Precedentes de la cerámica navarra actual

 

Puede creerse, por desconocimiento, que los jóvenes valores de nuestra cerámica actual surgen poco menos que de la nada, en una región hasta el momento apartada de los focos de elaboración del barro como materia artística. Nada más lejos de la verdad, puesto que Navarra sí ha contado con unos antecedentes artísticos en esta especialidad. Ciertamente, se dirá, éstos nos vinculan más hacia una alfarería popular que hacia una cerámica de investigación matérica y formal, incluso escultórica y mural, línea de trabajo que ocupa predominantemente al joven elemento cerámico de nuestra tierra.

Sin embargo, aunque desconocidos y olvidados los alfares, ellos son el punto de referencia necesario para establecer una valoración de la actual cerámica en Navarra, continuidad de aquella otra utilitaria que preparó el gusto para la moderna.

Al servicio de esta valoración, dedicamos hoy las líneas siguientes.

Son escasos los datos que tenemos acerca de la importancia del oficio de alfarero u “orzero” en los tiempos pasados de Navarra, ya que la modestia de las gentes que lo practicaron, unido a la sencillez misma de la ocupación, hicieron que pasase casi desapercibida la alfarería a los ojos de los historiadores, entre otras razones porque ni siquiera pudo reseñarse como debiera en la documentación de los archivos.

No obstante, desde la invención de la alfarería y su llegada a Navarra (registrada hace 6.000 años en la Cueva de Zatoya, Abaurrea Alta), y debido a las características geológicas del hábitat navarro, desde siempre hubo en la región yacimientos de excelentes arcillas plásticas, y, como consecuencia, numerosos alfares.

No vamos a ocuparnos ahora más que de la alfarería artesanal, que entra de lleno en lo que se ha dado en llamar “arte popular”, dejando de lado la producción sin fines decorativos, al servicio de la construcción, es decir, omitiremos las referencias a tejerías, que en Navarra pasaron de cincuenta. Tampoco es cuestión de retrotraernos a épocas antiguas. Nos interesan ahora los precedentes más o menos inmediatos de la cerámica de hoy, los cuales podrían abarcar las edades moderna y contemporánea, ya que hasta entonces pudieron conservarse con escasas novedades los caracteres cerámicos de culturas anteriores (la tardorromana y visigótica), hasta la actualidad, en que por diversas causas -económicas, migratorias, industriales…- se interrumpió toda actividad en los “obradores” de cerámica popular [1].

Testimonio de autores sobre el tema

Aun siendo pocas las noticias que se refieren a la vigencia e importancia de la alfarería en Navarra, algunos autores, como Iribarren [2], reconocen la importancia de tal artesanía, así como su posterior decadencia. Bielza de Ory [3], se refiere a la prestancia notable que había alcanzado la alfarería en Estella hacia el s. XIV, coincidiendo con la culminación de un fuerte desarrollo económico y una poderosa vida agrícola. Fernández de Campomanes [4], asegura que en 1783 la alfarería de Pamplona era deficiente y con un porvenir escasamente halagüeño. Por aquella época -indican los archivos de Navarra- eran cuatro los maestros y quince los oficiales alfareros del reino, estando los obradores más importantes en Tudela. A fines del siglo XIX y comienzos del XX, Madoz [5], Miñano [6], y Altadill [7], informan de centros alfareros de alguna importancia ubicados en Pamplona, Estella, Tafalla, Tudela y Lumbier, así como de otros secundarios en Arguedas, Marañón, Villava y Santesteban, que elaboraban cerámica de uso común. Silván [8], en 1973, sienta la tesis de que Navarra ha conformado un centro secundario de producción, de añeja y elemental tradición artesana y poseedor de una modesta personalidad propia, con escasas influencias de las brillantes realizaciones habidas a su alrededor (civilizaciones islámica e hispano-morisca) Un centro en el que la evolución e inmovilismo se han dado a partes iguales. Y Pérez Vidal [9], un año más tarde, distingue la Navarra Húmeda de la Riberana. En la primera, la alfarería se ha limitado por la alta humedad del clima y por la competencia presentada por otros materiales (los “kaikus” de madera, los “kutxarros” de asta, los recipientes de estaño y de hierro) En la segunda, la alfarería ha crecido con la aridez, con la arcilla, con la vivienda a ladrillo o tapial, con las influencias castellanas o levantinas llegadas por el valle del Ebro. Pero, con todo, la producción alfarera ha sido limitada, escasamente innovadora y tradicional.

