El paisajista de Vera Juan Larramendi

Resumen

Juan Larramendi, nacido en Vera en el año 1917, es un pintor de la Escuela del Bidasoa de una gran técnica dibujística y de una aguda sensibilidad visual. Sus paisajes, en un ambiente de equilibrio y armonía, manifiestan una hipersensibilidad a los colores.

Summary

Juan Larramendi, born in Vera de Bidassoa in 1917, is a painter of the “Escuela del Bidasoa” who posseses a great technical ability for drawing and a Sharp visual sensitivity. His landscapes, set in a balanced and harmonious atmosphere, demonstrate a great awareness for colours

 

Génesis de su vocación artística

El pintor Juan Larramendi (h. 1980)

El nombre artístico más importante que se une hoy a Vera de Bidasoa es el de Juan Larramendi Arburúa, nacido en la villa el año de 1917.

Es uno de los doce hijos del matrimonio entre Ignacio de Larramendi y del Puerto, de la casa Errikoitxia de Vera, y de asunción de Arburúa e Iturri, de la denominada Etxebertze, de Echalar. Su padre fue hombre de sólidos principios, muy religioso y recto. Actuó como juez de paz durante años en la localidad de Vera. Aunque alpargatero de oficio, su talento natural y exquisita sensibilidad artística le permitieron dedicarse con éxito, como aficionado, a la literatura, componiendo poesías en vascuence de inspiración popular. Fue por ello nombrado miembro correspondiente de la Academia de la Lengua Vasca. Poseía, al mismo tiempo, una magnífica voz de tenor. Cortázar le asemeja al poeta irunés Basurco, por ser ambos artesanos y a un tiempo cantores sentimentales del paisaje bidasotarra y de sus hombres, con “lenguaje sencillo, a veces intenso, y siempre con serena ortodoxa religiosa” [1].

Juan Larramendi, pronto huérfano de madre, queda marcado desde pequeño por la fuerte personalidad de su padre, rígido educador. Una consiguiente rebeldía juvenil, las circunstancias políticas de la guerra, la situación económica familiar y el afán aventurero le conducirían a Venezuela en 1947, pero hasta entonces se desarrolla en él una vocación artística en la que tienen que ver varias personas.

Primero un tío escolapio del colegio de Vera, aficionado a la pintura, que le regalará una caja de acuarelas siendo niño. Transcurridos los años esa caja volverá a aparecer entre trastos de un armario y el joven Larramendi, sin orientación alguna, comenzará a pintar por curiosidad.

Un día se atreve a pedir la opinión de Ricardo Baroja sobre uno de sus papeles pintados y éste, estupefacto, oye del maestro las siguientes palabras: “Quémalo, pero sigue pintando”. Larramendi, en efecto, seguirá pintando en medio de diversas ocupaciones artesanales. En 1944 su amigo Juan Manuel Seminario de Rojas le organiza en Bilbao una exposición de sus primeros paisajes, que constituye un éxito y le hace ver la conveniencia de tomarse en serio la pintura. En este transcendental proceso, la autoridad del refrendo de Ricardo Baroja fue definitiva para que el pintor en ciernes se orientara al arte, sin trabas personales ni familiares. Baroja le aconsejará seguir sus propios instintos, sin hacer caso de escuelas ni críticas. Cuida, ante todo, de no influir en su pintura. Eladio Esparza recoge en 1945 el juicio laudatorio del célebre escritor-grabador veratarra sobre Larramendi y dice de él que “en cerca de sesenta años de intensa vida artística, ha conocido a muchos jóvenes y excelentes pintores, pero a nadie con las magníficas aptitudes naturales, ni con el ardiente y noble entusiasmo de Larramendi”. “Sus lienzos –concluye- pueden colgarse ya en la habitación del más refinado gusto” [2].

Primeras exposiciones. La marcha a América

Hasta su marcha a América, en 1947, desarrolla una intensa actividad pictórica: exposiciones individuales en los salones de la Diputación Foral de Navarra, en San Sebastián, Mar de Plata (Argentina), a través de Mauricio Flores Kaperotxipi, y Bilbao, intervención en la I Feria del arte de Pamplona y en una Bienal organizada por la Diputación Foral de Navarra. Son exposiciones que lleva a cabo en los para él difíciles años de la Posguerra. Su colaboración gráfica en un cuento de Joaquín de Leizaola publicado en el periódico nacionalista El Día y el tener un hermano militante en ese partido, le hacen temer por su seguridad al estallar la Guerra Civil y en 1937 se refugiaen el pueblo vascofrancés de Sara, en casa de unos parientes. Regresa a Vera tres años más tarde, pero el haber sido declarado prófugo al estar en edad militar le ocasiona serios problemas que al fin pueden resolverse.

