Conferencia ofrecida en el Cine Mikael de Pamplona con ocasión de la apertura del curso 1991-1992 de Aulas Tercera Edad.
Quien era Goya
Apuntes biográficos y formación
Francisco de Goya y Lucientes (Fuendetodos, Zaragoza, 30 de marzo de 1746 – Burdeos, Francia, 16 de abril de 1828), fue hijo de un dorador y escribano del que hereda su vocación a las Bellas Artes. De familia hidalga y blasonada, tiene cinco hermanos. Conoce el ambiente de su aldea zaragozana “recio, duro y basto”, lo que da pie al Marqués de Lozoya a hablar de su “rudeza baturra”. Su carácter es osado, como lo demuestra su participación en capeas pueblerinas, apasionado por sus amoríos, pendencias y uso de la guitarra, y amante de la naturaleza, pues ama la caza.
Realiza sus primeros estudios en Zaragoza, en las Escuelas Pías, donde traba amistad con Martín Zapater, con quien mantendrá en el futuro una copiosa correspondencia. A los 14 años entra en el taller de José Luzán, antiguo pintor de cámara del rey Felipe V, formado en Nápoles, de estilo académico, clásico y correcto. Continúa su formación en la Academia de Dibujo del escultor Juan Ramírez, formador de los hermanos Bayeu, también de gustos académicos. Por fin, a sus 17 años, ingresa en la Academia de San Fernando, de Madrid, donde será dirigido por Rafael Mengs, primer pintor del rey Carlos III, decorador del Palacio Real de Madrid, quien le ejercitará en la disciplina académica, dibujo del yeso e interpretación del natural según los cánones indiscutibles de Rafael.
Entre sus 23 y 25 años de edad, de 1769 a 1771, permanece en Roma y Parma, entonces Ducado español. La Academia de Parma le concede un segundo premio por su cuadro “Aníbal pasando los Alpes”.
Realiza sus primeras obras en Zaragoza: la pintura de la bóveda del Coreto de la basílica del Pilar, al estilo de Bayeu, con luminosos colorido, y las pinturas murales del Aula Dei y del Palacio de Sobradiel.
Se traslada a Madrid al cumplir los 27 años, tras casarse con Josefa Bayeu (en 1773), hermana de Francisco, que le dará varios hijos, de los que sólo sobrevivirá Javier.
La amistad y parentesco con Francisco Bayeu, discípulo de Mengs, posterior pintor de cámara del rey y director de la sección de pintura de San Fernando, le abre las puertas de la Corte. Obtiene un puesto en la Real Fábrica de Tapices. Se relaciona con Mengs, que tiene gran influencia en la Corte de Carlos III. El contacto con las colecciones reales, donde hay Tizianos, Tintorettos, pinturas de Rembrandt, de Velázquez, de Ribera, de Carreño y de Murillo, decoraciones murales de Lucas Jordán, Corrado Giacquinto y Giambattista Tiépolo, contribuye a su formación. Bayeu le transmite la finura y transparencia del colorido alegre y brillante de sus cuadros, de forma que su pintura gana en poder expresivo.
En 1780, a sus 34 años, ingresa como individuo de número de la Real Academia de San Fernando. Sucesivamente será nombrado pintor de cámara de los reyes Carlos III (en 1786 contando 40 años), Carlos IV ( en 1789 con 43) y Fernando VII ( a sus 56 años).
En su vida, sin embargo, hay varios hechos que resienten su carácter:
- El encargo, cuando contaba 34 años de edad, de la pintura de varias cúpulas del Pilar de Zaragoza (1780), con el tema “Regina Martyrum”, que no gustarían al cabildo de la basílica “por lo poco cristianas” y le obligarían a modificaciones, enfrentándose a causa de ello con su cuñado Francisco Bayeu.
- Una enfermedad que padece a sus 46 años y le deja totalmente sordo, lo que le lleva a reconcentrarse en sí mismo y hacer más punzante su pintura, como se verá en sus “Caprichos”.
