En toda la Llanada de Vitoria, la Rioja alavesa, la Navarra Media y la Ribera del Ebro, predominan las tierras “blancas” dedicadas a cereales y, en primer lugar, el trigo o “gariya” [1]. En áreas septentrionales el trigo se reducía, por razones obvias de climatología, a pequeñas extensiones y, en general, dejó de cultivarse hacia 1965. Había una razón poderosa y es que, sobre todo en zonas costeras, la humedad hacía que el trigo creciese mucho en altura obligando el viento a las cañas cargadas por el peso de la humedad y de las espigas crecidas a inclinarse o acostarse (hacía “camadas” explican en el Valle de Carranza, B.) impidiendo su aireación interna y por tanto favoreciendo que surgiesen las enfermedades fúngicas (como el tizón). Los campos dedicados al trigo se reconvirtieron en praderas, maizales y nabares, mucho más rentables.
Introducción
El incremento del cultivo del trigo a principios del siglo XX fue a costa de la viticultura, en retroceso por la plaga de filoxera sucedida entre 1892 y 1900. Los campos abiertos y sin grandes declives, en régimen de secano, favorecieron con su abundante producción la tradicional contratación de temporeros –hombres y mujeres- para efectuar la siega. Para ello llegaban gentes de la meseta castellana, de la región valenciana e incluso de Gipuzkoa (José Miguel de Barandiaran recordaba que numerosas mujeres del Goierri acudían a segar el trigo a la Cuenca de Pamplona a comienzos del siglo XX).
La gran producción de trigo, en el caso de Navarra, llevó emparejada la creación de una industria harinera muy potente, ya a comienzos del siglo XX, como lo demuestra la existencia de 24 fábricas y 342 molinos en esa época, con Pamplona a la cabeza, seguida de Aoiz, Estella, Tafalla y Tudela [2]. Paralelamente y en el mismo territorio la labor de la Dirección de Agricultura y Ganadería de la Diputación Foral, a través del Servicio de Selección de Semillas, creado en 1924, se hizo notar en cuanto a la selección de semillas de trigo resistentes a las enfermedades y plagas. Cabe recordar aquí a la familia de los trigos Navarro y entre ellos el 101, un trigo precoz, muy resistente a la roya y de caña fuerte aunque larga, especialmente recomendado para los terrenos fértiles de la zona media y en los regadíos. Otros trigos sobresalientes fueron el “Navarro 105” (enano) y el “Navarro 122”, también resistente al encamado [3]; el “Rojo de Eslava”, “Aragón 03”, “alcotán”, “marius”, “capitole”, “recital”, “betres” y cárdeno”, entre otras variedades resistentes a la aridez. Nuestros informantes, sin embargo, no denominan las variedades de trigo con su nombre científico sino que usan otras de tipo corriente, para entenderse mejor. Tal es el caso del “trigo blando de invierno”, técnicamente la variedad Berdún, sembrado en la comarca de Aoiz (N.), la más septentrional de Navarra donde se da este cereal, que alcanza a ser el 55% del que se cultiva; el “toseta” (trigo chamorro, Roncal, N.), el “reti” o barbudo (Abecia, A.), etc.
Fases de su cultivo
Preparación de la tierra y del grano para la siembra
De no roturarse el terreno por primera vez para su dedicación a cultivo, lo que exigía un modo de proceder distinto, lo ordinario en una pieza cultivada anteriormente, antes de sembrar, era, según costumbre generalizada, quemar los rastrojos de la cosecha anterior, pues así desaparecían las malas hierbas y se tenía la creencia de que la ceniza ahuecaba la tierra y la abonaba. Hoy declina esta práctica, pues la paja es un buen abono, y existe el peligro de que la quema degenere en incendio incontrolado.
La primera operación fundamental es arar o remover la tierra (“irauli” en Sara, I.). Esto se hacía antiguamente con layas (“azaro-laya”, layado de noviembre) y posteriormente con el arado romano tirado por una o dos caballerías y dirigido por el hombre en la parte trasera del mismo. Se labraba en pasadas, ir y venir, llamadas “surcos” en la mitad inferior del territorio, con una profundidad de 15 cm. y una anchura de labor de 20 cm. aproximadamente. El objetivo de esta labor no era otro que eliminar las malas hierbas, como el “mugui” y el “tusilao” [4], y restos de otros cultivos anteriores, así como dejar bien mullida la tierra para el mejor desarrollo de las raíces del próximo cultivo.
En el Valle de Améscoa (N.) preparaban la siembra labrando el terreno dos veces con el arado, abriendo surcos vertical y diagonalmente, que se cruzaban, según la configuración del terreno. Lo más conveniente era hacer la primera arada en el mes de agosto y la segunda al tiempo de sembrar.
Antes de la siembra, según información recogida en el enclave burgalés de Treviño y Lapuebla de Arganzón, en Álava, se “encalaban” las semillas para que no les saliese el “tizón” (roña), fruto de la actividad de un hongo que se manifiesta en el momento de espigar el trigo y madurar el grano en forma de polvo negro (en Gernikaldea, B., consideraban que el encalado además era bueno para soltar el grano antes de la siembra). Este encalado se hacía del siguiente modo: se iniciaba el proceso pasando las semillas por la limpiadora, una máquina de uso generalizado que en estas poblaciones en concreto era propiedad del concejo. Consistía en un armazón de madera con cuatro patas y un tambor giratorio con diferentes ranuras y agujeros. El grano se echaba a la máquina por una tolva y el tambor se giraba a mano con una manilla, de modo que al girarlo todo el grano pequeño o mermado, simientes o polvo, caían aparte en distintos cajones. El grano seleccionado de esta forma es el que se guardaba para sembrar. Esta operación de selección se hacía en época de siembra, hacia septiembre-octubre. Una vez limpio y seleccionado, el trigo era guardado en casa unos días, para mezclarlo posteriormente en una solución de “vitrolo” (sulfato de cobre) con orines y cenizas, ayudándose de una pala. La mezcla se llevaba a la pieza en sacos para su distribución en la siembra, tapándolo a continuación con la rastra [5]. Siempre recibían las semillas un tratamiento previo. Por ejemplo, en Bedarona (B.) se mezclaba la semilla con azufre y cal para desinfectarla antes de sembrarla. En Garazi (I.) la mezcla se hacía con “mitriola” (sulfato de cobre) y cal (“kisua”) en agua para eliminar los parásitos. En Gernikaldea (B.) la tierra de la heredad la mezclaban con cal para que prendiese antes la raíz. Se prefería renovar la semilla cada dos años (Beasain, G.). Y en Aoiz (N.), donde se guardaba para la siembra el grano mayor y más sano de la cosecha anterior, se acostumbraba a echar sobre ellos, la noche anterior, para que germinasen mejor, una mezcla compuesta por un poco de cal, un poco de sulfato y agua, para que “limpiase el grano”, que se le aplicaba al grano con un hisopo a modo de aspersión.
En San Martín de Unx (Navarra media oriental) las operaciones que se realizaban en 1978 en las “piezas” como preparación para la siembra de cereales, eran las siguientes:
1º. «Maquinar»: consistía en dar profundidad a la tierra volteándola con el «brabánt -vertedera», tirado con el tractor. Con esta operación se levantaban unos 40 cm. de tierra. Recibía dos nombres según la época en que se aplicaba: «barbechar», si era en primavera, o «rastrojear», si era entre septiembre y febrero.
2º. «Rastrar»: para igualar la tierra y deshacer los «tolmos», operación que se realizaba con la «rastra» –plataforma de 1 m. de anchura con clavos de 2 a 3 cm. de largo y que a veces se pliega–, y con el tractor. Se «rastraba» el terreno en primavera, enseguida de barbechar, cuando el campo tenía «cara» por arriba, es decir, presentando la superficie superior seca.
3º. «Cruzar»: o pasar el «cultivador», arado con unos muelles que al pasar iba cerniendo la tierra y al mismo tiempo cortando las hierbas merced a unas rejas de 15 cm. de profundidad. Debía «cruzarse» la pieza no más tarde de la festividad de Santiago (25 de julio), con viento de norte, pues hay menos peligro de que «se queme la tierra». De lo contrario, si se quemara, el efecto negativo lo acusarían las dos o tres cosechas posteriores. Esta operación también la llevaba a cabo el tractor.
4º. Operaciones previas a la siembra: antes de sembrar, podía desmenuzarse mejor la tierra con el «molón», rulo o rodillo giratorio, si estaba «con algo de tolmo y seca»; si estaba demasiado húmeda, se pasaba otra vez la «rastra». A esta operación llaman en Viana (N.) “destormonarse”.
5º. El proceso culminaba con la sembradura cuando la tierra estaba ya «tabaco», es decir muy fina y oxigenada. El sembrado se hacía con la «sembradora», aparato que dispone de una reja que va abriendo surco y dejando la simiente en él, para a continuación cubrirla de tierra con una tabla trasera. La ocasión se aprovechaba para fosfatar, pues de esta manera crecería luego con fuerza la espiga.
Siembra
El trigo (“garia”, “garilume”, “gariya”, “ogi”, “ogia”) se sembraba por otoño, desde Todos los Santos (1 de noviembre) hasta Navidad, en la vertiente atlántica, donde se empleaban los trigos rojo (“garigorriya”), «barbudo (“oguibizarduna”) y tremesino (“iruillebateoguiya”), este en menor cantidad. En el valle de Roncal (N.) el tiempo de siembra era más extenso, desde primeros de septiembre a finales de noviembre, y si se sembraba tardíamente, en primavera, el grano se llamaba tardío o “marzal” (“martxogari”). En Garazi (I.) preferían que el terreno no estuviera seco del todo para la siembra. Se decía que había que sembrar cuando los bueyes pudieran beber en el surco: “behiek errekan edaten ahal duteno ereizak ogia”. En el valle más occidental de Vasconia, el de Carranza (B.), todavía en 1930 se sembraba trigo “común”, “candeal”, “chamorro”, “redondillo” y “argelino” [6]. Algunos labriegos, entreverado con el trigo, solían cultivar habas y arvejas, aunque era frecuente hacerlo en huertos separados o en las esquinas de las heredades, cosechando ambos productos en los meses de mayo y junio.
En los pueblos altos sembraban a últimos de agosto o primeros de septiembre para segarlo en el agosto del año siguiente. En las comarcas pirenaicas, por regla general, finaliza la siembra a últimos de noviembre, época en que, por otra parte, terminan todas las labores del campo. Esta es la que se puede llamar siembra natural, pues en la primavera, entre marzo y abril, se siembra otra vez, pero entonces solamente las “tardanerías” o granos tardíos como el trigo “marzal” o de marzo [7], también llamado “mocho” en la Ribera y Zona Media de Navarra por la forma de su cabeza.
En el entorno de Vitoria-Gasteiz, concretamente en Abecia, al amparo de la Sierra de Guibijo, a una altura de 650 m., lo habitual es sembrar el trigo entre noviembre y diciembre. Se cultivan las variedades “reti”, que tiene barba, y también el “mocho”. A un nivel del mar inferior, 578 m., en Berganzo (A.), las clases de trigo que se sembraban eran el “rampudo”, “marzal”, “mocho”, “siete cerros” (producía mucho el primer año pero el segundo nada), “lanza” (se sembraba a últimos de enero producía bastante pero era muy inseguro), de los que actualmente se mantiene el “rampudo”, pero se han introducido el “sason”, y “catón”. En la Llanada (Salvatierra-Agurain) sembraban el trigo “temprano” entre noviembre-diciembre y el “tardío” entre enero y febrero, dependiendo de la marcha del tiempo. Decían en el Valle de Améscoa (N.), que el mejor trigo era el sembrado entre Todos los Santos y San Martín (1-11 de noviembre) y que debía sembrarse en creciente lunar.
En la mitad sur del territorio la siembra se hacía a partir de octubre: trigo primero y poco después la cebada temprana, en cambio la cebada de ciclo corto o cervecera se podía sembrar hasta finales de febrero. En esta operación de labrado, que se realizaba a partir de agosto y septiembre, sí que se ha notado sustancialmente el progreso, pues si con el arado se podían trabajar por día unas 3 o 4 robadas, con los tractores su número aumentó hasta las 60 robadas. La simiente indicada eran los granos de trigo de la cosecha anterior (que en los valles de Guesálaz y Yerri, N. se guardaba con sulfatos para su mejor conservación, mientras que en el Valle de Léniz, G., cada tres años se cambiaba de granos que se compraban en la vecina Álava) y no debía escatimarse en ningún caso. Esta costumbre, que estuvo generalizada, desapareció con la introducción de variedades más productivas y más resistentes a la sequedad proporcionadas por el Servicio Nacional del Trigo (1949-1971), que daba un certificado de garantía y además estaban tratados los granos contra algunas enfermedades.
La siembra (“azia erein”, en Sara I.) se hacía echando la semilla a voleo (“a pedrada” en el valle de Améscoa, N.), llevando la simiente en un capazo terciado al hombro o en una cesta o pozal colgado del brazo [8], señalando bandas en la pieza [9] o calles (“márcenas” en Álava, “melgas” o “mielgas”, “amelgar”, en la Cuenca de Pamplona) [10] con “zuiñak” (ramas clavadas en la tierra), piedras, o, en Fitero y Corella (N.), “embercas”, superficies de unos ocho pasos señaladas por “mojones” (pequeños montones de tierra) con el fin de distribuir más uniformemente la semilla, aunque en Liginaga (I.) se servían para sembrar de una máquina específica (“ogieiteko mekanika”). En Cárcar llamaban “amugar” a este marcaje del terreno que recorrería el sembrador. Se sembraba “al paso”, cuando el agricultor daba un paso cogía un puñado de simiente, cuando daba el paso siguiente lo arrojaba con un movimiento del brazo de izquierda a derecha (si era diestro, de lo contrario al revés). A continuación, se sepultaba el grano por medio de la “area” (que en época moderna se verá sustituida por el rotovator acoplado al tractor), un plano de tablas gruesas y unidas con treinta clavos o dientes gruesos y largos, que tirada de bueyes desmenuzaba las “zoyas” y escondía el grano (“arratu” o taparlas con grada en Sara, I.), y aún desmenuzaban más después los labradores con unos mazos de cabo largo, con azadas y más modernamente mediante el apero llamado “eziya” [11] o también “narra” o “trapa” [12] en Álava, sobre la que se colocaba un peso (un pedrusco o una persona) y por fin un cilindro pesado, la “alperra” o “bombilla”, realizado con piedra caliza o incluso madera, con el fin de igualar y desmenuzar los terrones (“zoyas”) que pudieran quedar. En Bedarona (B.) bastaba el paso de la grada (“burdinara”), también empleada en Navarra. En el SOE. de Navarra se conseguía el mismo efecto con la grada, aparato de hierro de 5 a 9 rejas, que hundía más la semilla en tierra y abarcaba más anchura de labor, facilitando un buen nacimiento si el “tempero” (sazón) de la tierra era bueno. En caso contrario había que esperar las lluvias. El apero se enlazaba con el animal con unos ramales que se anclaban en un extremo de él mediante un gancho existente en el balancín y en el otro en un “collarón” colocado en el cuello de la caballería. En pueblos de Gipuzkoa, como Berastegi y Elgoibar, se sembraba asociada a él el haba negra (“baba-beltz”) de caña corta, leguminosa muy rica en calorías que comían los leñadores y “aizkolaris”, aunque el cultivo del trigo no tuvo arraigo. Se sembraba cada seis u ocho surcos preparados para el trigo, y al pasar la grada, “aria”, se enterraban ambas semillas y no necesitaba más cuidados. Luego la recogida de las habas se hacía a la vez que el trigo.
