La investigación de la estela discoidea en Navarra. Historiografía y bibliografía (1774-1979)

El prócer vasco José Miguel de Barandiarán

El 20 de mayo de 1977, la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra rindió un homenaje a don José Miguel de Barandiarán y Ayerbe, insigne prehistoriador y etnólogo incorporado al claustro de esta Universidad en 1963 como profesor de Etnología del Pueblo Vasco, dentro de la recién creada Cátedra de Lengua y Cultura Vascas. Con tal motivo se celebró un ciclo de conferencias, pronunciadas por los investigadores José María Satrústegui, Ignacio Barandiarán, Mª Amor Beguiristáin, Luis Suárez Fernández y José Miguel de Azaola, publicadas más tarde por Ediciones Universidad de Navarra, una de las cuales, la del profesor Zubiaur, se ofrece a continuación.

Durante las últimas décadas muchos han sido los artículos, comunicaciones y notas aparecidas en las revistas especializadas, tendentes a suministrar los datos necesarios para la futura elaboración de un catálogo de monumentos funerarios discoideos de nuestra Región. Los más, aparecieron recientemente a través de la vía abierta por Cuadernos de Etnología y Etnografía de Navarra, de la Institución Príncipe de Viana, de la Diputación Foral, pero otros fueron viendo la luz de manera desorganizada, dentro y fuera de Navarra, a lo largo de doscientos años, por todo lo cual era una labor necesaria tratar de agruparlos, para señalar las bases de una futura investigación de tales monumentos. Investigación que ha de acometerse con rigurosa ciencia, y dado el carácter exhaustivo que habrá de tener, era oportuno y necesario contribuir a dicha investigación con esta Historiografía de la Estela Discoidea en Navarra, confiando que ella sirva de ayuda a los estudiosos que, en su momento, se impongan esta tarea.

1774-1957.Los iniciadores de la revalorización de la estela. Primeras bases de nuestro conocimiento

La primera noticia escrita que sobre el tema encontramos en la desparramada bibliografía, la da el P. Tomás de Burgui [1] hace dos siglos, en la extensa historia de San Miguel de Excelsis que este benemérito capuchino se propuso escribir. En ella se refiere a la estela de Errotabidea, punto donde el ermitaño se apareció -según la tradición- a Don Teodosio de Goñi, anunciándole el adulterio falso de su mujer, para incitarle al parricidio ciego que cometería más tarde. Indica que en el Archivo Parroquial de Goñi existe un documento de 1715, donde constan las declaraciones de unos vecinos del lugar, que prueban que dicha estela “representa el acto de asesinato de Teodosio a sus padres”, y que “la piedra se puso en este lugar de [Errotabidea] para conmemorar el suceso”. El Padre Burgui facilita, incluso, el dibujo de la estela [2] y da fe de su antigüedad inmemorial, al tiempo que testimonio que este tipo de monumentos se extiende por los cementerio del Valle de Goñi y por los de otros países.

En 1910 sale a la calle el primer número del Boletín de la Comisión de Monumentos de Navarra, revista en la que han de colaborar en los años siguientes y hasta 1928 las más insignes plumas navarras de la historia, del arte y de la arqueología. Entre sus colaboradores, Pierre parís, Julio Altadill y Fray Fernando de Mendoza, se interesan vivamente por las estelas discoideas, hasta el punto de hacerlas figurar entre los objetos de la exposición de Arte Retrospectivo que, con motivo del II Congreso de Estudios Vascos, tuvo lugar en Pamplona, y, más en concreto, en el claustro de la Catedral. Pero esta muestra no hubiera sido factible sin otra iniciativa previa de la Comisión Provincial de Monumentos, cual fue la creación en 1910 del Museo Arqueológico de Navarra, sito en la Cámara de Comptos Reales de la ciudad, precursor del actual de la Cuesta de Santo Domingo, inaugurado en 1956. En ese humilde Museo recogieron los primeros objetos arqueológicos los señores Campión, Altadill y Ansoleaga, y, entre ellos, algunas estelas. Pierre Paris [3] fue el primero en fijarse en los signos solares que las decoraban, relacionados con el culto al sol de los antiguos pobladores neolíticos y el culto a los difuntos y las creencias funerarias, aspectos que aparecen conexionados en las estelas de la Comarca de Pamplona. Esta conclusión no le impide, tampoco, dar cierto valor a la teoría que Frankowski defiende sobre la antigüedad de estos ejemplares [4], no tanto ibéricos ni romanos, como de época cristiana, cuyo uso se ha conservado hasta nuestros días. Y llama la atención sobre la urgencia -ya en 1919- de hacer prospecciones por Navarra para rescatar todas las estelas que se conserven, estudiar su procedencia y antigüedad, así como clasificarlas por sus signos religiosos y profanos. Julio Altadill [5], por su parte, notifica que al año siguiente – al celebrarse la Exposición de Arte Retrospectivo- figuraban en ella “varias estelas funerarias, una de ellas cercana al siglo IX, dado lo bárbaro de la escultura y dibujo y las representaciones alusivas a la tradición de San Miguel in Excelsis”; más “otras que tenían también definido su carácter ibérico”.

