La historia que voy a relatar es un viejo ejemplo de audacia, tenacidad y valentía: de lo que un hombre es capaz de hacer cuando, por amor al deporte ciclista, se propone una cosa.
Sí, Meiffret, el florista de Niza, corrió tras un Mercedes a más de doscientos kilómetros por hora. Parece inaudito, pero así fue. La increíble hazaña nadie la ha superado y parece que nadie pueda alcanzarla.
José Meiffret nació el 27 de abril de 1913 en un pueblecito de la Costa Azul. Sus padres, muy ajenos al campo deportivo, no le pudieron inculcar la afición al pedal. La pasión por el ciclismo se la inculcó un tío suyo, que en el año 1895 consiguió títulos de campeón de velocidad y de fondo en su región.
Pasado algún tiempo José participó en algunas carreras, en su tierra, pero no le fueron muy bien y atraído por la especialidad en pista, que entonces captaba a la afición, marchó a París. Tampoco se le dio bien el medio fondo tras moto y así, poco a poco, se fue percatando de que el ciclismo no estaba hecho para él. Todas sus esperanzas se vinieron abajo, como castillo de naipes. Vio que su poca resistencia y sus escasas condiciones físicas no eran suficientes para triunfar en un deporte para el que se necesita, sí, un organismo fuerte, pero principalmente una completa seguridad en sí mismo y una elevada moral que, por desgracia, Meiffret ya no tenía, pues desahuciado por sus fracasos había caído en una completa desmoralización.
Tan desgraciado se sintió que dejó París y volvió a Niza donde instaló una tienda de flores. Todavía el que luego sería gran campeón estaba en embrión; pero, tarde o temprano, llegaría la hora de demostrar a la afición que todavía él servía, que era capaz de una hazaña que no todos pueden hacer cualquier día.
Meiffret logaría sobrepasar la marca de Timoner, que en el Parque de los Príncipes en París, alcanzó los 83,890 kilómetros por hora; del francés Paul Guignard que, en Munich, en 1909, rebasó los 100 kilómetros por hora; del belga León Vanderstrugt, con sus 107 kilómetros de media horaria; de Brunier, con sus 112,110 kilómetros en el mismo tiempo. Este último fue el más duro contrincante para Meiffret, pues más tarde, corriendo tras una moto de 25CV, alcanzó el alarmante promedio de 112,771 kilómetros hora.
La ambición de triunfo impulsó a muchos hombres a intentar marcas de que vanagloriarse. Así se sucedieron muchos recordmans de velocidad, tales como Claverie, Paillard y otros. Hasta que una noticia corrió de boca en boca: un francés, Alfred Letourneur logró en el año 1941 sobrepasar los 175 kilómetros a la hora en las pistas californianas de Dayton Beach. Durante diez años nadie fue capaz de rebasar esa marca. Lo lograría, al fin, Meiffret, a pesar de sus muchos intentos y desilusiones. Pero perseveró.
Su amor propio y su afán de victoria lo sostenían; a pesar de la horrible caída que sufrió en 1953 a la velocidad de 135 kilómetros hora, no dejó de persistir en su empeño. Cualquier otro hombre no hubiera resistido esta hombrada de Meiffret, pero él sí, porque había llegado al convencimiento de que era preciso perseverar, seguir adelante. En Alemania, en noviembre de 1961, logró la velocidad de 186,725 kilómetros hora, tras un Mercedes 300 SL, conducido por N. Zimber. Pero no había de quedar ahí. La fecha histórica y emocionante se acercaba ya. Fue el 19 de julio de 1962, cuando Meiffret, el florista de Niza, el valiente, a los cincuenta y nueve años de edad, con la ayuda de un plato de 130 dientes y un piñón de 17, alcanzó la escalofriante velocidad de 204,778 kilómetros por hora, en el recorrido de un kilómetro. Este fue para él un día triunfal. Lo había logrado.
Era casi imposible, pero lo había logrado. De este modo llegó a ser campeón, un campeón del pedal.
Paladeando su triunfo, Meiffret decía: “Es maravilloso evadirse de esta pobre tierra. Es maravilloso sentir el miedo, porque este miedo es liberador de nuestras mezquindades; este miedo nos impide a veces ser hombres auténticos y al superarlo se es más, se va a más. Soy pobre, pero ello no impide que sea rico en entusiasmo, en felicidad”.
La vida de este campeón es un vivo ejemplo para todo deportista, para todos los muchachos que tenemos afición a ese deporte duro que es el ciclismo. Verdaderamente en Meiffret se pone de relieve ese proverbio que dice: “El hombre no se valora por su estatura ni por su peso: se valora por sus acciones”.
Muchos quizás crean que Meiffret fue solo un loco, pero yo, al menos, no lo considero así. Para mí es un deportista nato, un hombre que no se rinde fácilmente, un hombre que practica un deporte duro a todas luces y lo realiza desinteresadamente, sólo por la alegría y la absoluta tranquilidad de conciencia deportista que supone luchar y triunfar. Meiffret fue un verdadero campeón osado.