Homenaje al pintor César Muñoz Sola

El 12 de marzo de 2000 murió en un inesperado accidente sucedido en Murchante (Navarra, España), el pintor César Muñoz Sola, nacido en Tudela el 15 de noviembre de 1921. El Museo de Navarra quiso dedicar un homenaje a su memoria el 4 de abril con una mesa redonda moderada por Pedro Lozano Bartolozzi en la que intervinieron José Javier Uranga Santesteban, el hijo del pintor Tomás Muñoz Asensio y el titular de esta página, entonces director del mencionado centro cultural. El acto fue organizado por el Ateneo Navarro-Nafar Ateneoa y contó con la colaboración del Museo de Navarra, poseedor de una de las pinturas más renombradas del artista: su “Orteguita” (1949).

Se ofrece a continuación la trascripción de aquella mesa redonda.

Pedro Lozano Bartolozzi.- Nos hemos reunido hoy para hacer un homenaje, rendir recuerdo y celebrar acto de amistad, un brindis a César Muñoz Sola, hombre que supo hacer de su vida una doble entrega al arte de la pintura y a su tierra navarra. Únicamente los muros de un museo pueden ser dignos de encerrar los horizontes siempre dilatados de un pintor, que supo hacer del paisaje un retrato, un retrato de la jugosa y diversa, y rica y multiforme e incomparable conjunción de detalles, y de perspectivas, que construyen la piel de Navarra.

Sentimos la muerte del amigo pero afirmamos también que César sigue vivo en sus obras, incluso queda unido al panorama de unos campos que ya no podrán verse sin hacerlo desde el modo de expresarlos que el artista tudelano creó.

Hay un antes y un después de entenderse el paisaje de Navarra. La divisoria la trazó con su pincel en el sentir hondo, sencillo y sincero de Muñoz Sola. Fue un trabajador sensible y constante, que gustaba de pisar el polvo de los caminos que iba a dibujar, y de convivir con las gentes que, por reconocer esas mismos trochas y ribazos, eran de algún modo mágico paisaje humano.

Llevaba la pintura dentro y le bastaba situarse frente al espacio para entenderlo y transformarlo en cuadro. Dibujante de trazo firme supo igualmente dejarnos en sus retratos el perfil de una época. Su pincelada suelta, ligera, viva, empastada otras veces, y con el colorido preciso, es técnica de bien hacer, pero, sobre todo, observación, oficio, composición de bien sentir.

El Ateneo Navarro agradece a José Javier Uranga, Francisco Javier Zubiaur, Salvador Martín Cruz, al cual debo excusar porque -paradojas de la vida- siendo médico está enfermo, de un simple lumbago, y Tomás Muñoz Asensio, su presencia en este acto y las palabras que seguidamente van a pronunciar.

También indicaré que estas intervenciones serán breves y que, en cambio, ustedes están invitados también a hacer todas las preguntas y pronunciar lo que quieran, después que intervengan los miembros de la mesa. los participantes en mesas redondas

La tarea de presentar acostumbra a ser normalmente superflua. En esta ocasión todavía lo es más, pero, por imperativo del protocolo retórico de estos eventos, me toca cumplir con el reglamento, y utilizando el símil pictórico presentar en pocas pinceladas a nuestros invitados.

Sería absurdo y casi impúdico que yo dijese algo introductorio de José Javier Uranga, que fue profesor mío de Periodismo en los lejanos tiempos en que se impartían tales enseñanzas en el medieval caserón de Comptos y ha continuado ejerciendo el magisterio profesional hasta hoy mismo. Sí recordaré que es doctor en Historia, devoto enamorado de la Virgen de Ujué y «Pluma de Oro de la Libertad de Prensa». Permitidme un agradecimiento personal. José Javier publicó unos primeros, primerizos, artículos de viajes que le envié a principios de los años sesenta desde Egipto, cuando formaba parte de la expedición arqueológica española en Nubia. Al regresar fui a verle y darle las gracias a su despacho en la redacción, entonces en la calle Zapatería, y lo hice disfrazado de árabe, dándole, no sé si un susto, por lo menos, sí una sorpresa.

Amigo Uranga tienes la palabra.

José Javier Uranga.- Yo, la verdad, no había preparado nada seriamente. Creía que iba a ser solamente un coloquio, pero, claro, tampoco voy a contarles las vivencias que yo he tenido con César, desde que, allí a final de los años cuarenta, se presentó a una beca de la Diputación Foral de Navarra para Madrid, para la Escuela de San Fernando. Luego se volvió a presentar a otra ayuda para ir a Roma, en Roma pasó un año becado, luego pasó tres años por su cuenta, porque allí donde iba le salían los trabajos y vendía los cuadros de tal forma que podía prolongar la estancia.

No voy a hablar tampoco de su pintura, porque ya hemos dicho muchas cosas, ya se ha dicho mucho, sabemos la calidad que tiene, sabemos el lugar que ocupa dentro de la historia de la pintura en Navarra, etc.

Me voy a referir nada más, un poco, a la persona humana en sus últimos tiempos, por ejemplo, este último año. Siempre he tenido relación con él, pero creo que en este último año más; las ilusiones que tenía, lo fuerte que estaba, estaba como un roble, cómo subía por la Bardena, por el Cabezo del Fraile, por el Aguilar; pintaba a destajo, pintaba como nunca, quizá tenía más tiempo que nunca, vivía en Tudela poco menos que como un fraile, eso Tomás nos lo contará mejor. También ahí he convivido bastante con él, y tenía unas ilusiones tremendas por pintar, tenía la época del valle del Ebro, pero también había descubierto otros lugares, le encantaban los paisajes del otro lado del Moncayo, de la parte de Aragón, viajaba mucho por La Rioja, pero antes había descubierto la Bardena, sobre la que hicimos un libro juntos y luego tenía encargos que rechazaba ya, no quería pintar más retratos. Si van al Palacio del Gobierno de Navarra, verán que es una galería de retratos de César. Allí están todos los diputados, menos uno, todos son suyos, de todos los Presidentes de Gobierno y Vicepresidentes de Diputación a partir del 36. Además, allí están los Reyes de España, recién pintados, están los Reyes Carlistas, y en las dos Universidades están los rectores. Últimamente estaba haciendo unos retratos estupendos, uno de un título de una señora de Guadalajara que no recuerdo ahora el nombre. Siempre ha sido un retratista estupendo, ha retratado en París, ha retratado en América, donde tuvo un éxito tremendo, a la alta sociedad. Tania amigos de clase muy alta, amigos periodistas, amigos diplomáticos. Parecía un hombre oscuro, huraño, no era eso en absoluto.

