Alfredo Díaz de Cerio es un artista con verdadera necesidad de expresar lo que lleva en su interior. Su amplitud de miras y ambición técnica desafían cualquier quehacer plástico, de forma independiente al género o punto de vista escogidos. Cuajado ya por largos años de experiencia, con inquietudes permanentes que se han plasmado en la literatura como en la plástica, se ha parado en los últimos meses a sentir la realidad de una forma diferente. La exposición que acompaña a este catálogo así lo demuestra.
Ya no se trata de definir un mundo sub-real con ímpetu expresivo o en clave interpretativa, recurriendo, como es corriente en él, al apoyo de elementos extrapictóricos que dan al conjunto una sugerente, y extraña, tridimensionalidad. Es el momento de dejarse cautivar por las sensaciones del natural, de serenar el ánimo, de relajarse en cierta manera, para evocar el recuerdo de un presente que se retiene como una instantánea fotográfica y despide a la vez un aroma de nostalgia.
Paisajes, escenas con figuras y bodegones constituyen el contenido de la muestra. Elementos de la vida diaria, del discurrir ordinario, plasmados por la sensibilidad de Alfredo fuera de la dimensión temporal, con un aire de soledad y cierto distanciamiento que no impide el afecto a los expresados motivos. Son utilizados por él como vías para humanizarse, ya que se trata de sentir diferentes formas de vida, aunque sean evidentemente difíciles ejercicios prácticos, donde la estructura compositiva no cede ante los valores del claroscuro y se amolda con éxito a la pincelada fragmentada.
Mas si la vida de que hablamos pasa sin sobresaltos y se plantea como algo necesario en nuestro momento, también parece como si se quisiera afianzar este sentimiento en una realidad perfectamente representada, que no dé lugar a equívocos. Pero la fidelidad no equivale a servidumbre. La envoltura de la luz, cierta descontextualización del ambiente y algunos detalles que aceleran la impresión del paso del tiempo, llevan a superar la mera comprensión de lo físico, para situar su pintura en el equilibrio armonioso de los sentidos con el intelecto, que siempre ha garantizado la perdurabilidad de la obra artística.
Imagen de la portada: Bodegón II (1997-1998), de Alfredo Díaz de Cerio