- La invasión napoleónica (1808) de España le lleva a fluctuar entre ambos bandos enfrentados, el patriótico y el afrancesado; a ello hay que sumar su visión de los horrores de la guerra, la muerte de su esposa en 1812, su progresivo aislamiento e incómodas relaciones sociales. Es la época de sus “pinturas negras” de la llamada Quinta del Sordo, donde vive, a orillas del Manzanares, en Madrid, hoy parte de la colección del Museo Nacional del Prado. Marcha a Francia (Burdeos, París), donde mantendrá contactos con los afrancesados españoles. En Burdeos morirá el 16 de abril de 1828, a sus 82 años de edad.
Su obra pictórica
Es producto de sesenta años de trabajo y de sus dotes versátiles y polifacéticas.
Se condensa en:
- Grandes composiciones al fresco
- Cartones para tapices
- Retratos numerosos, reflejo fiel de la sociedad de su tiempo
- Infinidad de lienzos con asuntos religiosos, históricos, de costumbres, satíricos y fantásticos.
- Grabados
- Y dibujos numerosos que traducen los estados de su espíritu.
El Marqués de Lozoya sistematiza la evolución de su pintura en tres etapas [1]:
De indecisión (hasta 1788, reinado de Carlos III)
Abarca su formación y contactos con la corte de Carlos III.
Su obra principal abarca:
- Cartones para tapices del Palacio Real de Madrid: composiciones alegres y luminosas, de tipo popular, imbuidas de ingenuidad, con gracia en la composición y vibrantes color y luz.
- Composiciones religiosas: sin sentimiento religioso pero con admirables efectos de luz y colorido de gran finura. Así en la capilla de San Francisco de Borja en la Catedral de Valencia, y “El Prendimiento de Cristo” en la Sacristía de la Catedral de Toledo.
- Retratos, algo desmañados todavía, del “Conde de Floridablanca”, “Carlos III” y de la “Familia del Infante Don Luis”. Y su “Autorretrato”.
De plenitud (de en torno a 1790 a 1808, reinado de Carlos IV)
Es un pintor ya consagrado y admitido en los más levados círculos literarios y sociales.
Obra:
- Decoración de San Antonio de la Florida, en Madrid: representa el milagro del santo resucitando a un asesinado para que testimoniara a favor de un inocente acusado del crimen. El pueblo, en círculo, presencia el milagro. Es pintura sintética, rápida, al temple, con prodigiosa luz, a la que el Marqués de Lozoya califica como “la Capilla Sixtina del Impresionismo” por su avanzada técnica.
- Retratos: son elegantes, sin afectación, en ellos muestra su agudeza psicológica, su capacidad para recrear ambientes, fundiendo las figuras con el fondo como hacía Velázquez, expresando aire y luz; plasma calidades materiales como sedas, pana y otros tejidos; y se muestra experto colorista en el aprovechamiento de los tonos del blanco, del negro, de gris, con gran simplicidad de medios, dandi tonalidad caliente a las encarnaciones y sumando alguna nota brillante de luz y color. Los hace de la familia real (“María Luisa de Parma”, “Carlos IV” como cazador y en la corte, la “Familia de Carlos IV”, “Godoy, Príncipe de la Paz”; de aristócratas e intelectuales: el “Marqués de San Adrián” con su elegancia desenfadada, “Moratín”, “Meléndez Valdés”, “Jovellanos”, inteligentes y escépticos, la “Duquesa de Alba”, bella, delicada y enfermiza, las dos “Majas”, vestida y desnuda, la “Marquesa de Santa Cruz”, vestida de blanco; y de niños, deliciosos en la torpeza y expresión atrevida o inocente, como “Marianico Goya”, su nieto.
- De género, naturalezas muertas, etc.
En que se reflejan las dolorosas vicisitudes de la Guerra de la Independencia (1808-1813) y del Reinado de Fernando VII (1814-1833, 1928)
Las circunstancias varían: pierde la confianza de la Corte, queda aislado por su sordera y mueren o se destierran sus mejores amigos. Su carácter se torna patético y sombrío, melancólico, se esconde tras el sarcasmo.
Realiza ahora pocos retratos, abundantes composiciones entre grotescas, religiosas, anecdóticas y de costumbres, en cualquier caso predominan los temas sombríos y trágicos.