Así llegamos a 1920, año de la aparición dl magno trabajo de Eugeniusz Frankowski [6] sobre las estelas discoideas de la Península Ibérica. Este investigador polaco, del Instituto Antropológico de la universidad de Cracovia, se propuso el estudio de las formas, los distintos caracteres y el parentesco de las estelas funerarias de la Península Ibérica entre sí y con las de otros países. Y dentro de su laboriosa investigación consideró setenta y tres piezas de Navarra y veinticuatro de la antigua Merindad de Ultrapuertos[7]. De todas ellas, en una seria valoración, destacaría las siguientes:

  • la de Santacara, decorada con los útiles de un maestro de obras y un tetraskele, que no tiene precedentes en el extranjero, salvo en la ermita románico-mudéjar de Camañas (Teruel). Dicho tetraskele debe ser “una modificación puramente local de la svástica [usada por los antiguos eúskaros como signo predilecto] con triaskele. Su interpretación astronómica o solar es “dudosa”;
  • las de Estella, con sus cruces, sus estrellas de seis puntas y otras figuras geométricas en composición, “son simples adornos rellenantes al gusto popular vasco, pero sin ninguna relación con supuestos cultos celestes (como supuso O’Shea)”. Interesan por sus instrumentos de labor, “que las acercan a las de Santacara y Portugal”;
  • las de Olóriz, que coronaban el alto del muro del cementerio, a la costumbre turolense;
  • la de Arazuri, con la figura humana de un guerrero, y cruz ancorada por detrás (ya moderna), “representando a un guerrero ibérico”, “una de las más interesantes de Navarra”;
  • las de Garralda, que se hallan emparentadas con las de Valcarlos;
  • y las de Valcarlos, que “permiten estudiar el origen y transformación de ciertas composiciones geométricas”, así como “la evolución de la estela discoidea en un monumento distinto”, ya que varias fueron reaprovechadas respetando parte de la decoración antigua.

Altadill [8], tras difundirse el estudio de su compañero polaco, hará justicia explicando que la Comisión Provincial de Monumentos de Navarra, desde hace lustros venía dedicando su atención a este asunto, “como lo demuestra la colección de estelas que van agrupándose en nuestro Museo Arqueológico, varios años antes de que Mr. Eugeniusz Frankowski suscitara estos estudios en España”,, hecho probado por las colaboraciones de los señores Paris y Mendoza en el Boletín de dicha Comisión. Y tras exponer el origen de estos monumentos (“tal vez emparentados a la primitiva sepultura ibérica”), significado de su disco “antropoide”, y de los distintos símbolos y adornos que los decoran, concluye que los fechados no son más antiguos que del siglo XVI, por lo que cabe deducir que “hasta esa época fue anónima la tumba vasca”.

Fray Fernando de Mendoza publica en 1922 dos trabajos que amplían todavía más el espectro de la estela discoidea, a la par que uno de ellos revisa la aportación de Frankowski a este campo de la cultura. El primero de ellos [9], da noticia del hallazgo en Biokoiz-zazpe (Alsasua) de veinte fragmentos discoideos decorados con simples rayas incisas, en sentido concéntrico, “obra de distintos autores, antiquísimas y anteriores al Cristianismo”, que tal vez “puedan ser estatuas-menhires”. En su segunda publicación [10], tras hacer el elogio de Frankowski por su enorme labor realizada, voluntad y entusiasmo científico, deduce los aspectos que más le han llamado la atención entre las estelas navarras reproducidas en su obra, y que pueden considerase como característicos:

  • la cruz adopta una variedad grande de líneas y abunda la terminada en ancla. Pero apenas se ve la cruz radiosa. Se conserva aún el antiguos crismón, pero va sustituyendo al monograma de Cristo el de Jesús (I H S). En alguna le acompaña el de María;
  • entre los instrumentos indicadores de profesión el más usado es la podadera. Alguna vez se ven el martillo, la ballesta, los enseres de carpintería y la herradura;
  • hay muy pocos discos con escudos, y son raras las representaciones zoomorfas;
  • abundan los adornos de estrellas exa y octogonales. Las de cinco puntas son más escasas. La luna también hace su aparición a veces, pero el sol luce raramente, en forma turnante casi siempre. Ningún signo celeste desempeña en general funciones simbólicas: como lo reconoce Frankowski “son meros adornos”. Pero puede darse alguna excepción, dejándose ver el sol junto al monograma de Jesús; y junto al de María, la luna.

Pero Mendoza advierte con extrañeza la ausencia de la cruz como signo religioso, lo que -en su opinión- no significa “falta de vibración del sentimiento cristiano”. Pone de relieve que Frankowski sólo trata de soslayo el problema de la cronología de las estelas, añadiendo como criterios valorativos de datación , los adornos, el gusto de la época, y la labra. Niega su teoría del antropomorfismo, “sin tradición en el País”.

Es Louis Colas, de la Societé Bayonnaise d’Études Règionales, quien va a ampliar enormemente el conocimiento de la estela discoidea por medio de su estudio sobre la tumba vasca [11], aportando un catálogo de 406 estelas discoideas de Baja Navarra, lo que va a permitir el estudio de paralelos en formas y decoraciones con otras estelas de la Alta Navarra, al tiempo que estimulará en los investigadores del mañana el interés por rescatar estas piezas de la destrucción, ampliando la zona de hallazgos a un área superior.

Louis Colas extrae en su estudio estas conclusiones, características de las estela discoideas de la Baja Navarra o Merindad de Ultrapuertos:

  • de las provincias vascas del país Vasco Francés (Benabarre, Labourd, Soule), Baja Navarra presenta las estelas más interesantes en conjunto;
  • sus rasgos distintivos son: su volumen importante, que alcanza casi a los 300 kg (frente a los 100 de sus provincias vecinas); son muy decoradas; sus motivos decorativos son simples; hay un gusto innegable en la composición; presentan una bella colección de herramientas e instrumentos esculpidos en sus caras: hoces, carros, picos, hachas, etc.; se reconocen fácilmente las tumbas de difuntas por la presencia de los instrumentos de hilandera: lanzadera, ruecas, husos, bobinas, etc.; en general, se ha cuidado mucho el dibujo en ellas, la ejecución es neta, y algunas estelas producen una impresión artística; es muy posible que su talla sea debida a canteros de la región; cabe en ellas la influencia navarra no sólo antes de 1512 (momento de la separación política de la Baja y la Alta Navarra), sino más tarde, ya que no cesaron bruscamente las relaciones entre ambas partes;
  • las regiones mejor dotadas, de más a menos, son: el Pays de Mixe y de Arberoue;  el Pays de Ostabarret y Valle de Lantabat; los países de Cize y los valles de Ossès y de Baigorry, que ya se resienten de su vecindad con Labourd, donde la ejecución es más pobre.

