José López Furió y la imaginería religiosa en Navarra

Mientras la comitiva se dirigía al cementerio de Labiano pensaba por dentro : la muerte de un artista no es una muerte más sino una victoria sobre la materia, porque José López Furió ha dejado tras de sí una obra perdurable en tres dimensiones. El dolor de su marcha se compensa con la presencia consoladora de una obra transcendente. Imágenes que nos acercan a los Santos, a la Virgen, en definitiva, a Dios.

Se acababa de jubilar como profesor de dibujo del Colegio del Redín, en 1994, cuando pude conversar con él largamente una mañana de primavera en su piso de la Avda. de Zaragoza. Hablamos de sus orígenes, de su llegada al Instituto Laboral de Alsasua y, luego, de su entrada al Colegio San Miguel de Aralar de Pamplona, cuando empezó a compatibilizar la docencia con la escultura en su taller de la calle Dormitalería.

Retrato de López Furió por su cuñado Josep Blasco

Había nacido el 7 de agosto de1930, en el pueblecito valenciano de Benimaclet. Mi maestro  -me decía- fue mi padre, José López Catalá, hijo a su vez de un hortelano. Un imaginero que dominaba la talla de la madera, pero que tras la guerra del 36 se hizo marmolista. Mientras, pude estudiar Bellas Artes en la Academia de San Carlos.

Sobre 1960 llegó a Alsasua y en los siete años que estuvo aquí talló las tres imágenes de su parroquia -el Corazón de Jesús, La Milagrosa y San José- que le servirían de carta de presentación. Tres sacerdotes con sensibilidad, Cipriano Lezaun, Carmelo Velasco, entonces rector del Seminario, y José María Imízcoz, influyeron para que recibiera los primeros encargos de la Diócesis. Su madurez artística pronto llegaría con el apoyo de otras personalidades, como José María Zunzunegui, profesor del Seminario de Vitoria, y el industrial de Legazpia Patricio Echeverría, realizando de esta manera incursiones profesionales en Guipúzcoa.

Es admirable que siendo un artista de «fin de semana», ocupado con las clases y la familia, López Furió pudiera tallar a lo largo de su vida trescientas estatuas, doscientas de ellas para las iglesias navarras. Ello le obligaba a estudios biográficos previos de los Santos, para conocer su carácter y trasladar sus rasgos psicológicos a las manos de la efigie, porque  ellas dicen todo sobre una persona,  recuerdo que éstas eran sus palabras.

Obras en Navarra

Entre sus obras más apreciadas se encontraban la Virgen Milagrosa de Alsasua, la Piedad de la Hermandad de Voluntarios de la Cruz, los pasos procesionales de Cáseda, el San José Obrero de las M.M. Josefinas del barrio pamplonés de La Magdalena, el San Francisco Javier del pabellón nuevo del Seminario Conciliar, el Sagrado Corazón de Jesús del Convento del mismo nombre de la calle Media Luna, el Salvador de Ibañeta, y la Inmaculada de los P.P. Reparadores de Puente la Reina. También realizó tallas de imágenes desaparecidas (para el Monasterio de Leire y Santa María de Eunate) y reproducciones emotivas, como una del Santo Cristo de Javier, que se entregó al Santo Padre con motivo de su visita al santuario en 1982, y otras copias para iglesias de fuera de Navarra, incluso de España (Francia, Venezuela, Ecuador…). Valenciano de nacimiento y espíritu, aunque enamorado de su tierra de adopción, no desatendería las parroquias levantinas, de las que tenemos un magnífico ejemplo en Cullera.

Su escultura religiosa describe una iconografía presidida por la Virgen con el Niño y los Crucificados, pero que incluye Inmaculadas, Sagradas Familias y Santos, en particular San Francisco Javier, sin haber desdeñado pasos procesionales, ni Vía Crucis, ni relieves o dioramas. Muchas de estas obras tuvieron como policromadores a Agustín Guillén y su hijo. En su concepto, la imagen religiosa debía transmitir una unción necesaria. Así se explican la pureza, la bondad y la espiritualidad, que son las cualidades que emanan de su estatuaria.

Apóstol del arte

Desde el punto de vista estilístico, López Furió fue una especie de neofigurativo, porque sin renunciar a la esencia volumétrica del Románico o del Gótico, sin desechar el ritmo del Barroco ni olvidar esquemas compositivos de los grandes maestros, asumía la síntesis formal de los creadores modernos. Dentro del clasicismo mi escultura está simplificada y estilizada, en todo caso busco innovar y no repetirme, afirmaba.

Furió se identificaba con José Capuz, un valenciano parecido a él en su evolución del barroquismo a la abstracción. También le gustaba el conquense Luis Marco Pérez, por haber llegado a un realismo exacerbado casi expresionista, tendencia presente en la escultura profana de nuestro escultor, con la que inauguraría la pamplonesa Sala de Arte de Conde de Rodezno en 1968. De los escultores universales, su preferencia se dirigía a a Rodin, por su genial inspiración.

Cuando desaparecen las personas, hacemos sin querer un balance de ellas. Para mí, López Furió no sólo ha sido un continuador de la imaginería religiosa en un siglo casi por completo ajeno a la espiritualidad en el arte. También ha enriquecido el aporte de otras figuras navarras, como Fructuoso Orduna, Ramón Arcaya, Áureo Rebolé, José Ulibarrena y Juan Miguel Echeverría, interesados en el asunto religioso como él. Pero sobre todo, él, que se consideraba un apóstol del arte, seguirá invitando con sus figuras a la plegaria emocionada en muchas iglesias de nuestra Navarra.

Imagen de la portada:

Vista parcial del conjunto escultórico sobre el altar mayor de la iglesia parroquial de la Asunción de Santa María, de Pamplona, obra de José López Furió en 1986