Tarea difícil es la de presentar a un pintor navarro contemporáneo, porque, y ésta es la ironía, poco o casi nada sabemos de las Bellas Artes en Navarra durante el presente siglo. La ausencia de estudios, la inexistencia de un Museo de Arte Contemporáneo, el escaso interés por el coleccionismo, han acarreado la falta absoluta de catalogaciones que hoy serían de utilidad indispensable para recomponer la historia artística de las últimas décadas. Por eso debemos felicitar a todos los que con su esfuerzo han hecho posible esta Exposición Antológica del pintor baztanés Francisco Echenique Anchorena, con ocasión de su centenario (1880-1980), ya que de esta manera cubriremos una de nuestras lagunas informativas, y tal vez podamos excitar nuestra curiosidad por el pasado artístico, en gran medida todavía ignorado.
Parte de los historiadores del arte vasco contemporáneo, que son los únicos que han tratado de describir la pintura navarra del siglo XX, o, al menos de recomponer la nómina de sus artistas, omiten a Francisco Echenique. Tal es el caso de Mauricio Flores Caperochipi y de Juan María Álvarez Emparanza. Otros le mencionan, pero con inexactitud. Así, Manuel Llano Gorostiza y Luis Madariaga sostienen que Echenique fue discípulo de Javier Ciga y pensionado de la Diputación Foral de Navarra [1]. Llano, incluso, especifica el año de la pensión -1922- y los compañeros que con él la disfrutaron, Julio Briñol y Crispín Martínez. Echenique, en verdad, no pasó de ser amigo de Ciga, al que -eso sí- enseñaba sus obras, intercambiando con él opiniones, pero lo cierto es que la vida le exigió una dura dedicación profesional para sacra adelante a la familia y poder permitirse así su “hobby” de pintar en los domingos. Si Echenique, como buen pintor que fue, hubiera recibido la ayuda que, pongamos por caso, el montañés Riancho recibió, hubiera llegado lejos y su nombre no se habría borrado.
Es necesario, pues, recuperar su memoria y revestirla de sus atributos originarios, que en buena justicia merece.
Su biografía y personalidad
Francisco Echenique Anchorena nació en Elizondo el 28 de junio de 1880 y murió en el mismo lugar el 19 de junio de 1948, víctima de un cáncer generalizado que se lo llevó tras una larga enfermedad. Vivió sesenta y ocho años. Nació en el seno de una familia humilde de la Casa Tellagorría, de la que pronto iba a faltar el padre por fallecimiento prematuro, dejando a la familia desamparada y a su mujer, francisca, que era natural de Ciga, al cuidado de un huérfano de seis años.
Francisco acudió a la escuela del pueblo hasta los doce años, ingresando a continuación en el Ayuntamiento de Baztán como ayudante del Depositario de cuentas. Aquí serviría hasta su muerte. En esta época, trascribiendo primero la nómina de gastos e ingresos o copiando después las actas, fue desarrollando una magnífica escritura en letra redondilla, de ductus inalterable y detallista, que contribuiría al soltar de la mano del ya incipiente dibujante.
Sin ningún precedente artístico en la familia, con la salvedad de una disposición para el trabajo manual (su padre había sido bastero de oficio), y tras haber logrado establecerse dignamente y casarse a sus veinticinco años con Francisca Urruzola Arrache [2], comenzó a interesarse, no se sabe cómo, por la fotografía artística. Participó en algunos concursos fotográficos y alcanzó un segundo premio en un certamen de Pamplona, en 1907, y una medalla de bronce, un año más tarde, en Buenos Aires. Entreviendo las posibilidades de este medio de expresión y animado por los éxitos, ante su deseo de ampliar ingresos, abrió un estudio profesional en Elizondo, dedicándose durante unos años al reportaje y fotos familiares.
Entre sus aficiones se contaban el gusto por el canto coral y la música. Durante cierto tiempo fue el “bombardino” de la Banda “Recreo” de Elizondo. Luego, con el paso del tiempo y la afirmación de sus tendencias artísticas, leería mucho en diccionarios, libros de toda clase y folletos, coleccionando los números de la Biblioteca La Esfera, sobre literatura y crítica de arte.