En 1946 marcha a París y se matricula en la Academia de Bellas Artes. Al contacto con las modernas tendencias del arte, sufre un cierto acomplejamiento que le lleva a decidir entrar en el taller de Jean Souverbie, pintor cubista seguidor de Braque y profesor de la Escuela, pero pronto opta por establecerse de forma independiente, desengañado por el “vanguardismo retórico” y la “idolatría geométrica” [3]. Pasa unos meses deambulando por París y viendo el ambiente, sin apenas pintar. Un año más tarde se embarca para Venezuela.

En este país transcurren veinticuatro años de su vida. Piensa primero en proseguir su carrera artística y de suyo realiza varias exposiciones, en Caracas, en Ciudad Bolívar y en plena selva entre los indios makiritares, con quienes comparte algunos días, atraído por el deseo de conocer un mundo diametralmente opuesto al occidental. “Los indios –nos dirá- al ver los cuadros pintados colgados de las paredes de la choza se reían estúpidamente, como si no entendieran nada” [4]. Estaba completamente decepcionado por la forma filosófica en que se valoraba la pintura. “Me decían que lo que hacía era demasiado blando, que me faltaba comprender y analizar”, dirá más tarde [5]. Así que renuncia a seguir pintando para exponer, pese incluso a dos ofertas de Mauricio Flores para hacerlo en Hispanoamérica. Conoce entonces la que pronto se convertirá en su esposa, Gumersinda Díez Santamaría, una castellana emigrada desde Valladolid y deciden mejorar ambos la casa de comidas de que es propietaria. Así surgen los restaurantes Juantxo, que les llevan de una ciudad a otra de Venezuela y se convierten en su medio de vida.

Regreso a Vera. El reforzamiento de su inclinación paisajística. Los temas esenciales

Cansado de vagar sin un norte satisfactorio y con un hijo al que dar un porvenir, Larramendi decide el regreso a Vera en 1969. Influye también el sentimiento de desarraigo de la tierra, más acusado en la madurez, recién estrenada. El reencuentro de Vera reaviva en Larramendi el recuerdo de las palabras de Ricardo Baroja, transmitidas por su padre en una carta: “Dígale de mi parte que no cometa el crimen de abandonar la pintura” [6]. La revelación de una pintura no tan evolucionada como él suponía,le anima a no ceder en su decisión de retomar los pinceles estimulado por los éxitos de sus dos exposiciones en la sala Arthogar de Bilbao en 1970 y 1971. A partir de entonces Larramendi se centra casi con exclusividad en esta plaza, donde exhibe su obra a través de Galería Caledonia. En 1976 llevará sus cuadros a Madrid por medio de Galería Gavar. Campoy escribirá entonces: “No conocíamos la pintura de Juan Larramendi, cita feliz de un temperamento naturalista que se ingenuiza ante el paisaje, cuya lírica desarrolla con muy sensibilizado sentimiento del color” [7].

La vuelta al terruño supone, para el pintor que viene cegado por la luz del trópico, un nuevo descubrimiento del paisaje de la primera juventud, añorado desde América. Esa luminosidad fugitiva entre la envoltura del aire húmedo, la lluvia cadenciosa y sutil, el humilde verdor de los campos próximos al remansado Bidasoa le interesan definitivamente en el paisaje como género pictórico absoluto. Un género para el que en realidad estaba llamado por genética –el sentimiento de la naturaleza y aflora en la poesía de su padre- y después por el condicionante geográfico del lugar de nacimiento.

Juan Larramendi. Picos de Europa. Galería Echeberría (San Sebastián)

Juan Larramendi. El Bidasoa desde Endarlatza (1998)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Esto explica el porqué su pintura se centra en el ambiente de Vera, Lesaca y el río Bidasoa. Pero, enamorado del campo bravío, también se ha inclinado por la montaña majestuosa, el Pirineo roncalés y oscense, o por los Picos de Europa, en torno a pueblos como Isaba, Roncal, Torla y Ordesa. Pocas veces más se ha ocupado de pintar Pamplona (sus jardines o murallas), Sara (el pueblecito que muga con vera del lado francés), o tierras más a desmano como Álava o Asturias. Su pintura de los campos venezolanos no se explicaría sin esta inclinación a las montañas o a las pequeñas poblaciones entreveradas de arbolado.