Se caracteriza su pintura por una mayor síntesis empleando escasos recursos, con descuidos frecuentes en el dibujo, simplifica su paleta con un predominio del ocre, blanco y negro, con una luz inesperada.
Sus obras a destacar son:
- “Pinturas negras” de la Quinta del Sordo, pintadas en 1820, en las que proyecta sus pesadillas, sus alucinaciones y sus obsesiones. Los temas representados son “Saturno devorando a sus hijos”, la “Romería de San Isidro”, el “Aquelarre”, “Ancianos tomando la sopa”, los hombres golpeándose con mazos, etc. Son pinturas grandiosas, con gran fuerza expresiva fiada al uso de los colores negro, blanco, ocre y al claroscuro intenso, que traducen una especie de horror cósmico.
- Obra patriótica: escenas del levantamiento de Madrid contra los ocupantes franceses en mayo de 1808, con “El Dos de Mayo”, “Los Fusilamientos de la Moncloa”, aunque se perdieron “El primer alzamiento ante el Palacio Real” y la “Defensa del Parque de Monteleón”.
- Asunto religioso: la “Comunión de San José de Calasanz” (de la Iglesia de San Antón de Madrid).
- Escenas de género: trágicas o burlescas, producto de su fantasía enfermiza, tales “El baile de las máscaras”, “El hospital de apestados” y “la lechera de Burdeos”, vuelta al colorismo anterior.
- Retratos: cortesanos como el de “Fernando VII”, aristocráticos como el del “Duque de San Carlos” y de intelectuales como “Moratín”.
Su obra gráfica
Goya encontró en el grabado su mejor medio de expresión por su fuerza expresiva, su vigorosa simplicidad y su poder para reproducir ambientes de misterio, para llegar a los límites del patetismo.
El Marqués de Lozoya afirma: “con él expresa el artista la gran crisis espiritual de su generación, conmovida ante los vicios y las vergüenzas de su tiempo y ante los horrores que la revolución había desencadenado sobre Europa, pero que carece de fuerza espiritual para reaccionar en un sentido ascético y se condensa en la más amarga y agria de las sátiras” [2].
La serie de sus aguafuertes, combinados con aguatintas, se caracterizan por su simplicidad, medio por el que busca la fuerza.
Son los siguientes:
Los Caprichos [3]
Subtítulo: “Idioma universal”.
Realizados entre 1793 y 1798.
Corresponden a su periodo de plenitud.
Es una sátira ante los vicios y supersticiones de España producto de las tertulias enciclopedistas entre librepensadores e inspirados por literatos como Moratín, Samaniego y Quevedo.
Es un verdadero retablo humano el representado en ellos: el casamiento a la fuerza, los frailes, las monjas, los ajusticiados, las celestinas…
El dibujo es excepcional.
Los efectos de corporeidad y claroscuro son magistrales.
Los Desastres de la Guerra
Son una diatriba contra ella. En ellos muestra su espanto, no hay en ellos soflama patriótica.
Sus fuentes de inspiración son sus recuerdos de Madrid y un viaje por Aragón que hace en 1808.
En cuanto a su cronología, la serie dedicada a la guerra la ejecuta en 1810 y la serie del hambre, en Madrid, durante los años 1812-1820.
Representa en ellos la fealdad grotesca (la multitud espantada o enardecida, el terror, la muerte, las calamidades del éxodo, el hambre, la angustia suprema de las ejecuciones); el ambiente, el paisaje y los accesorios de que se sirve realzan el sentido de tragedia.
Los Disparates
También denominados por Goya como “Los Proverbios” y “Los Sueños”.
Realizados entre 1816 y 1819.
Presenta en ellos un mundo grotesco: monstruos, enanos, brujas, gigantes que pretenden asustar, aunque no hay intención moralizadora o satírica, para Goya son un divertimento.
Su concepción es más grandiosa.
El claroscuro más intenso.
La Tauromaquia
Serie de grabados realizados por Goya a lo largo de su vida.
Es una historia del arte de lidiar los toros: las hazañas de los diestros famosos, con la nota trágica.