A poco tiempo de brotar el trigo, sobre febrero, entraban a abonar los sembrados con estiércol (estercolar) o cal. La explicación de no hacerlo después o antes de labrar, en zonas húmedas como el valle vizcaíno de Carranza, es que se trataba de evitar que el trigo creciese en exceso, no aireasen las espigas lo suficiente y en consecuencia pudieran ser pasto de las enfermedades fúngicas.
Desaparecido el procedimiento tradicional de abonar, se sustituyó éste por nitrato de Chile, que se echaba en abril y mayo, ahora sustituidos por abundante amonitro o una mezcla de superfosfato y sulfato amónico (San Martín de Unx, N.). Las sembradoras actuales tiradas por tractor a la vez que siembran echan los herbicidas necesarios.
«Y lo primero que hacen los labradores–escribe el padre Larramendi con referencia a Gipuzkoa en 1882 [13] –es una labor que parece extraña e incongruente. Con el arado plano o con especial rastrillo rompen la tierra y queda el trigo a la vista muy feo y descompuesto; pero luego sale con grande lozanía; y es que con el arado se le quita a la tierra la tez y costra que se le hace y queda la misma tierra más esponjosa, más libre para que suba el trigo y más susceptible del calor del sol y humedad del aire… Luego cargan sus sembrados de estiércol… casero, que mezclan con broza, y el de las caballerizas llaman “gorotza”, y el estercolar con esto “goroztatu”. Desde Septiembre adelante hay licencia de cortar helechos en montes comunes; tráenles a casa, y sea en caballerías, sea fuera de casa, en zanjas y caminos los dejan pudrir y hacerse estiércol. Tienen también gran cuidado de recoger “orbela”, que es la hoja seca y caída de los árboles, y traída en carros la guardan, donde se pudre, y lo hace fácilmente. Este material para estiércol antes de pudrirse llaman “inaurguiña”, y en pudriéndose y hecho estiércol llaman “cimaurra”, y estercolar las heredades con esto “cimaurtu”. Con este abono van creciendo los trigos, y es cosa de ver por Marzo o Abril, o antes, que salen a escardarlos veinte o treinta mujeres en una heredad y otras tantas en otras, o menos, según es mayor o menor la heredad, que formadas en línea con sus escardillos, que son azaditas pequeñas y de mango largo, van arrancando con gran conocimiento todas las malas hierbas y queda toda la heredad limpia como una plata. No se contentan con esto. Porque espigados los trigos, por Mayo se van conociendo las cabezas [de las espigas] y entrando segunda vez las van arrancando con la mano y sin otro instrumento, y dejan el trigo puro y limpio».
En Sara (I.) se combinaba la siembra de trigo con la de habas y se segaban a un tiempo. En Iparralde se esparcía el estiércol (“ongarri”) por el trigal en marzo y los abonos minerales se echaban en abril.
La evolución del sistema, escribe Roldán Jimeno [14], comenzó hacia 1914 con la presencia de sembradoras dotadas de ruedas de palos y depósitos en los extremos de donde caía el grano a los surcos. Por la década de 1950, coexistiendo con la forma tradicional de siembra a voleo, llegaron las sembradoras frontales, acopladas a la parte delantera del tractor y movidas por éste mediante una cadena. A mediados de la década siguiente apareció la sembradora de chorrillo, suspendida del tractor, que desde los años 1990 ha dado paso a las actuales, totalmente informatizadas, que permiten al agricultor ordenar la cantidad de simiente que quiere arrojar. Alcanza una anchura de hasta 5 metros.
Escarda (“ezkurreta”)
Se escardaban (“yorratu”) las malas hierbas (“olue”, “basotxilarr” en Bedarona, B., “zarcillar” [15] en el Valle de Carranza, B.) por marzo o abril, en el periodo comprendido entre la siembra del maíz y su escarda, bien arrancándolas con azadilla (“escustar” en Améscoa, o con “zadonillo” en Viana, N.), mediante “escardillos” u “holgazanes” (ganchos de hierro de extremo curvo afilado y perpendicular al mango y con empuñadura de madera) o sacándolas simplemente a mano, aunque lo habitual en superficies grandes era pasar la rastra con el fin de arrancar las malas hierbas y oxigenar la tierra compactada durante el invierno para que la semilla “hijease” mejor (hijear: echar retoños y por extensión arraigar en tierra). Denominan a la escarda “jorraya” y “ezkurreta”. Las malas hierbas que se cortaban eran “aleznas, cardos, ababoles lechacinos y rabos de asnos” (Viana, N.). Se decía en pueblos vizcaínos como Amorebieta y Bedarona: Txikia banaz be, laster burutuko naz [en pequeñas cantidades, he terminado] para dar a entender que la escarda requería un trabajo constante y en apariencia menor. En Telleriarte (G.) las malas hierbas conocidas son la “zalkea” (cizaña) y “uztagoa” (alcaravea), ésta peligrosa para las hortalizas. En Sara (I.), la neguilla (“suilorra”) y el guisante salvaje (“baszetxilarra”).
Los herbicidas, aparecidos a mediados de la década de 1960, hicieron inútil la escarda. Los primeros modelos de maquinaria de esta índole fueron los carros herbicidas, de unos 6 metros de anchura y tirados por caballerías. Unos años después salieron los acoplados al tractor, con bomba de sistema cardan, capaz de albergar unos 600 litros. Actualmente llegan a los 1.500, y con su brazos hidráulicos y marcadores laterales de espuma, alcanzan una anchura de 15 metros.
En esa misma época se procedía a abonar el sembrado con nitrato.
Al trigo se le forma la espiga por mayo. A este propósito se decía en Sara (I.): “Mayatzen, ttiki baniz edo aundi baniz, burutu berar niz” (“sea pequeño, sea grande, por mayo tengo que espigar”).
Decir que un trigal está “garriahantzia” significa en Dohozti-St. Esteben (I.) que ha llegado prematuramente a su sazón a causa de vientos de bochorno.
Siega
En general la siega empieza en julio, pero dependiendo de la latitud y de la altura del territorio podía haber hasta dos meses de diferencia en la recogida de la cosecha. Así, en las zonas más meridionales comenzaba en junio (en torno a San Pedro día 29) y en las septentrionales podía comenzar a principios de agosto. Según Caro Baroja, por cada cien metros de altura había cuatro días de retraso en la cosecha con respecto a la parte más baja inmediata [16].
Esta operación recibe en euskera diversos nombres: “ogipathia”, “ogipaitha”; “ogipikatzea” en Sara, I.; “ogilan” en Uhart-Mixe, I.). Una vez los trigos bien amarillos y sazonados, que están “garriahantzia” (Donoztiri, I.) a causa del bochorno, se segaba entre junio y agosto, dependiendo de las latitudes [17], permitiendo el desplazamiento de segadores [18].
El modo en que se contrataba para la siega a los jornaleros en Moreda (A.) era el siguiente:
Acudían de víspera, al anochecer, y “la subasta de segadores” apenas duraba media hora. Se iniciaba a las 21:30 h y para las 22 h finalizaba, ya que había que ir pronto a la cama para dormir. Al día siguiente había que madrugar.
No obstante, para todo el verano, existían unos cuantos jornaleros ajustados como fijos para un patrón que eran conocidos con el nombre de “agosteros”. El resto eran peones libres, como una decena, que debían acudir a la plaza si querían trabajar. A la plaza sólo acudían los jornaleros libres, los “agosteros” no, ya que estaban apalabrados y tenían trabajo.
Los jornaleros se sentaban en el suelo, debajo del balcón de la casa de Simón Fernández, y los patronos se ponían enfrente de pie, en la esquina de la casa de Segundo. A esta subasta o puja por los peones iba mucha gente, incluso niños que se sentaban en el cantón de Santa Nunilo, junto a la casa de Cándido.
El primero que hablaba era el patrón y en la plaza se oía un «¿fulano a cómo estás?» El jornalero le respondía con un “a 86 ptas. o a 20 duros”. Posteriormente, unos y otros iban pujando por el peón y su precio podía subir al final hasta 130 ptas. o más. Esto sucedía en la década de los años 1956-1960.
El patrón que se lo quería quedar estaba obligado a pagar en la puja una peseta más. De esta manera ya estaba cubierto el trabajo. En la subasta se podía subir de peseta en peseta y de duro en duro. Los obreros el resto del año se cotizaban de diferente manera.
La subasta de segadores finalizaba a las 22 h en punto, en cuanto el reloj de la torre daba las campanadas. Algunos patronos estaban pendientes del reloj de bolsillo y esperaban el subir el salario para el final. De un comienzo suave en la subasta se pasaba a un final muy picado entre los propietarios contratantes de los jornaleros segadores. Muchos obreros o pequeños labradores acostumbraban a “echar la maitinada” (el amanecer). Madrugaban mucho para hacer lo suyo y luego iban a jornal para otros. También, algunos madrugaban mucho para segar en Labraza y Barriobusto. Al mediodía comían en casa y, tras una breve siesta, iban a segar y hacerse lo suyo. En el enclave burgalés dentro de territorio alavés de Treviño y Lapuebla de Arganzón, llegaron a recibirse un centenar de segadores riojanos y de otras procedencias como Castilla y León. En otras poblaciones, como las del valle de Roncal (N.), los segadores llegaban del entorno próximo, Aragón. Todos acudían con su hoz y zoqueta.
En pueblos pequeños, como Abadiño o Bedarona (B.), los vecinos se ayudaban a segar unos a otros, sin pago alguno (“auzekin”, “ordezko beharra”, Bedarona, B.). Los que vivían en los caseríos comenzaban con estas labores desde muy jóvenes, con doce años o menos. No trabajarían mucho, pero seguían siendo de gran ayuda. La faena comenzaba muy temprano, con el alba. Cuando se levantaban les daban un trozo de chorizo con pan y una trago de anís para que se espabilaran. En otro lugar de Bizkaia (Carranza) se afirmaba: “Con chorizos y huevos, se siega”, aludiendo a la energía que requería dicho trabajo.
En el valle de Roncal (Uztárroz, Isaba, Urzainqui, N.) acudían para la siega cuadrillas venidas de Aragón y en ellas cobraba más el jefe de la cuadrilla que los demás, e iban a jornal y comida incluida. Pero no siempre era así, en Bedarona (B.) se comprometían también a darles cama en la casa para la que segaban.
Al segar o acción de cortar el trigo (o cereal por extensión) se le llama en euskera “garia moztu”. Para ello en el pasado se empleabala hoz dentada y estrecha (“igitaia” e “igithi” en Elgoibar, “igitagie” o “ittaie” en Beasain G.; “itaia” en Berastegi, G.; “idetaia” en Sara, I.; “inteijje” en Abadiño, B.; “zerrie” en Gernikaldea, B; “iguithia” en Bera, N.; “segadora” en Aoiz, N.; “egitai” en Roncal, N.), que se tomaba con una mano, generalmente la derecha, mientras que con la izquierda (o al revés si se era zurdo), protegida por la “zoqueta” (“zoketa”) o “cazoleta” de madera apuntada para evitar heridas y se ataba con un cordel a la muñeca, se tomaba la mies, a una altura de entre 10 y 40 cm. del suelo, con ayuda del dedo pulgar que había quedado libre, se le daba una revuelta a dicho puñado y se descargaban dos o tres golpes sobre ella hasta cortar el manojo de espigas (“ahur” en Dohozti, I.) [19]. El modo como lo hacían en el valle de Roncal (N.) era tirando de la mies antes de darle el golpe de corte rápido, por ello el mango de la hoz tenía un nudo de madera para apoyarse al hacer fuerza. En Fitero (N.) se protegían los brazos del roce de las espigas con una pieza de cuero llamada “manga”, en la parte interior del mismo, y en la exterior de la mano poniéndose una “manopla” de cuero o lona. En este pueblo, la zoqueta usada dejaba libre no sólo el pulgar sino el índice, que llevaba un dedil protector, y a la muñeca se la protegía del peso que debía soportar al tomar la “manada” de trigo con una “muñequera”.
El atuendo usual de los segadores consistía en “mandarra” (blusa que llegaba hasta las rodillas) o “zamarro” (peto de lona) con perneras sujeta a la cintura y al cuello, alpargatas de cáñamo o “abarcas” de goma, mucho más resistentes. En la cintura llevaban una faja para la sujeción de los riñones o columna, pues en la posición de trabajo, encorvado, sufría mucho esa parte. Solían usar ropa ya muy vieja y dañada, y tenían manguitos de tela resistente. En el valle de Roncal (N.) los segadores llevaban la “mandarra” o “zamarra” con perneras sujeta a la cintura y al cuello. Solían usar ropa ya muy vieja y dañada y tenían manguitos de tela resistente además de la “zoquete” para protegerse la mano. Se tapaban con un pañuelo la cabeza, ya que muchos eran aragoneses mientras que al sur, en Fitero (N.), por ejemplo, en lugar de él llevaban boina o sombrero de paja. En Carranza (B.), el segador vestía un atuendo característico: además de la hoz y su “zoqueta” llevaba un mandil de arpillera para proteger la ropa, un gorro de tela o sombrero de paja para defenderse del fuerte sol veraniego y también manguitos en los brazos con el mismo fin.
Las gavilladoras, en Valderejo (A.), también portaban manguitos en los brazos y delantal delantero, pañuelo anudado en la nuca y sobre él sombrero de paja para evitar que los rayos del sol quemaran su piel.
En Iparralde se usaba para segar los cereales la “sega” o guadaña, que era de hoja más ancha y larga que la “dailia” usada para cortar helechos y árgomas, aunque también se usaba la hoz o “ihitai”, incluso después de llegar la máquina segadora (en torno a 1922), dado lo exiguas que eran las cosechas de trigo, que era considerado como poco rentable. Las habas sembradas en los trigales eran segadas al mismo tiempo que el trigo y desgranadas con mayales en casa como las espigas de trigo.