Esta curiosidad por lo nuevo, que ya le había llevado a la práctica fotográfica, le hizo fijarse sobre 1915-1918 en el dibujo. Puede suponerse que llegaría a dibujar en una evolución natural desde el ejercicio de la escritura y que la fotografía, inicialmente distracción y luego representación consciente, habría precipitado su práctica. Conviene hacer hincapié en su formación fotográfica y en la evolución subsiguiente hacia el dibujo y la pintura, ya que su obra posterior -tanto las aguatintas de los “Apuntes Vascos del Baztán-, como aquellos paisajes al óleo en que se inclina por una técnica puntillista en la representación-, reflejan una espontaneidad y una atención por la estructura de las formas y por el movimiento que genera el paso del tiempo en los cuerpos y en el aire, que puede asegurarse son consecuencia de su nueva visión educada ante el objetivo fotográfico. Así lo deducimos, además, de su práctica de pintor ya cuajado, cuando en pleno campo y ya instalada en el suelo su caja de pinturas-trípode y clavado su gran paraguas de pastor cerca de sí, sacaba del bolsillo un marquito hueco, que colocado sobre la vista y moviéndose en el espacio, le servía de objetivo casero para elegir dentro del campo visual el encuadre más apropiado para una representación verista de la realidad [3].
Practicó el dibujo de manera intensa hasta 1920, al servicio del retrato [4], y como técnica auxiliar de sus pinturas al óleo durante toda la vida. Se había acostumbrado a llevar siempre consigo un cuadernillo y lápiz, para tomar apuntes rápidos del natural en cualquier momento. También probó otros procedimientos técnicos, como el aguatinta, para las series de “Apuntes Vascos del Baztán”, impresos por Laborde y Labayen, de Tolosa, en 1939. El nuevo ensayo probaría la alta cualificación de nuestro artista, que sabe dosificar perfectamente el entintado al servicio del efecto de claroscuro y de las leyes de la perspectiva, en una ágil combinación de dibujo constructivo e improvisación. Estos “Apuntes” al aire libre de los pueblos baztaneses, que en su día tuvieron un interés turístico, son hoy estampas del ayer con un valor etnográfico importante, como documento de una forma de construir y embellecer exteriormente la casa batanesa [5].
La creación paisajística de Echenique se realizó siempre en directo, al aire libre. Su escenario de trabajo fueron los pueblos del Baztán (Garzáin, Arizcun, Irurita, Elvetea, Oronoz, Aniz, Lecároz, Elizondo, Maya, Arráyoz…) y San Sebastián durante las vacaciones [6]. Sólo excepcionalmente pintó Lesaca, Santesteban, Echalar o algún pueblo de la Ulzama. También debió pintar algún paisaje de Alduides, durante la guerra. Su intensa dedicación a las labores administrativas del Ayuntamiento y su hombría de bien que le movía atender los problemas ajenos hasta en los días festivos, le impidieron alejarse de Elizondo para pintar a gusto y con calma. Esta es la razón de que Echenique, modesto como para disponer de un vehículo, pintara con preferencia los rincones vecinos de Garzáin, Lecároz, Elvetea y aún del mismo Elizondo.
Así que Echenique se convirtió en un pintor de domingo. Salía al campo por la tarde, acompañado por su madre o por su hermana Mª Luisa, que ejercían la hipercrítica familiar. Su carácter reservado se daba totalmente a la naturaleza en el proceso silencioso de la creación. Pintó sin prisas y disfrutó mucho con este placer, pues, por encima de todo, era un amante de su tierra y de su valle hasta donde podamos imaginar.
A pesar de su enorme dificultad en abrirse paso por el mundo artístico de la época, expuso -que sepamos- cinco veces en El Pueblo Vasco de San Sebastián [7], tres veces en la Diputación Foral de Navarra (Pamplona) [8], una en Bilbao y Bayona, y otra más durante la Semana Vasca de San Sebastián de 1928, cosechando elogios de la crítica y realizando ventas importantes que desparramaron su obra por Guipúzcoa, Navarra, y tras cruzar el océano, por Méjico.
Después de fallecido, en 1949 se le ofreció una Exposición Homenaje en Elizondo y con motivo del centenario de su nacimiento, en el pasado mes de julio, otra más [9].
Echenique colaboró como ilustrador de El Bidasoa de Irún, de la Geografía del País Vasco Navarro de Altadill, del artículo de José María Iribarren sobre “Valle Inclán y el paisaje baztanés de la guerra carlista” [10] y en varios bocetos anunciadores de las fiestas de Elizondo.