Centros alfareros navarros

Cinco centros alfareros de cierta significación han resistido abiertos hasta hoy, a pesar de la desfavorable situación general, caracterizada por un decaimiento permanente de la demanda. Lo pudieron hacer por estar ubicados en ciudades o pueblos de mercado, que lograban centrar semanalmente la atención de los compradores de cada merindad, y en buena medida, por el hecho de ser este oficio del barro propio de familias enteras, que transmitían de padres a hijos todo el saber artesanal.

Pamplona

Parece posible establecer que en esta ciudad hubo una modesta producción de vasijas de barro vidriado o con esmalte opaco, ya en el siglo XVI, que fue decayendo progresivamente, con varias interrupciones en la producción, suplida por los comerciantes “orzeros” de la comarca.

En 1875 se instaló en el barrio de La Magdalena, extramuros de la ciudad, el llamado taller de La Talavera, regentado por Antonio Ribet, y dedicado a la producción de loza fina. El taller fracasó pronto, al parecer debido a los escasos conocimientos profesionales de su dueño y a los errores cometidos en la aplicación de los esmaltes.

Las piezas, de pasta pardo-amarillenta o grisácea, semi fina, estaban mal modelados y con esmalte defectuoso, lo que rebajaba su calidad. Sin embargo, algunos tinteros que han podido conservarse, se decoran correctamente en azul cobalto.

Se ha apuntado la semejanza de las piezas de este talle con las de Talavera de la Reina, sugiriendo que Ribet se hubiera formado en Toledo, pero para Silván ésta es una posibilidad insegura.

Medio siglo más tarde, hacia 1840, sobre los cimientos del taller fracasado, el riojano Emeterio de Hormañanos funda La Nueva Talavera.

Hormañanos, a diferencia de Ribet, fue un artesano dotadísimo. De este taller salieron piezas de una pasta pardo amarillenta o gris verdosa pálida, muy homogénea y fina, modelable, muy firme gracias al esmalte estannífero de fórmula magistral.

Empleaba en la fabricación el torno (para botijos, boles, escudillas, jarros y platos) o el molde (para fuentes, bandejas, tinteros o hueveras), cociendo estas piezas a 1.000ºC. en hornos de tipo árabe.

La decoración de los productos era tarea bien importante:

  • Los decorados se pintaban sobre la capa de esmalte crudo y luego quedaban fijados por la vitrificación del horno. Otras veces se aplicaban a la pieza ya horneada, para luego volver a cocerla.
  • Se usaba frecuentemente la policromía, pero no siempre. Destacan como típicos los rojos-sonrosados, pardo-suaves, y extensas gamas de verdes y azules. Los tonos son siempre brillantes y de matices finos.
  • Los motivos son variados, desde creaciones geométricas (puntos, rectas, curvas, arcos, cenefas, polígonos, alineaciones o agrupaciones de ángulos) a las hojas y composiciones florales. Son motivos acordes al gusto de la época, vistosos, sueltos.

En los productos de este taller, se suele señalar la presencia de un pájaro de pico y patas estilizadas, atribuyendo su presencia a la influencia ejercida por Manises (Valencia). Silván niega esta posible influencia, apoyándose en la certeza de que el motivo no solo fuera empleado en Italia, sino también en los talleres catalanes, andaluces, turolenses y castellanos (Talavera) Para él no es seguro el origen manisero de Hormañanos, y sí son probables las reminiscencias talaveranas en algunas técnicas ornamentales por él empleadas.

El floreciente obrador fue al traste económico tras la muerte de Hormañanos en 1871.