Más, a pesar del esfuerzo de Colas, que quedó aislado en la Navarra francesa, en la Navarra peninsular no van a publicarse apenas estudios sobre la materia en los próximos cuarenta años. Años que van a incidir fatalmente en la recuperación de estos monumentos, muchos perdidos ya irremisiblemente.

Sin embargo, algunas notas ya se publicaron. Julio Caro Baroja [12], añade a un estudio sobre los monumentos religiosos de Lesaca, la referencia de seis estelas discoideas de Vera de Bidasoa, advirtiendo del peligro de desaparición. Francisco Escalada [13] comunica los hallazgos habidos en las prospecciones arqueológicas realizadas por Navarra en los años inmediatos a 1942: una pequeña estela en El Castellar de Javier, “de época neolítica” [14]; otra en el lugar conocido por Liscar (Liédena), “considerada por algunos como ibérica” y notifica la situación de estelas en la ermita de Ntra. Sra. De Nicuesa (Lumbier). Caro Baroja, de nuevo [15], vuelve sobre las estelas de Vera de Bidasoa para proponer una nueva clasificación de los motivos ornamentales, rectificando a Veyrin [16]. Y peña Basurto da una brevísima nota de una estela de la villa de Ujué, así como de varias más del Palacio de los Marqueses de San Cristóbal, de Estella [17].

1963-1969. De la colaboración de Munibe a la creación de Cuadernos de Etnología

El lapsus dura prácticamente hasta 1963, año en que se publica la Guía del Museo de Navarra, donde Mª Ángeles Mezquíriz [18] inserta la relación de las estelas discoideas sitas en la Sala VI, algunas de ellas trasladadas del antiguo Museo de la Cámara de Comptos. Muchas de las piezas expuestas en esa Sala, más en el jardincillo exterior, son de procedencia desconocida, y las demás de Iranzu, Azcona, Santacara, Estella, Salinas, Añézcar y Badostain, sumando en total cuarenta y nueve estelas de entre las mejores y más representativas de Navarra.

La nueva década trae la colaboración de la Sociedad de Ciencias Naturales Aranzadi, de San Sebastián, a través de su revista Munibe, en la que se publican algunas comunicaciones sobre nuestras estelas. La primera de ellas es la de J. San Martín [19] sobre estela de San Miguel in Excelsis (Aralar), a la que sigue una más de Luis Pedro Peña Santiago [20] sobre la estela discoidea de Ituren.

Tres miembros de la Real Sociedad de Amigos del País y discípulos de D. José Miguel de Barandiarán, José Cruchaga, Tomás López Sellés y Casimiro Saralegui, contribuirán al conocimiento de la estela navarra a través de su comunicación al IV Symposium de Prehistoria Peninsular, celebrado en Pamplona, sobre piedras familiares y de tumbas de Navarra, donde estudian la dispersión de la grafía y ornamentación del monograma I H S sobre inscripciones de fachada, claves de arco, escudos, y en las estelas discoideas, dentro de los Valles de Salazar y Roncal, en los que registran 56 estelas. Más tarde, la idea de los tres investigadores de hacer un rastreo por los valles colindantes para proseguir la catalogación, quedaría frustrada por la muerte de uno de los componentes, López Sellés. Si embargo, su aportación es estimable y da como balance varias estelas de gran interés en los pueblos de Igal, Izalzu, Vidángoz y Arangozqui [21].

El mismo año de 1966, al editar la Diputación de Vizcaya dos volúmenes en homenaje a D. José Miguel de Barandiarán, ve la luz un artículo de Wilhelm Giese [22], donde se compara la svástica o disco solar de las estelas navarras con las decoraciones populares de Baja Navarra, y con los que aparecen en otros monumentos de los países celtas de Gales y de Irlanda, ya en tiempos prehistóricos, así como en las típicas cruces de los conventos medievales de este último país.

En Munibe se edita, igualmente, el estudio etnográfico de Urraúl Alto, escrito en colaboración por Luis Pedro Peña Santiago y J. San Martín [23], que en el apartado de religiosidad se ocupa de las diecinueve estelas del Valle, entre las que destaca una epigráfica de Ayechu, y la cruz en formas variadas, como característica. Los autores facilitan, asimismo, una lista bibliográfica con algunos títulos sobre el tema.

Y así nos acercamos a 1969, fecha en que la Institución Príncipe de Viana, por medio de su director D. José Esteban Uranga Galdiano, y a instancias de D. José Miguel de Barandiarán, el verdadero maestro de cuantos investigadores locales se especializaron en este tema, funda la revista Cuadernos de Etnología y Etnografía de Navarra. En ella irán apareciendo progresivamente la mayoría de los estudios realizados sobre las estelas navarras, fiel a su espíritu de “dar a conocer la entrada de la vida y costumbres de nuestro pueblo, que con el desarrollo que lleva la humanidad están en trance de perderse…” Abierta a todos los etnógrafos, los primeros en asomarse a sus páginas con estudios sobre estelas discoideas procederán de la sociedad de ciencias Naturales Aranzadi: así Fermín Leizaola comunica los hallazgos de la ermita de la Trinidad de Iturgoyen [24] y del cementerio de Alzuza [25], y Daniel Otegui [26] el descubrimiento de una estela en Usoz (Arce). José Mª Satrústegui, es el primer navarro que se estrena en la revista con un estudio epigráfico de una estela cantografiada del monasterio de Iranzu, sita en el Museo de Navarra [27]. Un año más tarde volverá sobre el tema [28].