Sus temas paisajísticos
Los paisajes de Echenique son silenciosos. Aunque la figura humana raramente los acompaña [11] y menos la animal, no puede decirse, en cambio, que sean solitarios. No lo son porque en ellos se presenta la huella del hombre y su creador les confiere alma, algo de su propio ser. Algunos de estos paisajes son montaraces y de amplias perspectivas [12], su naturaleza es fecunda y grande, como en los óleos “Rincón del sanatorio”, “Barranco de Agozpe”, “Mendaur” o “Camino del bosque”. Pero la predilección del pintor se dirige hacia el pueblo campesino, primordialmente baztanés, sorprendido entre campos y recostado en el monte, atravesado por caminos, de casas en hilera que se sostienen entre sí, por encima de las cuales se yergue dominador el campanario de su iglesia.
El caserío misterioso, la borda perdida del monte, es otro de sus temas preferidos. Parece como si el pintor sospechara algo grandioso de la conjunción entre naturaleza y hombre. El barranco, la peña bravía le cautivan. Ahí están las representaciones de Irlintzi y Agozpe. El árbol, o los árboles, son los protagonistas de muchos de sus cuadros, tanto como la espesura que en las alturas cobija la cascada del torrente o flaquea en los bajos remansos del Baztán, ocasión siempre de mostrar su atracción por los reflejos y destellos de la luz solar sobre las aguas. Luz de atardecida, de noche amenazadora (en “Sol y sombra”); luz de claro de bosque (En “lavanderas”); brillos que la brisa produce en el rizo de las aguas (en “Achobornea”); blanca espuma efervescente de presas y torrenteras (en “Domingonea” y “Recodo sombrío”); destellos grises sobre el agua encharcada de la carretera (en “Día lluvioso”); gusto por las frescas penumbras.
La luz adquiere tanta importancia en sus paisajes que ella por sí misma es el motor de la representación. Muchas de sus vistas se han tomado en la hora difícil del crepúsculo o en contraluz, con soles de invierno y de verano, con luz de día gris, con cielo plomizo y amenazador de tormenta. De hecho, muchos cuadros anteponen estas palabras estas palabras a sus títulos. No es, pues, un recurso, sino un tema preferente. Con el tiempo la plasmación de esta luz se vuelve natural y se pasa del uso del negro para sombrear al empleo de los complementarios de un color.
El monte y el aire son los temas finales que forman el todo completo. El uno da el escenario real y el otro vivifica la atmósfera de la obra.
Evolución de su estilo
Es sumamente difícil establecer una datación de las obras de Echenique, porque no acostumbraba a poner en ellas el año de su terminación e incluso las dejaba sin firmar. Pero bastan unas pocas obras fechada para comprobar lo que se advertía tras el examen detenido de la obra: en su producción se dan contrastes entre obras llenas de plenitud y regresiones a la inmadurez dentro de una misma época. La irregularidad es una de las características de este pintor, que logra sus mayores aciertos en los paisajes de cielo abierto. Sorprende cómo con sus “Apuntes Vascos del Baztán” obtiene mejores perspectivas y efectos que en muchas de sus obras posteriores. Su explicación puede estar no tanto en su autodidactismo como en su actitud personal como artista. Tal vez su modestia restó ambición a un hombre de por sí muy ocupado en otros trabajos [13].
A pesar de lo expuesto, las obras de esta exposición permiten establecer varios momentos en la evolución estilística del pintor:
1º Una etapa oscura, que podría durar hasta 1920. Se caracteriza por:
- una predilección por los lugares sombríos y cerrados (el bosque), con cielos cargados;
- fuerte claroscuro;
- nitidez en los perfiles de los cuerpos;
- empleo de los colores con dureza (verdes agrios, ocres apagados, blancos amarillentos y negro);
- las obras más representativas podrían ser “Paisaje de Irurita”, “Sol y sombra” y “El recodo”, de la Col. Aldaz Mina.