Estella

El desarrollo alfarero de Estella data del siglo XVIII, de reactivación económica general para Navarra y, en particular, para Estella, por su intensa vida mercantil. No hay que olvidar que esta ciudad goza de un enclave geográfico muy a propósito para servir de centro interregional de mercado, como así lo prueban el ser encrucijada de caminos (enlazados con la Burunda, la Barranca, las áreas alavesas y riojanas y la Navarra Central), el estar situada Tierra Estella entre zonas de economía montañesa (forestal y ganadera al N. y OE.) y otras zonas de economía agrícola mediterránea que la conforman.

Mas los orígenes alfareros de Estella se remontan ya a los siglos XIII y XIV, aprovechando la circunstancia de gozar de buenos yacimientos arcillosos y de personal que por tradición se encargaba del trabajo de la “orzería” o alfarería. Entre los últimos artesanos, cuentan los nombres de la familia Echeverría, Antonio Zalacaín y Tomás Estrada.

La producción estellesa comprendía artículos de loza ferruginosa basta muy coloreada, para las vasijas de hogar; y otras piezas sin vidriar, de barros pardos y blanquecinos. Se trataba de cántaros de 10 a 12 litros, “rallos” o botijos comunes, jarros, pucheros, tarteras y cazuelas, macetas, huchas “ollaciegas”, botijos en forma de toros (“toricos”) y aguabenditeras. Las decoraciones iban destinadas a ornamentar, más que nada, las macetas de colgar o los tan típicos cuchareros estelleses, a veces obras de auténtica artesanía.

Ibabe [10] refiere que los alfareros utilizaban tres clases de arcillas: la “fuerte”, que obtenían en El Robledo de Ayegui, prácticamente de superficie; la tierra “colorada”, que procedía de Ordoiz, junto a la ermita de San Andrés, extraída de peligrosas galerías de hasta 3 m. de profundidad, y a la cual daban el nombre de “tierra de cántaros”; y la tierra “blanca”, sacada de “Capuchinos”, tan de superficie que no hacía falta pico para la extracción. La tierra fuerte, con un poco de arena, es la que usaban para hacer los pucheros más resistentes para el fuego. Los cántaros, tiestos, botijos, etc., se hacían con una mezcla de colorada de Ordoiz y de la blanca, “ocho cestos de la primera y cuatro de la segunda”. A la mezcla de ocho cestos de blanca y cuatro de colorada fuerte llamaban “barro colado”. Era el barro que utilizaban para hacer los cuchareros, jarras, ollas y aguabenditeras, más algunos pucheros, pero no tan resistentes como los hechos con la tierra fuerte y arena.

Las fases de la producción alfarera de Estella eran las mismas de toda Navarra, con pequeñas diferencias:

La preparación del barro

El citado “barro colado” recibía este nombre porque la mezcla era batida y colada en unas “pozas” de agua, que, en el caso de Estella, estaban en “Capuchinos”, a la orilla del Ega. Hecho el barro, se dejaba reposar largo rato en sus recipientes, para extraer a continuación gruesas pellas de él, que se estampaban por ambas caras en una pared absorbente para desecarlas en parte, y luego posarlas con el fin de darles finura y plasticidad.

El torneado

Después del pisado y antes del torneado, se amasaban o “sobaban” pequeños trozos de pasta sobre una mesa de piedra. En el torno (movido a pie) se urdía y daba forma a la vasija, ayudándose a veces de una plantilla de madera. Después, se separaba la pieza del plato deslizando entre ambos un cordel.

La desecación

Las vasijas salidas del torno se colocaban en una tabla y se dejaban al aire libre, primero a la sombra, con gran cantidad de aire, luego al sol, tratando de evitar el agrietamiento por contracción de la masa al secar. En otras partes de Navarra, el secado se producía en un edificio muy aireado con gran cantidad de baldas (secadero). Finalizada esta fase, se proveía a las vasijas de asas.