1970-1976. Periodo de intensa catalogación

De 1970 a 1979 se extiende una etapa de intensa y constante catalogación de estelas discoideas, la mayoría de las cuales se dan a conocer en la revista Cuadernos. Pero es preferible dividir la etapa en dos tiempos, hasta 1976 y de ese año a la actualidad, dado que es en 1976 cuando se introduce el estudio estructural de las estelas, como hemos de ver en el último de los puntos de la Historiografía.

1970 es el año de la publicación de la Estelas funerarias del País Vasco (Zona Norte), obra encargada a José Miguel de Barandiarán por la Commission Supérieure des Monuments Historiques de France (del Ministère d’État-Affaires Culturelles), que reúne en sus páginas cerca de mil estelas, parte de ellas de Baja Navarra. Barandiarán [29] se propone la descripción de unos motivos ornamentales, apuntando algunos de los rasgos de la mentalidad que los anima, considerando la estela inserta en os ritos de la muerte, en cuyo seno “se conserva y tiene sentido”. Resultado, al igual que hizo Colas, de varios años de paciente investigación y estudio, este libro parece que es un reactivo en la empresa de búsqueda, catalogación y publicación de estelas en Navarra. A partir de ahora, bien sea en artículos monográficos, en estudios etnográficos de comunidades rurales o en guías de Museo, se darán a conocer todas las estelas posibles.

José de Cruchaga [30] no duda en incluir las estelas de Romanzado y Urraúl Bajo en la encuesta etnográfica de esos Valles. Fermín Leizaola publica con rapidez: primero sobre la estela de Elgorriaga [31], después sobre las de Goldáraz [32], alguna de ellas relevante, Daniel Otegui [33] se ocupará de las de Uriz y Urdíroz (Valle de Arce). José Mª Satrústegui [34] de la desaparecida de Eguiarreta de Araquil, sobresaliente por la escena litúrgica que protagonizaban tres sacerdotes, y por el caballero acorazado de su reverso, relacionado con el mundo de las órdenes militares y el camino de Santiago. Ramón Mª de Urrutia, que en lo sucesivo ha de ser fiel investigador del tema, publica las de Orba [35], en parte tocadas por Frankowsk i[36] y Cruchaga [37], Luciano Lapuente [38] inserta en el estudio etnográfico de Améscoa las estelas “más interesantes” del Valle, sobresaliendo la de Amescoazarra, con figura humana de filiación celtoide. Daniel Otegui colabora dando a conocer las de Zalba [39], y luego las de Zunzarren, Ozcáriz y Lizoain [40].

De todos los mencionados es Urrutia quien con más éxito se propuso la búsqueda sistemática de estelas navarras, procurando prospectar los valles limítrofes de aquellos otros donde ya se habían producido hallazgos. Tampoco se ocupó de una mera catalogación de las piezas, sino que intentó en lo posible interpretar el sentido y el simbolismo de sus decoraciones, buscando sus paralelos formales, documentando su estudio, y aportando finalmente un resumen-conclusión del mismo, con observaciones sobre la extensión geogrtales registradornamentos ornameinvestigacies registrados. En cda una de su publicaciones habrlos formales, documentando su estiáfica de cada uno de los motivos ornamentales registrados. En cada una de sus publicaciones habrá, también, una lista bibliográfica especializada, que irá mejorando conforme progrese su investigación. A esta tarea se sumará, aunque a menor escala, Fermín Leizaola.

Así se realizan las siguientes catalogaciones: Urrutia de las estelas de Lizoain, Arriasgoiti y Urroz [41], a las que siguen las de los valles de Izagaondoa y Lónguida [42], cuyas conclusiones son: “una investigación metódica por los cementerios de Navarra cuestiona seriamente la afirmación, largo tiempo extendida, de que la estela discoidea era elemento característico del País Vasco Francés, descendiendo mucho al pasar a Navarra”; extensión de la estrella de seis y ocho puntas, de la flor de seis pétalos, de las cruces griega y de Malta, y de piezas sin tallar, parte de estos ornamentos extensibles también a Egüés. Y de Francisco Barber [43], sobre las estelas de Esparza de Salazar, alguna de ellas epigráficas.

En el mismo año de 1972, la caja de Ahorros de Navarra edita la Etnografía Histórica de Navarra, escrita por Julio Caro Baroja [44], que no reúne especiales datos sobre estelas discoideas, pero sí aporta observaciones que pueden ayudar a su comprensión y valoración de su ornamento popular. Caro estudia los motivos decorativos del arte popular navarro y menciona la necesidad de estudiarlos por grupos homogéneos (meas con mesas, estelas con estelas, et.), para aclarar así ciertos problemas de técnica y de significado, no menospreciando la voluntad de representación del artesano o ciertos criterios de época, de moda o de estilo, sin olvidar criterios de tradición técnica. Advierte, incluso, del peligro de caer en una clasificación rígida y formalista de los motivos decorativos, como les ocurrió a Veyrin y sus compatriotas franceses. Se extraña de que en el norte de Navarra no haya el menor recuerdo de las antiguas lápidas romanas o paleocristianas, con tallas de origen simbólico o místico, y plantea la necesidad de un nexo entre aquellas lápidas romanas (tipo Gastiain) y las vasco-navarras de hace doscientos o menos años. Nexo perdido, según Caro Baroja, “que habrá que rastrear en zonas intermedias del país y en épocas también intermedias”.