Y luego, lo bonito de él eran los bodegones, tenía una casa estupenda asomada a la parte vieja de Tudela, la Tudela vieja, leprosa, de tejados y de iglesias, muy bonita, de campaniles, y, por otro lado, la Mejana. Se coge la Mejana y Traslapuente hasta el Yugo de Arguedas, y allí montaba él sus bodegones. Tenía un gusto tremendo para poner cuatro ramas, dos membrillos, una granada y se sentaba allí fuera, en la terraza, y pintaba, pintaba y pintaba, pintaba como nunca, tenía todo vendido y luego tenía una ilusión tremenda, no sólo por pintar, sino porque la obra de su vida quería rematarla dejando a Tudela un gran fondo de pintura francesa y algo española, también de finales del siglo pasado y de principios de este siglo, que él había ido comprando en París desde finales de los años cuarenta, cincuenta… Otros compraban acciones, sin embargo con el dinero que él ganaba compraba cuadros, en una época muy buena para ello en París y se encontró con una colección realmente fabulosa. ¿Qué hago con esto?, y con la generosidad de sus hijos, quiere hacer en Tudela un Museo que, realmente, será único en Navarra, porque hay muy poco en España de esa época en cuanto a pintura francesa, y creo que será modélico.

Desgraciadamente, un mediodía se interrumpió su vida de repente, fue un choque tremendo que este hombre, que estaba tan bien, que tenía tantos proyectos, como inaugurar la caseta que había hecho en el huerto de la Mejana, marchar juntos a París en esta Semana Santa, etc., todo eso se truncó en un fatal accidente, en fin, un verdadero desastre.

Pedro Lozano Bartolozzi.- Muchas gracias, José Javier. Francisco Javier Zubiaur, Director de este Museo, está en su casa, sería también absurdo descubrirlo aquí, pero, al menos, deseo agradecerle haber dado hospedaje a esta mesa redonda. Javier es doctor en Historia precisamente con una tesis sobre los pintores del Bidasoa, profesor de Arte de la Universidad de Navarra, ha sido Director General de Cultura y de la Institución Príncipe de Viana, hace pocos meses ha publicado una voluminosa y documentadísima «Historia del Cine».

Francisco Javier Zubiaur.- La verdad es que es difícil hablar de César Muñoz Sola sin que nos repitamos todos los que estamos aquí, forzosamente, aquí que en esta sala también hay tantos amigos, personas que admiraron a César. Pues, probablemente, lo que yo vaya a decir no descubra nada, pero sí, que de alguna manera, quisiera sumarme a las intervenciones que van a tener lugar en esta sala, glosando un poco su figura, recordando un poco sus características, el mundo del que procede, las circunstancias que en su vida le impulsaron a conocer nuevos ambientes, a realizar retratos y, curiosamente, como diré enseguida, a instalarse en Pamplona, quizás renunciando a otras muchas posibilidades que su vida artística le ofrecía.

Por encima del contacto humano que he tenido con César, que por supuesto que no es tan intenso ni mucho menos que el que han tenido los compañeros de la mesa, sí que he tenido ocasión también de tratarle en estos últimos meses, a propósito de lo que José Javier menciona, ese Museo-Colección Muñoz Sola, en el que él tenía puesta toda su ilusión y en el que, curiosamente también, tenía mucha prisa por ver convertido en realidad. Porque él decía, y recuerdo que también José Javier en su artículo en la prensa así lo recordaba, decía que quería verlo antes de morirse y estas circunstancias, a veces, sorprendentes llevan a que más tarde uno vaya atando cabos y, de alguna manera, piense que haya ocurrido una premonición un tanto extraña de su muerte. Pero, en fin, yo simplemente quería glosar un poco esta figura, porque creo que lo interesante es motivar al público para que haya luego un encuentro, un diálogo y posiblemente aquí haya muchas personas que puedan contar aspectos de su personalidad.

Hay un texto escrito por el propio César Muñoz Sola con motivo de un fascículo que publicó una editorial, que recogía algunas imágenes de su obra artística, donde el propio César hacía constar unos retazos de lo que él llamaba su «Autobiografía». Y en él nos descubre algunos aspectos de su personalidad curiosos, porque siempre cuando hablamos de un artista nos preguntamos por sus orígenes: cómo nace, si tuvo antecedentes familiares, cómo discurre su niñez, donde muchas veces encontramos las claves de su desarrollo posterior. Y en esta «Autobiografía», que así la llama, habla de «cómo de crío dibujaba en las losas de las aceras de mi calle». Así mismo dice: «los transeúntes pasaban, miraban y procuraban no pisar mis escenas taurinas». El tema taurino, es curioso, quizás Tomás nos pueda explicar por qué, ya desde niño está muy presente entre sus preocupaciones temáticas.

En la escuela pública tuvo como maestro a don Teófilo Martínez y recuerda el propio César: » los sábados por las mañanas a media docena de alumnos nos separaba del resto de la clase y nos ponía a dibujar con material pagado de su bolsillo. En la clase nocturna de dibujo artístico, otro profesor, don Manuel Díaz, únicamente me objetaba que mis dibujos los encontraba sucios, diciéndome que los tenía que poner en la colada. No era extraño, porque en invierno me llevaba a clase alguna patata asada que me merendaba mientras dibujaba». Así de sencillo.