2º Una fase intermedia, sin límites totalmente precisos, entre 1932 y 1939, en que da entrada a los cielos y a la luz, con un progresivo interés por los factores ambientales. El dibujo y el empaste son aún pesados, como en “Peñas de Agozpe”, pero aparecen ya las lejanías atmosféricas en “Palacio de Ursúa, Arizcun”. El final de este periodo coincidiría con las aguatintas de “Apuntes Vascos del Baztán”, algunas de las cuales son tan jugosas como las obras finales. El paisaje “Mendaur”, de 1938, prueba que Echenique se ha interesado ya por el aire y que la única manera de representar con realismo los efectos atmosféricos sobre los cuerpos es recurriendo a los colores complementarios y a una pincelada corta de toque leve, que es la más capacitada para fijar impresiones.
3º Y un último momento de madurez creadora, cuya plenitud la hemos podido ver en los paisajes de la Col. Urruzola. La paleta de Echenique sea enriquecido con entonaciones de rojos, verdes, azules y violetas, con los que -dentro de las litaciones del paisaje baztanés- ensaya los nuevos efectos. Sus características serían:
- importancia de la claridad;
- mayor interés por el ambiente;
- no desaparece el rigor constructivo de su dibujo, pero el color es avivado por puntos aplicados en toques cortos que restan dureza y dan verosimilitud al paisaje.
En la última fase de desarrollo, el paisaje se muestra totalizador y cielo y tierra forman un todo interdependiente. La atmósfera se palpa, se dulcifica el color agrisándose (en “Mirando Lecároz”), la luz lo invade todo pero sin estridencias y comienza a romperse la forma (en “Robles de Andalorrea”).
Valoración crítica
No cabe duda que Francisco Echenique está bien dotado técnicamente y que por encima de los contrastes observados, ha puesto voluntad en superar sus imperfecciones. Una de sus cualidades es que combate con su dibujo de rigor el defecto en que cayeron los pintores impresionistas, que se precipitaron hacia un colorismo exagerado que acabó en algunos casos en la abstracción. Puso cuidado en ofrecer el punto de vista ideal que aglutina de una manera natural, aunque pintoresca, pero sin alteración, los elementos de la naturaleza a representar. Dentro de él cuida especialmente de la composición, a veces atrevida, en beneficio del efecto de profundidad. Así, por ejemplo, sitúa en primeros términos árboles que dan la referencia espacial y se escorzan (en “paisaje de Elizondo” o en “Lavanderas”). Las calles y caminos dividen el espacio pictórico en dos sectores más o menos armónicos que equilibran la composición y son ocasión para mostrar perspectivas en profundidad. Las perspectivas en lejanía, laterales o diagonales, con sentido descriptivo, no son ajenas al gusto por el detalle en los primeros términos (el porche de una plaza, por ejemplo). En el uso de la perspectiva frontal, obtiene, en cambio, algunos efectos de aplastamiento.
No voy a añadir más comentarios a los ya expresados sobre el uso del color en sus paisajes. Únicamente citar, porque me parece de interés, el caso de su paisaje “Garzáin desde Echegaraya” (1942). Ante los volúmenes netos de las casas, iluminadas por la luz de la mañana, se levantan en primer término unos arbustos cuyas hojas son puntos de color corridos, tal como sucede en las fotografías movidas o que captan objetos en marcha. Y es que Echenique gusta de la percepción instantánea y fugaz que da al momento su dimensión temporal tan difícilmente expresable. Se esfuerza en decir lo inefable del paisaje con distintos condicionantes. No siempre logra resultados encomiables, pero bastan unos pocos para perdurar.
Echenique Anchorena es un pintor autodidacta que ha llegado a su madurez pictórica a costa de esfuerzo individual, superando alcances desiguales que son lógicos en un artista carente de dirección que se ha hecho a sí mismo. En su producción pictórica, que evoluciona desde un realismo académico a un impresionismo de carácter personal, hay contrastes chocantes entre las ejecuciones fuertes y rudas de sus comienzos y las delicadezas cromáticas posteriores. Bien dotado como dibujante, detallista y rápido a la vez, capacitado para captar la fugacidad de una luz o sugerir un ambiente, obtuvo con los pinceles buenos efectos plásticos y en ocasiones (como lo demuestran los paisajes dela Col. Urruzola), asombrosas conjunciones de composición y perspectiva, de luz y color, de empaste y entonación, confiriendo a sus naturalezas una dimensión temporal y traspasando con verismo al soporte la atmósfera pura y fresca del Baztán.