La ornamentación y cubierta

Se hacían entonces las decoraciones, que en Estella consistían en incisiones de punzón (surcos, cenefas u ondulaciones) o en relieves (cordones, rosetas, discos, letras, anagramas etc.) hechos aparte en moldes o a mano, para ser pegados luego al vaso y ser teñidos de colores diversos ocasionalmente. También se pintaban las superficies de los cántaros con rayas pardo-negruzcas, utilizando “manganesa” y aplicadas con pinceles de bigote de cabra. Bien secos y limpios los vasos, recibían un vedrío plúmbico. Según Ibabe [11] el baño más usado era el “encarnao”, que se componía de alcohol de hoja, procedente de Linares, mezclado con tierra fuerte en la proporción de “una cazuela de alcohol, una cazuela de tierra”. Ambas se diluían en agua hasta que el baño “estuviera en su ser”. El amarillo, usado como elemento decorativo en la vasija vidriada de color rojo, era obtenido a base de dar la “engalba” antes del “encarnao”. La “engalba” era una tierra blanca que adquirían en Logroño. Si encima de la engalba daban el negro, salía el verde. El “negro” estaba comercializado y se vendía en bolsas.

El cocido del horno

Las piezas eran llevadas al horno. Este era de forma cuadrangular o circular (como en Tafalla). Se construía con gruesos adobes (o ladrillos, en Tudela), revocados por dentro de una espesa capa refractaria de barro rojo. La boca del horno quedaba por debajo del suelo y a ella se accedía mediante rampa para permitir la entrada de combustible. La separación entre el hogar y la cámara de cocción o laboratorio estaba constituida por una bóveda de cañón (o una campana en Lumbier), atravesada por unos conductos tubulares que enviaban el calor al laboratorio, y que eran regulados por unos contrafuegos para impedir la acción directa de las llamas sobre la carga.

El apilamiento de las vasijas dentro del laboratorio se hacía colocando en la parte inferior las vasijas grandes, las barnizadas en medio y las pequeñas arriba. Todo se tapaba con una capa de vasos rotos, que no impidieran el tiro del fuego.

El llenado del laboratorio se hacía utilizando una puerta lateral que luego se tapiaba.

Finalmente, y para disponer bien el horno antes de la cocción, se le templaba durante el día anterior, aumentando progresivamente el calor en las tres o cuatro horas anteriores a la cocción propiamente dicha. Esta venía a durar unas siete horas, manteniendo el fuego fuerte e intenso a lo largo de ella. Los combustibles empleados eran la paja para las caldas previas y material barato de monte en general.

En Estella, para apagar el fuego, ponían una plancha en la boca del horno (“boquera”), evitando así la entrada de aire, necesaria para la combustión, de forma que pudiera evitarse al tiempo el resquebrajamiento de alguna pieza o “apelamiento”. Las vasijas quedaban enfriando durante un día, para sacarse a continuación por arriba y la puerta lateral de carga.

Todo el proceso estaba encomendado no sólo a la pericia de los alfareros, sino a Dios, por la costumbre de trazar una cruz sobre la “boquera” tras el encendido del horno, y por el “Alabado sea Dios” del final.

Tudela

Refiere Silván [12] que la alfarería popular tuvo en Tudela, desde épocas remotas, un lógico esplendor, debido a las intensas relaciones de la villa con las islámicas de Córdoba y Toledo, así como por su amplia población morisca (500 habitantes en 1380) y por la no menos despreciable relación con el reino de Aragón, importante productor de vasos cerámicos.

Estas constantes hacen que se presuma en Tudela y su comarca una considerable producción alfarera anterior al s. XVII, época en la que ya disponemos de datos acerca del mercado del barro en la citada villa.

En 1803, cinco maestros alfareros producían en Tudela 1600 piezas anuales, por un valor total de 8.000 r. En 1817 eran tres los alfares a plena producción. Parece que entonces iniciaron su actividad los clanes de los Añón y las llamadas “Pontochas”, unas alfareras del lugar.

Se extraían los materiales del monte Canraso, que al ser calcáreo daba a las cerámicas un color pardo amarillento claro.