En Cuadernos de Etnología continúan publicándose más materiales. Los años de 1972 a 1973 son intensos, en este sentido.

Fermín Leizaola [45] se ocupa de las estelas del cementerio de San Felices, en Cáseda, donde se distinguen motivos florales y cruces griegas predominantemente, además de un caso de Stela antropomórfica “de excepción”.

Ramón Urrutia [46] atiende las del valle de Erro y los pueblos de Zaldaiz y Espoz (en los valles vecinos), en los que las cruces de Malta y flordelisada, la presencia de herramientas, la canto-decoración, y la ausencia de ornamentación y de signos comunes, son característicos. Después, publica el estudio de las de Moriones [47], “de evidente antigüedad y primitivismo de ejecución”, al estilo de las de Arguineta, Lepuzain, Alzuza o Iso, con incisiones simples como decoración, reproduciendo la cruz y, en un caso, una rarísima ballesta, lo que mueve a su autor a ensayar cronología. Al año siguiente, en colaboración con Francisco Fernández [48], publica el estudio de diez estelas de la necrópolis de Soracoiz (Guirguillano), que son presumiblemente de las más antiguas conocidas, para ellos “parecidas a las estimadas como romanas o paleocristianas de Ojacastro y Herramélluri (Logroño)” o, como hipótesis complementaria, “semejantes a las de los castros gallegos, tipo Intxur o Navárniz”. Algunas son antropomórficas de doble cuello (modelo Arguineta), con cruz incisa, y otra va decorada con una figura humana esquemática al modelo ibérico de la de Arazuri. En 1972 ve la luz un estudio de las de Espinal [49], bajo la órbita de la influencia vasco-francesa, con signos solares, cruces griegas y flordelisadas, y motivos extraordinarios (un hombrecillo “modelo” Soracoiz-Arazuri, un oso y una estela de ornamento barroco). En 1974 una ampliación sobre el conocimiento de las estelas de Beriain y Sansoain (en Orba), Moriones, Sorauren y Tafalla [50]; y, por último, el análisis de las de Oroz-Betelu y Valle de Arce [51], de temática variada a base de rosetas y cruces.

1976, por el contrario, es un año pobre en publicaciones, y parece que el impulso catalogador se ha parado. En 1975 nada sale a la luz.

Se cierra este punto con dos publicaciones: una nota de Fermín Leizaola [52] sobre la estela de la Parroquia de Goizueta; y el Museo de San Telmo, de Gonzalo Manso de Zúñiga [53], guía -entre otras cosas- de las estelas navarras colocadas en su claustro, que ascienden nada menos que a 64 [54]. Manso de Zúñiga aclara algunas cronologías y advierte que aún después de la creación de las villas en los siglos XIII y XIV, y del ordenamiento de los nuevos cementerios lejos de los centros de población con Carlos III, siguieron colocándose las estelas discoideas en los cementerios de Vasconia hasta mediado el siglo XIX, cuando en el resto de España “era ya costumbre perdida”.

Del estructuralismo de Duvert hasta 1979

En el primer trimestre de 1976, el Bulletin du Musée Basque de Bayona (Francia) publica un estudio de Michel Duvert [55], etnólogo de la Association Lauburu de Saint-Jean de Luz, sobre una contribución a la estela discoidea vasca, donde plantea una concepción nueva para el análisis y valoración de la misma. Duvert estima que la estela discoidea es una porción definida del espacio donde se expresa la energía contenida en un punto, llamado disco. Por su similitud, compara este disco a la esfera de un reloj, sobre la que el cantero ha hecho una distribución armoniosa de los motivos decorativos, siguiendo unas líneas imaginarias de ejes (vertical, horizontal y secundarios u oblicuos, que se cruzan en un punto llamado por él “cero”), formando sectores (I, II, III, IV) y regiones (9, 12, 3, 6) en el seno del disco, hasta lo que él llama “base de cuatro” (1, 2, 3, 4), situables en la trayectoria de los ejes secundarios y en torno a la región cero. El sistema del vascofrancés Duvert, permitirá analizar con toda fidelidad cualquier motivo decorativo de la cara del disco, según unas leyes de ritmo espacial.

Esta teoría, llamémosla estructuralista, es introducida en navarra por Francisco Javier Zubiaur, es e mismo año, sobre la base de unos hallazgos de estelas en san Martín de Unx [56], que irán repitiéndose gradualmente. La primera entrega del estudio de estas estelas, llama la atención sobre su localización al borde de la red viaria del pueblo, no asociadas a restos humanos, lo que probará una vez más el valor conmemorativo de esta clase de monumentos, no siempre estrictamente funerarios [57]. Sobresale entre ellas una especial por su decoración, que asocia al lado de la cruz griega ancorada (típica de este lugar), una figura humana en acción de trabajo, una arquitectura gótica y un ave, en una de sus caras, más la pentalfa y otra vez el ave al otro lado. La segunda de las entregas ya es de 1977 [58], siguiendo de ahora en adelante la teoría interpretativa de Duvert, calificada por él como “fundamental para analizar la estructura de la estela y aproximarse a su arte plástico”. Versa sobre las estelas de la Iglesia Parroquial del lugar mencionado, parte de las cuales fueron descubiertas formando pared del templo. Interesa en el estudio el criterio de datación cronológica utilizado, que se basa en cuatro planteamientos: a) comprobación histórica del momento en que las estelas fueron unidas a la fábrica de la iglesia; b) su grado de erosión antes de esa fecha; c) el estudio de sus características estilísticas y de labra; y d) algunos paralelismos con piezas de datación aproximada. De todos estos condicionantes extraerá una conclusiones tipométricas y plástica, que se fijarán especialmente en la composición de los motivos usados en la decoración. Y también sobresale del conjunto una estela “sin precedentes”, con un Cristo crucificado en el anverso, una composición de ballesta, cuadrúpedo, serpiente y tacos en el reverso, y una Virgen Trono de Dios en el canto. En este mismo año se publicará la tercera entrega de estelas de San Martín de Unx [59], con dos piezas importantes: una por haber aparecido en la plementería de una bóveda de crucería de la iglesia parroquial, y la segunda porque se adorna con dos figurillas humanas sexuadas, bajo el arranque de un arquillo, al estilo de las estelas romanas de Tierra Estella, “de las que puede ser una pervivencia temporal”. En definitiva, la aportación de Zubiaur al acervo cultural de las estelas de Navarra, sobre la base de las de San Martín de Unx, puede fijarse en los siguientes puntos:

