La Fotografía y el Patrimonio

La fotografía documental se ha orientado a ser instrumento de trabajo de múltiples investigaciones –médicas, antropológicas, zoológicas, sociales, astronómicas, militares…- haciendo realidad su capacidad de atestiguar con su objetiva visión el estado de las cosas en un momento determinado de su devenir, pero en este caso me interesa comentar lo que ha supuesto su empleo para el conocimiento del patrimonio cultural, en su más estrecha relación con las ciencias humanas.

En Navarra tenemos casos singulares de fondos documentales fotográficos relacionados con el estado del patrimonio arquitectónico –no hay más que recordar los archivos de José Esteban Uranga en la Institución Príncipe de Viana y de Francisco Íñiguez Almech en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Navarra- en gran parte destinados a reflejar el proceso de restauración de edificios con valor intrínseco. No hace falta ponderar, por la importancia que supone conocer el estado de nuestro patrimonio artístico, el “barrido” fotográfico que el Catálogo Monumental aplicó por las merindades históricas entre 1977 y 1997. El Legado Ortiz-Echagüe, de la Universidad de Navarra, ofrece fotos pioneras de las posiciones militares en la Guerra de Marruecos, por tratarse muchas de ellas de fotos aéreas tomadas desde globo aerostático, así como de edificios del antiguo Protectorado español. El Museo de Navarra guarda testimonios de la vida política pamplonesa durante la II República y la Guerra Civil de 1936, obtenidas por el estudio Zaragüeta, y testimonios sociales abundantísimos a nivel antropológico-social, de los navarros de décadas pasadas, en las imágenes tomadas por Nicolás Ardanaz. Y esto no son más que unos ejemplos destacados a los que se sumarían los documentos fotográficos de la Comisión Provincial de Monumentos, del Archivo Municipal de nuestra capital –con el sustancioso fondo Arazuri que ayuda a reconstruir la Pamplona contemporánea- y de empresas o coleccionistas privados (Sahats, José Luis Nobel…) que reflejan en instantáneas el patrimonio monumental rural o humano de carácter urbano.

Sin embargo, la constancia en Navarra de estos fondos documentales se inserta en una más ambiciosa actividad conducente a preservar de la desmemoria el patrimonio recibido de los antepasados. Y nada mejor que recurrir a la técnica fotográfica para dejar testimonio de procesos del conocimiento. Por ejemplo, en Arqueología, gracias a la fotografía, pero también a otras técnicas manuales como el dibujo o el molde, es posible evitar la pérdida de datos conforme la excavación avanza destruyendo los niveles del tiempo. Esta realidad movió a la Comisaría General de Excavaciones en 1975 a crear una Fototeca de Monumentos y Arqueología compuesta por fotografías de todos los yacimientos arqueológicos en los que se intervenía, de numerosos fondos de museos y colecciones, con el fin de realizar exposiciones, inventarios, catálogos o publicaciones. Así pudieron documentarse manifestaciones del arte rupestre, del mundo ibérico, del megalitismo, incluyendo fotos aéreas de yacimientos, etc., colección luego ampliada por el Instituto del Patrimonio Histórico Español y de su sucesor el Instituto del Patrimonio Cultural de España, en lo relativo a las intervenciones realizadas, a la que se sumó la donación del prestigioso arqueólogo Juan Cabré en 1996, de valor histórico indiscutible.

Antes de la llegada y gran expansión de los medios audiovisuales (cinta cinematográfica, magnética y disco compacto electrónico), que sin duda favorecieron la continuidad de la extensión de la iconografía, la influencia de la fotografía llegó a extremos formidables por su posibilidad de divulgar el patrimonio, hasta el punto que André Malraux sostuvo, en referencia al arte, que “la historia del arte es la historia de lo que es fotografiable”, es decir, sin apoyo de la imagen fotográfica no sería posible construir un imaginario colectivo mundial.

Los esfuerzos por conseguir bancos fotográficos venían de lejos. Un hito para la historia de nuestro país fue el protagonizado por el fotógrafo catalán Adolfo Mas Ginestà, que participó en el movimiento modernista barcelonés a través de la fotografía. Formado en el ambiente de la Renaixença, y siguiendo las pautas del arquitecto Josep Puig i Cadafalch, inició la sistemática organización de su archivo que se especializó en fotografía de interiores de los monumentos y de las obras de arte en ellos emplazadas, primero en Cataluña, y luego, con la colaboración de su hijo Pelayo, por todas las regiones españolas, de manera que bastantes de los monumentos desaparecidos en los trágicos sucesos de 1936-1939 son conocidos gracias a aquellas fotografías que tuvieron la importante virtud de estar guiadas con precisión fotográfica y conocimientos artísticos, arquitectónicos más precisamente, a la vez. En 1941 el Arxiu Mas se integraría en el Institut Amatller d’Art Hispànic, fundado por los herederos de un fabricante chocolatero con sensibilidad cultural, Antonio Amatller, cuya dirección fue confiada al prestigioso historiador del arte Josep María Gudiol, más conocido entre nosotros por ser el responsable del levantamiento y traslado al Museo de Navarra de las pinturas murales de varias iglesias góticas de nuestra comunidad.

El Archivo Mas suministró fotos de arte a gran número de investigadores e instituciones culturales extranjeras, hispanófilas, que posibilitaron investigaciones de nuestra historia y suministró el fondo con que en 1910 se creó el Centro de Estudios Históricos de Madrid, bajo la dirección de Manuel Gómez Moreno, cuya presencia se redobló gracias a la actividad científica desarrollada en torno a la revista Archivo Español de Arte y Arqueología, todavía hoy existente.

Paralelamente, la Administración se sirvió del medio fotográfico para documentar todas aquellas piezas susceptibles de ser dañadas en la Guerra Civil, creándose un Fichero Fotográfico, al que se añadieron imágenes de los efectos destructivos de la contienda enlazándose la fotografía patrimonial con la temática de reportaje y el empleo de la imagen como testimonio. En esta labor se distinguieron fotógrafos como Aurelio Pérez Rioja, Tomás Prats y Manuel Urech, junto a estudios fotográficos de las firmas Vicente Moreno, Hauser y Menet, y Ruiz Vernacci. Recordemos el reportaje interesantísimo, aunque patético, de las obras de arte del Museo del Prado mientras eran evacuadas a Ginebra.

De aquel espíritu emprendedor, preocupado por la salvaguarda de nuestra civilización, viene la política protectora del Ministerio de Cultura, de Patrimonio Nacional, de los museos estatales y autonómicos, y de cuantas instituciones se preocupan por la conservación-restauración de nuestro peculio. Todos hallaron en la fotografía una asistencia fundamental en su quehacer. Una fotografía con una diferente dimensión –que permite calificarla de “patrimonial”-, la cual en las últimas décadas se beneficia de avances tecnológicos que están posibilitando ir más allá en las investigaciones.