Refrescarse en Pamplona

RefrescarseEntre los apretujones del Riau-Riau, la danza y la agitación constantes de nuestras Fiestas, el alivio del calor se presenta como una necesidad ineludible que hay que saciar. Se hace imprescindible beber, aligerarse de todo lo que sobra y regarse a la menor oportunidad. Todo procedimiento para conseguirlo sirve, especialmente en los tendidos de sol de nuestra Plaza, en donde hasta el champagne se derrama, ¡como lluvia vigorizante!

Nuestros padres y abuelos no conocieron tanto exceso, se conformaron con los sorbetes del Iruña y los helados de Casa Puyada. Nosotros, los que hace veinticinco o treinta años éramos los críos de Pamplona, poníamos los ojos como platos ante “los Italianos” o “la Estafa”, lugares muy concurridos por la gente menuda en los meses de calor. Comprar un helado o un polo de aquéllos, con que aliviar el sudor de nuestras correrías, nos hacía inmensamente felices.

Lo comprendió bien Eliseo, aquel hombre bueno, heladero de profesión, que con su carro motorizado lleno de gélidos productos, llevó ilusión a tantas puertas de colegios, dando a veces hasta de balde lo que a él le costaba dinero.

Pero si refrescarse se hace más imperioso en la trepidación de las fiestas sanfermineras, no vaya a creerse que durante el resto del año la necesidad es menos acuciante.

Mucho lo fue hasta 1900, en que la ciudad “respiró” con la instalación de la primera “fábrica de hielo” de Pamplona, conquista del Sr. Ros en dura lucha con el ayuntamiento, pues éste todavía por entonces sacaba a pública subasta la explotación del “pozo de nieve” del Palacio de Capitanía.

Hasta aquella época, Pamplona había dependido de la nieve –no siempre limpia-, que durante el invierno se almacenaba en su nevera municipal.

La nieve fue el único recurso de los pamploneses para refrescarse en los tiempos en que los lobos llegaban hasta Unzuchiqui, en la Rochapea, acosados por el hambre que generaban las abundantes nevadas. La meteórica precipitación era un buen negocio: el Ayuntamiento enriquecía sus arcas arrendándola, se daba trabajo a gran número de personas que actuaban en cadena, en una perfecta red de abastecimiento y distribución. Y, por ende, el vecindario podía refrescarse por muy poco dinero durante todo el año y hasta los necesitados al podían recibir gratis.

Los neveros de las Sierras de Urbasa, Andía y Encia, los de Echauri y Val de Goñi –expertos como pocos- y aun los de Muruzábal y la Cuenca, dependían de un modo de vida que hoy nos sorprende.

Gracias a ellos los enfermos hallaban alivio en su calamidad, ya que –según se decía- con el refresco de nieve se podía prohibir la “piedra de riñón” y la embriaguez, quitar el “temblor de corazón”, alegrar la melancolía, y hasta ¡preservar de la peste!

En la historia de la explotación de la nieve hay anécdotas curiosas. Como el pleito que libró el Obispado contra Pedro de Azpíroz, arrendatario de la nevera de Pamplona, porque un día de 1664, cerca del Puente de Miluce, había quitado a un mozo de Munárriz un «macho» con su carga de nieve, que llevaba con destino a las monjas clarisas del convento de Santa Engracia, en Extramuros de la ciudad. Sólo después de cuatro años de pleitear, Azpíroz, amenazado de excomunión por la autoridad eclesial, se avino a devolver lo que no era suyo. Y todo esto por una simple carga de nieve, pero es que –al parecer- eran bastantes los que, pretextando obedecer encargos de los conventos, traían la nieve a Pamplona y la vendían ilegalmente.

Idoate y Arazuri relatan más ampliamente el comercio de este artículo de primera necesidad, que en la vecina Rioja influyó sobre más de ciento veinte pueblos. La tradición del uso de la nieve como refresco del hombre ocioso o enfermo, viene desde la Antigüedad clásica y Navarra, donde fue utilizada hasta por los árabes, no ha sido excepción.

Una historieta de Estebanillo González revela la trascendencia de semejante refresco entre nosotros. Cuenta el pícaro en sus memorias, que cierto día en que iba de viaje desde Pamplona a Tafalla, se detuvo en una venta a merendar y en ella bebió un azumbre de vino “más helado que si fuera deshecho cristal de los despeñados desperdicios de los nevados Alpes; porque vale tan barata la nieve en aquél país, que no se tiene por buen navarro el que no bebe frío y come caliente”

(Cartel de fiestas diseñado por Xabier Balda)