Ocho artistas. Ocho caminos por recorrer

Nace una nueva galería y, por tanto, estamos de enhorabuena. A la desaparecida Galería de Arte Carlos Ciriza se suma la iniciativa de uno2tres galería de arte, conducida por la mano de José Manuel Trillo y un grupo de colaboradores, que se sustenta en la juventud, en la solidez, en la excelencia, en la versatilidad, en la cercanía y en la seriedad, y garantiza una amplia visión de las tendencias de la plástica actual.

Son cada vez más numerosos los creadores plásticos de nuestra tierra que buscan abrirse un camino, darse a conocer con aquella oportunidad que les garantice una cobertura respetuosa con su quehacer para acceder a los circuitos nacional e internacional. Para satisfacer estas legítimas aspiraciones surge ahora esta galería que se suma a otras iniciativas ya existentes, a las que la nueva firma aporta experiencia y contactos de bastantes años de trabajo.

Como suele suceder en estos casos, el arranque de una programación, planificada al detalle, debe ser indicativa de los nuevos rumbos del espacio expositivo, en este caso, de la calle Nueva, 123. Y nada puede ser mejor que seleccionar unos nombres del amplio espectro de la madura, y también joven, creación actual, en la que se injertan dos artistas plásticos navarros –Carlos Ciriza y Alfredo Díaz de Cerio II- para los que en el mundo del arte no existen fronteras. Es bueno, y muy aconsejable, que nuestros artistas “se midan” con otros valores. Rompamos con las visiones localistas y hablemos en voz alta, porque nuestro arte tiene mucho que aportar al caudal creacionista de nuestros tiempos, y el contacto aviva los sentidos.

Si algo tienen en común los ocho artistas europeos seleccionados para esta exhibición es su diversidad. Diversidad en la edad –nacidos entre 1958 y 1971- disparidad en el origen –seis españoles de diferentes autonomías y dos procedentes del este continental- y variedad en la concepción de su mundo particular, en el uso de técnicas y en sus intenciones. Pero, al mismo tiempo, les aproxima su afán de superación y comparten una trayectoria que ya les avala como artistas de confianza. Sus currícula no dejan lugar a dudas. ¿Y que mejor para iniciar una andadura que hacerlo en compañía de artistas conscientes de su papel en el mundo?

Estamos hablando de Jesús Alonso (Bilbao, 1958), César Barrio (Lastres, Asturias, 1971), Rudi Benétik (Jaunstein, Austria, 1960), Calo Carratalá (Torrent, Valencia, 1959), Carlos Ciriza (Estella, 1964) –el único escultor entre pintores- Alfredo Díaz de Cenio Martínez de Marañón (Madrid, 1967), Ángel Haro (Valencia, 1958) y de Guennadi Ulibin (San Petersburgo, Rusia, 1973).

El profesor de la Universidad de Salamanca Jesús Alonso traza su pintura en ese espacio fuera del tiempo que lo sitúa entre la Escuela Metafísica y el Hiperrealismo, tendencias que él impregna de una constante surrealista de carácter visionario, que actúa como puente transversal de todo su quehacer. Ultradefinición de cuerpos y máquinas frente a deformación y disociación de figuras, profundas perspectivas ante forzados claroscuros, sensación de vértigo y encalmados grises, ausencia del hombre y su presencia sugerida por el reflejo de sus intervenciones, son los contrastes en que basa su onirismo, perfecto en lo técnico y evocador de lo trascendente.

La pintura del norteño César Barrio Iglesias, asturiano bilbainizado y muy relacionado con Navarra por formación y producción, se explica ante la reflexión que todo arquitecto se propone hacer sobre la génesis de la forma en el mundo de la mente humana. Una forma, parece decirnos, con vida propia, que se metamorfosea de manera independiente. Al hombre atribuía E. Kant la capacidad para disociar lo aparente de lo verdadero, no siempre tan netamente visibles, por medio de su discernimiento. En esa sutil coyuntura cabe situar la creatividad pictórica de Barrio, hecha –como explica H. Michaux- de “arañazos, quiebras, inicios que parecen haber sido detenidos de repente”, y que el pintor aborda de manera intuitiva.

La suave emoción cromática de los collages de Rudi Benétik, que buscan reducir el significado intrínseco de la cosas a su sustancia espiritual, tiende un puente –Die Brücke– entre su país de origen y la India, como ponen de manifiesto sus sutiles plasmaciones de color, avivadas por una sueva luz, que serenan el animo.

En la sangre de Calo Carratalá se funden los orígenes levantinos con los italianos, que es tanto como decir el espíritu aventurero del aquél viajero por el norte de África, Mariano Fortuny, con los macchiaioli de Italia, amantes del plein air. Porque lo que Carratalá nos muestra son ampliaciones de sus apuntes ante la naturaleza tomados en sus incesantes exploraciones, en las que se ensimisma contemplando lo inefable, el paisaje, en este caso invernal y nevado. Da igual que se dirija a la Costa Norte, al Adriático o Arizona, en todos sus paisajes subsiste una vibración común, que no es la del simple oficio. Es la del placer emocionado que no excluye el rigor de la ejecución.

Ciriza se afirmará de nuevo con sus rotundas piezas-espacios-de-luz. Unos prismas cúbicos con sus planos horadados para descubrir la entraña del recoveco trascendido por la luz. En esas oquedades materiales habitarán las inaprensibles aire y luz, que intimarán de manera casi sagrada, en un ámbito –diría Oteiza- salvado para el arte.

Diaz de Cerio II nos muestra su particular “pintura” hecha de acero, pensada para transportarnos a un mundo de nueva dimensión, habitado por formas heteróclitas, unas veces sugerentes de imaginarias actividades humanas, otras de un desprenderse –o rehacerse- no por ser virtual menos dinámico.

Recordaba Francisco Carpio, al escribir sobre la pintura de Ángel Haro, aquellas palabras de Paul Valèry según las cuales las tres grandes creaciones de la humanidad habían sido el dibujo, la poesía y las matemáticas, creyéndolas ver fundidas en la pintura abstracta de este pintor valenciano. A ellas añadiré un nuevo ingrediente, la fluencia inexpresable, pero sentida, de la música. Porque en la pintura de Haro se combina todo –línea, mancha de color, luz, sombra y hasta formato- en un vaivén de pura y fugaz temporalidad, profundamente evocador, que sin una complacencia en la armonía sonora sería inexplicable.

La obra de Guennadi Ulibin trasciende la mera sensualidad que se desprende del admirable contraste entre texturas, para poner al hombre frente a su destino como ser creado ¿superviviente de un mundo fenecido antaño dependiente del desarrollismo tecnológico? La pintura de Ulibin invita al espectador a participar de su reflexión sobre el destino de la Humanidad ante el deseado progreso, que puede terminar dejando al hombre reducido a su mera existencia, con toda su grandeza y desnudez a un tiempo.

Una cata en el arte actual que nos permite dar la bienvenida a la galería uno2tres, a la que particularmente deseo una larga trayectoria.