La afición a los toros la llevaba muy dentro, a lo que parece. Una de las primeras personas en animarle a ser pintor fue el torero Manolo Bienvenida, a quien, en 1935, César obsequió un retrato del torero, con ocasión de su presencia en las fiestas de Santa Ana como lidiador. En ese momento de la entrega de ese retrato iba acompañado de su amigo íntimo, que luego sería torero, Julián Marín. Después se licenciaría en la Escuela de San Fernando, en Madrid, trabajando al mismo tiempo en el taller de restauración artística de José Lapayese. En la Escuela recibiría enseñanzas de profesores que hoy se valoran mucho como artistas, como Chicharro, Benedito, Adsuara, Stolz Viciano y varios más. Posteriormente obtendría esa beca, a la que ha aludido José Javier Uranga, una beca de la Diputación Foral de Navarra para marchar a Roma, ciudad que le dejaría una profunda huella, como todos sabemos, por la historia que encierra la propia Ciudad Eterna, el poso clasicista intenso que tiene. Yo tengo la satisfacción indirecta de que mi padre, entonces, siendo Diputado ponente de Educación y Cultura le apoyó para que obtuviera esa beca, cosa que siempre César se lo agradeció profundamente, y por esta razón cuando estaba con César conectaba muy bien con él, por esa relación afectiva anterior. A través de mi padre, creo que fue así también, le llegó una recomendación para que marchara al castillo de Lignières, donde vivía don Javier de Borbón. Pues, a través de esta recomendación acudió César y tuvo la ocasión de pintar a don Javier de Borbón, de hacerle varios retratos, creo que al carboncillo, y de este modo se fue introduciendo en París, estableciendo relaciones, como por ejemplo con el modisto Balenciaga y otras personas, a través de las cuales obtuvo contactos para marchar a Nueva York, y allí, tanto en Nueva York como en Nashville, Houston y Nueva Orleáns realizaría retratos de personas acomodadas en aquel país. Y, ello, lógicamente, le llevó a ampliar mucho sus expectativas. Pero, curiosamente, cuando regresa de Estados Unidos cierra el estudio que tenía en Madrid y se afinca en Pamplona y esta es una cuestión a la que hay que buscar una explicación y él la da en su autobiografía, cuando dice, hablando de Pamplona: «porque de cualquier punto de Pamplona puedo salir al campo en menos de diez minutos». Aquí se ve que César era un hombre de campo.

Desde el punto de vista histórico, se asemeja bastante, como he escrito en alguna ocasión, a una síntesis entre Pérez Torres y Basiano, que eran dos profundos riberos del Ebro, navarros hasta la médula como él, y que ambos se interesaron en la realidad sin soñar en ningún momento en falsearla. Quizás de Pérez Torres tomó César ese interés por los tipos populares y hasta por las hortalizas que tan a menudo aparecen y se representan en sus bodegones, y de Basiano quizás heredase esa compenetración con la naturaleza, tal vez no tan arrebatada como el murchantino sino más analítica.

Se ha dicho aquí, pero yo quiero recalcarlo, que la pintura de César se fundamentaba en el dominio de la técnica, singularmente en el dominio del dibujo, la composición y el color, cuyos matices era él capaz de captarlos con agudeza por su capacidad de observación, que muchos críticos la reconocen, sobre todo Mario Berini, un crítico italiano. Obtenía de esta forma ajustados ambientes luminosos, sobrias naturalezas muertas, realistas imágenes de tipos y elegantes retratos siempre con ese aliento clásico que le caracterizaba y que introduce en su obra esa serena belleza. El academicismo, que sus detractores le achacaban, se basaba en el conocimiento de los grandes pintores del Siglo de Oro, de la cultura clásica romana y del buen hacer de los pintores franceses del siglo XIX, como demuestra la colección que logró con esfuerzo ir formando.

Una característica muy propia de César era el dominio de los géneros, figura, retratos tan expresivos como limpios de factura, sobre todo aquellos realizados al carboncillo sobre papel; bodegones con la pureza de lo autóctono, pero, sobre todo, César era un paisajista. El paisajismo de Muñoz Sola era diverso y sutil, porque variados han sido sus escenarios y profunda su capacidad de observación de los fenómenos naturales. El Arga, el Cidacos, el Irati, el Ebro son sorprendidos por él en distintas estaciones, con diferentes estados de luz, con lenguas de tierra que invaden su cauce, poblado en sus orillas por follaje espontáneo, y a los paisajes de su última época, y me refiero a aquellos que pinta en Tudela junto al Ebro, envuelto el Ebro en vapores húmedos, parece como si, además de la naturaleza que representan, hubiera en ellos proyección anímica del pintor.

Se puede decir, pues, que la obra de Muñoz Sola, como otras que la precedieron en el amor al terruño, y recuerdo, por ejemplo, la obra de José María Ascunce y la de Jesús Lasterra especialmente, ambos tres, que, por cierto, realizaron en Madrid una exposición memorable juntos, pues bien, la obra de Muñoz Sola queda para la posteridad como un testimonio del quehacer sincero que anima eso que hoy se llama el imaginario de nuestra comunidad.

Desde el punto de vista histórico, César formaría parte en Navarra de ese grupo nacido antes de 1940, en torno a la perduración de una tradición figurativa que se orienta fundamentalmente al paisaje y también a la representación de la figura humana. Ha sido un grupo técnicamente bien preparado, que ha realizado estudios en academias de Bellas Artes y, en muchos casos, disfrutado de becas de la Diputación Foral o de otros organismos para ampliar conocimientos en el extranjero. Los pintores que forman este grupo dan a conocer nuestra pintura en el mundo y reciben premios que refrendan esa categoría que les es propia. En la obra de estos pintores estructura y composición están bien definidas con un dibujo preciso y colores ajustados a la comprensión de los espacios. Son muchos los pintores adscritos a esta tendencia figurativa, pero, quizás, César se podría inscribir entre aquellos que han practicado más un estilo realista, naturalista o impresionista, y estoy recordando nombres como el ya mencionado de Lasterra, y otros como el de Juan Larramendi, Elías Garralda y algunos más de diferentes orientaciones, desde Salvador Beúnza a Antonio Cabasés, pasando por Ignacio Guibert, autores todos ellos que han buscado la expresión, sobre todo, a través del paisaje.