Muchas hoces las traían de Santa Cruz de Campezo (A.). En origen la hoz era de madera con dientes de sílex incrustados formando filo cortante y luego fueron sustituidas por otras de hierro o acero con empuñadura de madera. Éstas eran curvas y dentadas, de acero. Luego, con la venida de jornaleros gallegos, llegó su hoz típica que es curva sin “guinches” (sin dientes, lisa), más ancha, y corta que las anteriores, y de un solo filo. El tipo de hoz de filo liso también se empleaba en Iparralde (Sara…). Los segadores afilaban estas hoces con una piedra de afilar que llevaban en el bolsillo del pantalón o colgada del cinturón dentro de un cuerno de vacuno cortado por sus extremos, común también entre los segadores a guadaña [20]. En Sara (I.) a la pérdida de aguzamiento llaman “kamustu”; a la desaparición del filo “loditu”; “meatu” o “metu” (adelgazar) es sacar el filo, que se lograba golpeando la hoz con un martillo sobre el yunque; “zorroxtu” es aguzar, operación que tanto en la hoz como en la guadaña se hace con la piedra de afilar llamada “zorrotzarri” y “opotsarri”, que es una piedra arenácea en forma de barra de extremos biselados. La vaina de madera que servía para portarla en Sara era llamada “opotsa”, que muchos vecinos fabricaban en su propia casa. La “opotsa” la sujetaban los labradores de Bera (N.) al pantalón o cinturón por la parte de atrás. Solían llenarla de agua, y mejor de orines (“pixak”), o de “pitharra” (zumo de manzana con agua algo fermentado), pues creen que estos líquidos tienen mayor virtud, y que la piedra impregnada con ellos afila mejor. Ellos arreglaban las mellas de la hoja frotándola con un hierro clavado en el suelo o colocado sobre una madera. Complemento indispensable de la guadaña al segar es el rastrillo, o mejor dicho, rastro (“arraztelua”), todo él de madera, tal como es conocido pero con la particularidad de que el mango no forma perpendicular con el travesaño sino que va torcido. Un buen segador podía segar hasta tres robadas diarias.
En zonas septentrionales también se empleó para segar, junto a la hoz, la guadaña de trigo (“sega”, “dallo”, “guadañadora”), lo mismo que en áreas situadas más al sur. Su empleo ha durado en Iparralde (Sara) casi hasta nuestros días por lo exiguas que son las cosechas de trigo [21]. El “dallo”, utilizado en Álava, consistía en una guadaña a la que se acoplaba un listón por el que se pasaban unos alambres curvos hacia adentro que ayudaban a recoger la mies cortada por la guadaña y a apilarla contra la mies que aún permanecía sin segar. En Bedarona (B.) le acoplaban una parrilla con la misma función, que era echar a un lado el trigo que se cortaba, pero no daba buen resultado.
Para reparar los desperfectos sufridos por la guadaña en el desarrollo de estos trabajos se le pasaba por el corte una piedra de afilar (“xorrotxarri”, “eskuarri” en Dohozti, I.) que el segador llevaba colocada en un cuerno de buey vaciado, o en una vaina apropiada (“xitxu” también en Dohozti), de palo de aliso o de nogal fabricada en el pueblo, y que pendía de su cinturón y se llenaba de agua para disponer de elle mojada en el momento de afilar. Así mismo se procedía a “picar” el corte, operación que se solía realizar a la hora de la siesta, cuando apretaba el calor y no se podía ir a segar. La persona que realizaba esta faena se sentaba en el suelo, con las piernas abiertas, clavando un pequeño yunque entre ellas; sobre él colocaba el corte de la guadaña y con un martillo iba dando pequeños golpes para hacer desaparecer las mellas hasta que quedaba un corte fino.
Detrás de los segadores venían otros, muchas veces los más jóvenes de la casa, que iban tomando brazadas (“azpelak” en Gernikaldea, B.) o manadas (A. y N.) de espigas segadas formando con cada cuatro de ellas una gavilla, que recibe distintos nombres (“azpal”; “eskutak”, en Abadiño, B.; “txorlia” en Amorebieta, B; “asauak” en Bedarona, B.; “azauek” en Gernikaldea, B.; “lastabala” en Beasain, G. y “lastobala” y “espal” en Roncal, N.; “mazotak” en Bera, N.; con cuatro gavillas se hacía un “haz” en Améscoa, N.; “azaoa en Berastegi, G.; “espal”, “espala”, en Iparralde y Roncal, N., donde también se le llamaba “fajo”; “ogieskuta” y “ahurreta” en Liginaga, I.; “ogifala” en Sara, I.) y, en tarea propia de hombres mayores, mujeres y chicos, agrupando varios haces o fajos ligeros (“sortak” en Berastegi, G.; “azau”, “azao” [22] o “abur” en Iparralde; “montón” en Fitero, N.) que un hombre ataba con vencejos (“etsakiyek” en Urdiain, N.) o ligaduras de esparto (“liajos” en Viana, N.) o de paja de centeno, en Liginaga (I.) o de enredadera (“aihentxui”), y en Cárcar (N.) con aneas o la propia mies. El nudo que para ello se hacía era característico, pues al tiempo que impedía que los haces se desliaran durante el acarreo, se soltaba fácilmente terminado éste. En Sara (I.) servía para atar los manojos de espigas otro manojo menor que los rodeaba o el tallo de una planta trepadora (“aiena”). En Carranza (B.) sujetaban el haz de diez gavillas con una especie de cuerda preparada a partir de una rama que a fuerza de retorcerla se tornaba flexible, a la que llamaban “belorto”. En Dohozti (I.) se conocía como “gaitzuri” el fardo de ocho o nueve gavillas, es decir, una cuarta de trigo; con la introducción de máquinas segadoras dejaron de contarse los fardos. En Fitero (N.) el que se dedicaba a atar los “fajes” (haces) se colocaba entre la camisa y el cuello un trozo de palo curvado llamado “garrotillo” para terminar el atado de dichos “fajes”. Era un trabajo muy duro por el esfuerzo necesario y por los calores de esa época.
Con carácter general los haces (“fajes” en Fitero, N.) se apilaban (“afascalaban”; “aguinaban” en Guesálaz y Yerri, N.) en “ascales”, “tresnales”, “fescales” o “faiscales” (también “fajinas” y “metak”), “malates” en el Condado de Treviño (A.), o montones hasta el momento del acarreo para la trilla o bien formando almiares menudos (con quince o veinte “eskutak” se formaba un almiar pequeño “mutxur” o “txondor” en Bizkaia; “meta mutxurra” en Elgoibar, G.; “lastometa” en Liginaga, I. formados por grupos de seis u ocho “azau”; “paketa” en Uhart-Mixe, I., etc.) durante varios días mientras se secaban. En Bera (N.) acostumbraban tenerlos en la pieza un solo día. Esta operación se hacía a primera hora, pues la mies cogía “correa” (en Fitero y Cárcar, N.), es decir, el estado del cereal en que debido a la humedad matinal se encuentra más flexible, y de esta manera no se desgranaban las espigas. Si por humedad el trigo contraía la enfermedad llamada “ludoie”, niebla, añublo o caries de este cereal, pulverizaba el grano (“burue eustu”). Había que colocar los manojos con las cabezas hacia arriba para protegerlos de la humedad del suelo, formando almiares (“gari-metak” en Beasain; “mandio” en Berastegi, G.; “ogimultxu” o “garba” [23] en Sara, I.; “metak” en Roncal, N.), ya que si no podía germinar (Abadiño, B.), o sea, montones de gavillas tiesas, de suerte que, apoyados unos en otros a modo de cono, sostuviesen en alto las espigas. En Sara (I.) y en Cárcar (N.), sobre cada uno de tales montones aún se colocaban horizontales tres o cuatro gavillas más. Era práctica común (Fitero, N.; Berganzo, A.) colocar los fascales de tal manera que las espigas quedasen lo más ocultas posible para protegerlas de tormentas con granizo. Cada veinte “fajes” se formaba una “carga” (palabra también usada en Álava), y así se decía que tal finca había tenido equis “cargas”. En Améscoa (N.), consideraban que la carga estaba formada por diez haces y que si aquella daba dos robos de grano debía tenerse por buena cosecha. En Carranza los transportaban uno a uno sobre la cabeza, haciendo al “belorto” una oquedad para facilitar el acarreo (sacando hacia fuera un puñado de tallos que se doblaban sobre si mismos).
En Álava (Abecia, Apodaca, Moreda…), para formar la gavilla o “gavillote” (dos gavillas atadas), se colocaba una mano de espigas hacia un lado y el siguiente al lado contrario, y se giraban sobre si mismos introduciendo las espigas debajo de los tallos; durante esta maniobra ejercía presión con la rodilla sobre la gavilla para que quedara bien apretada. Y así varios hasta completar un “haz”, compuesto por cinco gavillas atadas con una lía (cuerda de esparto) o vencejo (atadura de paja trenzada), y se iban dejando en el suelo. Lo normal es que cuatro o seis “manadas” hicieran una gavilla y cuatro gavillas formasen el “haz”, que por su consistencia era fácil de plegar. Se amontonaban los haces en la finca durante varios días para que el grano endureciese. Para protegerlos de la climatología adversa, lo normal era colocar cuatro files de seis haces en el suelo de pie con el “culo” (la parte de la espiga sin grano) hacia arriba en dirección norte para que el grano se sazonase y no se humedeciese. A estos montones llaman en Apodaca (A.) “malates”. Sobre estos se colocaban otros haces formando una copa de tejado. De esta forma, la lluvia resbalaba en la paja y caía sin mojar los haces interiores.
En Treviño, enclave burgalés dentro de Álava, después de atar y recoger los haces se pasaba un rastro de mano, trabajo que hacían los chavales. La paja y “cabezas” (espigas) recogidas las ataban y las ponían las últimas en el carro. Para acarrear se cambiaba la cama al carro; ésta es más larga que lo normal, dos o más metros. Le colocaban cuatro “banzos” y en éstos se ponían las “barreras”, cada barrera tenía seis picas que sobresalían. Al acarrear se plegaban los haces hasta la altura de las barreras. Al llegar a esta altura los haces se meten por la mitad, por las “picas”, con las cabezas por dentro, si eran de atadora [24]. Los haces de mano los subían al desván por una escalera, los “gavillotes” los echaban con la horca. Cuando al carro le sustituyó el remolque del tractor, en el remolque estaban dos o tres personas plegando los haces. Pasaba el tractor entre dos filas de montones, los primeros eran echados con la horca y los últimos subidos con ayuda de una escalera. La carga iba igualmente bien atada con sogas para que no se cayeran los haces.
La siega era trabajo bien duro debido a la postura encorvada, al calor del estío y al horario de la jornada (que podía llegar a iniciarse a las 2 de la madrugada). En áreas septentrionales, sometidas al rocío de la mañana, era muy importante que el trigo estuviese seco en el momento de la siega, pues si se cortaba húmedo se “amuaba” al almacenarlo y como consecuencia de ello se “maladaba”, estropeaba, dificultando la trilla posterior (Carranza, B.). En los días de siega se trabajaba demasiado, se descansaba poco y se dormía escasamente (de sol a sol con un rato de siesta a la sombra). El método seguido en la trilla era el siguiente: la cuadrilla de segadores se disponía en fila e iba avanzando a buen ritmo conforme cortaba la mies, mientras el “rey de la fila” marcaba el ritmo y los momentos de descanso para reponerse con el tradicional “amarrretaco” o trago. La comida de los segadores se la llevaban las mujeres en una cesta de mimbre, encima de la cabeza o en la mano (Condado de Treviño, enclave burgalés dentro de Álava).
Los segadores solían cantar cuando segaban. Durante la siega, a los hombres les pasaban el porrón o la bota y a las mujeres que ayudaban el botijo de agua. Los segadores de fuera dormían en el pajar o en la borda.
Cuando se segaba con los bueyes, si la pieza estaba lejos, se comía en la pieza. Los días de bochorno se paraba antes y empezaban más tarde, con la fresca, pues con el calor se podía desgranar la mies (la de ahora no se desgrana informan en Treviño), y a los bueyes picaba menos “la mosca” [25].
Al empezar a segar en Obécuri (A.) había costumbre de santiguarse y al terminar la siega se cantaba:
“Allá va la despedida, 7 la que Cristo echó en el río, / adiós, que ya me despido / de segar este año trigo”.
Y después de segar la avena:
“Allá va la despedida / la que Cristo echó en la arena / adiós, que ya me despido / de segar este año avena”.
Fue costumbre general en la Navarra Media bendecir ramos o pequeñas cruces protectoras en la iglesia los días Domingo de Ramos, Santa Cruz de Mayo o San Pedro Mártir, clavándolos después en el suelo de los campos (“pieza” es el nombre dado en Navarra al terreno dedicado a cereal). Llegada la siega, cuando un segador encontraba uno de seos ramos, se solía hacer un alto para echar un trago de vino.
Si en la siega intervenían máquinas, en principio tiradas por animales (bueyes mayormente), el proceso seguido era sencillo: primero “se orillaba”, es decir, se hacía una calle en el campo para que pudiesen circular los bueyes que tiraban del apero y las personas que iban a participar en el laboreo. Con ello se evitaba que se pisase el cultivo y este se estropease. El segundo paso era la siega propiamente dicha.
Una vez realizada la siega, venía el amontonamiento de toda la mies en fajos para su transporte (“acarreo”) hasta la era, donde se trillaría.
Espigueo y pasteado
A continuación, se permitía espigar a las familias necesitadas como ayuda a su sustento, consistente en recoger las espigas que no habían sido cortadas, caídas o que habían quedado sin segar entre los “lintes” (límites) de las heredades, y a los ganados entrar en la finca para pastear el rastrojo (aunque había propietarios que no lo autorizaban sobreentendiéndolo los pastores al ver que en ella se habían dejado algunos haces). A las personas que acudían a espigar antes del bando se les ponía multa (Berganzo, A.). En la viña al espigueo se le denominaba “racimar”, y, en ciertas poblaciones, también se practicaba con las patatas.
Las Ordenanzas eran bastante estrictas con las espigadoras, pues estaba prohibido hacerlo “entre haces” (Mendavia, N.), es decir, antes de que se hubiesen desocupado las fincas. En Améscoa (N.) era tarea de las mujeres y chicos el rastrillar la pieza con una “escuara” larga y de púas cortas de hierro, a fin de recoger las espigas que habían quedado desperdigadas por el suelo. A esta operación llamaban “rapaliar”. En Fitero, las espigadoras deshacían las espigas en casa con un mazo para obtener el grano limpio y después lo lanzaban con un “capazo” desde cierta altura al suelo, de manera que con el aire se separan paja y trigo. Después este trigo lo vendían y así sacaban algo de dinero en dicho trabajo. Una vez concluida la labor del espigueo, el ganado ya podía entrar a pastar en la pieza.