Los temas en que se inspira Larramendi, por tanto, no han sufrido gran variación a lo largo del tiempo y son escasos en su número: es el monte pleno de vegetación que circunda el curso del Bidasoa, placentero o con breves cascadas, espejeante y misterioso. Es la masa rocosa que muestra en su desnudez grietas y cárcavas, que forma desfiladero sobre el riachuelo o domina pueblos pirenaicos apretujados contra la iglesia. Campos ondulados surcados por senderos que recorren figurillas humanas, casi siempre mujeres y niños tomados de la mano o viandantes con bastón y paraguas. Extensiones que salpican árboles espontáneos, otras veces alineados formando choperas y bosques de robles bajo diferentes estados de luz, árboles frutales modestos, que el pintor observa en diferentes estaciones, en secuencia temporal. Pinta los pueblos en el conjunto paisajístico, mostrando la peculiaridad de sus asentamientos, su silueta airosa que desafía las más prepotentes de las montañas. No desdeña sin embargo las callejuelas encharcadas, entristecidas por un invierno que parece interminable. Y de los pueblos va a fijarse en las ermitas, en los cementerios, en las iglesias, en los puentes que salvan el río, en los paseos bajo el arbolado y, en general, en los lugares desapercibidos de un medio agrícola nada grandilocuente, sino al revés, íntimo, sensorial, lírico.

Estilo y técnicas empleadas

Mas si en la elección del motivo la coherencia es innegable, en la ejecución pictórica del mismo se observa una evolución estilística que termina por configurar la personalidad de este artista. Su concepto naturalista coincidente, antes de su marcha a Venezuela, on el paisajismo flamenco y holandés (bien dibujado, sombreado y con matices de verdes y grises), sufre una fuerte transformación al contacto con la luz y color exultantes del trópico y con una manera plástica que asocia el toque impresioinista al puntillismo, para reflejar de forma verdadera la situación de una naturaleza cambiante.

Juan Larramendi. Zalain-Zoro (Bera). Galería Echeberría (San Sebastián)

El temperamento apasionado del pintor incide cada vez más en su pintura, por medio de una pincelada que avanza hacia el tachismo y una expresión de la luz que de ser delicada y suave se transforma, tras la experiencia centroamericana, en valiente, fuerte y a veces exaltada, con el empleo de intensas gamas ocres rojizas, verdes, amarillas y blancas, sosegadas por malvas y grises. La línea se espiritualiza o retuerce en forma expresionista. La pintura de Larramendi posterior a 1970 recuerda el expresionismo –estilísticamente postimpresionista- de Van Gogh. Del naturalismo inocente, realista, de su primera época, pasa a una suerte de recreación del natural según la imagen que él mismo recrea filtrada por su temperamento y fantasía. Ahora el artista toma ante el natural unos ligeros apuntes y realiza la obra definitiva en su estudio. Le basta el recuerdo de un natural bien asimilado. Que la imagen resultante sea fiel a la realidad es secundario. Coincide así con la expresión vangoghiana, que Serullaz anota textualmente: “en vez de intentar expresar exactamente lo que tengo ante los ojos, me sirvo más arbitrariamente del color para expresarme con fuerza” [8]. Las formas espaciales predominan sobre las reales. Es en el espacio –ocupado por vegetación arbórea o por aire saturado de humedad- donde se ondula y retuerce su trazo, fragmentándose hasta tal punto de multiplicación que parece bullir con vitalismo agresivo. Podría clasificársele en esta época entre Sisley y Pissarro en su aspecto más moderado, con derivación al expresionismo de Van Gogh.