Simplemente quería glosar estos recuerdos de la figura de César, pero creo que lo interesante es que Tomás nos dé su versión mucho más directa, mucho más testimonial que la mía personal, y, quizás, luego podamos hablar con más detalle acerca del propio César Muñoz Sola. Gracias.

Pedro Lozano Bartolozzi.- Gracias, Javier. Siento que Salvador Martín Cruz no esté con nosotros, entre otras cosas, porque de alguna manera representa a esa tradición humanista de médicos que se han aficionado al arte, esa gran tradición que en España tiene nombres como Cajal, Marañón, como Carlón o el doctor Arazuri, pero, como veis, lamentablemente no está con nosotros. Entonces, tendremos que cerrar el ciclo de intervenciones, precisamente, con una persona que ha conocido de una manera especialísima a Muñoz Sola, que es su hijo Tomás. Ha seguido además su vocación artística, es licenciado en Bellas Artes y, también, en Geografía e Historia por la Universidad Complutense. Si esto fuera poco, fue premio extraordinario de doctorado en Bellas Artes en el año 1992. Paralelamente a su formación académica, comienza su quehacer pictórico exponiendo desde 1982 en galerías, sobre todo, de Pamplona y Madrid. Ha pintado murales, ha pintado carteles y ha hecho retratos. No quiero dejar de recordar aquí el cartel de la Feria del Toro del año pasado que es obra suya, pero hay una faceta que, a mí, además personalmente, me interesa mucho por estar vinculado un poco a mi tradición familiar, y es la escenografía. Ha realizado el diseño de decorados y de iluminación de varias obras en Madrid y en Pamplona, por ejemplo, aquí mismo, en muy poco tiempo, en el Teatro Gayarre, como casi todos ustedes recordarán, la representación de «Rigoletto» o «El asombro de Damasco», pues los decorados los hizo él. Es también mención de honor en el I Concurso Nacional de Escenografía Ciudad de Oviedo del año 1991 y actualmente se exhibe en Madrid una obra que él, también, ha producido y dirigido, pero que tiene un nombre realmente complicado, seguro que lo voy a decir mal: «Los amores de Anatol» y el autor se llama, el nombre complicado es el del autor, el autor se llama Arthur Schnitzler.

Tomás Muñoz.- Me resulta muy complicado y, la verdad, un poco doloroso hablar de mi padre. Entonces, yo, casi preferiría que fuerais haciendo vuestras preguntas. Ahora que os estaba escuchando a los dos, una de las cosas que quizás más me ha admirado siempre de mi padre es la gran capacidad que tenía de tener muy buenos amigos, y, eso es una de las cosas que a los que estáis aquí os quiero agradecer. Conforme ibas hablando [se dirige a Francisco Javier Zubiaur], esto de los toros por ejemplo que dices, pensaba que en aquella época no había diversiones, no había fútbol, o muy poco, la diversión eran los toros, entonces mi padre recuerdo que su primer juguete se lo hizo él, era una caja de zapatos a la que dio una forma de coso taurino, recortó los toros, recortó los toreros y hacía corridas goyescas en la caja de zapatos, y luego supongo que se puso a pintar en las aceras, más tarde, a los diez o los doce años. Lo que dices de Manolo Bienvenida, pues siempre ha sido muy echado para adelante, entonces recuerdo que él me contaba que en el ABC había visto un retrato o una foto de Manolo Bienvenida e hizo un retrato de esa foto. Tenía catorce años y fue con Julián Marín al hotel donde se estaba Bienvenida vistiéndose para la faena, y le debió hacer mucha gracia que vinieran dos chavales de esa edad, uno que quería ser torero y otro que quería ser pintor con un retrato, y Manolo Bienvenida le dio cinco duros, que en aquella época era mucho dinero para un chaval, y dos entradas para los toros. Es una afición que ha conservado siempre, la afición a los toros.

No sé qué contaros. Del mismo modo que yo debo mucho a mi padre, creo que él también debía mucho al suyo, porque era un hombre del campo. Nunca tuvo dinero para comprar la casa en la que vivían, era un jornalero, pero, sin embargo, amaba el campo, y el campo era su pasión, del mismo modo que para mi padre era su pasión la pintura, era un hombre artista a su manera, en el sentido de que no se limitaba a cultivar y a sacar un rendimiento a la tierra, sino que tenía un montón de especies, de árboles y de plantas que las tenía por capricho suyo. Ahora, por ejemplo, mi padre estaba en el huerto buscando un árbol que se llama «níspolas», y yo no sé qué es, bueno, era un árbol que tenía su padre y él quería tener uno parecido, estaba buscando cerezos pero no encontraba cerezos como los de su padre, había plantado nísperos, había plantado kakis, había plantado chufas (aún no pero también su padre tenía chufas), hacía horchata, tenía un montón de cosas y de productos que realmente hablaban de un amor a la tierra y de un amor y una pasión por su profesión, algo que siempre valoró mucho aunque le costaba trabajo hablar de las personas, era muy discreto.

En relación también a su padre, a mi abuelo, hay otra cosa que yo creo es fundamental recordar, y es que era un hombre que leía, y un hombre que leía siendo jornalero en aquella época, a principios de siglo, realmente era una excepción. En su casa tenía a Cervantes, a Quevedo, por las noches reunía a los hijos y les leía fábulas de Iriarte y de Samaniego, y yo pienso que es algo muy sorprendente para un hombre del campo, y ese gusto por la fábula y por la moraleja creo que mi padre siempre lo ha tenido porque a la hora de contar historias, que las contaba muy bien, siempre se extraía alguna moraleja de sus historias.