Las obras que intervinieron en la exposición antológica y que constituyen la base de esta investigación fueron las siguientes:
Este artículo se incluyó más tarde en la obra colectiva, coordinada por Salvador Martín-Cruz, Pintores navarros, en su vol. I, pp. 58-67, bajo el título «Francisco Echenique Anchorena, el esfuerzo unido al afán de superación», con algún ligero retoque y el acompañamiento de láminas en color. Fue editada en Pamplona por la Caja de Ahorros Municipal de Pamplona en colaboración con Fondo de Estudios y Publicaciones, 1981. Del. legal: NA. 1173-1981. ISBN: 84-86020-00-X.
Notas
[1] Ver LLANO GOROSTIZA, Manuel. Pintura vasca. Bilbao, Artes Gráficas Grijelmo, 1966, p. 236; y MADARIAGA, Luis. Pintores vascos. San Sebastián, Auñamendi, 1970, p. 124 del vol. I.
[2] El matrimonio se celebró en 1905. Ella era hija de padre guipuzcoano y su madre era de Almándoz. Era costurera. Del matrimonio nacerían un hijo -Alfonso- y dos hijas -María Luisa y María del Carmen.
[3] El marquito, según información de su hijo Alfonso, era de unos 10 por 15 cms.
[4] De esta época es su serie de viejos baztaneses, núms. 1 y 2 de la Exposición, de tendencia clásica en su realismo, con gran atención por el detallismo de las facciones y cuidadoso sombreado. Representan la severidad y hondura del anciano patriarca vasco.
[5] Estos apuntes hubieran podido ser material complementario del libro de Leoncio Urabayen sobre la casa navarra.
[6] Durante quince años, al menos, Echenique pasó los meses de septiembre descansando en San Sebastián durante sus vacaciones, debido a que sus suegros vivían en esta ciudad. Por esta razón, y por la proximidad, expuso varias veces en los locales de El Pueblo Vasco. San Sebastián contribuyó a su enriquecimiento y formación, ya que era ahí donde visitaba las exposiciones de arte y frecuentaba las amistades de Cabanas Oteiza, Ricardo Baroja y Eloy Erenchun.
[7] Ver una de las crónicas de 1923 en el artículo de BILDARI, ”Echenique Anchorena y Nicolás de Mújica”, en Euskalerriaren Alde, 1923, XIII, p. 369.
[8] De la última Exposición de Pamplona, en enero de 1947, se hicieron eco los periódicos Diario de Navarra y El Pensamiento Navarro, del día 11 de ese mes, y la Hoja del Lunes del día 13, así como la revista Pregón, en su número 11 de abril del mismo año.
[9] En la de 1949 participaron los siguientes artistas que sin duda debieron tratarle: María Rosario y José Camps, Felipe Emperador, Dionisio de Azcue, Eugenio y Carlos Menaya, José Luis Garicano, Ignacio Echandi, María Paz Jiménez, Eloy Erenchun, Ascensio Martiarena, Simón Arrieta, Luis Hoyos, Agustín Ansa, Isabel Morales, Vicente Cobreros Uranga, Jesús Basiano, Javier Ciga y José María Apecechea. Casi todas las obras expuestas eran paisajes y algunos retratos.
En la de julio pasado, organizada a iniciativa del Ayuntamiento de Baztán y la Sociedad de Estudios Vascos, se exhibieron una serie de obras del pintor y algunas más de los pintores José María Apecechea, Ana María Marín, Kepa Arizmendi y Jesús Montes Iribarren.
[10] Publicado en Pregón, Pamplona, del invierno de 1954, núm. 42.
[11] Se exceptúan, de entre los de la Muestra, los cuadros titulados “Karriketxar” (1918), “Lavanderas” y “Día lluvioso”
[12] “Atardecer tormentoso en el Baztán”, “Regata de Fuente Hermosa”, “Recodo sombrío”, “Mendaur”, “Monte abajo”, “Paisaje e invierno”, “Paisaje de otoño”, “paisaje del río Baztán”, “camino entre hayas”, “Robles de Andalorrea”, todos ellos en la Exposición
[13] Llano Gorostiza (ver nota 1) califica a su paisajismo de “fácil y honesto”. Me parece poco acertada la atribución de fácil, pues así parecen contradecirlo muchas de sus obras.