
Proyección legendaria
Sobre el tratamiento del lino hay una leyenda que especifica la técnica con detalle: «De Lekeitio hacia Markina está el sitio llamado Okabijo. En la cueva de allí había lamiñas, y delante de ella no podía pasar ninguno desde las doce de la noche hasta las dos. Una vez… un hombre, habiendo hecho apuesta, pasó delante de la cueva a media noche. Le notó la lamiña, y le forzaba al pobre diciendo que lo tenía que llevar para comerlo. En el apuro, el hombre le dijo que le dejase, hasta contarle las penas del lino. Que las contase [contestó la lamiña], puesto que tenía noticia de ellas. Y el hombre empezó lentamente a contar las penas del lino…: «Primero arrancarlo en la heredad, después secar, después ablandarlo en el pozo, después secarlo, después agramar, después majarlo con palo o maza, después agramarlo (con tenazas de madera), después cardarlo, después ponerlo en el huso, después hilar, después enmadejarlo, después cocerlo, limpiarlo en el río, después ovillar, después hacer lienzo, coser el vestido, romperlo, limpiarlo en el río…». Despacio iba ese hombre; pero la lamiña hambrienta [le decía] siempre que lo acabase pronto. En esto el gallo de Okabijo cantó ¡kukurruku!, y la lamiña se escapó diciendo estas palabras: «Ah, gallo rojo de Marzo [nacido en Marzo] de Okabijo, me has arrebatado la gran merluza que yo tenía para cenar. El reposo malo te pierda tu ojo rojo izquierdo». Sobre el hilado se cuenta que una gentil bajaba de Atáun (G.) todos los días a hilar en compañía de las hilanderas de Aya, y en Otazu (A.) se creía que en la cumbre de San Killiz vivía antiguamente una mujer que bajaba todas las noches a hilar al pueblo. En Urretxua (B.) también se solían juntar las jóvenes a hilar armando después gran jolgorio.
Menucias (“Menuciales”, “menunciales”, “menuceles”)
Es una especie de pienso compuesto de cereales y leguminosas destinado al alimento del ganado, integrado por alholva, rica, cebada, avena, arvejas y yero. En Abecia (A.), se siembran con luna menguante para que no “gorgojeen” (sean atacados por el gorgojo o mariquita) [18]. Las menucias eran abonadas en el momento de la siembra con amoniaco o mineral. Después de esta operación no se realizaban otras tareas hasta la siega.
Los yeros y menucias se segaban con “aguadaña” (guadaña). Las arvejas se arrancaban a mano y para ello tenían que estar los agricultores en la finca a las dos de la madrugada, hora solar, ya que se desgranan en cuanto les da el sol. El grano es parecido al guisante y en algunos pueblos del Condado de Treviño les llaman “titos”. Según dicen algunos “menos mal que sólo sembrábamos más que una fanega de tierra”, debido a los trabajoso que era.
Los yeros y menuncias no se ataban, se subían al carro con una horca grande, de 5 ó 6 puntas. Cuando el carro estaba cargado con ellos, se ataba la carga con una soga que se sujetaba a un banzo del carro cuidando que no se desprendiera, pues los caminos no eran buenos. Mientras estaban acarreando, un chaval tenía que estar delante de los bueyes para quitarles las moscas y tábanos con unas ramas, especialmente en día de bochorno, no fuera a ser que se espantaran y dieran al traste con carro, carga y personas.
La paja obtenida de la trilla de los “menuceles”, destinada al ganado, recibía el nombre de “malkarra”, y “malkartegi” era el pajar donde la almacenaban (Montaña y Navarra media).
Los panes elaborados con dicha mixtura o “menucias” eran llamados “comuñas” en Lagrán (A.), tal como consta en documentación del siglo XVI.
Puede accederse a la versión digitalizada del Atlas Etnográfico de Vasconia en la dirección: https://atlasetnografico.labayru.eus
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Imagen de la portada: Haces de lino secándose al sol.