No quiero hablar mucho, sólo que quizás en sus mejores cuadros creo que tenía una virtud que era la de saber. Tú has hablado del retrato y del paisaje [dirigiéndose a Francisco Javier Zubiaur], que era la de saber captar lo único o lo particular que había en las cosas. Lo mismo sucede con este retrato de «Orteguita», que a mí me parece magnífico, pues realmente supo captar la personalidad de un torerillo. Mi padre le compró el traje de luces que no tenía, se lo compró a un hombre que vendía trajes de viejo y antigüedades, y se lo regaló. Entonces a este torerillo, que era un maletilla que quería ser torero pero que sólo alguna vez toreó, le preguntaban:«¿Qué tal Orteguita, la faena?». «Pues ha habido división de opiniones, unos se cagaban en mi padre y otros en mi madre”. Entonces le compró el traje de luces y le hizo este retrato que, en mi opinión, es una de las grandes obras de mi padre, sin duda de las grandes, y que realmente está en la línea de toda la gran pintura española de retratos. Perfectamente estaría en cualquier historia de la pintura española como un gran retrato.

Sabía captar lo que había de especial en cada persona, a mi padre le gustaban mucho las personas especiales, y una persona especial podía ser un vagabundo en París o un aristócrata o Balenciaga o este torerillo, alguien que tuviera una pasión, alguien que tuviera un camino hecho por él mismo, aunque fracasara. Todas estas cosas las valoraba mucho, y con los paisajes pasaba lo mismo, sabía encontrar lo que había de único en ellos. Sólo si queréis os cuento nada más una cosa, que yo la veo muy característica de él. Me contó una vez que, cuando veraneábamos en Burguete, éramos pequeños mi hermana y yo, alguien se empeñó en que le quería enseñar un paisaje que le iba a resultar maravilloso. Le decía que había que subir a una colina y mi padre se imaginó una vista panorámica que a lo mejor era más adecuada para hacer una fotografía o una postal y no le apetecía nada verla, pero tanto insistió este hombre que finalmente mi padre accedió de mala gana a acompañarle a ver el paisaje. Cuando iban a mitad de camino, se debió arrepentir mi padre y a la derecha o a la izquierda del camino había unos charcos, una verja rota, una casa abandonada y un montón de estiércol en primer término y le dijo al hombre: «Oiga, ¿no le parece que esto es precioso?». Y el hombre dijo: «¿Precioso?, pero si no es mas que un montón de estiércol”. «Pues mire, a mí megusta esto mucho más que lo que me va a enseñar, que seguramente será un paisaje muy bonito, pero es que prefiero este montón de estiércol». Así, mi padre encontró la excusa para no tener que acompañarle hasta lo alto de la montaña. Seguramente lo más gracioso sería que si mi padre hizo ese cuadro, que no creo, pero si lo hizo y hubiera pintado esto, pues seguramente ese hombre habría visto el cuadro y hubiera dicho: «Pero si sólo era un montón de estiércol y es un cuadro ¡magnífico!». Quiero decir con esto que esa capacidad de saber encontrar lo único y lo particular de las cosas es lo que está en sus mejores cuadros, prescindiendo ya de que estén bien pintados o no, de su técnica o de lo que sea.

Si queréis contar alguna cosa o preguntar algo, no os voy a entretener más.

Pedro Lozano Bartolozzi.- Gracias a los tres ponentes de esta mesa redonda. Ahora espero que haya preguntas dirigidas a cualquiera de los miembros de la mesa en relación con el tema que nos ocupa. Quisiera invitar, especialmente, a alguna de las personas que se hallan entre el público por si quiere responder a preguntas que se hagan. Hay una persona que está enfrente mía, mirándome un poco así, con cara de mal genio – ahora se ríe- que es Miguel Echauri, a quien quería hacer subir a la mesa en sustitución de Salvador Martín Cruz, pero aunque no esté en la mesa, como también conocía mucho a nuestro pintor homenajeado y siendo también como él pintor, pues también puede contestar a las preguntas que se hagan, como también veo entre el público a Mariano Sinués, o sea que hay más personas que puedan perfectamente intervenir y responder a cuestiones que puedan plantearse.

En estas ocasiones cuesta tomar la palabra, por eso como en la clase donde siempre hay alguien que da el primer aplauso y todos los demás le siguen, ya tenemos quien va a romper el fuego.

Pregunta.- ¿En quién se inspiró ya quién admiraba?.

Tomás Muñoz.- En Tudela recibí una carta de la chica que le hacía la limpieza a mi padre, que me gustó mucho. Era una chica muy graciosa, muy hippy. Me contaba que para su ejercicio de inglés, que ella estudiaba, debía hacer una biografía. Entonces me dijo que la iba hacer de él y él se negó, por supuesto. Y, entonces, ella le dijo: «¿De qué pintor la hago, de Velázquez, de Goya?». Y él dijo «de Velázquez».

Velázquez siempre le ha gustado, siempre le ha admirado, Tiziano, Tintoretto, Veronés… Esos han sido sus maestros, de Velázquez, claro, ¿Quién no admira de Velázquez la naturalidad, la facilidad con que hace las cosas, la sensación de ni siquiera pintar. De Tintoretto, de Tiziano, de Veronés, de esta escuela veneciana admiraba especialmente el sentido de la composición y del color. A él siempre le gustó mucho la pintura decorativa, de hecho, en sus inicios estuvo trabajando en el taller, que ha citado, de Lapayese. Su primer trabajo fue pintar un techo para una cantante, la Chelito, que estaba de moda entonces.

Asistente.- La Chelito era una artista de «varietés» que en aquellos tiempos bailaba muy procaz, que hacía la «pulga».

Tomás Muñoz.- Pues, bueno, le pintó una capilla. Lo que quiero decir es que esa cosa de los murales y de la composición, del sentido de ésta y de las figuras era algo que admiraba mucho, y ahora en un viaje que hicimos con unos amigos de Tudela a Venecia y a la zona de Vicenza y al Véneto, estuvimos viendo palacios, viendo frescos del Veronés, yo sabía que le iban a gustar mucho, porque era una zona que él no conocía, y esos pintores le entusiasmaban.