La obra de Larramendi está fundada sólidamente en una técnica dibujística difícil de igualar. Dibujo que en la pintura al óleo está bajo las formas aparentes, dotándolas de un orden y sobre todo de una consistencia. En la pintura al “gouache”, Larramendi se sirve del dibujo para diferenciar las masas elementales de la imagen, puesto que aplica el color con mucha mayor libertad, guiado por su luminosidad y por la impresión que se deriva de su cromatismo. Algo parecido sucede con sus dibujos de plumilla y tinta negra, en que va reconstruyendo la realidad que desea ofrecer mediante entramados pacientes, que sin embargo dan la sensación envidiable de lo inmediato, fijando en el soporte efectos de instantaneidad lumínica, de superposición de cuerpos, hasta de atmósfera densa. Nada de esto sería posible sin una aguda sensibilidad visual que le hace diferenciar de manera poco común los matices cromáticos que se dan sobre los cuerpos y en la naturaleza, en espacios de perspectiva y composición bien ajustada.

El refrendo de la crítica

Nuestro artista, que ha sido parco en apariciones públicas, fiándolo todo a la expresión de su pintura, ha visto compensado su silencio con el juicio de algunos autores de la crítica especializada, que han sabido desentrañar sus valores.

Muñoz Viñarás define la pintura de Larramendi como un “canto a la vida, exultante y tímido a la vez, de un enorme aliento lírico que en ningún momento pierde el inefable latido de íntima humanidad entrañable. Esta pintura tan castamente lujuriante, tan difícilmente sencilla, tan directa de visión y de concepto como increíblemente elaborada, es necesariamente obra de quien sabe muy bien lo que se trae entre manos. Sólo un artista de cuerpo entero es capaz de llenar de ambiente –la luz y el aire como protagonistas- unos paisajes como son la mayoría de los suyos, afrontando siempre el riesgo de la ilustración o del cromo; trayendo a mandamiento planos y distancias sin echar mano de los recursos –por otra parte, perfectamente válidos- de la perspectiva y del claroscuro, sino construyendo a fuerza de algo en lo que no se puede mentir: el color. Un color sentido con hipersensibilidad, tratado en toques cuya ajustada exactitud no rebaja con un ápice de frialdad el cálido temblor del sentimiento” [9].

Armonía y equilibrio son, para terminar, las virtudes de sus paisajes, en palabras de Moreno Ruiz de Eguino. Su visión es la de un romántico que no ve la naturaleza excesivamente rústica ni agreste, sino con un panteísmo cósmico, una especie de religiosidad campestre que puede advertirse en varios pintores de la “Escuela del Bidasoa”, con su vena idílica y sentimental [10].

Exposiciones en las que ha participado

1944

Bilbao

I Feria del Arte del Ayuntamiento de Pamplona

1945

Salones de la Diputación Foral de Navarra, Pamplona

1946

San Sebastián

Mar de Plata (Argentina), estudio de Mauricio Flores Kaperotxipi

Exposición de Arte y Artesanía del Bidasoa, Irún (Guipúzcoa)

1947

Bilbao

1947-1949

Caracas (Venezuela)

Ciudad Bolívar (Venezuela)

Entre los indios makiritares (Brasil)

1970

Sala Atrhogar, Bilbao

1971

Sala Arthogar, Bilbao

1974

Galería Caledonia, Bilbao

1976

Galería Gavar, Madrid

Galería Caledonia, Bilbao

1977

Galería Caledonia, Bilbao

Galearte, Pamplona

1980

Sala de Cultura de la CAN, Burlada (Navarra), en unión a su hijo Juan Ignacio

1983

Nafarroa Oinez, sociedad Gure Txokoa (Vera de Bidasoa)

1984

Cien Artistas Navarros, de Galería Monet (Pamplona)

1985

Galería Caledonia, Bilbao

Galería Echeberria, San Sebastián

1986

Pintores del Bidasoa, en el Museo de Navarra (Pamplona), Palacio de Urdanibia (Irún , Guipúzcoa), y Escuela de Artes y Oficios de Vitoria

1990

Galería Echeberria, San Sebastián

1991

Galería Echeberria, San Sebastián, donde el pintor tiene fondos en permanencia

Ha realizado de igual modo otras exposiciones en San Sebastián (h. 1972), Barcelona (anterior a 1976) y Vitoria (posterior a 1981)

Bibliografía – Hemerografía

Testimonio del pintor

AMEAVE, Adita: “Juan y Juan Ignacio Larramendi, una generación de artistas navarros apenas conocidos en su propia tierra”. Deia (ed. Navarra), San Sebastián, 5 de enero de 1980, nº 796, p. 22.