  • la pérdida de valor de la estela como monumento funerario, se opera en esta zona entre los siglos XIV a XVI;
  • dataciones comprobadas: una pieza es anterior al siglo XIV, y cinco más anteriores a 1604;
  • una estela plantea la posible continuidad del modelo de monumento funerario romano hasta la Edad Media[60], y, por la decoración de su canto, la expresión de unas ideas a través de signos abstractos, sean estos mnemotécnicos, esquemáticos o profilácticos;
  • la estela no va necesariamente ligada a sepultura y puede ejercer funciones conmemorativas;
  • plantea la hipótesis de si las estelas se erigirían también en el interior de los templos cristianos;
  • registra motivos ornamentales únicos o de escasa difusión en navarra: figuras humanas (Crucificado, Virgen con el Niño, donantes o difuntos), animales, armas, útiles de trabajo, asociaciones astrales poco comunes (pentalfa y media luna), arquitecturas y canto-decoraciones.

Preocupado igualmente por la datación de los monumentos funerarios, Michel Duvert advertía, en un número del Bulletin du Musée Basque de ese año [61], que en el intervalo existente entre las más antiguas estelas ibéricas y las discoideas datadas del país Vasco, algunas navarras forman la cadena que llena el vacío. Así las de Soracoiz, la de Javier [62] y las del Museo de Navarra, que “constituyen preciosos puntos de referencia”.

En Cuadernos, el fecundo año de 1977 se cerrará con dos aportaciones más: una de Latxaga [63] sobre la reivindicación del navarrismo de una estela de Lizarraga, en contra de la opinión visigótica de Manso de Zúñiga [64]; y otra de Urrutia [65] sobre las estelas de Aézcoa, bajo la influencia de baja navarra y Zuberoa, en representaciones del I H S, calvarios, cruz y signo solar, más pentalfa. Registra el caso extraordinario de una estela que lleva escrito el nombre del difunto.

El año de 1978 ve, también, numerosas publicaciones. Francisco Javier Zubiaur [66] da a conocer la localización de una nueva estela en el pueblo de Bigüezal (Romanzado), que, curiosamente, ha dejado de tener sentido funerario para conmemorar las acciones profanas del hombre, “presididas del signo de la cruz”, por haber sido clavada junto a la caseta de la motobomba que envía el agua al pueblo. Juan Manuel Villar [67] publica la primera parte de su trabajo sobre las cuarenta y dos estelas de Monte de Peña, de las que da a conocer una quincena, clavadas a la entrada de la ermita de San Gabriel. Juan Cruz Labeaga [68] revela una estupenda veintena de estelas de sangüesa, y otras dos de Rocaforte y Cuenca de Pamplona, bajo un triple objetivo: revalorizarlas ante los indiferentes, catalogarlas y advertir sobre su peligro de desaparición. Amplia y científicamente documentado, este estudio sigue el método estructuralista de d

Duvert, y plantea la inspiración de los canteros en el arte monumental que les rodea, de donde toman prestados sus motivos [69]. Impone la necesidad de revisar el criterio difundido de la escasez de estelas funerarias navarras con figuración humana, en contraposición a las más numerosas de la región vasco-francesa. Aborda una datación de las piezas bastante segura, que tiene en cuneta la ausencia de escrituras y de rebuscamiento decorativo, el pequeño tamaño de los ejemplares, su técnica de incisión y los paralelos decorativos dentro de la Merindad, para deducir que se trata de piezas bajomedievales. Predominan, como características, la cruz latina ancorada (que desciende al pie), la figura humana, la heráldica y las herramientas, que embellecen una serie de estelas en que cada una de las caras se dedican a la vida eterna y a la vida terrestre. Francisco Javier Zubiaur [70] incluye en catálogo una pieza del desolado de Gomácin (Puente la Reina actual), original por su decoración de un Cristo crucificado y la cruz de San Andrés, datada con bastante aproximación al probar que Gomácin se despobló para mediados del siglo XV. Ramón Urrutia [71] censa una estela de Anchóriz, del valle de Esteríbar, área que, curiosamente, se halla desprovista de estos monumentos, mientras que en los vecinos valles de Egüés, Erro, Lizoain, Lónguida y arce los hay en cantidad.