Pedro Lozano Bartolozzi.- Se puede decir que en general le gustaba la pintura italiana.

Tomás Muñoz.- Sí, pero la pintura veneciana sobre todo y luego, por supuesto, por su modo de pintar, siempre había tenido esta pasión por la pintura francesa del siglo pasado, por los impresionistas y toda su colección, que eran cuadros que realmente los compraba por gusto, no por inversión, simplemente los compraba porque le apetecían. No los compraba porque hubiera firma, incluso algunos los compraba realmente por gusto y porque eran cuadros que a él, a su manera de pintar le venían bien el sacarlos y el estudiar cómo estaba hecho un color, cómo se había realizado la sombra de un árbol. La pintura francesa del siglo pasado le gustaba mucho, sobre todo pensando en su forma de pintar, los paisajes en particular.

Francisco Javier Zubiaur.- En todo caso yo quisiera añadir que era un pintor profundamente realista, por lo menos, en el retrato, en la figura, aunque luego en el paisaje oscilaba entre el realismo y un impresionismo personal, siempre buscando la expresión del propio paisaje, la captación de la intimidad del propio paisaje. Era una de las cosas que solía criticar, criticaba a los artistas modernos, digamos los no tanto no-figurativos sino los no-realistas en el sentido de que dentro de ese colectivo de artistas muchas veces hay personas que no tienen la seguridad técnica ni el aprendizaje, ni el conocimiento del arte histórico, que tenía él como pintor realista. Realmente al enfrentarse, por ejemplo, a Orteguita, ahí, o se domina realmente una serie de valores de la pintura, o se fracasa estrepitosamente, y él no se contentaba solamente con ser un buen técnico sino en captar, como ha dicho Tomás, eso de singular que tenía cada personaje, ese mirar con simpatía a este torerillo, Orteguita, que debía ser un pobre hombre, que tenía sus sueños, una persona que tenía sus ilusiones por el toreo, pero que no llegó a ser un Manolo Bienvenida, pero le captó con mucho afecto y, sobre todo, con profunda sinceridad, sin falsear en absoluto su mensaje como artista.

Pedro Lozano Bartolozzi.- Creo que José Javier Uranga nos podría contar alguna anécdota de los tiempos en que colaboraron para hacer ese estupendo libro sobre las Bardenas Reales.

José Javier Uranga.- Yo tengo dos libros realizados con su colaboración, otro ilustrado por él en una edición privada, y luego el de la Bardena. El de la Bardena lo tomó con mucha ilusión. La anécdota que tengo es la de cómo subía, cómo subía, era de miedo, había uno que le adelantaba y le sabía malo y corría un poco más para subir antes. Desde luego captaba de maravilla el colorido de la Bardena y se emocionaba con el paisaje. Recuerdo, por ejemplo, en el Barranco Novillas, que es un barranco que baja de la Negra, que baja el Ebro, de Fustiñana, y está en la muga de Navarra con Aragón, yo no había sospechado nunca, pasas por ahí, ves un barranco, no dice nada, pero te metes adentro con él, en mayo, y es una variedad de formas que ha hecho la erosión, de túneles, una vegetación tan bonita, tan distinta, tan variada de flores, que es una verdadera maravilla, es un jardín, y ni yo había caído en cuenta, ni creo que nadie ha caído en cuenta más que César, tú habrás ido con él allí [refiriéndose a Tomás], al Barranco Novillas. Sabía captar muy bien el color, el enfoque del cuadro…, fueron unas excursiones muy bonitas, en Sancho Abarca, el Yugo. De esto Pili [Pilar García Escribano] nos puede hablar también, ha pintado mucho con él en la Bardena, y además fue la última que estuvo con él.

Pedro Lozano Bartolozzi.- Tenía, un poco, la deformación del cazador; era pajarero, no era cazador.

José Javier Uranga.- Era pajarero de anderete.

Pilar García Escribano.- Le gustaba esperar a que a los anderetes les salieran «rayicas», que decimos en la Ribera, ya apropiadas para ponerlos en el cepo y cazar, bueno ahora no lo hacía pero en su juventud sí y le gustaba mucho hacerlo. Siempre decía «mira, mira qué actividad», porque lo que él más admiraba de las personas era tener y rodearse siempre de gente activa. Una gente que fuese vaga o apática no lo soportaba, el que estuviese a su lado y conviviese con él tenía que tener temple.

Francisco Javier Zubiaur.- Creo que mientras pintabais, en alguna ocasión, se pasearon los jabalís por las inmediaciones, ¿no?.

Pilar García Escribano.- Sí, pero no nos dimos cuenta realmente hasta que pasó, porque estábamos pintando, separados por cincuenta metros tan sólo, y, de repente, yo me volví, él me miró y dijimos: «¿Es verdad lo que hemos visto?». Pues sí, un jabalí que cruzó pasando hacia el Ebro y nos quedamos los dos quietos, no nos dio tiempo a reaccionar, ni a correr ni a nada, y el jabalí se fue. Pero no nos dio tiempo ni a sentir miedo, fue inesperado.

José Javier Uranga.- Era caracolero también, los caracoles de romero de la Bardena le encantaban.

Trini.- No sé si voy a poder hablarte Tomás, porque me siento emocionadísima. Agustín hizo la mili con tu padre en la misma habitación, vivieron juntos muchos meses y, mientras mi marido hizo la mili normal y corriente, tu padre pintó a la hija del general, fue el primer retrato -yo pienso- que pintó tu padre, por el cual le pagaron en aquellos tiempos 6.000 pesetas, y luego siguió pintando y pintando, y una de las obras maestras de tu padre soy yo. Me pintó, aunque pienso que se pasó, porque me quería tanto y yo tanto a él que le decía: «César, te estás pasando». Y él me decía:«¡Qué no, Trini, sólo te falta la carcajada!. Lo demás eres tú». Gracias, Tomás, porque nos ha dejado un recuerdo inolvidable.

