Comprender la complejidad de la escultura de nuestro siglo en Navarra obliga a recordar sus antecedentes, que se explican profundizando hasta el Barroco, el cual empieza a sentirse en nuestra tierra como estilo artístico a partir de 1630. Para entonces habían desaparecido los talleres pujantes del renacimiento y, por tanto, esas características de fuerza y expresividad contenida que habían caracterizado las esculturas de Ancheta y sus seguidores.
Con el estilo barroco se reduce ostensiblemente el número de talleres de escultura, que se concentran en la parte meridional de Navarra, y, además, el gusto se atempera al socaire de las preferencias estéticas nacionales. Los escultores serán foráneos y centrarán su trabajo en los retablos eclesiásticos.
Implantados los criterios de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, a partir de 1750 y durante buena parte del siglo XIX, con el estilo neoclásico se extiende esa nueva manera de entender la escultura, donde primará sobre todo la corrección en las formas. Las obras decorativas más importantes del momento (en el Pórtico de la Catedral o en la Capilla de San Fermín de la Iglesia de San Lorenzo, de Pamplona) o las ejecuciones señeras de la época (el sepulcro del General Espoz y Mina, en la misma Catedral), también serán realizadas por escultores no navarros. Que siguen las preferencias de la Corte y su admiración por la Antigüedad greco-romana.
También, en consonancia con esta admiración del pasado, aunque diferido a la edad Media, ya en la segunda mitad del siglo XIX se deja sentir un gusto historicista que quedará patente en la decoración del Salón del Trono del Palacio de la Diputación Foral de Navarra.
Se puede asegurar que, hasta 1950, el desarrollo artístico de Navarra mantiene las constantes seculares que lo condicionan: aislamiento geográfico, escaso desarrollo urbano, gustos conservadores, nivel limitado de los estudios, carencia de una política continuada de ayudas al perfeccionamiento artístico y servicio culturales mínimos, difíciles de encontrar en una plaza fuerte como Pamplona.
Sólo a partir de 1940-1950 irá cambiando esta situación. Mejora el nivel de vida, progresa la industrialización, se va creando una red de salas de exposición en Pamplona bajo el impulso de entidades como las Cajas de Ahorro y en la Escuela de Artes y Oficios (que en 1969 se trasforma en Artes Aplicadas y Oficios Artísticos) se desarrollan eficaces magisterios. El contacto con la escultura vasca, a través de los Encuentros de 1972 y de la presencia de Oteiza en Alzuza desde 1975, estimulará a la escultura navarra del último tercio del siglo XX. Además, en la Escuela de Bellas Artes de Bilbao, abierta en 1970, se irán formando, en su mayoría, nuestros nuevos escultores. Todo este conjunto de condiciones hará posible que desde 1950-1960 empiecen a notarse claramente las primeras influencias de la modernidad internacional.
La primera generación de escultores está formada por Orduna y Arcaya, que nacen entre 1893 y 1910. Ambos asimilan el realismo clásico renacentista italiano y un incipiente expresivismo de la tradición española, patente en sus imágenes religiosas, y muestran una preferencia por la escultura monumental y conmemorativa.
Las figuras de Orduna tienen una fuerza que parece emanar de su interior y constituirse en formas robustas y esenciales (Alegoría de Navarra en el frontis de la Diputación Foral y “Post nubila phoebus”), en tanto que Arcaya es más dado a colaboraciones ornamentales (relieves de la Pasión del Paso del Santo Sepulcro de la Hermandad de la Pasión), aunque impresiona también por la hondura de alguna de sus manifestaciones monumentales (Monumento a los Muertos, del Cementerio de Pamplona)
A ésta sigue una segunda generación, mucho más representativa en número, de la escultura navarra. Está constituida por artistas de quehacer ya consolidado, nacidos entre 1922 y 1950, cuya actividad se despliega en un abanico de tendencias.
Los hay inspirados en la tradición popular, de figuración un tanto ruda y expresivista (Loperena, Ulibarrena); otros tratan de reactivar la corriente figurativa proponiendo su transformación moderada (López Furió, Rafael Huerta) o fantástica (Rafael Bartolozzi); algunos más imitan la energía y formas orgánicas de la naturaleza y optan por una figuración ya más abstracta y en parte surrealista, al modo de Arp, Brancusi o Moore (Clemente Ochoa) o en sintonía con la Escuela Vasca (Santxotena); o, desinteresándose del expresionismo orgánico, tratan de analizar la estructura de los cuerpos, sus valores geométricos, compositivos y espaciales, en una relación de tensión-distensión de las formas, éstos son los llamados neoconcretos o neoconstructivistas (Mínguez, Aizkorbe, Orella, Eslava Castillo, Anda), y que constituyen una parte significativamente importante de la escultura navarra; e, incluso en algunos más, el interés se dirige a determinar escultóricamente los espacios; son los denominados ambientalistas de signo conceptual (vados, Blasco), surrealistas (Rafael Bartolozzi) o espacialistas (Anda).
¿Y cómo es la escultura actual de nuestra Comunidad Foral?
Desde 1980 se siente llegar otra generación, cuya actividad permanece abierta al futuro y, por ello, todavía es difícil de valorar. Coincide con este periodo, no bien definido, de postmodernidad. Una generación plenamente internacionalista, que trata de plasmar su trabajo en la más completa libertad, experimentando con toda clase de materiales, sin sujetarse a la creación tridimensional tradicional, por lo que su escultura es una escultura objetual que se expone mediante instalaciones, que hacen furor desde 1985, y emplea la técnica del ensamblado, con resultados estilísticos controvertidos.
Las tendencias más generalizadas entre nuestros jóvenes escultores son el conceptualismo, el arte pobre y el post pop. Tendencias que, si bien sion diferentes en su forma, coinciden en los mismos propósitos: mostrar la equivocidad de los conceptos, la incomunicación de nuestra época, la interrelación con otras artes (la arquitectura, por ejemplo) o la sociedad de consumo con sus consecuencias. Los representantes más llamativos de esta joven promoción son Garraza, Elizainzín, Gil, Muro, Dick Rekalde y las escultoras Blanca Garnica, Txaro Fontalba y Dora Salazar.
Y, para terminar, ¿se puede decir que existe un Arte Navarro, en lo que a escultura navarra del siglo XX se refiere?
No es posible contar con unas características de estilo propias, difíciles de darse en un siglo tan internacional como el presente. El término “arte navarro” debe referirse más a las creaciones plásticas realizadas dentro de los límites geográficos de la Comunidad Foral de Navarra, por escultores nacidos en Navarra o afincados en la región.