Llamaban en el valle de Roncal (N.) “panificados” a los campos de trigo de cuyos rastrojos el ganado pastaba por derecho consuetudinario. En Uztárroz se sorteaban y se adjudicaban por lotes entre los pastores quienes mandaban a pastar allí a las corderas. Cada año se cultivaba un terreno panificado y se usaba como pasto el otro y así cada año. Se señalaban los campos para que fueran respetados por los pastores: así no se podía poner a pasturar ningún rebaño en las rastrojeras de los panificados y casalencos o “etsebetatuak” durante la veda de la Junta, ni en terrenos sembrados, mientras hubiese tan sólo un haz por retirar de los mismos y sin que los dueños hubiesen terminado la recolección o trilla, si es que la verificaban en eras de la misma propiedad. Para guardar dichas rastrojeras se metían estacas de unos 2m en los ángulos de los campos atando en la parte superior un manojo de mies y ese campo se decía que estaba “cruzado” y se penaba duramente a quien destruyera las señales según las Ordenanzas del valle. Las mismas dicen que hay que solicitar permiso al responsable del común para usar la madera de los bosques del mismo que es libre y su arrastre es posible por un campo si éste está inculto y si no hubiese camino se puede usar el “margin” o borde del mismo. Las villas que tienen panificados harán las sementeras por vez y año. En la cañada que no sea parte del sembrado se pondrá patata y legumbre si se quiere pero cercándolo y se abrirán rápidamente para la recolecta, y siempre sin perjudicar al ganado. Si la climatología destrozara una sementera hay que avisar a la Junta ya que sino ésta puede retirarle la producción al sembrador
Transporte de la mies
Para trasladar la mies hasta el caserío, era necesario cargar el carro de forma correcta: doce haces se colocaban en la parte inferior y en la superior, formando tejado, otros seis, ocho o más. En Berganzo (A.), informan que los primeros haces se ponían verticales, luego tres filas horizontales hasta la altura de las barreras del carro. A los lados se colocaban los picotes donde se hincaban los haces para lograr altura y que no cayeran, de esta forma se podían transportar hasta veinte haces (Apodaca, A.). Así, una vez concluida la siega, era fácil saber cuántos carros de carga había en función de los haces: diez haces constituían una carga lo que suponía alrededor de una fanega de trigo. Al carro, en Valderejo (A.), le sustituían las cartolas por “zarras”, que consistían en unos palos gruesos de una largura de dos metros aproximadamente, cuyo extremo inferior era de forma cuadrada o redondeada para acoplarlas en unos agujeros existentes en los contornos laterales del carro. Su parte superior era afilada para poder introducir en ellas las gavillas. A los remolques se les quitaba en Moreda (A.) las cartolas y se les ponía picas en los piqueros laterales de la cama, con lo que podían apechar hasta 22 cargas máximo. Y a las pesadas galeras, tiradas por tres o cuatro bestias, se les colocaba bolsas y pulseras, con las que podían llevar 10 cargas. Las bolsas resultaban de quitar las tablas de la cama y de poner colgado con unas cadenillas un bajo fondo de tabla largo donde se metían los haces. Y las pulseras iban a los costados como si fueran una repisa. Llevaban seis adelante, tres a cada lado, y otras seis detrás, en total nueve. Por fuera llevaban una baranda. Para que los haces de mies no se cayeran los ataban con maromas o fuertes sogas gordas y largas, y en Fitero (N.) con una corredera de madera llamada “barzón”. De esta manera la carga iba asegurada, aunque si, a pesar de ello, se aflojaba y caían al suelo algunos “fajes”, en Fitero decían “que había hecho borrego”.
El carro utilizado en Navarra para el transporte de mercancías era la galera, cuya capacidad se ampliaba para el transporte levantando las tablas de la cama, obteniendo así un fondo más bajo. Se cargaba en ella la mies mediante “ablentón” (Viana, N.), especie de horquillo grande de madera con unas seis largas púas de tamariz, y para asegurar los fajos de mies se utilizaban las “horcajas” o “picas” (horquillas donde prenderlo evitando su caída) de madera (Cárcar, Viana, N.). En el valle de Yerri (N.), los carros a veces portaban una carga que duplicaba en altura a la del carruaje. Su freno o retranca se llamaba ‘tarria’ y el gancho de madera puesto en el exterior de una soga para sujetar la carga de las caballerías era conocido como ‘anzaga’. Las caballerías llevaban una pieza de hierro curva llamada «charrancla», con dos filas de sierra, que se les ponía entre la quijada y el belfo para conseguir que obedecieran mejor a los tirones del ramal.
El acarreo de la mies segada hasta la era para trillarla se desarrollaba de la forma siguiente.
En el caso de que los animales de tiro fueran bueyes, una persona se colocaba delante de ellos para “llamarlos” (guiarlos); iba provista de una vara con aguijón y una rama para despejar de tábanos la cabeza, morros y ojos del animal y evitar que hicieran movimientos bruscos al ser picados por ellos provocando el desequilibrio de la persona que sobre el carro iba apilando las gavillas. También se les colocaba a los animales unos morrales para evitar que se inclinaran para comer, desequilibrando el carro. Otra persona valiéndose de un horcón, útil de madera de una sola pieza con dos púas en su extremo superior, proporcionaba las gavillas al cargador, quien cuidadosamente iba apilándolas en capas sobre el carro con los “culos” hacia fuera y las “cabezas” hacia adentro, sobresaliendo la carga unos 40 centímetros de la cama del carro. Esta tarea era importante, ya que de su correcta realización dependía que la mies no se cayera en el trayecto de la pieza a la era.
Si el acarreo se hacía en caballería (el “macho” o mulo era frecuente) era preciso colocarle un aparejo de madera llamado “taja” (Moreda, A.) o, en el Valle de Roncal (N.), “esindos” o ganchos de transporte sobre sus lomos o si con los costales se empleaban “bastes”, “tabletas” y “oilkoak”. En Fitero (N.), a la caballería se le colocaban las “artolas”, un aparejo a modo de ganchos de madera colocados sobre el baste, y sobre ellas se ponían los “fajes” de mies atados al animal con unas “traguillas” o cuerdas para que aguantasen sin caerse. Las tajas empleadas en Moreda eran aparejos de madera o armazones compuestos de varios palos paralelos sujetos a otros arqueados, que se colocaban sobre los bastes para llevar más sujetas las cargas de las mieses. Se colocaban cinco haces a cada lado con un total de 10 haces que equivalían a una carga.
Se acarreaban las mieses hasta las eras, donde se reunían en grandes montones o “hacinas” (Álava), de pie, con lo “culos” apoyados en el suelo y las cabezas mirando al cielo; sobre ellas se colocaban otras gavillas a modo de tejado. En la parte inferior se colocaban los haces en forma de paredes y según se iba subiendo se estrechaban hasta acabar en punta como si fuesen pirámides. En caso de que lloviese el agua no les calaba y el viento no las desplazaba.
La era
Los “fascales” eran retirados al pajar (“lastategie”) o a casa para ser trillados en la era (“larraña”) [26] mediante trillos o en el desván (donde se desgranaban golpeando unas losas de piedra contra las gavillas). Se denominaba era a un espacio de tierra limpia y firme, por lo general empedrado para facilitar el desgrane, donde se trillaban las mieses. Más tarde se le apartaba la “auke” o arista en la aventadora (más antiguamente en cribas mediante el viento o fuertes corrientes de aire). La arista es el filamento áspero del cascabillo que envuelve el grano de trigo. Las habas se sembraban al tiempo que el trigo y se recogían al mismo tiempo que aquél.
La era se trataba de un espacio circular emplazado normalmente en las afueras de los pueblos y en parajes elevados expuestos por ello a los vientos dominantes, elemento esencial para la trilla. Disponían de una caseta para guardar los diferentes útiles o aparejos, en ocasiones para guardar la paja y también para servir de refugio. En el Valle de Roncal (N.) existían eras comunales que para reservar el turno de trillado bastaba con poner en ellas una gavilla en medio (Isaba, N.). Era frecuente también disponer de una era en el “bordal” (los terrenos anejos a la borda en el monte). En las Encartaciones vizcaínas (Carranza…) cada caserío poseía su era si estaba aislado mientas que los barrios disponían de eras comunales donde los vecinos trillaban por riguroso orden establecido por sorteo, ocupándose de limpiarla o arreglarla antes. Antes de la trilla se limpiaba la era quitando a la tierra las malas hierbas, se compactaba pasando la “alperra” (rodillo de piedra) y se afirmaba mediante una capa de arcilla (“bustin”), reforzada con excremento de vacuno (Elgoibar, G.). En la zona media de Navarra se conservan todavía algunas de estas eras con el suelo empedrado artísticamente con cantos de río. “Eras de pan trillar” se denominaban en la documentación de 1806 de Mendavia (N.).
Desgrane, aventado de trigo y paja, y alimentación con tal motivo
El desgrane del trigo o trilla se realizaba en la mayor parte de los pueblos durante el mes de agosto. Un día de trilla llevaba consigo las siguientes operaciones: acarrear la mies hasta la era, extender la parva (en el valle de Roncal, N., “eltzea”, “eultzu”) o conjunto de haces para ser trillados, triturar la mies, amontonar el resultado, aventarlo con horcas (previamente se lanzaba al aire un manojo para comprobar la dirección del viento), y transportar paja y grano a sus respectivos almacenes.
La trilla (“garijotie” en Bizkaia; “ogijoiten” en Liginaga y “ogiyotzea” en Sara, I.) era el conjunto de operaciones para desmenuzar la paja y separar el grano [27]. También se denominaba así a la época del verano en que se realizaba. Comenzaba tras la siega para terminar antes de la Virgen de Agosto (día 15 Asunción de María), aunque con frecuencia se prolongaba algo más. Toda la parte sur y zona media de Vasconia, incluso la parte occidental de Bizkaia (las Encartaciones), se caracterizaban por el empleo para esta operación del trillo (“estrazia” en alto navarro, “txistarazia”, “txistazi”; “eltxu” en el valle de Roncal, N.) de tablas y pedernales (“mugerrak”) [28], luego de sierras dentadas, usado para desgranar las espigas, mientras que en el sur de Gipuzkoa (Oñate) se utilizaban a tal fin mallos o mallales (“tralluac, irabiurrac”): “en una era, que llaman “larraña”, golpeaban las gavillas, cabeza contra cabeza, de un lado cuatro o seis hombres, y otros tantos del otro, e iban subiendo y bajando, batiendo el trigo sin interrupción hasta que quedaba desgranado y la paja entera y larga”, escribe el padre Larramendi refiriéndose a Gipuzkoa [29]. Este tipo de azote fue sustituido más tarde por palos de avellano entretejidos (“tximintxuak”). Era común en la zona media alavesa y en Navarra el trillado haciendo pisotear la mies a bueyes o vacas (caballerías más al sur) con trillos e incluso con carros, como en la Burunda (N.), que se hacían girar en la era dando vueltas repetidas hasta desprender el grano de la espiga. En el valle de Améscoa, de los cuellos de los bueyes pendían una hilera de campanillas, otra de cascabeles y una tercera de cencerrillas, indudablemente por atribución de virtudes mágicas.
Pero hasta la década de 1940 en la zona alta del Pirineo y en la depresión atlántica se trillaba sobre todo en espacios más pequeños (bajo los soportales de la casa e incluso en el suelo de su vestíbulo o “eskatzola”) sirviéndose de:
- Mallales con los que golpeaban las gavillas bien en una era o plaza llamada “larraña”, aunque en Iparralde (Donoztiri, Sara…) esta operación se hacía sobre el suelo del vestíbulo abierto de la casa (“eskaratza”, “lorio”, “ezkatzola”) o también en el desván si al golpear las espigas contra las losas del portal los granos no se habían soltado del todo. El desgrane se realizaba dentro de un receptáculo llamado “treilluarka” o “treilluarkera”. Antes del desgrane era preciso exponer las gavillas al sol para que se secaran. Después del desgrane era aventado trigo y paja mediante cedazos o cribas (“bahi”) en sitio donde hubiera corriente de aire. Este procedimiento, explica Caro Baroja, lo conoció en su infancia y adolescencia la gente nacida entre 1870 y 1880. El mallal (“treillu”) se hallan compuestos de mango (“esku”), correaje (“ugela”) o cadena (“katia”) y porro (“aizebilloa”), y ofrecen variantes según las regiones. Por ejemplo, en el usado en Iparralde el palo largo sirve de mango y el grueso y más corto es con el que se golpeaba la mies, ambos unidos por una cuerda o correa. Explica Caro Baroja que el mallal más corriente en el País Vasco es de tipo común en vastas porciones del Occidente de Europa y también se halla en pequeños países a lo largo del sistema franco-cantábrico pirenaico. El descrito sucintamente por el padre Larramendi [30] en el siglo XVIII parece tenía el mango grueso y el palo de golpear más delgado y corto (“tralluac, irabiurrac”). Uno de los palos era de avellano y el otro de acebo, unidos por una correa, con el que tomando uno, se impulsaba el otro, haciéndole caer sobre las espigas hasta lograr la total separación del grano de su envoltorio (“bujua”). No faltan otros modelos como las correas aparejadas del mismo modo que las presentan los mayales asturianos más conocidos. Para realizar esta labor, siempre penosa, era preciso a veces buscar peones, a los cuales se daba comida y jornal, aunque lo habitual es que lo hicieran los de casa con el concurso de los vecinos. La forma es que se trillaba con los mallales era la siguiente, según explica Violant i Simorra [31]: “Se formaban equipos de seis batidores, o de tres; tendidas las gavillas en círculo, cuando la trilla se efectúa en una era o plaza, llamada «larraña», a lo largo, en dos filas, si el sitio es estrecho, con las espigas hacia el interior en los dos casos, los batidores comienzan a golpear por un extremo hasta llegar al otro. Dos golpean la paja, y los otros cuatro, a compás, las espigas. Después de la primera pasada, un ayudante (niño o mujer) vuelve las gavillas de lado. Se repite esta fase, para después “balear” el grano que ha quedado en el suelo; esto es, separar la parva del grano con escobas largas y suaves de ramas o con un rastrillo”. Los mallales reciben en Vasconia distintos nombres: “irabiur” (en Itziar, G.; Lequeitio y Margina en B., y norte de A.) y sus variantes, “irabirur” (en Ispaster, B.; Mondragón y Oñate en G.), “ireburra” (en Deva-Motriko, G.), “iregurra” (en Elgoibar, G.), “ireurre” (en Atáun, G.), “iragurrimakillak” (en Oñate, G.), “idabur” (en Markina, B., Arrasate y Oñate en G.), “idaur” (en Berastegi y Gainza, G.); “txibita” (en Astigarribia, G.), “txipita”, “ibita” (en Elantxobe, Marquina y Mañaria en B.; Andoain, Oñate y Usúrbil en G.); “txibittie” en Abadiño (B.); “korre”, “kurre”, “korreak” o “korreiak” en plural, son denominaciones suletinas influidas por el romance (I.); “taita” en Donoztiri, I.; “taila” en Dohozti, I.; “trailu” en Sara, I.; “phaileru” (del latín “flagellum”, vasco francés), “traillu” (alto navarro de Bera y de Baztán, guipuzcoano y labortano) y “zaroa” (también baztanés). Actualmente casi desaparecido el trigo de la zona húmeda, los mallales se usan para desgranar alubias y habas, una vez que las vainas estén bien secas. Este sistema fue conocido en su infancia y adolescencia por gente nacida entre 1870 y 1880, y se empleaba poniendo las espigas en un receptáculo que se llamaba “treilluarka” o “treilluarkera”.
