Gustavo de Maeztu y Whitney (1887-1947)

Gustavo de Maeztu y Whitney, también conocido por ser hermano de Ramiro y María de Maeztu, destacados representantes de la ciencia política y de la pedagogía en la España de las primeras décadas del siglo XX, fue un ser difícil de encasillar.

Ciertamente era pintor, pero su curiosidad le llevó a campos de experimentación bien distintos. La historia antigua, las religiones, la filosofía, la literatura, las diversas artes plásticas significaron el abanico de sus opciones, tal como sucedió a los humanistas del renacimiento. Sin embargo, en el caso de Gustavo de Maeztu, esta curiosidad no fue lo suficientemente disciplinada, sino más bien dispersa. Con todo, quien sabe si esta conducta carente de método preciso no fue la fuente inspiradora de emotividad de una parte de su producción artística, frente a otra resolución más ácida e incisiva que también se advierte, cuyo origen tal vez pueda explicarse por la educación internacional recibida, de componentes ingleses, españoles y vascos.

Había nacido en Vitoria, en el año 1887. Sin precedentes artísticos familiares, llegará a dibujar accidentalmente y, ya afincado con los suyos en Bilbao, ingresará en la Escuela de artes y Oficios, donde será discípulo de Lecuona y Losada. Se forma entre los pintores que cimentarán la naciente Pintura Vasca o junto a otros, escultores e intelectuales, que darán a la cultura local un impulso modernizador a través de la Asociación de Artistas Vascos. De sus reuniones con éstos en el Café Arriaga, surge su semanario satírico “El Coitao”, en cuyas páginas y con la pluma mostrará Gustavo de Maeztu toda la agresividad iconoclasta de su juventud.

En 1910 se siente, a la par que por la pintura, muy interesado en la literatura, y escribe novelas como las “Andanzas y episodios del Señor Doro”, “El imperio del gato azul”, “El vecino del tercero” y “El robo de la Gioconda”. A ellas siguen otros trabajos sobre estética (“Fantasía sobre los chinos”), teatro (“Cagliostro”, “Benbrandt”, “Cabaret”) y fantasías sin palabras (“Fátima”, “Macbeth”, “La camorra dormida”). Publicará cuentos en la revista “Nuevo Mundo” y artículos diversos en “El Liberal” y “La Tarde” de Bilbao. Y, ya en Navarra, en la revista “Pregón”. En tales escritos expresaba Maeztu sus fantasías sin demasiada corrección literaria, pero con una espontaneidad que no desdeñaba el rico lenguaje popular. El inconformismo social de estos años oculta en el fondo, sin embargo, un deseo regeneracionista de España, semejante al de su hermano Ramiro y al de los miembros de la Generación del 98, junto a los que suele comprendérsele.

Con poco más de veinte años amplía estudios artísticos en la Academia Colarossi de París, coincidiendo en ella con los hermanos Arrúe, Tellaeche, Arteta, Nonell y Hermenegildo Anglada Camarasa, cuya sensualidad decorativa y colorista le influiría entonces (“Musa nocturna”, “Mi hermana María”).

De 1910 al comenzó de la guerra civil se extiende la etapa más fecunda del pintor y ello coincide con sus actividades y exposiciones en la Asociación de Artistas Vascos, no sólo en Bilbao sino en Madrid y Barcelona. Es la época en que la crítica destaca el fuerte carácter de su pintura, dándole el doble calificativo de vasco y castellano, por la grandiosidad y austeridad de su obra por un lado y el carácter religioso-heroico por otro. Tras regresar de París, viajará por casi toda España para encontrar la esencia de su historia y de la raza. Pintará entonces magníficos cuadros de figura con paisaje castellano: “Los novios de Vozmediano”, “El ciego de Calatañazor”, “Las samaritanas”, “La tierra ibérica”, “Lírica y religiosa”, etc.). Recalará en Madrid más tarde, donde se presentará a varias Exposiciones Nacionales de Bellas Artes (la penúltima de las obras citadas obtiene Medalla de Tercera Clase en 1917) y participará en las conversaciones del grupo modernista de “El Pombo”, en compañía de Ramón Gómez de la Serna. Su primera exposición individual, sin embargo, fue en la Sala Dalmau de Barcelona en 1912. En esta ciudad expuso varias veces en la Galería Parés y Layetanas, entablando amistad con Utrillo y Rusiñol.

De 1919 a 1921 permanecerá en Inglaterra, exponiendo en Londres, Leeds, Manchester y Sheffield. De este momento son algunos de sus mejores retratos de la alta burguesía sajona (“Lady Diana Manners”, “Lady Lavery”, “Mrs. Barret”), pero proseguirá aún su inclinación a representar los tipos olvidados de la sociedad, en este caso los chinos de los bajos fondos urbanos. En Londres, a través de Turner, descubre el etnicismo exagerado de su pintura, que intentará eliminar a partir de entonces, aunque paradójicamente esta eliminación trajo con el tiempo su decadencia artística.

Entre 1936 y su muerte, establecido ya en Estella, deseará de nuevo recuperar el primitivismo español despojado de sus cuadros, pintando obras como “El toro ibérico”, que fueron miradas con reserva por la crítica.

Motivaron su instalación en Navarra las pinturas murales alegóricas de nuestra tierra que le fueron encargadas por la Diputación Foral para decorar su salón de sesiones y, una vez terminadas éstas, iniciada la guerra civil, escogerá Estella para pasar los once últimos años de su vida. Llevado del amor a la ciudad, cederá todas las pertenencias de su estudio al Ayuntamiento estellés, fondos que constituiría el Museo Gustavo de Maeztu, abierto de 1949 a 1973 en el Palacio de los Reyes de Navarra. Fue nombrado hijo adoptivo de la ciudad y enterrado en ella con todos los honores.

En su obra, compuesta por pintura al óleo, a la encáustica o mural, acuarelas, litografías y dibujos, Maeztu busca a menudo grandes símbolos para dar una imagen exaltada, épica y emotiva de España. Se sirve para ello de una composición jerarquizada, que ofrece en primer plano a las figuras ordenadas al gusto decorativo del muralista, pero éstas en una actitud metafísica, y en segundo término el espacio paisajístico. Se alcanza la perspectiva mediante líneas geométricas que construyen las pesadas masas del fondo y con el color, que es objeto de especial atención. Busca con el empaste, con los verdes y azules ensombrecidos del fondo y las combinaciones de rojos, amarillos y violetas en los primeros planos, dar al cuadro un efecto visual de acusada tridimensionalidad. En los dibujos, construidos con trazo miguelangelesco y denso sombreado, hay el mismo deseo de corporeidad y exuberancia. En cambio, se muestra más experimentador en el difícil arte del grabado, que parece aprendiera en París.

Cultivó todo tipo de géneros, no sólo figura de tipos o retratos de personajes distinguidos, sino desnudos (como “Eva”), tomados habitualmente en la posición de tres cuartos, concibiendo un variado retablo de paisanos, majas, musas, amantes o toreros, en el que se incluyó él mismo. También dejaría a Estella escenas intimistas de interior adornadas por la seducción del misterio, paisajes, grandiosas composiciones y bodegones.

Estilísticamente, la obra de Maeztu se ve muy influida, a nivel de concepción del mundo y técnicas, por los maestros italianos del Renacimiento, pero no le es ajena la escuela clásica española ni los avances modernistas desde el impresionismo al cubismo. En tal sentido hay quien relaciona su estilo con un cierto simbolismo francés, espectacular y decorativo.