Goya y los navarros de su época

En el siglo XVIII suena la que Caro Baroja llamó “hora navarra”. Una etapa de prestigio en la que algunos de los hombres que hicieron posible el desarrollo español del Siglo de las Luces procedían de nuestra tierra, y ayudaron a Goya o contribuyeron a su ascenso profesional. El artista, por su parte, los inmortalizó con sus pinceles.

Entre los que le prestaron un apoyo más decisivo estuvo el burundarra, de Bacaicoa, afincado en Zaragoza, Juan Martín de Goicoechea, fundador de la Academia de San Luis, que sostuvo la Escuela de Dibujo de la Real Sociedad Aragonesa y fue admitido como caballero de la Real Orden Española de Carlos III. Él y Zapater fueron sus amigos entrañables de Zaragoza, a los que recuerda continuamente en sus cartas el pintor de Fuendetodos. Goicoechea influiría en su amigo el Conde de Floridablanca para que a Goya le fuese concedido el pintar uno de los altares de la Basílica madrileña de San Francisco el Grande, con el tema de San Bernardino de Siena. El mismo Conde se dejaría retratar después por él.

Una vez establecido en Madrid, posará para él José Luis de Munárriz, estellés que dirigía la Compañía de Filipinas y por su propuesta de reorganización de los estudios de Bellas Artes al estilo de cómo se impartían en Italia y Austria, sería nombrado académico de honor de la Real Academia de San Fernando y luego secretario de la misma.

También tuvo entre sus relaciones a financieros introducidos en los medios artísticos, a los que retrataría y más tarde le beneficiaron, como Francisco de Larumbe, directivo del Banco de San Carlos, o Juan Bautista de Muguiro, banquero y hombre de negocios cuyo administrador, el comerciante Martín de Goicoechea, se convertiría en su consuegro y aún en compañero de sepulcro, pues sería enterrado junto a él en Burdeos, tras la marcha forzada de ambos al exilio durante el reinado de Fernando VII.

Del mismo modo, algunos políticos influyentes de la época fueron objeto de su actividad retratística, como el agoisco José Miguel de Azanza, Duque de Santa Fe, ministro de las Indias y virrey de México con José Bonaparte, así como Miguel de Múzquiz, baztanés, primer Conde de Gausa, que fue ministro de Hacienda con Carlos III, considerado político en sus osadas faenas: los quiebros del licenciadoe la guerra. Y gusto.r su temeridad, como nos lo ponen de relieve sus agufuerthábil de gran claridad mental, pues potenció la agricultura y la industria españolas del momento con un nuevo sentido de empresa, basado en el protagonismo de las sociedades económicas.

Goya. El V Marqués de San Adrián. Museo de Navarra

En el círculo de sus amistades también entraron ilustrados como José María de Magallón, quinto Marqués de san Adrián, Grande de España, tudelano que fue miembro de la Orden de Calatrava, o el almirante corellano Baltasar de Sesma. Su deseo de agradarles, y en corresponder en muchos casos a su valimiento, le impulsaron a Goya a retratar a sus esposas, muchas de las cuales también fueron de origen navarro.

Pero Goya, al tiempo que pintor cortesano, fue también cronista de la realidad española, a la que captó verazmente, sorprendiéndonos con ese casticismo que parece oponerse a sus aristocráticos retratos. El pueblo llano y sus costumbres, tremendas a veces por su temeridad, como nos lo ponen de relieve sus aguafuertes de la “Tauromaquia”, conforman imágenes de profundo valor documental que Goya hizo simplemente por gusto.

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Goya. El licenciado de Falces en uno de sus quiebros. Tauromaquia

Además de la caza, los toros contribuyeron a sedar su espíritu atormentado por la enfermedad y la tragedia de la guerra. Y él, que había sido capeador en su juventud, pronto admiró la lidia de los toreros “navarros”, así conocidos entonces los “del canal del Ebro”, a los que grabó en sus osadas faenas: los quiebros del “licenciado de Falces”, Bernardo Alcalde, que burlaba al burel embozado en su capa; Juanito Apiñani, calagurritano, experto en colocar banderillas y en la suerte de la garrocha; y Martincho Bassun, de Ejea, peón de la cuadrilla de José Laguregui “el Pamplonés”, al que más atención prestó, representándolo en el trance de volcar al toro, de envasarle el acero estando sentado y de saltar sobre él con grilletes en los pies.

Los toros de las vacadas de Artieda o de Guendulain, esos toros menudos y nerviosos que hicieron las delicias del pintor en tardes de corrida, cobraron en sus planchas de cinc la misma vida que en la plaza de festejos, por lo que podemos decir que Francisco de Goya no hizo distingos entre temas tan opuestos como la taurofilia y el retrato de solemnidad cortesana, expresión ambos de su magnitud artística y homenaje tanto a la vida popular como de la alta sociedad.

Así que Goya nos legó dos imágenes diferentes y complementarias de una Navarra entre siglos que dejó huella, y hoy merece la pena recordar a doscientos cincuenta años de su nacimiento.