A destacar en ellos el movimiento, la expresión de vida (no en la anatomía de los animales), los efectos de luminosidad, la sensación de ambiente con pocos recursos.
Precursor del Arte Moderno
La vida de Goya se desenvuelve cronológicamente dentro del Neoclasicismo, con el que coincide en su universalismo, en su humanismo y en su intención moralizante. De suyo su vida coincide con la del mayor exponente del arte neoclásico en Francia que fue Jacques-Louis David.
Pero Goya es un hombre de temperamento romántico, pues exalta el subjetivismo del artista, lo pasional y la libertad de inspiración y de creación. De suyo explora el exterior (es realista crudo) y su interior (plasma el resultado de su imaginación, de su fantasía y de su “inconsciente”, es decir, de aquello que se escapa a la conciencia pero actúa sobre la conducta). Además, es antiacadémico en la forma.
En realidad, puede decirse que preludia la rebelde actitud del Arte Contemporáneo, ya que va contra el idealismo clásico, exalta el realismo, desprecia las convenciones académicas del arte como moralizador, armoniosos y claro, y defiende el individualismo.
Pierre Mazars le considera “padre de la Pintura Moderna” en todas sus formas: realista, impresionista, expresionista, surrealista e informal abstractizante [4].
Julián Gállego [5] opina que Goya es por encima de todo “una manera de existir y de ser”: su “lenguaje universal” ha sido imitado y entendido por los siguientes pintores:
- Delacroix, en el predominio del cuerpo sobre la línea.
- Daumier, en sus grabados influidos por “Los Caprichos”.
- Courbet, en su empleo de pasta espesa y sus personajes goyescos.
- Manet, que se inspira directamente en él. Así su “Maja”, que tal vez incluso inspira la “Olimpia” de Gauguin. Inspira en Goya “El fusilamiento de Maximiliano”, las “Majas en el balcón”, la “Lola de Valencia”, “El guitarrista”. También relaciona con Goya sus grabados.
- Los impresionistas (Renoir) y post-impresionistas (Cézanne en su “Vieja del Rosario” y “El hombre con sombrero de paja”; Seurat…)
- Redón transfiere a sus retratados la angustia de “Los Disparates” o de “Los Caprichos”.
Amplía sus influencias al siglo XX:
- Sobre Kokoshcka, Ensor, Soutine, Rouault. Se pregunta si sus personajes grotescos habrían existido sin Goya.
- Los informalistas americanos (Mortensen, Hartung) confiesan haber sufrido su influjo.
- La pintura de De Kooning, Bacon, Dubuffet es una pintura goyesca.
- Lo mismo la pintura de acción de Pollock.
- Los surrealistas, como Dalí, que emplean monstruos y proyectan en la obra sus obsesiones, también son goyescos.
Añade Camón Aznar que a Goya debe considerársele fundador del romanticismo pictórico español [6]:
- Por su explotación del color, tal como se advierte en la decoración de la Cúpula de san Antonio de la Florida, de Madrid y en su cuadro patriótico de “El 2 de Mayo”.
- Por su deseo de veracidad
- Por su ánimo libre, como se advierte en la Pinturas Negras del Museo del Prado procedentes de la Quinta del Sordo (1820) y en su obra gráfica.
- Por su descubrimiento de España, sus ambientes y personajes
- Por la búsqueda de lo cotidiano, sencillo y espontáneo (Cartones para tapices del Palacio Real).
Aspectos que heredan Leonardo Alenza, Francisco Lameyer y Eugenio Lucas en cuanto al uso de la mancha de color, el populismo de los temas y el costumbrismo, principales características de la Escuela Madrileña.
Es notable, en particular, la influencia de Goya sobre los impresionistas. Él mismo hereda, según Camón Aznar, la pincelada fogosa de El Greco, sintetizadora de fulguraciones de luz; la luz ambiental de los paisajes abiertos de Velázquez; la pincelada abocetadora de Valdés Leal y la desmaterialización de las formas de Murillo. Opina Camón que Goya difunde esta herencia por Europa:
- Una pincelada vibrante y entrecortada, que recoge los brillos de la luz o esas manchas que definen el volumen y el movimiento, sobre todo “instantáneo”, herencia que será aprovechada por neo-goyistas como Eugenio Lucas.