Tomás Muñoz.-A la gente que él quería le pintaba muy bien. Estaba recordando que también la pintaba bastante bien, porque uno de los mejores retratos, era de una mujer que le había caído antipatiquísima y que se la quería quitar de encima cuanto antes. Me dijo : «Me salió tan bien, porque me salió en 16 sesiones, rapidísimo, con una frescura enorme». Y es que quería acabar cuanto antes. Pero, desde luego, con la gente que apreciaba se esforzaba especialmente.

Pedro Lozano Bartolozzi.- Todavía no son las 9, que es la hora que podríamos poner como tope de la sesión, seguro que aún puede haber alguna intervención más.

[Pregunta inaudible]

Tomás Muñoz.- Como todos los pintores, yo creo que los más críticos somos nosotros. Él veía claramente que había cuadros que le salían mejor y cuadros que le salían peor, pero era como aquél músico -no recuerdo su nombre- que decía que si dejaba de tocar una semana lo notaba el público, si dejaba de tocar dos días su mujer y si dejaba de tocar uno lo notaba él. Pues un poco lo mismo, realmente notaba que había cuadros que le salían creo que mejor y cuadros que le salían peor. Para la fundación o el museo, había ido guardando cuadros que a él le habían gustado especialmente, entre ellos cuadros de los años cincuenta y es una pena que no tenga más, porque fueron cuadros que vendía muy rápidamente, cuadros de esos mendigos que le gustaban especialmente. Siempre tenía la lucha consigo mismo de mejorar hasta el final, esto era para él una obsesión. También debo decir que recuperó cuadros que había tirado a la basura, y que después de recogerlos les puso marco. De esos tengo varios, uno en concreto es un dibujo de su época de Nueva Orleans, de unos negros tocando el banjo, y es un dibujo magnífico. Pero esto es normal, es lo que hacen los pintores, dar la vuelta a los cuadros, pintarlos de nuevo y luego dejar unos cuadros aparcados si no les salen bien y volverlos a retomar. La cosa de superarse la ha tenido siempre…

José Javier Uranga.- Él hizo una selección muy bonita para su Museo de Tudela.

Tomás Muñoz.- … en París, de gente diversa, que eran realmente muy bonitos. También me gustaría, incluso, comprar algún cuadro de éstos. Porque, así como de otras épocas fue guardando, de esa primera época tiene…

José Javier Uranga.- Ya tiene de esa época muy bonitos…

Tomás Muñoz.- Sí, pero tiene pocos cuadros y esos me gustan especialmente, esos cuadros antiguos, y, sobre todo, es que no tiene apenas cuadros de entonces, no los guardaba.

José Javier Uranga.- Tiene una serie muy bonita de París, de los puentes, y otra de Roma. Son unos cuadros pequeños que expuso aquí, me acuerdo, en la Caja de Ahorros.

Tomás Muñoz.- Esos cuadros de Roma, también, son muy bonitos.

José Javier Uranga.- Son muy bonitos, y de París tiene otra serie.

Tomás Muñoz.- Tiene una serie, también, de cuadros pequeños, que los tiene en el hall de su casa de Tudela, de cementerios, un tema que él, también ha tocado mucho, y que son, realmente, algunos de ellos muy buenos.

Pregunta.- Por la cercanía de la casa de sus abuelos al convento de Capuchinos. ¿No tiene cuadros de capuchinos?.

Afirmación de un asistente.- Yo creo que no encontró un cura ni un fraile nunca.

Tomás Muñoz.- El «Macero de la Catedral de Tudela», los frailes y los curas no le caían bien, pero, bueno, tenía amigos monseñores y amigos obispos en Roma que ha conservado hasta el final, y uno de los mejores retratos es éste del Obispo de Málaga, Herrera Oria, yo creo que ese es de los retratos, junto con Orteguita, el mejor retrato que ha pintado. Tiene dos obispos, Herrera Oria y Riesgo, sí. Lo que pasa con el de Herrera Oria es que es un cuadro que está pintado con un manto rojo y que tiene un poco, claramente, la idea de Velázquez del Papa Inocencio, y, claramente, para él , el mejor retrato del mundo era el del Papa en la villa Borghese. Lo grababa en vídeo y el vigilante lo echaba porque no se podía grabar en vídeo, pero él volvía otra vez y lo grababa. Si me has preguntado antes por los pintores que prefería, ése era el retrato que prefería.

Pregunta.- Me gustaría saber, Tomás, qué opinaba tu padre, ahora antes de morir, en estos últimos años, sobre la pintura actual que tenemos tanto en Navarra, como en otros países. ¿Qué es, exactamente, si tú le has oído algún comentario, si me lo podías decir?.

Tomás Muñoz (cede la palabra a)

 Francisco Javier Zubiaur.- Yo, no soy Tomás, evidentemente, sólo puedo hablar como interlocutor y conversador con César, como seguramente muchos de los que están aquí. En parte ya lo he dicho, criticaba otro tipo de pintura que basándose en una hipotética modernidad ocultaba muchas veces formación, de escuela, de técnica, y él prefería apoyarse en lo seguro, no en lo seguro únicamente, sino en los valores que han configurado la Historia del Arte, con mayúsculas. De ahí que conociese bien el Siglo de Oro, la Escuela de Venecia, la Pintura Francesa que él realmente no se cansaba de admirar y de comentar cualquier detalle de los paisajes, de los cuadros de figura que tenía expuestos en su casa , en su piso de Tudela y que yo, con ocasión de la génesis de este Museo-Colección Muñoz Sola, tuve ocasión de repasarlos en su compañía, y realmente descubría en cada uno de ellos detalles nuevos, y de suyo, no es que él opinase así, sino es que cada vez se valora más la pintura del XIX, no solamente ya la francesa y la española, y los maestros que tuvo en San Fernando, evidentemente, eran maestros que eran realistas y conocían bien la pintura de los grandes maestros del Prado. El era un hombre sincero, dominaba la técnica y optó por esa escuela histórica, la Historia del Arte con mayúsculas, como digo, por los grandes maestros, y yo creo que desconfiaba de la pintura moderna.