- Otra forma de trillar consiste en golpear las gavillas (“ogieskuta”, “oguiburuak”) contra el canto de una losa inclinada de piedra (o hasta 10 puestas en fila, Bedarona, B.), dándoles con un palo, o directamente sobre la misma losa calentada al sol (Bera, N.), como en tierras alpinas también ocurre, o contra una piedra ancha colocada horizontalmente sobre unas banquetas, como se hacía en Liginaga (I.) y en Bera (N.); este procedimiento era el seguido con el trigo y el centeno (“zekale”), en este caso con el fin de conservar entera su paja y hacer con ella “vencejos” con que atar los fajos de mies en el campo (práctica general en Navarra y Álava hasta entrado el siglo XX cuando fueron sustituidos por la cuerda “sisal” que se vendía en rollos de 500 m.); desprovista del grano, la paja de centeno se igualaba y se ponía a remojo unos días antes de la siega con el fin de hacer los vencejos (Berganzo, A.). En Bizkaia (Abadiño, Amorebieta, Bedarona…), excepción hecha de las Encartaciones donde se trillaba sobre la era, y en Gipuzkoa (Beasain, Elgoibar…), se deshacían los almiares (“metak”) con las gavillas o haces de trigo (“eskutak” y “mañazas”) y en carros (“orgak” en I.) se llevaban al portal del caserío (“sasteijje”, “lorio” en Sara, I.) y se extendían sobre lonas o mantas para que el sol las turrara y al golpear las gavillas contra las planchas de piedra (“harri-losak”; “latsa-arri” en Donoztiri, I.; “ogiyotzeko-arri” en Sara, I.) colocadas en rampa sobre un madero del portal (“etarte”) o del vestíbulo (“askaurre”; “eskaratza” en Donoztiri, I.), a modo de las de lavar ropa (“astua” en la Navarra montañosa), no se perdiera el grano. A esta manera de trillar llamaban en Elgoibar (G.) “txanketa” [32]. En Bedarona estas piedras estaban colocadas en fila dirigidas hacia una de las paredes para que el grano chocara contra ella, se quedara en el suelo y no se marchara lejos; dependiendo de la cantidad de trigo podía haber hasta diez piedras en hilera. En Gautegiz-Arteaga (B.) colgaban del balcón unas grandes telas para cerrar el recinto e impedir de esta forma que el trigo se dispersara y resultara luego difícil de recoger. Desprendido el grano, se le aventaba usando la “arpana” para quitarle las impurezas (“galeutze”). Era importante que el grano estuviera bien seco, pues si se humedecía perdía consistencia (“umeldu”) y era conveniente posponer el trabajo; la paja se retiraba el pajar para dársela al ganado y el grano se dejaba apilado junto a la pared a la espera de ser aventado, generalmente al día siguiente, para eliminar la suciedad y la pajilla. Para esta operación en los caseríos había máquinas aventadoras y, para cantidades pequeñas, cribas con las que se lanzaba grano y paja al aire, y el viento era el que se encargaba de llevarse la paja. Era tal el polvo que se formaba con este modo de desgranar, que apenas se podía respirar, por lo que los trilladores solían trabajar con la nariz y la boca tapadas con un pañuelo [33]. En Gosentzia Azpikoa (Abadiño) la parte delantera de la casa era de tierra y se pasaba la escoba (“itsuskijje”) antes de extender el trigo. Hasta 1940 la trilla (“garijotea”) se hacía manualmente en el portal de la casa (“atarte edo atarte”). Se cogían las “eskutak” (gavillas) una por una y se golpeaban contra una tabla o piedra (se prefería la piedra). Los granos se iban amontonando y la paja se retiraba al pajar (“sabaire”). Luego utilizando “artzie” (recipiente de mimbre para ventear)o “galbarie” (cedazo) separaban el grano de la paja. En la tarea colaboraban personas de los caseríos del entorno, que luego se devolvían el favor de igual manera. Fue la forma de trillar hasta la posguerra. Después se fueron imponiendo la trilladora (“garijoteko makiñia”) y la aventadora (“gari garbietako makiñia”).
- Una variante más moderna ha sido usar un caballete o “burro”, sobre el que se ponía una losa inclinada, para golpear las gavillas (“oguimiaurtzeko astua”).
- También existía el procedimiento más sencillo de golpear las espigas (“ogiburuak”) con un palo (“makilla”) en una mano, sobre la losa de piedra (“ogiyotzeko-arri”), mientras se sujetaban con la mano contraria, mientras que para desgranar las espigas que caían al suelo se empleaban mallales o “korreiak” (Sara, I.; Motriko, G.). En Bera (N.) se golpeaban las espigas con un palo si tras pegar con ellas en la losa aún restaban granos sin desprenderse. En Cárcar (N.), los agricultores que tenían poco cereal que trillar empleaban un método arcaico: se colocaba un palo en el suelo, en posición vertical, y la mies se golpeaba contra el mismo. Este sistema se ha documentado en el siglo XVIII y probablemente fuera más antiguo [34].
El acarreo de la mies hasta la era (que podía ser particular o comunal, hallarse en la periferia del pueblo o junto a la borda [35]), en caballería sobre baste [36], o en carros y galeras, se hacía preferentemente aprovechando las horas más frescas de la madrugada o del atardecer, siempre el día anterior. En ella tendían los haces de mies (“eultzu” en el valle de Roncal; “hacinas” en Mendavia, N.) hasta una altura a veces considerable (llegaba a media pierna en Valderejo, A.) y con una hoz o navaja iban cortando las cuerdas de atadora por el nudo con el fin de aprovecharlas para el año siguiente. Con bieldos (“ablientos” en Améscoa; “albiendos” en Cárcar, y “alvientos” en Sartaguda, N.; “fuxinak” en I.), sardes u horcas (en Roncal, N. eran denominadas “bigo”, “xarde” y “matxarde”) se extendía la mies sobre aquella, algo que en Amorebieta (B.) se hacía unas dos horas antes de la trilla para que el sol ayudara a que los granos se soltasen más fácilmente. En Viana (N.), así tendida, se la “majaba” (apaleaba), para desgranar algo las espigas, antes de pasarles el trillo por encima. Dispuesta la mies, o bien se trillaba “a pata” (Mendavia, N.), es decir, pasando las caballerías sobre ella con vueltas continuas (“torniaduras” en San Martín de Unx; “tornas” en Viana, N.) partiendo del centro geométrico de la era o se le pasaba el trillo por encima tirado por bestias con el fin de desmenuzar las espigas. Trillada la mies venía su exposición al viento (aventar, ablentar, albeldar, traspalear, despajar, al ventaño, “aizeatu”), lanzándola a favor de la corriente del aire con ayuda de horcas “alvientos” en Sartaguda, N.), de manera que el viento se encargase de separar la paja del grano desprendido, que caía al suelo por separado (aunque también se la podía cerner trabajosamente mediante harneros o cribas [37]). Esta operación de trillado se repetía cuantas veces fuera necesario a fin de evitar que quedaran “granzas” (Bernedo, A.) o “lastakas” y sus restos o “kuskus” (Roncal, N.), espigas a medio desgranar (en Viana, N. también llamadas el “cocijón o cazajas” del cereal). Una vez desmenuzadas las espigas se recogía todo por medio de rastros y rastrillos (“arresteilak” en I.) (en Bernedo, A.; Fitero y Viana, N., con tablas “alegaderas” o “allegaderas”; en San Martín de Unx, N. con “retabillos») [38], amontonándolo perpendicularmente a la corriente del viento dominante, operación que en Navarra se denomina “volver la parva”. Si no venía aire, había que suspender esta operación y esperar a que moviese, lo cual podía alargarse hasta varios días, juntándose varias parvas; si durante este tiempo llovía, había que tapar todo con mantas, y si las lluvias eran persistentes incluso llegaban a germinar algunos granos que se mojaban. En Urdiain (N.) se separaban las eras, cuyos confines no habían quedado claramente delimitados tras la trilla, con unas varas hincadas en el suelo, que al mismo tiempo servían de guía entre la paja y el trigo.
En la trilla colaboraban todos los miembros de la familia y los peones contratados para la jornada, así como los vecinos que luego se devolvían el favor (“tornapión” en la Ribera y Zona Media de Navarra) [39]. Aún después, en San Martín de Unx (N.), una mujer «sacaba la cebera», es decir, volvía a aventar el grano para limpiarlo todavía más. A esta “cebera” llaman en Álava “rampla”. Terminada la trilla, se separaba la paja desecha al trillar (“tamo” en Abecia, A.) con una rastra. El cribado ayudaba a eliminar todas las impurezas del trigo, esta operación era tarea de las mujeres, junto con el barrido de la era con unos escobones hechos con matas del campo atadas al palo con una cuerda. La era se barría con escobas de brezo (“biércol” en Améscoa, N.) o de boj (“ezpelezko ezpel”, Roncal, N.) para eliminar restos (“kuskus”, Roncal, N.), que quedaban a un lado de la era, y se arreglaban los desperfectos del trillo. En Urdiain (N.) se acondicionaba la era regándola por la noche y a la mañana siguiente se la embadurnaba con una mezcla de excremento de vacuno y agua, pues se le atribuía la propiedad de dar firmeza al suelo. La paja posteriormente se utilizaría de forraje y de “cama” en los establos y corrales. A los ganados se les ponía un buen pienso en el pesebre y se les dejaba descansar. No se dejaba estar a los más pequeños por la calle cuando se realizaban estas operaciones por miedo a que les atropellaran (Obanos, N.).
Se comprende que estas labores se hicieran sin interrupción para aprovechar la fuerza del viento. Dentro de lo penoso que resultaba la trilla, terminaba por adquirir un tono de algarabía porque dominaba en ella la gente joven. La viveza y alegría solían estallar con la jota vibrante o brabucona, o bien amorosa… y a veces irónica, como esta que cantaban en San Martín de Améscoa (N.) a la Engracia, cuando tenía taberna: La hija de la tabernera / Lleva traja de merino / Que le ha comprado su madre / Con el agua que echa al vino. En este valle navarro, durante la trilla, la comida se hacía a dos “chandas” (turnos), mientras unos comían los restantes atendían la era. Por ello, durante la trilla, todas las comidas se hacían en el campo y se buscaba que fueran más energéticas que de ordinario. En Berganzo (A.) se almorzaba bastante fuerte entre las ocho y la diez de la mañana: patatas con chorizo o huevos. La comida era a la una y media: “caparrones” (alubias de grano gordo) con condimentos. La merienda consistía en fruta con un chusco de pan. Los días que no soplaba el viento la merienda era más tranquila. En todas las comidas se bebía vino, alrededor de un cuartillo por persona. Era costumbre cantar y montar juergas en la era mientras se trillaba. El día que se acababa de trillar se mataba un gallo para festejar el fin de la tarea. También se comía el gallo en Aoiz (N.) y al parecer se trataba del gallo que había despertado todos los días a los trabajadores de la mies. En el Valle de Carranza (B.) se guardaban “las matanzas” para los hombres cuando llegaba el tiempo de segar, nos dicen, “como a los bueyes, que se les daban habas”.
Para aliviar un poco las penas de la trilla, en Abadiño (B.), tomaban una bebida típica que era la sangría y que solo se tomaba en estas ocasiones. Se mandaba a algún niño a la fuente a por agua fresca a la que se le añadían azúcar y vino. Así estaba lista la bebida y con esa ilusión se hacía más llevadero el trabajo.
En Iparralde también se reforzaba la alimentación en tal circunstancia. En Donoztiri se servían huevos, carne de vaca y café en la comida del mediodía; en Liginaga (I.) bebiendo vino y comiendo gallinas, pollos, ensalada de pimientos, crema, y tras acabar la trilla celebrándolo con una gran cena, como también hacían en Uhart-Mixe, donde por esas fecha añadían el conejo y, si era viernes, bacalao, tomate y huevos; en Sara el vino y la carne eran los elementos extraordinarios de la comida, y se comía el “amaiketako” de las once de la mañana acompañado de vino.
La trilla podía durar unos veinte días. En Bernedo (A.), el último día de la trilla bajaban los hombres al río a lavarse y coger cangrejos para merendarlos preparados en una cazuela con chorizo y tomate, pasados con el vino. Durante el resto del año solo lo bebía el abuelo de la casa. El jamón y el lomo de la matanza también se guardaban para esta época y el día en que se segaba la avena el que tenía gallo se lo comía. En Salvatierra-Agurain, durante la trilla corría el porrón de vino con gaseosa y, en una jarra, sangría. Los tenían en un cubo de cinc con agua fresca y tapado con una servilleta para que no entrase polvo en él.
Los encuestados en Álava (Abecia, Salvatierra-Agurain, Moreda…) señalaron que en casi todos los pueblos alaveses había trilladoras con motores de gasolina en la década de 1920, por lo que sólo utilizaban el trillo para minucias o en casos excepcionales. No muy lejos de la Llanada alavesa, en Urdiain (N.), entró la primera trilladora de la Burunda en 1933, adquirida por el municipio. Había diferentes tipos de trilladora, en unas se echaban los haces por la parte de arriba, subidos a una mesa, y la paja caía por la parte trasera, teniéndola que retirar con una mula y una rastra. Y en otras, se cortaban las cuerdas de los haces sobre una mesa y otra persona alimentaba una cinta transportadora que llevaba la mies hasta la boca de la máquina. En este modelo no era necesario apartar la paja, pues disponía de “lanzapajas”. El grano, en ambos tipos, salía por un lateral de la trilladora y se recogía en sacos. Las había de la casa Ajuria de Vitoria y de la marca Ruston, suministrada por la casa Múgica y Arellano de Pamplona. En todo caso las trilladoras primitivas eran muy rudimentarias e incluso peligrosas. Hacia la década 1930 incorporaron elevador de paja que mediante tubos la conducían al pajar y dos décadas más tarde ya se había generalizado. Recuerdan en Moreda (A.) que funcionaban con motores de camiones acoplados, que como éstos se arrancaban con manivela, y que el chasis iba sobre ruedas de hierro. Para que no se calentaran los motores en exceso se les colocaba un bidón de 200 litros de agua para su refrigeración. Como combustible empleaban la gasolina y el escape del gas de la combustión se hacía mediante chimenea. Debían trasladarse de era en era mediante bueyes. Las trilladoras solían ser propiedad de varios vecinos o de sociedades cooperativas. Se amortizaba su coste alquilándola a otras poblaciones vecinas. Algunos agricultores de los pueblos alaveses próximos a Viana trillaban su mies en esta ciudad. Hacia 1970-75 desaparecieron las trilladoras con las cosechadoras de última generación que realizaban todas las labores de forma automatizada.