- Una pincelada “instantánea”, con una técnica impresionista.
- La mancha de color.
En la Pintura Española, según Lafuente Ferrari [7], una serie de características goyescas como la acentuación del carácter, la aspereza en la factura, la riqueza de la materia y lo trágico, aparecen en pintores como Zuloaga (“El Cristo de la sangre”), Gutiérrez Solana, Nonell, Pedro Flores, Celso Lagar y otros.
El expresionismo figurativo de Saura y Barjola se inspiran en el de Goya.
Picasso es comparable a Goya por su polifacetismo, contradicciones, cargas emocionales, delicadezas y temas como las manolas, los toreros, y las corridas de toros (“Corrida de toros”, “Retrato de la señora de Canals”).
Anejo
La técnica del grabado al aguafuerte asociado al aguatinta
Esta asociación es frecuente durante el rococó tardío y el Romanticismo.
En ella, mediante el aguafuerte se fija la estructura del dibujo y con la aguatinta se rellenan las superficies comprendidas entre las impresiones lineales con los medio tonos y las diferentes gradaciones luminosas, de lo que dependen el claroscuro, el efecto pictórico o ambiental.
Modo de proceder
Primera fase: aguafuerte
Se cubre la superficie de una plancha de metal con un barniz ennegrecido para resaltar mejor los trazos incisos. Se realiza el dibujo rayando la capa protectora con una punta. Ésta deja al descubierto las líneas que luego el ácido nítrico, tras su bañado en él de la plancha atacará, reproduciendo en el cobre el dibujo trazado sobre el barniz.
En esta técnica (a diferencia del buril y punta seca), la punta no debe rayar la superficie metálica, con lo que el artífice no debe hacer esfuerzo físico alguno, logrando trazar líneas de todas clases con absoluta movilidad, resultando una línea pictórica, mórbida.
El artista, a su vez, puede jugar con sucesivas corrosiones por ácido y coberturas de barniz, si desea alcanzar texturas con valores de negro diferentes.
Segunda fase: aguatinta.
Con ella se trata de conseguir los mismos efectos de la acuarela o los dibujos de pincel y tinta.
La superficie del metal se cubre con un graneado de polvos de resina, adheridos a ella mediante calor. Después se graba al ácido la plancha, que ataca los lugares no protegidos por la resina. Donde se quiere obtener blanco (luz) se cubre la plancha con un barniz; donde gris se expone la parte que queda descubierta a una primera corrosión ligera; donde negro (mayor oscuridad), se cubren con barniz las partes ya consideradas suficientemente mordidas y se prolonga la corrosión para el resto.
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Imagen de la portada: «El pintor Francisco de Goya» (Vicente López Portaña, 1826). Museo Nacional del Prado (Madrid)
Notas
[1] MARQUÉS DE LOZOYA [JUAN DE CONTRERAS] Historia del arte hispánico. Barcelona, Salvat, 1949, tomo V, cap. 1.
[2] MARQUÉS DE LOZOYA [JUAN DE CONTRERAS] Historia del arte hispánico, cit., pp. 94-95.
[3] Por “capricho” desde Vasari (1568) se considera una modalidad de pintura basada en la libertad imaginativa y en lo absurdo, en lo ilógico y extravagante; se aplicó también a las creaciones de El Bosco, por constituir una diatriba de los vicios y de la indignidad. A fines del siglo XVI se consideró representación imaginaria libremente creada que condujese a la fantasía o el misterio o también como divertimento. Modernamente se consideran así los asuntos de fantasía onírica de los surrealistas.
[4] Le Figaro littéraire, París, 11 de octubre de 1970.
[5] Goya, Madrid, núm. 100, año 1971.
[6] CAMÓN AZNAR, José. “El impresionismo español”, en V.V.A.A. Un siglo de Arte Español (1856-1956): primer centenario de las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes. Madrid, Ministerio de Educación Nacional, Dirección General de Bellas Artes, 1955
[7] LAFUENTE FERRARI, E. Antecedentes, coincidencias e influencias del arte de Goya. Madrid, Sociedad Española de Amigos del arte, 1947,