Con el estudio de Francisco Javier Zubiaur [72] de las estelas de la villa de Ujué, termina el año 1978 y una larga etapa de publicaciones en Cuadernos de Etnografía. Se trata ahora de analizar siete estelas de notable interés arqueológico, “por tratarse de hallazgos ocasionales en una zona de Navarra todavía en gran parte por explorar”. El balance del mismo, es la presunción de que la estela tuvo en Ujué fuerte arraigo en épocas anteriores, que los canteros -aún inspirándose libremente- copiaron motivos vistos en la iglesia de Santa María, que los motivos decorativos y los gustos artísticos fueron variados. Una cuestión sigue quedando en el aire, y es la de si estos monumentos funerarios tenían también su lugar en el interior de las iglesias. Zubiaur se enfrenta aquí a un caso raro de decoración indescifrable, tipo alunas estelas de San Martín de Unx, Egüés, Eransus u Ozcáriz, para plantearse si es o no posible un “arte popular abstracto” sin sentido lógico reconocible. Para él esto es muy posible y sólo así podría explicarse la rareza de muchas composiciones decorativas de algunas estelas de Navarra.

Hasta aquí todas las publicaciones conocidas que, marginal o específicamente, tratan de la estela navarra.

Sin embargo, dos artículos más esperan su turno de publicación para 1979. Ambos son debidos a Francisco Javier Zubiaur, y parece oportuno mencionarlos, por cuanto completan esta visión historiográfica-bibliográfica.

El primero en ver la luz ha de ser seguramente la cuarta entrega de las estelas de San Martín de Unx [73], que recoge los últimos descubrimientos, con ocasión de las obras de restauración de su Iglesia Parroquial. Destaca en una de ellas su antropomorfismo, lo que mueve al autor a extenderse en el tratamiento de este tema, señalando (como hace Duvert) la dificultad de datar las estelas teniendo sólo en cuenta el criterio del antropomorfismo.

El segundo, y última de las publicaciones a considerar, es un artículo sobre diversas manifestaciones del arte popular de Navarra [74], en el que da cumplida cabida al tema de las estelas discoideas. Trata en él de los aspectos que definen a la estela, tales como el ser una región privilegiada del espacio con su estructura, con su forma plástica y su contenido espiritual: el ser un soporte de lenguaje simbólico, a través de la imitación de la irradiación solar, testimonio de transcendencia; ser la delegación de la presencia de la casa familiar ante la tumba, cumpliendo función protectora sobre ella; y servir de monumento conmemorativo. Fija el área de expansión de la estela discoidea en Navarra y su puesto “bastante digno” en el contexto mundial de distribución. Trata de las bases de su ornamentación y, finalmente, señala las decoraciones más corrientes en las estelas de Navarra.

El balance final que arroja esta visión historiográfica, es que han sido treinta y tres los autores que se han preocupado por el tema de la estela discoidea en Navarra. Se hicieron sesenta y dos estudios sobre el tema, lo que ha supuesto el control de seiscientas treinta y dos estelas discoidales.

Si bien el primer vestigio de estelas discoidales ya se encuentra en la obra escrita del P. Burgui, hace doscientos cinco años, es necesario puntualizar que la atención sobre el tema arranca del comienzo de los años Veinte. Es decir, de los últimos sesenta años.

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Nota importante

Con posterioridad a la redacción de este trabajo, en abril de 1979, han visto la luz a lo largo de ese año las siguientes publicaciones: TABAR SARRÍAS, Mª Inés, “Aportaciones al conocimiento de las estelas discoideas de Navarra”, CEEN, vol. XI, núm. 33, Institución Príncipe de Viana, Pamplona, 1979, pp. 537-552; URRUTIA, Ramón Mª, “Dos estelas en el pueblo de Gazólaz”, CEEN, vol. XI, núm. 31, Institución Príncipe de Viana, Pamplona, 1979, pp. 199-202; VILLAR, Juan Manuel, “Colección de estelas discoideas sitas en “Monte de Peña” (Navarra)”, CEEN, vol. XI, núm. 32, Institución Príncipe de Viana, Pamplona, 1979, pp. 385-405.

El último de los estudios citados en la Historiografía, Arte Popular de Navarra, se editó en 1980, por la Dirección de Educación de la Excma. Diputación Foral de Navarra, con ocasión del Seminario de Profesores de ese año.

Notas

[1] BURGUI, 1774.

[2] Coincido con CARO BAROJA (1972) en que debe corregirse la procedencia de esta estela en la Sala VI del Museo de Navarra, donde figura como “desconocida”. No hay ninguna duda en asegurar que es la que el P. Burgui describe, si bien erosionada por el tiempo y con un orificio en el centro de su disco. Según esta fuente, mide “a lo largo poco más de una vara, en lo ancho como media y en lo grueso poco menos de una cuarta”. En una cara figuran tres personajes vestidos con túnicas hasta media pierna, de los que el de la derecha (que representa a Teodosio) hiere con una lanza a los otros dos. Al reverso, se reduce la decoración a una cruz equilátera con gran roseta en el centro y otras cuatro menores en sus cuarteles, adornos que -según Burgui- “aluden al blasón de la nobleza de Teodosio”.

La estela fue llevada a la Iglesia Parroquial de Goñi, y de allí iría más tarde (como veremos) al claustro de la Catedral de Pamplona para la Exposición de arte Retrospectivo de 1920, organizada por la Comisión Provincial de Monumentos.

[3] PARIS, 1919.

[4] Se refiere Paris a un artículo de Frankowski aparecido en Terra Portuguesa, donde se resume parte de lo expuesto en Las estelas discoideas de la Península Ibérica (1920).

[5] ALTADILL, 1920.

[6] FRANKOWSKI, 1920.