La labor de trillar en Moreda de Álava exigía una cadena de muchos agricultores, cada uno con una función específica. Uno alimentaba la máquina, otro cortaba las cuerdecillas de los haces con una navaja, otro los echaba desde el suelo a la mesa, algunos más arrimaban la mies de la “hacina” [40] y, finalmente, otro era el encargado de poner y quitar los sacos llenos de cereal. Mediante este sistema obtenían hasta 100 sacos de grano al día, llenos y pesados. La trilladora tenía dos trampillas por donde caía el grano trillado. Primero se llenaba un saco y cuando éste estaba lleno se cerraba dicha trampilla abriendo la del saco vacío que comenzaba a llenarse.
El propietario de la “hacina” siempre estaba presente. Era su obligación el poner los peones para arrimar la mies y demás tareas. Abonaba un tanto por ciento por la trilla que podría suponer el 6% del precio total del grano cosechado.
Los sacos se ataban, pesaban y con una carretilla se dejaban aparte. Normalmente eran de 67 kg de trigo, es decir, 3 robos de kilos que sumaban 66 kg más uno del saco. En cebada suponían menos, unos 60 kg. Posteriormente estos sacos eran llevados a las casas en carros, para luego tenerlos que subir los agricultores al hombro hasta “los alerines del alto” (o algorines divisiones abiertas por su parte anterior del desván) (Berganzo, A.), con el fin de servir de forraje al ganado o para su “cama” en establos y corrales.
Más adelante se introdujo la máquina aventadora de marca Ajuria accionada con una manilla, disponía de una tolva a la que se echaba con una horca paja y grano. Cuando llegó la electricidad les colocaron un motor, aunque los había de gasolina. Al funcionar, el grano caía por delante de la máquina y con la media fanega llenaban los sacos, en tanto la paja, movida por el aire insuflado, salía por detrás. Por otro lado salían los residuos sobrantes (“granzas” en Álava). Asimismo, con la misma finalidad, emplearon el “triguero”, también llamado “la limpia” en Abecia, y en Cigoitia (A.) “albaina”, que era una máquina dotada de diferentes cribas para zarandear el trigo y separar el grano bueno del malo (arvejanas, ramplas, mostazas y negrilla del grano). El trigo bueno se empleará en la alimentación de las personas y como simiente mientras que el malo irá destinado a alimentar al ganado. En Ametzaga (A.) este sistema se empleaba también para limpiar las alubias.
En el caso de la avena no era necesario conseguir un grano tan limpio, ya que iba destinado al ganado. En Abecia (A.) también trillaban la alholva para separar las semillas de su vaina.
Trillo tradicional
Había tres tipos de trillo (“idaur”), el de “pedernal”, el de “sierra”, y el “mixto” (se utilizó por ejemplo en Valderejo, A.), que morfológicamente tenía la misma estructura que los de sierra, pero con la inclusión, en este caso, de pedernal en la parte baja de los listones inferiores [41].
El trillo clásico (“estrazia”, “txistarazia”) estaba formado por una superficie plana de tablas de chopo o de pino unidas por dos o más travesaños con el extremo delantero o frente curvado hacia arriba para facilitar sus deslizamiento sobre la mies. Eran rectangulares pero podían emplearse otros trapezoidales (Moreda, A.). Por su parte inferior estaban armados con gran cantidad de pequeñas piedras de sílex en hileras no coincidentes (“trillo de pedernal”), sustituidas ya en el siglo XX por pequeños triángulos de hierro, alternando con serretas dentadas (“trillo de sierra”). Para facilitar su transporte hasta la era, en Viana (N.), les colocaban cuatro ruedecillas, dos a cada lado. En San Martín de Unx (N.) se llevaban a la era en hombros, sobre «carricos de brabánt» o vueltos sobre la parte lisa a lomo de caballería. Solían realizarlos artífices locales durante la estación del invierno. Así, en el valle de Améscoa (N.). Aserraban un tronco de haya para hacerse con las tablas y con un formón labraban las hendiduras donde incrustar el pedernal formando hileras paralelas a lo largo de la cara inferior del trillo. Según informa Mariano García, carpintero de San Martín de Améscoa: “Las bolas de pedernal las bajaban de un paraje de la sierra de Urbasa que se llama Bioitza. En el pueblo había varios especialistas en romper las bolas de pedernal y sacar pedacitos en forma de cuña. Se necesitaba cierta maña, porque el pedernal tiene como vetas por donde se quiebra al golpearlo con el martillo. Después incrustaban los trozos de pedernal en los trillos”.
A principios del siglo XX comenzaron a usarse trillos de sierra. Eran de la misma manufactura que los de pedernal, pero en los que se sustituyó la piedra por cintas de sierra de acero.
Según los consultados, con él se obtenía en la trilla una paja de mayor calidad que con las actuales cosechadoras. En el centro de la cabecera tenían los trillos un gancho, al que amarraban el “balancín” de madera, de cuyos extremos tiraban los animales por medio de cuerdas (“tiratrillos”) sujetas a las colleras o al yugo, que permitía una acción más coordinada de las bestias que tiraban de él, principalmente yunta de bueyes o caballería suelta, que daban vueltas constantemente en la era. Un hombre las conducía montado de pie en el trillo mientras manejaba las riendas y el látigo, con gritos para su estimulación y chasquidos de la tralla [42]. La eficacia del trillado trataba de garantizarse con mayor peso, colocándose sobre él los chicos o poniéndole al trillo piedras encima.
Al extremo final del trillo, opuesto al enganche de la caballería, en Pipaón (A.) se añadía una “revolvedora” (“volvedera” en Salvatierra-Agurain, A.) , un arco de hierro con una pala en el extremo cuya misión era dar vueltas a la parva. El trillo grande permitía a la chiquillería subirse a él con algarabía, acompañando al conductor que iba en él de pie llevando las bridas con las piernas abiertas para mayor estabilidad. Existía también la posibilidad de “trillar a pata”, es decir trillar únicamente las yeguas, sin trillo (Abecia, A.). El atavío de las yeguas para arrastrar los trillos consistía, en el valle de Améscoa (N.), en unas simples fajas de lino, anchas, que envolvían el pecho del animal por detrás de los brazos (por la cruz y el codillo). Las llamaban “sokazabales”. Al “sokazabal” iba atada la cuerda que tiraba del trillo. Las yeguas galopaban por toda la era, mientras que los bueyes daban vueltas por los orillos, arrastrando con su paso cansino un trillo grande equivalente a tres de las yeguas.
En los alrededores de Vitoria-Gasteiz se empleaban varios tipos de trillo, aunque todos compartían el material –madera de chopo “judío”- y la forma de su parte delantera levantada como si fuera un trineo, pero unos estaban pensados para ser tirados por caballerías y otros por bueyes. El de los bueyes era mayor, 2 m. de ancho por 1,80 de largo. El de las yeguas medía 0,60 m. de ancho por 1,80 de largo; también los había un poco más anchos, pero ninguno pasaba de los 0,80 m. [43] El de los bueyes iba arrastrado con una cadena amarrada al yugo cornal, la misma que se empleaba para arar, llamada “puntal”. El amarre de las caballerías, por el contrario, era de cuerda de cáñamo amarrado al “torrollo” o “enterrollo”, collera rellena de paja de centeno trenzado, que antes de su colocación, era sumergido en un cubo de agua para que “cogiese correa” y no se quebrase con el calor; la soga que iba del “torrollo” al trillo se llamaba “trincha”. A este “enterrollo” se fijaban, en el lado derecho del sentido de la marcha, las “trilladeras”, que consistían o en una cuerda gruesa o en una cinta de tejido consistente que en el otro extremo se anclaba en el dispositivo que tenía el trillo para su enganche. Para el arrastre del trillo también se empleaba otro sistema que consistía en la supresión del “enterrollo”; en su lugar las trilladeras rodeaban el cuello del animal por delante del pecho y se fijaban al enganche de los trillos. Cuando se trillaba con dos o más yeguas siempre se tendían las “trilladeras” por el lado izquierdo de las caballerías pues de lo contrario la rozarían, ya que en la era giran al revés que las agujas del reloj. Los animales estaban sujetos unos a otros con unos ramales que se anclaban en las “cabezadas” [44]. De la “cabezada” del animal que se situaba a la derecha y que era más próximo a la persona que lo conducía, se tendía un ramal cuyo extremo sujetaba esta persona.
El desgrane se fiaba a las piedras de pedernal (piedra de Treviño) incrustadas en su base, que los “trilleros” (picapedreros), de origen castellano (de Cantalejo y Olombrada, provincia de Segovia y otros lugares) y riojano, reparaban cuando era preciso. En Berganzo (A.) se ha registrado la participación de vecinos en el repaso y sustitución las piedras de los trillos, usando piedras del término “Las Conejeras” (alto de Tobera). Otros llevaban hoja de sierra y los había mixtos. Llegaron a comprar trillos de discos, pero no dieron el resultado esperado, y eran peligrosos.
Informan en Apodaca (A.) que cuando los bueyes hacían sus necesidades mayores, se paraba y con una pala se recogían los excrementos o “moñigas” y se echaban a un cesto; a las de los caballos o yeguas se les llamaba “carajones” o “corajones”. En Ribera Alta (A.), sin embargo, era un niño montado en el trillo el que se ocupaba de recoger los excrementos del animal con una sartén en el momento en que caían. También lo hacían así en San Martín de Unx (N.), aunque al excremento lo llamaban “meñuca” y el niño se ocupaba de apartarla lanzándola al aire, con el consiguiente peligro. Lo primero que se trillaba era la cebada, luego el trigo y la avena, por último las menuncias [45]. Por detrás de los que iban acarreando el material trillado se pasaba el “katxuero” o rastro [46] para recoger las “llantas”(residuos de mieses después de segado el campo). A la paja de la cebada y la avena se le llama “bálago” [47]; “tamo” a la paja muy menuda, para ganado mular; y “ramplona” a la raspa del cereal, que se echaba a las gallinas.
Al “rastro” para retirar el grano de la aventadora le llaman en Cigoitia (A.) “badaqui” o “badoki”.
En la Burunda (Urdiain, N.) y en Aoiz (N.) se conocía también el sistema de tracción por medio de timones y un instrumento en forma de narria, con tres rodillos de madera dotados de púas metálicas, que se utilizaron en el segundo tercio del siglo XX (en San Martín de Unx, N., donde también se utilizó, le llamaron “trilladora rodable”, tipo cajón de hierro, y con parte superior de madera, de cuatro ruedas, casi cuadrados y altos, con discos interiores metálicos cortantes y con un asiento para desde allí dirigir, mediante unas bridas, a la caballería). Para Jimeno Jurío parecen precedente o remedio rural de las “trilladoras”, que desde principios del siglo XX eran fabricadas en Burlada (N.) y otras partes, dotadas de varios cilindros con discos o triángulos dentados, colocados bajo una plataforma [48]. En Elgoibar (G.), usaron una máquina provista de un rodillo con unas aspas que desgranaba el trigo, a la que llamaban “artueta”. En “Berganzo (A.) se servían también de un “rodillo” de cemento que obtenían utilizando como molde una comporta de vino, dotado de dos hierros en ambos laterales para que pudiera ser enganchado al ganado que tirase de él; se empleaba para sacar el “bálago” (paja sin desmenuzar) de la cebada y de la avena, que una vez conseguido se retiraba y a las espigas se les pasaba el trillo. A primeros del siglo XX salieron al mercado unos trillos para bueyes que eran unos cajones de madera con unos discos de sierra. Cada trillo llevaba tres o cuatro cilindros y en cada cilindro 8 ó 10 discos de sierra. Encima llevaban un asiento. No dieron buen resultado, se embozaban cuando la mies estaba correosa.
En Bedarona (B.) usaron para desgranar una máquina llamada “matxaka” procedente de la vecina Izpazter. Para este trabajo hacían falta 4 ó 5 personas. Era un aparato que tenía un tambor de dientes o de palas (había dos modelos) introducido dentro de un cilindro de metal y un motor añadido, al que se le ponía una correa que se unía a la máquina. La “matxaka” se colocaba encima de un armazón de madera de cuatro patas y por delante se le unía una mesa en rampa. En la cabeza de la mesa había una persona que se encargaba de dejar las gavillas en sobre ella. A ambos extremos de la mesa se colocaban dos personas, cada una cogía una gavilla en la mano e iban metiendo las cabezas de las gavillas a la máquina, primero uno, luego el otro; a un ritmo “nik, zeuk, nik, zeuk…”, entraban en el tambor que al girar desgranaba el trigo de la gavilla metida, quedando esta convertida en simple paja. El grano caía al suelo, se extendía con el rastrillo y luego se metía en cestos para llevar a la aventadora. La labor de aventar el trigo también la realizaban los de Izpazter (B.), trillaban y aventaban, y por esa labor cobraban. Se les pagaba bien el jornal acordado o un tanto por fanega y ellos se encargaban de toda la labor. Una vez limpio el trigo se metía en arcones, guardando un poco para la siembra siguiente.
Luego vino la trilladora que ponía el trigo desgranado, limpio y en sacos y echaba la paja directamente al pajar por un tubo. Tan solo hacían falta un par de personas, una para meter las gavillas extendidas y desatadas a su interior cuidando de que no se bloqueara y otro para mirar los tubos por donde iba la paja y coger los sacos que se iban llenando de granos. La trilladora era una gran máquina de hierro y madera, con ruedas radiadas de hierro, un tambor grande (trillo) donde se desgranaba el grano y unas parrillas donde se aventaba. A un lado disponía de un compartimiento para colocar sacos y allí caía el grano limpio. En un extremo tenía varios tubos, algunos rectos y uno curvo, el último, para echar la paja directamente al pajar. Llevaba un motor añadido unido a ella mediante una correa. En el eje que unía las dos ruedas tenía una clavija para uncir el yugo de las vacas que tiraban de ella. La trilla se hacía cerca de la casa y la trilladora se aparcaba al lado de la cuadra (“albatean”), próxima al pajar. Delante de la máquina se colocaba una mesa para ir colocando sobre ella las gavillas a trillar.
La trilladora de Bedarona (B.) era propiedad de tres socios de los caseríos Koskorrotza Goikoa, Gorostiaga y Elorria. Se dedicaban a trillar todos los trigos de Bedarona y de los pueblos de alrededor, iban a Izpazter y a Amoroto entre otros. Trabajaban a jornal, cobrando un tanto por anega de trigo. La última trilla que realizaron fue en 1965.