Las alfarerías tudelanas confeccionaron solo vasijas para uso en frío, sin vidriar o con vedrío incompleto. Principalmente eran cántaros de una sola asa, lisos o con decoración en tonos oscuros; “rallos” altos para agua, con dos asas; “rallos” planos de una sola asa; botejas de campo, con dos asas; jarros y jarrones de fantasía, a veces profusamente decorados (con incisiones y relieves); macetas, etc.

Pero desde hace varias décadas, la alfarería popular de Tudela pasa por un periodo de intensa depresión, iniciada ya en 1847 con la especialización del mercado tudelano en mercado de ganado.

Tafalla

Hasta 1967, continúa Silván, la alfarería era una de las artesanías locales más típicas de Tafalla, seguramente con una tradición muy lejana.

Eran los últimos alfareros la familia Ciordia y los González.

Se extraía la materia prima del Alto de las Cruces, que por ser muy calcárea, sólo permitía la fabricación de vasijas para uso en frío. La pasta para artículos de hogar se obtenía mezclando estas arcillas locales con las tierras rojas refractarias de Subiza, muy estimadas para pucheros y cazuelas.

Procedimiento típico seguido en Tafalla era el de explotar los “tajos” de barro sólo en invierno, de modo que las arcillas amontonadas fueran depuradas o “purgadas” por los agentes atmosféricos, y estar así disponibles para su urdido en verano. Después, el barro purgado se llevaba al obrador, donde extendido en una era próxima era molido una y otra vez con el rodillo “molón”, antes de ser librado de sus impurezas en los pozos de agua.

En esta villa, en la que no se vidriaban las vasijas, era igualmente típico el lavado exterior de las piezas antes de cocerlas, operación que se hacía con unas aguas turbias muy untuosas, que las alisaban y daban un brillo de excelente apariencia.

Los cántaros eran la especialidad del lugar, pero también los botijos y botejas, las huchas, macetas y bebedores de aves, de perfiles clásicos y sin decoración ni vedrío alguno. Las piezas vidriadas o con decoraciones cromáticas –elaboradas por Marino González- fueron verdaderas excepciones.

La característica de los vasos cerámicos de Tafalla fue su gran sencillez.

Lumbier

Fue Lumbier desde tiempos remotos villa fecunda y productora de objetos de barro. Madoz habla de veinticuatro alfares funcionando en la primera mitad del s. XIX, “sin que se observe en ellos decadencia ni progreso”. Aún a mediados de este siglo permanecían en activo catorce de ellos, los últimos, parte de ellos dirigidos por Justo Goyeneche, Gabriel Napal, los Rebolé e Hilario Pérez.

Las tierras empleadas eran las arcillas rojas de Lardin, con un desgrasante blanquecino (“tierra de buro”), extraído de El Rodo o Puente de la Arena, y que se acopiaban en septiembre para depurarlas durante el resto del año y ser utilizadas en el verano. La mezcla en la proporción de tres de tierra blanca y una de roja era destinada a piezas para conservar el agua y para uso en frío; en cambio, la mezcla contraria, de tres de roja y una de blanca, se utilizaba para piezas a colocar sobre el fuego, principalmente.

Con ellas se elaboraban cántaros de 12 y 14 litros, barreños, cazuelas, tazas de varios tamaños, platos, jarras, coladores, caloríferos, chocolateras, botijos, tiestos, jarrones, huchas, bebederos y tinajas, de color rojo-anaranjado o pardo-rojizo, con textura ferruginosa y “perfil por lo general poco airoso”, escribe Silván [13].

Muchos de estos artículos llevaban cubierta de vedrío plumbífero, para lo que se preparaba un baño a base de 4 kgr, de plomo de Linares y 3 kgr. de tierra roja de Lardin. Se vidriaban totalmente por dentro y hasta la mitad aproximadamente por fuera. Con todo, era más abundante la producción sin vidriar. Algunas piezas iban decoradas con cordones o incisos, formando ondulaciones.