[7] Concretamente y de la navarra actual: 1 estela de Santacara, 6 de Estella, 6 y 4 de Lepuzáin y Olóriz (valle de Orba), 3 del valle de Baztán (Lecároz, Elbetea y Aniz), 5 de Eugui, 1 de Oriz, 1 de Azoz, 2 de Arazuri, 3, 4, 8 y 1 de Egüés, Ibiricu, Eransus y Badostain (Valle de Egüés), 3 de Garralda, 1 de Burguete y 24 de Valcarlos.

[8] ALTADILL, 1922.

[9] MENDOZA, 1922 a.

[10] MENDOZA, 1922 b.

[11] COLAS, 1923 y 1972. La edición española se compone de tres tomos e incluye estudios de Camille Jullian, Julien Vinson, P. Lhande, Philippe Veyrin, José Miguel de Barandiarán y el Marqués de Mogrobejo. Se completa con los estudios de Colas sobre mobiliario y habitación vasca.

Además de Colas y de Frankowski se interesaron por la estela discoidea los estudiosos MONTAIGLON, en Bulletin de la Société Nationale des Antiquaires de France, 1879, pp. 289-292; y O’SHEA, H., La tombe basque, 1889.

[12] CARO BAROJA, 1932.

[13] ESCALADA, 1942.

[14] Para BARANDIARÁN (1970), “quizá [sea] anterior a la época romana”.

[15] CARO BAROJA, 1944.

[16] VEYRIN, Philippe, “Systématisation des motifs usités dans la décoration populaire basque”, V Congreso de estudios Vascos. Vergara, 1930, San Sebastián, Sociedad de Estudios Vascos, 1934, pp. 48-78.

[17] PEÑA BASURTO, 1957. De las estelas de Ujué se ocupará más tarde ZUBIAUR (1978 c).

[18] MEZQUIRIZ, 1963.

[19] SAN MARTÍN, 1963.

[20] PEÑA SANTIAGO, 1965.

[21] CRUCHAGA-LÓPEZ SELLÉS-SARALEGUI, 1966.

[22] GIESE, 1966.

[23] PEÑA SANTIAGO-SAN MARTÍN, 1966.

[24] LEIZAOLA, 1969 a.

[25] LEIZAOLA, 1969 b.

[26] OTEGUI, 1969.

[27] SATRÚSTEGUI, 1969.

[28] SATRÚSTEGUI, 1970 a.

[29] BARANDIARÁN, 1970.

[30] CRUCHAGA, 1970.

[31] LEIZAOLA, 1970 a.

[32] LEIZAOLA, 1970 b.

[33] OTEGUI, 1970.

[34] SATRÚSTEGUI, 1970 b.

[35] URRITIA, 1970.

[36] FRANKOWSKI, 1920.

[37] CRUCHAGA, 1977.

[38] LAPUENTE, 1971.

[39] OTEGUI, 1971 a.

[40] OTEGUI, 1971 b.

[41] URRUTIA, 1971 a.

[42] URRUTIA, 1971 b; URRUTIA, 1971 c.

[43] BARBER, 1972

[44] CARO BAROJA, 1972.

[45] LEIZAOLA, 1972.

[46] URRUTIA, 1972 a.

[47] URRUTIA, 1972 b.

[48] URRUTIA-FERNÁNDEZ GARCÍA, 1973.

[49] URRUTIA, 1973.

[50] URRUTIA, 1974 a.

[51] URRUTIA, 1974 b.

[52] LEIZAOLA, 1976.

[53] MANSO DE ZÚÑIGA, 1976.

[54] De ellas 14 son de procedencia desconocida y 50 de los lugares que menciono a continuación: 11 de Eulate, 3 de Lanz, Monjardín y Ardaiz, respectivamente; 2 de Oroz, Ibero, Merindad de Estella, Ayegui, Valle de Goñi, Ujué, Iturriza, Linzoain y Metauten; y 1 ejemplar de Zubiri, valle de Tafalla, Urbiola, Oronoz, Aróstegui, Valle de Baztán, Olcoz, Los Arcos, Lizoain, Arráiz y Lizarraga.

[55] DUVERT, Michel, “Contribution à l’etude de la stèle discoidale basque”, núm. 71/72 (1º y 2º trimestres), Bayonne.

[56] ZUBIAUR, 1976.

[57] También llamaron la atención sobre este punto COLAS (1924); LABORDE, M. Homenaje a D. Miguel de Barandiarán, tomo I, Diputación de Vizcaya, Bilbao, 1974; BARANDIARÁN, El mundo en la mente popular vasca, San Sebastián, Auñamendi, 1961; y DUVERT (1977).

[58] ZUBIAUR, 1977 a.

[59] ZUBIAUR, 1977 b.

[60] Necesidad planteada por Caro Baroja, como acabamos de ver.

[61] DUVERT, 1977.

[62] Ver ESCALADA, Francisco. Estela romana hallada en Javier. Pamplona, Librería de Jesús García, 1930.

Otros puntos de referencia fuera de Navarra, son los de una discoidea de Ostabat, con la fecha 14.., luego desaparecida; u otra de Anglet, encontrada a más de 2m. de profundidad en su cementerio, “la estela más antigua de la tumba vasca”.

[63] LATXAGA, 1977.

[64] MANSO DE ZÚÑIGA, 1976.

[65] URRUTIA, 1977.

[66] ZUBIAUR, 1978 a.

[67] VILLAR, 1978.

[68] LABEAGA, 1978.

[69] En este caso, de las iglesias de Santa María y de Santiago. Cuestión también observada por ZUBIAUR (1978 c).

[70] ZUBIAUR, 1978 b.

[71] URRUTIA, 1978.

[72] ZUBIAUR, 1978 c.

[73] ZUBIAUR, 1979 a.

[74] ZUBIAUR, 1979 b.