Relata José Miguel de Barandiarán que en Sara (I.), en la década de 1960, las operaciones de desgrane y aventado iban incorporadas a la trilladora que denominaban “ogiyotzeko-maxina”, lo que suponía un avance respecto a 1910, época en que trillado y aventado eran independientes (llamaban a la aventadora “aizerrota”) y no digamos respecto a 1890 cuando por aquel entonces un vecino de Askain se ofrecía a aventar el grano mediante criba (“bage”). Para obtener de ella el mayor rendimiento posible, se reunían veinte o más hombres de la vecindad, que le iban suministrando gavillas de trigo y retirándolas a medida que se desgranaban las espigas. Así se lograba desgranar y aventar veinte sacos (ochenta y dos kilogramos de trigo hacen un saco) durante una hora. Los vecinos trabajaban en esta labor a título de mutua prestación de servicios. Había dos trilladoras en el pueblo pertenecientes a otras tantas asociaciones de vecinos. A cuantos trabajaban en esta operación se les obsequiaba con una comida o con una buena cena.
El costoso procedimiento de la trilla fue simplificándose al inventarse a principios del siglo XX las aventadoras (“ablentadoras” en Alava y Navarra; “ventiladora” en Bizkaia), máquinas que, lanzando aire, eliminaron mucho del trabajo a realizar y permitieron independizar el trillado del azar del viento natural [49]. Después, en las décadas de 1920-1930, como se ha visto, se generalizaron las trilladoras, aunque existieron prototipos mucho antes [50]. A estas siguieron las empacadoras a mediados de los 60 y las cosechadoras, en torno a 1965, que acabaron con las faenas de la siega, acareo, trilla e incluso con las eras, convertidas en magníficos solares urbanizables (Obanos, N.). Con tales adelantos los trillos pasaron a convertirse en piezas de museo o para decoración de domicilios y restaurantes.
Almacenamiento de grano y paja
El grano, una vez limpio de paja, se introducía en sacos y talegas [51] para llevarlo al molino (“errota”) o al “alto” (último piso aireado) de la casa (Viana, N.) y la paja era subida al pajar, con frecuencia situado sobre la cuadra, transportada hasta él con sábanas “pajeras” o “pajuceras” (“pajuz” es el desperdicio de la trilla en San Martín de Unx, N.) y mantas, formando grandes atillos [52](Abecia, A.; Améscoa,, Obanos, N.) o amontonada en pajeras de forma cónica o piramidal en el mismo campo (que en Salvatierra-Agurain llaman “malates”), forma que facilitaba que escurriera el agua [53]. En Mendavia (N.) se les llamaba “pajugueros” o “pajueros”, a los que se pisaba la paja para que tuvieran estabilidad y se les situaba en lugares aislados para protección en caso de incendio.
El modo tradicional de conservar el grano (no sólo del trigo) ha sido guardarlo en arcas (“kutxak”) y arcones (“kaixak”), o en Navarra “algorios” [54], en las cantidades necesarias para el día a día, o en el mismo desván de las casas (“ganbara” con carácter general; “sabai” en Bizkaia, “sabayao” en los valles pirenaicos) o de las bordas, al ser lugar bien ventilado y más a salvo de roedores [55]. En Abadiño (B.) preparaban el arca para recibir el grano colocando en su fondo hojas de nogal regadas con vinagre. En los desvanes alaveses existían “alorines” o “florines” (trojes) o divisiones tabicadas para guardar separadamente los distintos granos, que se subían a hombros con gran esfuerzo y sudor. En algunas casas dejaban el grano que apartaban para sembrar en “cunachos”, “escriños” o “nasas”. Pero la mayor cantidad de grano, sobre todo en el OE. de Gipuzkoa, en Bizkaia, pero también en el Pirineo navarro (valles de Aezkoa, Salazar y Orba, Aurizperri-Espinal, y Cuenca de Lumbier-Aoiz) se ha reservado en hórreos (“garai”, “garaia”, “gareia”, “garea”, “garaixe”), de los que hasta el presente han quedado ejemplares muy diferenciados de los asturianos y gallegos, y que debieron cesar de construirse en el siglo XVIII [56]. En la Navarra media (Mendavia), el cereal recaudado por el Ayuntamiento de las rentas de las tierras se guardaba en el granero de la Villa, la Primicia [57] tenía otro y el señor Obispo el hórreo donde guardaba parte de los diezmos (siglos XVIII-XIX). También, para guardar cereales y legumbres, informa Leizaola, se ha utilizado un cesto hecho a base de paja de centeno y fibra de “ayarte” (mimbre) que recibe el nombre de “escriño” o “kanpasa”, suelen tener forma de tinaja y van provistos de tapas del mismo material.
La paja no se despreciaba, la de trigo se dedicaba principalmente a la producción de estiércol y la de avena, que es menuda y blanda, a forraje y cama del ganado. En Argandoña (A.), sin embargo, no se interesaban tanto por ella, de modo que llegaban a desmenuzarla con máquinas “picadoras” tiradas por tractor y la diseminaban por la pieza para que al pudrirse abonase el campo. Otra fórmula seguida, pero en decadencia y sometida a regulación por las autoridades para evitar incendios, es la quema del rastrojo, si es que el propietario de la finca no autoriza a entrar al ganado para su consumo [58]. Se regula tanto la época de su ejecución (día y hora) como la forma de ejecutar dicha práctica (control de guardas forestales, construcción de cortafuegos en los orillos, respeto al medio ambiente, etc.) En Moreda (A.), el agricultor suele estar con una rama de oliveñas por si el fuego salta de la finca, debido a un fuerte viento u oleada de aire, y así poder apagarlo. Hoy es el día en el que la mayor parte de la paja se aprovecha y el resto se pica.
El grano limpio era llevado al molino en costales (“zorrue”), sacos hechos con el lino más burdo, donde el molinero (en Gautegiz-Arteaga, B.) exigía un 10% de maquila [59] (“mendie”) por la molienda. De la harina (“irin”) obtenida, una porción se reservaba para la obligación semanal de hacer la hornada (“labaldijje”) de pan para el consumo familiar. El Ayuntamiento de la localidad citada cobraba a los vecinos sus tributos en grano, en concreto un saco (“zorrue”) por casa.
Nos informan en Cárcar (N.) que los hombres que cargaban la paja en las galeras o la subían al pajar, llevaban un pañuelo en el cuello para evitar que les entrara paja por la espalda, pero es posible que fuera también por recoger el sudor o por mera seguridad, pues se dio el caso en Obanos (N.), que a un labrador que alzaba la paja le cayó desde ella una víbora que le entró por la espalda y le picó, perdiendo la vida. El atuendo se completaba con unos bombachos de azul Vergara y una camisa. De nuevo en Cárcar, las mujeres iban tapadas del todo, mientras, los críos jugaban encima de la paja y así la apretaban para que ocupase menos sitio. Pero lo normal es que a los niños se les prohibiese saltar (“chirristrar” en Obanos) en las pajeras y pajares por miedo a que se pudiesen ahogar. Si a pesar de la prohibición lo hacían, era bien fácil detectarlo por la paja que quedaba prendida en la ropa.
Las viejas fotos existentes nos dan idea de lo polvorientas que eran las calles de los pueblos en pleno verano, sin baños en las casas, cuando se desarrollaban esas labores relacionadas con la recolección del cereal.
Otros aspectos relacionados con el trigo
Finalmente hay que aludir a la misión del trigo como moneda de pago en especie para ciertos oficios y profesiones. En Moreda (A.) se pagaba el salario del maestro y médico en trigo (cada casa aportaba a éste último hacia 1950 un saco de 60 kilos). En este lugar, la ofrenda de añal y candela hecha a los difuntos por sus familiares en la iglesia consistía en encender una vela y poner un cestaño de trigo sobre la sepultura, siguiendo su mandato (“mandas”). Por no mencionar la aportación a las necesidades de la Iglesia en siglos pasados mediante el diezmo y la primicia (no sólo del trigo sino de la escandia, cebada, comuña, centeno, maíz, arvejas, avena, habas, garbanzos, lino, cáñamo, vino, aceite e incluso corderos), que solían guardarse en la “casa del hórreo de la iglesia”, o la existencia en las parroquias del arca de misericordia, una forma de previsión que permitía prestar trigo a los necesitados.
La medida de capacidad tradicional navarroaragonesa para el trigo era el almud (que en Yerri, N., era denominado también “almuz”). Era aplicable a toda clase de áridos equivalente a un dieciseisavo del robo, es decir 1,76 litros. El resto de medidas utilizadas en el campo se concretaban en el robo, el medio robo, el cuartal y el almud, con sus correspondientes mitades e incluso tercios, cuartos, quintos, etc. en el caso del almud. En 1778-1779 se registra en Mendavia (M.) el “sesmo” de almud, que podría ser una sexta parte de dicha medida. Todas estas medidas eran de madera con sus cantoneras a veces reforzadas por metal. En el caso de Navarra las medidas debían ser vigiladas, diríamos hoy homologadas oficialmente, por un cargo del regimiento municipal que era el “mudalafe”[60], para que las mismas fueran exactas. Los robos solían ser “colmes” o “raídos”, es decir, igualados con el paso por encima de una raedera o sin raer (igualar). En ocasiones se ofrecían robos “manihechos”, medido el cereal con las palmas de las manos juntas (“ambuestas”, Mendavia, N.)
En el área vascófona las medidas utilizadas en los cereales eran las siguientes:
- En Dohozti (I) se usaban cajas con distintas capacidades: “gaitzuri” para 8 kg. de grano; “laka” para un cuarto de “gaitzuri”; y “bigaitzuritako” para dos “gaitzuri”. Se calculaba la cantidad de paja para su venta por almiar (“meta”).
- En Liginaga (I.) eran “laka” (celemín) y “gaitzui” (cuatro “lakak” o celemines); dos “gaitzui” hacían un “unkherdi”; y dos “unkherdi” un “unka” (fanega). Todas estas medidas eran cajas de madera.
Antes de entrar a la consideración del maíz se añadirá que los agricultores consideraban al trigo como el más valioso de los productos del campo, en detrimento del otro cereal. Es significativo, al respecto, un dicho recogido por José María Satrústegui en Urdiain (N.), referido por Lucas Zufiaurre:
Cuentan que en cierta ocasión discutieron entre sí el trigo y el maíz. Cada uno trataba de defender su propio prestigio, y dijo el maíz: «Ni nagon lekuan goserik ez ! (No hay hambre allí donde yo esté)». A lo que repuso el trigo : «Ni nagon lekuan estimatua beti! (Allí donde estoy yo siempre gozo de estima)».
Trigo viene a ser sinónimo de riqueza y bienestar. Para indicar que alguien es hijo de familia acomodada o de buena crianza, dicen «gari montoneko txoriar»: pájaro de granero, diríamos en castellano (literalmente “de montón de trigo”).
Este cereal fue muy importante en el pasado para alimentar a la población. En la ciudad de Viana (N.), el Ayuntamiento debía garantizar el abasto del trigo en la localidad, y para ello dispuso de un gran almacén municipal llamado “El Vínculo”. Existió igualmente, por lo menos desde el siglo XVII, la llamada “Arca de Misericordia”, institución religiosa que prestaba trigo a los pobres para que pudiesen sembrar, y así se evitaba la usura de los ricos. Antes no había mas que dos clases de trigo: el “mocho” y el “raspudo”. Con el tiempo se han introducido muchísimas variedades: “Catalán”, “California”, “pané”, y muchas otras. En 1984 se cultivaba en 1.000 Ha de secano y en 90 de regadío. En 2003 tan sólo 147 Ha de secano y 47 de regadío, con una producción de 400.000 kilos. Este declive se explica por el auge de la cebada “marzal”, la que se siembra en marzo, que en 2003 ya superaba en producción al trigo.
Proceso de mecanización paralelo
El proceso de mecanización aplicado al cultivo del trigo ha tenido sus tiempos. A principios del siglo XX aparecieron las primeras segadoras mecánicas, de fabricación estadounidense marca Mc Cormick [61], que fueron perfeccionándose poco a poco. Fue un adelanto enorme ya que con ella se conseguía sacar un rendimiento de 90 hectáreas por día, es decir, lo equivalente al trabajo que harían en ese tiempo 10 o 12 peones. Consistía en una máquina provista de dos ruedas metálicas con resaltes; esta máquina era arrastrada por bueyes e iba provista de una “siega” o corte formado por dos cuchillas con varias piezas de forma triangular que se desplazaban una sobre otra en sentido contrario; al moverse las ruedas se movían las cuchillas, pues iba unida a ellas mediante una biela. Esta siega podía ser elevada verticalmente para facilitar el transporte de la máquina. La mies cortada caía sobre una plataforma ligeramente elevada hacia arriba compuesta por una serie de tablillas; esta plataforma iba conectada a un pedal que la persona que iba sobre la máquina, sentada en un sillín, manejaba soltando el pedal cuando consideraba que había una cantidad suficiente para formar una gavilla. Esta persona portaba una vara larga con la inclinaba la mies hacia el corte, sobre todo cuando se trataba de zonas don de el viento había tumbado la mies. Las porciones de mies depositadas en el suelo eran atadas por otras personas que participaban en la labor de la siega.
Las primeras segadoras llegaron a Vasconia hacia 1910 y no fueron bien recibidas, pues con la desaparición del segado a base de hoz quedaban sin trabajo los jornaleros y se cortaba la llegada temporal de gallegos y riojanos. Los obreros locales se declararon en huelga en Viana (N.) el año 1913 y quemaron las tres segadoras que había en la ciudad. Otro tanto ocurrió en Obanos (N.).
Por los años 1915 apareció la máquina “segadora-gavilladora” de la casa Ajuria de Vitoria, aunque imperfecta todavía, pues el viento esparcía los haces que dejaba. Se trataba de una segadora a la que se había provisto de unos brazos (“rastros”) unidos en su base a un engranaje que los hacía girar con el movimiento de las ruedas. Estos brazos eran de madera. Al girar iban oprimiendo la mies contra la siega de la máquina desplazando también la mies sobre la plataforma allí existente hasta un hueco final por donde caía la mies al suelo donde era recogida y atada por una persona. Al iniciar su trabajo, era preciso “desorillar” antes a mano, mediante “dallo”, los lindes del campo. De esta forma se conseguía una “calle” que rodeaba la finca en todo su perímetro facilitando el paso de los animales y la máquina que arrastraban en su primera vuelta (después lo haría el tractor). Posteriormente había que ir con el rastrillo a recoger las gavillas y atarlas. La más popular fue la Corbi. Liebres y codornices iban surgiendo a medida que se segaba, sobre todo en las últimas vueltas.