Eran estas vasijas de excelente calidad y estimación, no sólo en Pamplona, sino en la Montaña y Alto Aragón.

La actividad alfarera, reducida en los últimos años a la fabricación de macetas para viveros, cesó totalmente en 1972.

Otras manifestaciones locales

Entre las manifestaciones locales de la alfarería popular de Navarra, es preciso citar en primer lugar el pueblo de Marañón.

Marañón

En este lugar cesó la actividad alfarera en torno a 1950, pero Marañón llegó a contar hasta con nueve artesanos del oficio y cuatro hornos, a disposición de las vasijas de Isidro Chasco, Miguel Laño, Vicente y Benigno Valencia, Inocencio Martínez y los hermanos Corres (Cesáreo y Domingo).

A juicio de Ibabe [14], fue su posición fronteriza con Álava lo que determinó la utilización del esmalte blanco como el vedrío más usado en la elaboración de vasos. A pesar de que la variedad manda en esta alfarería, pues fácil encontrar piezas blancas por dentro y rojas por fuera, blancas por dentro y por fuera u otras solamente rojas. Para las vasijas destinadas al fuego se trabaja exclusivamente con la tierra colorada que se extraía del camino de Huejas, en El Encinal, próximo al pueblo. Sólo excepcionalmente y para piezas de mayor resistencia, mezclaban la tierra roja con escoria de las fraguas de los herreros. Para otro tipo de vasijas utilizaban la tierra blanca procedente de El Terrero, en La Tejería. Estas tierras, como en Lumbier y Tafalla, eran sacadas normalmente en septiembre y se purgaban a la intemperie durante el resto del año y antes de utilizarse.

El barnizado se daba ocho días antes de meter las piezas al horno. Utilizaban sobre los demás el vidriado rojo y el esmalte blanco, y menos el verde y el amarillo. El vidriado rojo era alcohol de Linares, sólido, que debía ser molido y licuado en agua para su uso. El esmalte blanco se obtenía mezclando 4 ó 5 kgr de estaño y 4 kg de arena. La transformación de este esmalte era complicada y curiosa: el plomo y el estaño eran calcinados en un horno o “padilla” de planta rectangular y medidas 0,60 x 1,40 y 0,80 m. de alto, con caldera y laboratorio, de características similares a los hornos normales, pero elaborada la cámara de cocción con tierra de Azaceta. Calcinados plomo y estaño, estos eran mezclados con la arena “salvadera” (procedente del puerto de La Población) en unas cazuelas (“canillejos”) y llevados al “hornete” de pequeñas dimensiones, donde una nueva calcinación transformaba al material en una como “piedra de plomo” que era preciso majar en mortero, y aún moler, para conseguir el polvillo que licuado en agua suponía el esmalte blanco.

Posteriormente, y ya en la fase de cocción, se cuidaba de poner bajo la carga un lecho de caliza que amortiguara la llama sobre los cacharros. Al contrario de lo que se hacía en otros centros alfareros, no se tapaba la boca de la caldera. Otra particularidad era el hacer una “cata” o sacar un vaso del horno en cocción para apreciar la corrección del proceso de cocido. Invariablemente se repetían las señales de la cruz al comienzo y final del trabajo, mientras que se celebraba el acontecimiento con una comida de alfareros.

Baztán y Cinco Villas

Evitaremos omitir como zona alfarera al valle de Baztán y singularmente Santesteban, lugar que popularizó el cántaro, condicionando formas y decoraciones a la funcionalidad de las vasijas.

En la especialidad de loza fina, hay que recordar el centro productor de Ventas de Yanci, a orillas del Bidasoa, obra de la familia Belarra, que lo fundó en 1865 y funcionó hasta fin de siglo. Las piezas salidas de Yanci eran de pasta semifina de color grisáceo, cubiertas con esmalte estannífero blanco. Carecían de decoración o, a lo más, se adornaban con motivos en relieve de color azul cobalto. Uno de ellos fue precisamente el damero típico del escudo baztanés, con matices verdes.

