La Gaceta del Norte (ed. Navarra), del 15 de noviembre de 1974, anunciaba la proyección, en el Cine Club Lux, de Pamplona, del filme del realizador sueco Ingmar Bergman Gritos y susurros (1972), dentro de un ciclo dedicado a operadores cinematográficos. El nombre elegido para esa sesión dedicada a grandes fotógrafos de cine europeos fue el de Sven Nykvist, del que se visionaba el título citado.
El titular de esta web escribió con motivo de esta proyección el artículo adjunto.
Sven Nykvist es un operador de categoría reconocida que se sitúa al nivel apropiado de la tradición fotográfica que los suecos han hecho gala de poseer a lo largo de la historia de su cine, desde Julius y Henrik Jaenzon a Arne Sucksdorff, Gosta Roosling o Gunnar Fisher. Empieza a trabajar con el realizador Bergman a raíz de Noche de circo (1953), su primer film realmente maduro, y no le abandona en un periodo de doce años, fotografiando las mejores películas de la última etapa del maestro sueco, cuando hace aparición en su filmografía el color. El manantial de la doncella, la trilogía de los films de cámara, Persona, La hora del lobo, La vergüenza, Pasión, El toque y Gritos y susurros, son sus films más destacados. Nykvist ha alcanzado su fama de técnico importante con los films de Bergman, pero no sólo con ellos, pues su colaboración se amplía a los nombres de Donner, Mattsson, Sjoberg, Sjoman y Zetterling, entre otros.
Entre las características más salientes de su colaboración con Bergman figuran las siguientes: Primera, la expresión de un ascetismo visual de acuerdo a la construcción rigurosa del film. Segunda, el vivo contraste entre el emplazamiento estático de la cámara en el espacio (El manantial de la doncella) y esa extrema movilidad en situaciones de excepción (El silencio, El toque, La vergüenza y Pasión). Tercera, la atención especial al rostro -con desprecio del fondo- concebido como presencia cósmica y como paisaje, sirviéndose de un primer plano verista y crudo: la cámara reemplaza ahora al espejo y obliga a los personajes a contemplar su egoísmo y a buscar su alma, a través de la mirada.
En 1972 es invitado de nuevo por Bergman para fotografiar otro film: Gritos y susurros. El esquema argumental de las relaciones de cuatro mujeres en una vieja mansión, en espera de la muerte, es escrutado con dominio por la cámara de Nykvist, traduciendo a la perfección ambientes y cosas. Fotografía paisajes haciendo hincapié en las impresiones y sensaciones que producen, sin olvidar el deseo expreso de Bergman de que los paisajes sean estados del alma. Cuida la composición -casi pictórica- y la planificación, con predominio del plano medio y primeros planos al detalle. Busca, con las imágenes, la experiencia física y la corporeidad de una muerte que está en el ambiente y se palpa. Establece, con movimientos lentos y pausados de la cámara, las distancias que marcan la incomunicabilidad de estos seres atormentados de Bergman. Y sirviéndose del eastmancolor, crea un cascada de blancos sobre rojos en verdadera sinfonía de tonos escarlatas, parodiando el alma humana soñada por Bergman niño. Pero la habilidad y buen hacer de Nykvist también se halla en lo nimio, al fotografiar una lámpara de queroseno o una luz solitaria en la oscuridad de la noche, en medio de las sombras agitadas. No se puede olvidar que los buenos fotógrafos son aquellos que infunden alma a los objetos.
Pues bien, Nykvist se manifiesta en Gritos y susurros como un excelente fotógrafo, que da al film una intensidad de matices insospechada. Para terminar, diremos que la obra de Bergman es excelente bajo los puntos de vista artístico, de interpretación y humano. Una maestría de un director consagrado.
Imagen de la portada: Agnes, la protagonista del film, encarnada por la actriz sueca Harriet Andersson