PAGOLA, Javier. “Entrevista a Juan Larramendi”. Radio Requeté de Navarra-EAJ 6. Pamplona, 7 de enero de 1980. Programa “Batzarre”, 15:20 h.

Valoraciones de conjunto

MARTÍN CRUZ, Salvador. “Juan Larramendi”, en Pintores navarros. Pamplona, Caja de Ahorros Municipal de Pamplona-Fondo de Estudios y Publicaciones, S.A., 1981, vol. 2, pp. 72-79

ZUBIAUR CARREÑO, Francisco Javier. La Escuela del Bidasoa, una actitud ante la naturaleza. Pamplona, Gobierno de Navarra, 1986

Catálogos de exposición

Exposición Feria del Arte, organizada por el Excmo. Ayuntamiento de Pamplona. San Fermín, 1944.

Exposición óleos, Juan Larramendi. Sala Arthogar. Bilbao, del 27 de Noviembre al 7 de Diciembre, [1971]

J. Larramendi. Caledonia. Galería de Arte. Bilbao. Inauguración de la temporada, 8 a 21 de Octubre de 1974

Juan y Juan Ignacio Larramendi. Burlada, Sala de Cultura de la CAN, 1980. Del 3 al 19 de Enero de 1980

Nafarroa Oinez-Erakusketaren Zerrenda. Bera, Sociedad Gure Txokoa, 1983 (17-18 y 23-24 de Septiembre)

Pintores del Bidasoa. Pamplona, Museo de Navarra. Gobierno de Navarra, 1986. Del 12 de Mayo al 4 de Junio

  1. Larramendi. San Sebastián, Echeberria Galería de Arte, 1990. Del 20 de Agosto al 4 de Septiembre

Críticas

ANASAGASTI HERNANI, I. “Obras del navarro Juan Larramendi en Arthogar”. El Correo Español-El Pueblo Vasco, Bilbao, número indeterminado de Diciembre de 1971

ESPARZA, Eladio. “Los paisajes de Juan Larramendi”. Diario de Navarra, Pamplona, 24 de Junio de 1945, p. 3

MANTINO, Juan. “Paisajes de Juan Larramendi”. Arriba España, Pamplona, 24 de Junio de 1945, p. 3

MORENO RUIZ DE EGUINO, Iñaki. “Juan Larramendi: sentir el paisajismo”. Diario Vasco, San Sebastián, 11 de Julio de 1991

MUÑOZ VIÑARÁS, L. “J. Larramendi”. Bilbao, Galería de Arte Caledonia, 1974 [catálogo de su exposición del 8 al 21 de Octubre]

RUIZ, Fátima. ”En la Sala de Cultura de la CAN de Burlada exponen Juan y Juan Ignacio Larramendi”. El Pensamiento Navarro, Pamplona, 8 de Enero de 1980

Notas

[1] CORTÁZAR, M. de. Cien autores vascos. San Sebastián, Auñamendi, 1966, pp. 68-69.

[2] ESPARZA, E. “Los paisajes de Juan Larramendi”, Diario de Navarra, Pamplona, 24 de junio de 1945, p. 3.

[3] MARTÍN-CRUZ, S. “Juan Larramendi”, en Pintores Navarros/2. Pamplona, Caja de Ahorros Municipal de Pamplona, 1981, p. 73.

[4] Me lo relató en Pamplona, en septiembre de 1984.

[5] MARTÍN-CRUZ, S. “Juan Larramendi”, op. cit., p. 78.

[6] Entrevista de Javier Pagola a Juan Larramendi, Radio Requeté de Navarra/EAJ 6. Programa “Batzarre” del 7 de enero de 1980. Pamplona.

[7] CAMPOY, A. M. “Crítica de exposiciones. Paisaje español ante el realismo y el impresionismo, en la Galería Multitud. Larroque, Larramendi y dos colectivos…”. ABC, Madrid, 26 de abril de 1976, p. 21.

[8] SERULLAZ, M. La pintura impresionista. Barcelona, Garriga, 1962, p. 137.

[9] MUÑOZ VIÑARÁS, L. Juan Larramendi. Bilbao, Galería de arte Caledonia, 1974.

[10] MORENO RUIZ DE EGUINO, I. “Juan Larramendi: sentir el paisajismo”. Diario Vasco, San Sebastián, 11 de julio de 1991.