Tras la paralización de este centro de Yanci, y a pesar de que sus productos tuvieron fama en el extranjero, cesó en Navarra la producción de artículos de loza, hasta el año 1956, en que Porcelanas del Norte, recogió la tradición de Yanci, lanzado al mercado porcelanas fabricadas siguiendo métodos de alta industria.

Nuevo Baztán

En cuanto al sector de la azulejería, no olvidaremos la mención del centro Nuevo Baztán, fundado por el Conde de Goyeneche en el s. XVIII cerca de Alcalá de Henares (Madrid), el cual llevó a cabo de manos de alfareros baztaneses la confección de azulejos esmaltados y policromados, con sentido barroco, de gran categría técnica y artística. Estos azulejos venían a continuar una tradición anterior, la del taller de Hormañanos o Nueva Talavera de Pamplona, de donde también salieron, en el siglo siguiente, azulejos de figuras geométricas, hojas o flores, en tonos azules, amarillos o verdes, y de agradable primor artístico.

Epílogo

Después de trazado este panorama general se impone la conclusión siguiente: las creaciones de la alfarería popular navarra son casi siempre elementales e ingenuas, no exentas de gracia, peo dentro de una absoluta sencillez. Podríamos añadir que tienen un marcado carácter utilitario, al haber sido pensadas para las labores propias de la casa. De ahí su funcionalidad y su sobriedad, que se impone a lo decorativo.

Excepción hecha de la loza fina, más decorativa que de uso común, la alfarería popular de Navarra ha sido de formas contundentes, de grandes dimensiones y con una decoración simple geométrica.

Es sobre este estrato tradicional sobre el que hoy algunas de nuestras más válidas promesas de la investigación formal (tales como Alicia Osés, Javier Irisarri, Ramón Berraondo, Alfredo Díaz de Cerio, Mirentxu Atxaga y Martín Platero), se apoyan, tendiendo hacia especulaciones estéticas que sobrepasan el mero marco alfarero para situarse, como ceramistas completos, en el seno de una vanguardia artística a valorar completamente dentro de unos años de regular quehacer artesanal.

Foto de la portada: Mantequero navarro (Primera mitad del siglo XX. Museo de la Alfarería Vasca de Ollerías)

Notas

[1] El progreso técnico más evidente se redujo a la introducción del vedrío o a la variación de las formas de los galbos o perfiles, siempre con carácter local.

[2] IRIBARREN, M. Navarrerías: ensayo de una biografía. Madrid, editora Nacional, 1956, p. 69.

[3] BIELZA DE ORY, V. “Estella. Estudio geográfico de una pequeña ciudad navarra”, Príncipe de Viana, Pamplona, Diputación Foral de Navarra, 1968. Números 110-111, p. 69.

[4] Diccionario Geográfico estadístico de España. Real Academia de la Historia. Madrid, Vda. de J. Ibarra, 1802. Tomo II, p. 235. Según informe de don Domingo Fernández de Campomanes a la citada academia.

[5] MADOZ, P. Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus Posesiones, Madrid, 1845-1850.

[6] MIÑANO, S. Diccionario Geográfico Estadístico de España y Portugal. Madrid, Pierart-Peralta, 1826-1827.

[7] ALTADILL, M. Geografía General del País Vasco-Navarro. Provincia de Navarra. Barcelona, A. Martín Editor, s/f. Esta obra fue dirigida por el sr. Carreras Candi.

[8] SILVÁN, op. cit., pp. 153-154.

[9] PÉREZ VIDAL, J. “La alfarería septentrional española y su decadencia”, en Etnología y tradiciones Populares, II Congreso Nacional de artes y Costumbres Populares. Córdoba. Zaragoza, Institución Fernando el Católico (CSIC), 1974, pp. 113-117.

[10] IBABE ORTIZ, Enrique. “Cerámica”, Enciclopedia general del País Vasco, San Sebastián, Auñamendi, 1976, tomo VII, pp. 40-64.

[11] IBABE, id.

[12] SILVÁN, id.

[13] SILVÁN, id.

[14] IBABE, id.