Las primeras atadoras se compraron en el Condado de Treviño en la década de 1920. Eran de la marca Derin, inglesas. Ataban las gavillas en pequeños haces llamados “gavillotas”. Para segar tenían que desorillar las piezas y esto lo hacían con la “aguadaña” (guadaña) o la hoz. Las atadoras arrumbaron la segadora, pese a que todavía eran un apero tirado por bueyes, pero esta exigía la presencia de tres peones: un boyero, otro sentado en la máquina manejando la hoja de segar y un tercero por detrás apartando con el bieldo el trigo segado para que al dar vuelta la máquina no lo pisara. La firma AJURIA, S.A., de Vitoria, también las fabricó y las solían tener en propiedad entre dos o tres vecinos. Las atadoras fueron solapándose con los tractor [62] es hasta que en la década de 1950 se impusieron éstos. Con la introducción de los primeros tractores en Sartaguda (N.), se solía pagar a su dueño para que labrara para los demás a cambio de ayuda “a azada”, es decir, que “los primeros tractores labraban para todos”.
A principios de la década de 1930 llegaron los tractores con ruedas de hierro y las segadoras arrastradas por caballerías o parejas de bueyes. Segaban la mies dejándola desparramada por el suelo. Sobre 1940 comenzaron a extenderse los tractores de ruedas de goma y las segadoras-atadoras, más perfectas y complicadas. Esta máquina realizaba las tareas anteriores pero introducía una importante variante: hacía las gavillas y las ataba. La mies, una vez cortada por la siega caía sobre una lona que se desplazaba con un movimiento “sinfín” mediante unos rodillos de madera y desplazaba la mies hasta la posición donde era atada. Para ello disponía de un compartimiento en el que se alojaba un rollo de cuerda que cada vez que se reunía mies para formar una gavilla la ataba mediante un mecanismo que funcionaba con el movimiento propio de la máquina. Una vez atadas las gavillas las depositaba en el suelo. Fueron el inmediato precedente de las máquinas actuales. No obstante en campos de regadío de Cárcar (N.), por poner un ejemplo que puede ser orientativo sobre la transformación de los usos seguidos en la agricultura tradicional, perduró la siega manual a hoz por la estrechez de los caminos que impedía el acercamiento de las segadoras mecánicas, mientras que en el secano terminó mediada la década de 1950.
La trilla tradicional, mediante el uso del trillo de madera dentado, se mantuvo hasta que sobre 1945 comenzara a generalizarse la trilladora mecánica (aunque ya en 1928 se fabricó una marca Sierras Alavesas cuyo precio alcanzaba las 15.000 pts), que sustituyó la labor de muchos hombres y mujeres, incluso de niños, como queda explicado. Era un tanto voluminosa, ya que medía, en posición de trabajo, unos 10 m. de largo, 2 m. de ancho y algo más de 3 m. de alto. Para su movimiento sobre cuatro ruedas, en parte fabricadas con madera, era necesario un motor de más de 25 caballos de potencia, bien de explosión (petróleo, gasolina o diésel) , bien eléctrico, bien por medio de un tractor con polea. Para la transmisión de la fuerza del motor a la máquina hacía falta una enorme correa. Se componía de una rampa de subida de la mies, un cilindro desgranador, unos sacudidores para llevar la paja, una caja de cribas para la limpieza del grano, con dos bocas de llenado para ensacado y un ventilador para llevar la paja mediante una tubería (“lanzapajas”) a los diferentes montones de cada agricultor (en Viana, N., los aumentaban de tamaño subiéndoles en lo más alto “mantas de paja”). Para el servicio eran necesarias 5 personas: 2 para el acarreo de la mies, ayudados de una carreta tirada por una caballería, 2 para alimentarla y 1 para el ensacado y pesado de los sacos o talegas. Solía estar también 1 técnico para el engrase y mantenimiento de la máquina.
Se situaban siempre en eras suficientemente espaciosas a las afueras de los pueblos y a ellas iban acarreando la cosecha los agricultores, formando las “fajinas” (cada uno de los grandes montones de mies acarreada que forman ante las trilladoras) con sus correspondientes calles para poder circular normalmente.
Tenían un rendimiento de 700 a 1.000 kg./hora. Se cobraba por el trabajo a maquila: el trigo al 7% de lo trillado, la cebada al 8% y el centeno al 11%.
Sobre 1950 comenzó a conocerse la cosechadora de arrastre unida al tractor, que fue generalizándose en la década siguiente. Diez o quince años después llegaron las autopropulsadas, que evolucionaron rápidamente, cortaban la espiga, la trillaban separando el grano de la paja, ensacaban el grano, medían su grado de humedad etc., y empacaban la paja en unidades que al principio eran de a 20 kilogramos la paca de trigo y 17 la de cebada, cuando se cargaban a pulso en los camiones, y hasta 200 kilogramos cuando pudieron elevarse con cargador hidráulico. Desde la década de 1970 éste es recogido a granel en el depósito (tolva), descargándolo en un remolque. Actualmente llevan picador para trillar la paja, poseen un sistema hidráulico, cómoda cabina climatizada para el operador y funcionamiento guiado por ordenador.
Al despliegue de esta mecanización han contribuido el cooperativismo, la concentración parcelaria y la facilidad para obtener créditos y ayudas económicas oficiales.
La cosecha del trigo por medios modernos en Argandoña (Llanada alavesa):
El procedimiento seguido por la cosechadora es entrar en la pieza por el portillo y realizar los primeros cortes recorriendo todo el orillo para dejar paso a los remolques e impedir que se pisen las plantas sin recoger. Después, si la pieza no es muy grande, la cosechadora va recorriéndola en redondo, es decir, dando vueltas sin cambiar de sentido desde los orillos hasta el centro. Por el contrario, si la pieza es de mediana o grandes dimensiones, una vez hechos los orillos, la cosechadora realiza cortes, es decir, divide la pieza aproximadamente en varias parcelas que va cosechando una tras otra. Según la capacidad de la cosechadora y de los remolques, éstos se suelen llenar con varias tolvas de cosechadora. Cuando el remolque está bien lleno, inmediatamente se traslada el grano a los almacenes de las cooperativas agrícolas o empresas del sector que se encuentren en los alrededores (a un máximo de 10-15 km.) y lo descargan en grandes montones utilizando el volquete del remolque, después de haberlo pesado en una báscula para vehículos de carga.
Hoy se trabaja con criterios técnicos. La cosecha se inicia cada día una vez convencido el agricultor de que el grano está suficientemente maduro y sin humedad. Las primeras horas del día no suelen ser apropiadas porque el grano tiende a coger humedad por el descenso de las temperaturas nocturnas y la aparición del rocío, hasta que al mediodía el sol calienta con más fuerza. En ocasiones, cuando sopla viento sur o el nivel de humedad es muy bajo, el grano apenas está húmedo y se puede cosechar antes del mediodía hasta bien entrada la noche. Si el grano llega con humedad al almacén, los compradores de dicho grano aplican descuentos de tal manera que el precio final sufre una considerable rebaja. Por ello, el agricultor, antes de ponerse a cosechar se traslada a la pieza y realiza una pequeña cata. Con una muestra del grano catado, no mayor de 1 kg., acude al almacén para conocer el grado de humedad que analizan los destinatarios con una medidor especial. En ocasiones, la propia máquina cosechadora dispone de un medidor de humedad. Según baremos generales está permitido vender grano sin descuento con un porcentaje de humedad menor del 14 %. Con un porcentaje mayor se aplican descuentos a razón de aproximadamente 0,01 euros (aprox. 1 peseta) en cada kilogramo de cereal por cada décima de más en el porcentaje de humedad. Igualmente, la máquina que mide la humedad también muestra el peso específico, lo que al agricultor le sirve para saber cómo va a resultar la producción en relación cantidad-calidad del grano. Además, si el grano se piensa destinar para semilla de las próximas sementeras tiene un mayor precio, por lo que el control del peso y de la humedad es más riguroso.
Comprobado que el grano está en buenas condiciones para su cosecha, se inicia ésta durante el resto del día sin descanso hasta el anochecer, si la climatología lo permite. Cuando cae la noche y los almacenes que compran el grano están cerrados, los remolques que se llenan son guardados en las casas. Al día siguiente, a primera hora de la mañana, los remolques llenos son llevados a los almacenes para que se queden vacíos y así cuanto antes iniciar otra jornada de cosecha. Si el tiempo es bueno y dependiendo de los medios disponibles, un agricultor, con una media de 100 fanegas de cereal, puede llegar a tardar en cosechar en un máximo de 10 días. Lo habitual es que algún día amanezca nublado o, lo que es peor, llueva. Entonces habrá que esperar uno o varios días a que el sol caliente el grano en la espiga y elimine la humedad acumulada por la lluvia o el rocío.
Algunos agricultores de Argandoña (A.) poseen cosechadora propia, bien individualmente o bien compartiéndola entre dos o tres propietarios. En los dos casos realizan la cosecha por su cuenta, alternando la cosecha de los cereales según el tipo y su grado de maduración. Por ejemplo, la avena se debe cosechar en el momento preciso dada su fragilidad, mientras que el trigo aguanta más tiempo en la rama una vez madurado. Si se cosecha entre varios agricultores, se ayudan unos a otros poniendo a disposición todos los remolques y llevando a cabo una labor en común. Algunos conservan cosechadoras de cierta antigüedad que mientras funcionan correctamente las siguen usando, a pesar de su menor efectividad frente a las nuevas cosechadoras, mucho más eficaces. Éstas resultan ser muy caras para ser adquiridas por un solo agricultor y, o bien la compran entre varios agricultores para recoger su propia cosecha, o bien es propiedad de uno solo o de varios de ellos y se dedican a cosechar a otros agricultores cobrándoles por superficie cosechada. La espera del turno de cosechadora se compensa con la rapidez con que realizan la labor estas grandes máquinas. Muchas de estas grandes cosechadoras acuden a la Llanada Alavesa desde comarcas o provincias vecinas como Navarra, cuando la cosecha en estas zonas ya ha concluido.
Cuando las cosechadoras de cereal dejan en el suelo la paja entera, ésta se enfarda (labor que antes de la mecanización suponía un gran esfuerzo). La mayoría de los agricultores no necesitan la paja y dejan que sean otros los que se aprovechen de ella. Determinados agricultores se dedican a recoger la paja, la enfardan, la amontonan, la elevan a los remolques, transportan y almacenan. Así, el agricultor que cultiva la finca se libra de la paja sin ningún esfuerzo y sin haber tenido que abonar nada por ello, y puede ir preparando la siguiente siembra. Por su parte, el que recoge la paja rentabiliza todo su trabajo vendiendo los fardos de paja a ganaderos de Bizkaia, Gipuzkoa y Cantabria, o bien a fábricas para la obtención de fibras artificiales situadas fuera del territorio. En los últimos años la paja se ha empleado para la transformación de energía calorífica en energía eléctrica (biomasa), en el cultivo del champiñón y en otras aplicaciones. A la paja sobrante, en el mes de setiembre, le dan fuego (algo que requiere un permiso especial de las instituciones y está sometido a control por el peligro de incendios forestales).
Enfermedades, plagas y malas hierbas del trigo y por extensión del cereal
Hay varias plagas en el cultivo del cereal que pueden ocasionar daños más o menos graves. Tal es el caso de los nematodos (heterodera avenae), que afectan al trigo y la cebada de ciclo largo, sobre todo si el invierno es suave. Es plaga muy extendida y se da con preferencia en los terrenos donde se practica el monocultivo del cereal. Los pulgones afectan a la espiga del cereal, al reducir el tamaño del grano. La agromyza puede ocasionar daños en primaveras secas, sobre todo en cebadas de ciclo corto. Nefasia, Zabrus, Mayetiola, gusanos del suelo, etc. son otras plagas de menos incidencia y que aparecen ocasionalmente.
Entre las enfermedades más frecuentes están la Pseudocercosporella Herppotrichoides y Fusarium, dos hongos que originan el “mal de pie”, atacando a la base de los tallos, muy extendida en las zonas húmedas, causando descensos en los rendimientos. El hongo Ustilago Nuda (carbón desnudo) se va extendiendo en las cebadas de ciclo largo. Las enfermedades foliares, producidas por distintos tipos de hongos, se ven favorecidas por semillas contaminadas (por el Helmintosporium), la humedad y la temperatura (el Oidium en la cebada y el trigo; las Royas y la Septoria en el trigo.
A las clásicas “malas hierbas”, llamadas en Nabarniz (B.) “olue” o “gari txarrak” (mal trigo), que se pueden identificar como avena loca y cizaña, tradicionalmente se les cortaban las puntas una vez crecidas, se recogían en el delantal atado a la cintura, y se dejaba su paja considerada buena para el ganado. Estas malas hierbas más otras conocidas como, amapola, cardo, etc., se combatían científicamente con el Ácido Fenoxiacético (el 2-4 D). En las últimas décadas se les unieron otras de la familia de las gramíneas que por su similitud con el cereal son más difíciles de distinguir y por ello combatir: la ballueca y la cola de zorra (en zonas húmedas), y el ballico (en áridas). Por otra parte existen malas hierbas de hoja ancha que son resistentes al 2-4 D, como son “verónica”, “galium”, “poligonum SP” o “matricaria”.
Las malas hierbas “flor amarilla” (Sinapis Arvensis) y “flor blanca” (Raphanus Raphanistrum) tienen, en Navarra, nombres locales: “ciape” (Cuenca de Pamplona, valles de Aezkoa y de Yerri); “florida” (Ribera del Ebro); “mostaza negra” (Aoiz); “maya” (desde Los Arcos hasta Viana); “lagina” (valles de Yerri y Romanzado); “langina” (Larraga, Artajona); “achicharre” (valles de Guesálaz y Yerri); “biurdica” (Obanos); “villoritas” (Falces); “amarillera” (Tudela); “chiroletas” (Tudela, la “flor blanca”). La amapola (Papaver Rhoeas) es conocida como: “catamusa” (Oroz Betelu, Estella, Barasoain, Aoiz, Monreal); “monja” (Navascués, Zona Media); “pipirripi” (valles de Odieta y Esteribar); “gorringo” (Oroz Betelu); “michingorri” (Tierra Estella); “apapol” (Lumbier, Cáseda); “cucurrucallo” (Estella); “rosa de lobo” (Larraga); “rosilla” (Lerín); “cucurucu” (Valle de Echauri); “cucurucao” (Valle de Ilzarbe); “carlista” (Lumbier); “requetés” (desde Los Arcos hasta Viana); “ababol” (Oroz Betelu, Estella, Barasoain, Navascués, Aoiz…) [63].
En Iparralde (Sara…) los informantes incluían entre ellas a la neguilla (“suilorra”) y al guisante salvaje (“baszetxilarra”), que crecían en los trigales.
Puede accederse a la versión digitalizada del Atlas Etnográfico de Vasconia en la dirección: https://atlasetnografico.labayru.eus
Más información en www.etniker.com
Imagen de la portada: Campos sembrados de trigo en el Valle navarro de Yerri.