Mariano Sinués

Confieso que hay dos cosas en Mariano Sinués que me sorprenden muchísimo. Una es su afabilidad sin límites y otra el lugar elegido por él para pintar. La primera resulta aún más chocante cuando se conoce su pintura. Cualquiera que solo conociera ésta y no a la persona previamente, se imaginaría a un artista dotado de una personalidad extremosa. Pero, afortunadamente, no es así, porque Mariano ejerce -al menos eso parece- un verdadero control sobre sí mismo. Es equilibrado porque ha sabido disciplinar sus emociones : por la mañana cumple con un trabajo respetable, y creativo, de director de diseño en una empresa de artes gráficas ; por la tarde…, en fin, a esas horas difíciles “de torero”, a partir de las cinco de la tarde, se convierte en pintor y es entonces cuando da rienda suelta a sus emociones o visiones subliminales.

El otro aspecto que me llama la atención en Sinués es su estudio : un minúsculo cuarto de desahogo donde ya el moverse exige un control de sí mismo. Todo en él está ordenado y se intuye que el pintor sabe donde se encuentra cada cosa. Este cuarto también explica su pintura. Su aislamiento favorece la expresión de su mundo, la versión de esa otra cara de Mr. Hyde -como él reconoce con buen humor-, porque el Dr. Jekyll quedó en la oficina por la mañana. La luz del sol que entra por la pequeña ventana es testigo -o ayuda- en esta transformación pacífica de su personalidad.

La clave del equilibrio del trágico Sinués está, por tanto, en su buen humor. Porque su mirada sobre la sociedad es implacable. Parece que fuera un bisturí o un moderno rayo láser que levanta en las personas, con pulcritud y eficacia, las capas de apariencia para ir a fijarse en el sustrato esencial. Pero ese accionamiento se opera a distancia, como esos científicos vestidos con traje aislante que manejan sustancias contaminantes en cámaras ultrapresurizadas a través de unos orificios dotados de guantes.

Él se define como un manipulador de las formas -ahí están sus máscaras para confirmarlo- pero su intención es moralizadora, ya que incita al espectador a reflexionar y quizás a rebelarse contra las opresiones que pesan sobre él. “Trato de reflejar los misterios y miedos del ser humano a través de mis ensoñaciones y mundos interiores”, ha confesado, lo que se traduce en sus retratos mediante ocultamientos que son producto del miedo en el hombre [1]. Su pintura es testimonio de nuestro tiempo y su alcance resulta por ello universal. En ella asoman metáforas absurdas de ese miedo cósmico : gatos que mueren sin razón aparente entre unas flores, toros que buscan zarandear el cuerpo del oponente, pájaros que dan tumbos sin alzar el vuelo, perros rabiosos, seres humanos imposibles mitad vacío mitad paisaje, ojos escrutadores tras el embozo, músicos que devoran sus instrumentos, cabezudos desorientados y un largo y cambiante etcétera que explica por qué en cierta ocasión fuera catalogado el pintor de antropólogo [2].

Su patetismo no está exento de humor tremendista, semejante al que encontramos en dos geniales aragoneses : Francisco de Goya y Luis Buñuel. Sinués busca la desorientación consciente del espectador, ya no sólo con el fin de inquietarle, sino para espabilar su conciencia. No es lógico que un picador clave su puya en un hombre-toro cabalgando sobre un hombre-caballo, ni que un músico taña su instrumento junto a un ahorcado, ni que la muerte -cuya misión es acabar con la vida- se reproduzca a sí misma en un alumbramiento absurdo pariendo mortichuelos.

Quizás por la dureza de los temas, Sinués se sirve de diferentes técnicas para recrear su obra dándole un atractivo diferente, que nos la haga más soportable. El artista empleó en un principio, allá por la década de 1960, sustancias como la escayola y productos sintéticos derramados sobre la tela y modelados a espátula que daban a su pintura un aspecto matérico acorde con la consistencia expresionista y literaria dramáticas que su obra siempre ha ostentado. Dos décadas más tarde, Mario Bonetto llamó la atención sobre la técnica textural informalista y la dimensión espacial en contraste con los colores casi planos de los fondos de sus obras, que ponía de manifiesto la evolución del artista hacia la depuración formal, con preponderancia creciente del signo, de la línea y del color, que se enriquecía con sutiles gamas de azules opuestas a las tierras antes dominantes [3]. Recientemente, el pintor se ha sentido muy atraído por las tintas monocromas, el negro en especial, situadas en primer término, en contraste con fondos de colores más vivos que animen la expresión. El Toro de la muerte (1999) ofrece esta nueva síntesis, que imaginamos será fecunda en un futuro.

La colaboración de Sinués con las artes gráficas anima también su propia obra, tan dada al trazo ondulante, la pincelada movida y los fondos evanescentes. Aunque deliberadamente huye de la exactitud, pues de nuevo quiere expresar lo subjetivo. En sus monotipos monocromos -para mí entre lo mejor de su producción- se manifiesta su inquieto sentido creativo mediante modificaciones con disolventes, presiones diversas durante la estampación de la plancha de cobre sobre el papel y la selección de éste de acuerdo a sus cualidades, en las que Sinués es tan exigente. Es así como representa sus variadas criaturas : los gigantes y cabezudos utópicos, los personajes de carnaval, los zaldikos y los hombres de circo, en todo momento transformados por ocurrentes incisiones de buril o pinceladas oportunas, que ponen en cuestión las apariencias de la vida.