José Javier Uranga.- Tenía la misma opinión que Basiano de la pintura moderna, coincidían.

Francisco Javier Zubiaur.- Y quizás los pintores hipotéticamente modernos desconfiaban de su pintura. Bueno, ya se sabe lo que pasa entre los artistas, entre las tendencias, siempre ha habido diferentes opiniones.

Tomás Muñoz.- Sin embargo, un pintor, que creo que ha muerto hace poco, tenía unos grabados en el MOMA de Nueva York, un navarro, no recuerdo cómo se llama, pero era un pintor un poco abstracto y, sin embargo, le tenía mucho agradecimiento a mi padre porque cuando había empezado a pintar, mi padre le había animado a pintar, no recuerdo cómo se llama…

Francisco Javier Zubiaur.- Martín Caro, ¿quizás?.

Tomás Muñoz.- No recuerdo, la verdad, su nombre, pero sí recuerdo que era un pintor abstracto, que había seguido una trayectoria de pintura abstracta y él había agradecido a mi padre que le animara en sus comienzos de pintor.

Pedro Lozano Bartolozzi.- Yo no resisto a hacer una pregunta al hijo y sobre el hijo: ¿Por qué te ha tentado el mundo de la escenografía?.

Tomás Muñoz.- No sé, me ha gustado durante bastantes años y estaba pensando que también un poco por mi padre, porque a mi padre le gustaba mucho contar historias y las contaba muy bien, también escribía muy bien, tiene cosas muy bien escritas. Luego, me gusta el cine y el teatro, por eso, porque a lo mejor íbamos a un bar de París, al Café Le Select, que le gustaba mucho porque era de sus tiempos y a lo mejor nos poníamos a pintar, bueno a pintar, a hacer esbozos de gente en los veladores y siempre pensábamos qué vida llevará esa pareja que estamos dibujando, ese hombre mayor con esa barba blanca con esa chica pelirroja, tan guapa, ese hombre que le pasa sesenta años ¿será su profesor, su amante?, y nos gustaba imaginar la vida de esas personas, yo creo que eso es algo que en el teatro está, que tienes que inventarte la vida de las personas, de los personajes, que vas a transmitir a los actores. Y, luego, la pintura es un trabajo solitario, que está muy bien, y el teatro es un trabajo colectivo, y me gusta pintar, y me gusta hacer teatro, porque las dos cosas se complementan muy bien, y en cualquier caso, tienes que tener una educación visual, y, yo creo que la tengo.

Francisco Javier Zubiaur.- Yo quisiera hacerte una pregunta, Tomás. ¿Cómo era tu padre como maestro?.

Tomás Muñoz.- Como maestro se parecía a sus maestros, era un maestro muy buen maestro, quiero decir que sobre todo la educación de haber crecido en una casa con cuadros, de haber crecido escuchando música y de haber crecido leyendo libros, y, luego, él me enseñó a dibujar desde pequeño, me ponía estatuas de escayola para copiarlas, y es lo que hacía cuando tenía siete años, ocho años, empezaba a copiar escayolas, una formación como la que había recibido él, una formación académica, de insistir en aprender a dibujar, de insistir en tomar las proporciones, de insistir en el dominio del dibujo, pero no imponía cosas. En esos años decía: «venga, dibuja esto otra vez», decía esa frase de Degas que había que dibujar el tubo de la estufa de la habitación doscientas veces hasta que te saliera bien. Pues eso es, y de pequeño, pues sí, dibujé muchas estatuas, pero luego realmente hay que seguir los caminos propios, y, yo creo que, una vez que has recibido una formación, tienes que desarrollar tu personalidad.

Asistente.- Yo he pintado muchas veces con él y era muy generoso a la hora de enseñar, otros pintores, quizá cada uno tiene su forma de pensar, no quieren pintar delante de ti, en cambio él no se ocultaba, te dejaba mirarle, preguntarle y luego te decía también cosas. Era muy generoso, no lo ha hecho ningún profesor conmigo, y con todas las personas que ha ido, que ha ido con muchas personas a pintar al campo, se ha mostrado igual. Si él tenía una persona que estaba con interés para aprender no le importaba enseñarle todo lo que el pudiese enseñar, ahora tenía que ver respuesta en esa persona, si no, no le interesaban, no perdía el tiempo.

Pedro Lozano Bartolozzi.- Yo quisiera terminar diciendo que, como señalaba Eugenio D’Ors, todo fin es un recomienzo, de alguna manera esta mesa redonda no quiero que sea el final de una etapa sino, precisamente, la primera piedra de otra etapa distinta, y esa etapa sería un guante que lanzaríamos para que alguien lo recoja y que se empiece por hacer una gran exposición antológica de la obra de tu padre en Tudela, en Pamplona, donde sea conveniente y que luego siga adelante el proyecto del museo, ése que se estaba hablando.

Tomás Muñoz.- Lo único que sí os agradecería, por favor, es que las personas que tengáis cuadros suyos me mandarais una carta y que me contarais qué cuadros tenéis, porque me gustaría verlos, porque él era muy descuidado y realmente guardaba muy pocas fotos y muy pocos recuerdos de los cuadros, de los retratos, pues a veces no se acordaba de a quién había pintado un retrato. Entonces, sí que me gustaría e incluso, en relación a lo que estás comentando tú, me gustaría, bueno, yo os daría mi dirección de Madrid y si queréis me mandáis allí simplemente una carta, si tenéis interés, simplemente para yo saberlo y si esta exposición se hace, sí me gustaría poder contar con los cuadros que, a lo mejor, vea que pueden ser adecuados.

Pedro Lozano Bartolozzi.- Una vez conocido el deseo de Tomás, muchas gracias por haber estado aquí y por haber escuchado a todos los presentes.

Portada: Autorretrato de César Muñoz Sola (Fuente: Pintores Navarros. Pamplona, Caja de Ahorros Municipal, 1.981, tomo II) (Transcripción del titular de la página)