Una faceta más de su versatilidad ha quedado demostrada en sus tintas lavadas, procedimiento complejo con el que dio “vida” a La danza de la muerte, serie de dieciséis obras, realizadas entre 1964 y 1966, que pertenece al Museo de Navarra. Tras un bosquejado previo de lápiz para establecer los contornos fundamentales, las grandes luces, las sombras y los medios tonos, aplica a la superficie del papel una combinación de tinta negra con pintura al temple de tonos claros para sugerir las zonas iluminadas. Después somete la hoja a un lavado de agua con alcohol y a un ligero frotado de la superficie pictórica con un cepillo suave. El baño, así aplicado, lleva al temple a su práctica desaparición, dejando tras de sí interesantes texturas de claroscuro, en tanto la tinta permanece estable. El resultado, tan gráfico como pictórico, redobla la intencionalidad del autor.

Para quienes no lo recuerden, Mariano Sinués nace en Zaragoza en 1935. En 1940 se traslada con su familia a Elizondo (Navarra) y dos años más tarde se instala definitivamente en Pamplona. Sin antecedentes artísticos familiares, su inclinación al dibujo comienza a manifestarse en la pizarra del aula de los Hnos. Maristas, junto al Hno. Santiago Erro, quien le encarga las ilustraciones de la revista del Colegio. Esta facilidad para el dibujo se manifiesta también en las animaciones de películas que hace para sí siendo todavía niño. Con esos antecedentes, y siendo profundo admirador de Goya, sin embargo se ve forzado a hacer Derecho, una carrera que le servirá, como él mismo dice, “como excusa para dibujar a todos mis compañeros”. Transcurridos sus estudios universitarios en el entonces Estudio General de Navarra, pasa el año de 1959 en París entregado al ambiente artístico. Prosigue su formación autodidacta en Madrid poco después “flotando” en el mismo espacio, pero aceptando algunos trabajos para agencias de publicidad y el Teatro de Alonso Millán. En 1961 comienza a pintar de manera regular, simultaneando su actividad con su actual estatus de director artístico y de diseño en artes gráficas, que le asegurará su libertad de expresión.

En fecha temprana obtiene el Primer Premio “Pintura Libre San Jorge” (Barcelona, 1959) y el Primer Premio “Certamen Zaragoza” (1960). Hace su primera aparición artística en Pamplona un año más tarde. En los siguientes acepta enrolarse como colaborador en el grupo SAAS de Soria, fundado por el ceramista Antonio Ruiz y animado por el pintor y periodista Molinero Cardenal. Como expositor, sus preferencias se han dirigido al Mediterráneo, como asiduo participante del Premio Internacional de Dibujo Joan Miró, de Barcelona, y visitante de la Galería de Arte La Viscontea, de Milán, atraído por el señuelo del arte italiano. En los 80 ha participado en importantes encuentros y exposiciones itinerantes por Latinoamérica, pese a que a Sinués lo que verdaderamente le atrae es pintar en ese recoleto estudio, al que antes me he referido, sin sentir demasiado las prisas del agobiante mundo actual.

La exposición que ahora presenta abarca ocho monotipos, treinta óleos (de ellos doce pequeños con máscaras) y un acrílico. Producción de 1997 a 1999, con alguna referencia antigua de referente de su más reciente evolución : tal es el caso del Paisaje con gato o Gato muerto entre las flores (de comienzos de los 80), Hombre de la tuba (1989-90), Músico ambulante (1993) y Encierro soñado (1994), que nos muestran un mundo en transformación, surrealista, fatalista, irónico, que coloca al hombre frente al destino, con problemáticas posibilidades de salvación, ante una orquestación altisonante de colores que suspende el ánimo.

En su obra reciente, Sinués mantiene ciertos iconos que le son queridos : el toro que anuncia la muerte, el perro rabioso que espera cobrarse la pieza humana, los actores de la comedia bufa en que hemos transformado la vida, el cabezudo fuera de contexto, máscaras grotescas, figuras semitransformadas…, todo un mundo calderoniano e interpelante que obliga a meditar sobre la condición del ser humano, sin acepción de sexos, tal como él la ve.

La evolución del colorido hacia la austeridad, la planitud cromática más evidente, la luz atenuada, las formas más escuetas, las “ventanas” que envían hacia otros mundos posibles, son aspectos que se me antojan más favorables para el hombre. La búsqueda de la luz (1998) muestra a un ser humano que dirige la mirada al cielo implorando ayuda y como respuesta obtiene un arco iris. ¿Cabe la salvación del hombre?. Parece que sí, si, en los presupuestos de este artista, el hombre está dispuesto a cambiar radicalmente para merecerlo. El “más aquí” ya está formulado. Me gustaría que en el futuro Sinués mostrase al hombre en contacto con un “más allá” que hiciese desaparecer su desconsuelo.

 

Notas

[1] Declaraciones a Ruperto Mendiry publicadas en el “Diario de Navarra”, Pamplona, 13 de diciembre de 1997, p. 48.

[2] José Antonio Jáuregui en el catálogo de su exposición en la Sala de Arte García Castañón 1, de la Caja de Ahorros Municipal de Pamplona, febrero de 1997.

[3] Mario Bonetto en el catálogo de su exposición en los Pabellones de Arte de la Ciudadela, editado por la Caja de Ahorros Municipal de Pamplona en abril de 1983.