Usos y costumbres de Navidad en la Navarra tradicional

Cuando profundizamos en la Etnografía enseguida brota la entraña del pueblo y es fácil encontrar el porqué de ciertas manifestaciones que nos descubren, yendo más allá de la historia aparente de los hechos, la psicología y el ser profundo del grupo étnico que la protagoniza [1].

Hoy vamos a dirigir nuestra mirada hacia una parcela de la vida tradicional de Navarra –la Navidad-, ese tiempo que viene precedido por las cuestaciones infantiles y antes terminaba con un estruendo de cacerolas en la víspera de Reyes, manera que la chiquillería escogía para reclamar la presencia de los Magos, y también así desahogaba su nerviosismo. Hoy, la pausa navideña termina con el «chico-rey» de la Faba y, ¡como no!, con la entrega de regalos y la no deseada vuelta al colegio.

En diciembre se inicia el ciclo de Navidad, ese paréntesis «de convivencias en familia, de alegrías compartidas en torno a mesas bien surtidas y de regalos en señal de amistad» [2]. Es, -o ha sido, porque algunas de las viejas costumbres se las ha llevado el igualitarismo moderno- uno de los periodos del año más cargado de pequeñas tradiciones. Grandes y chicos han sido los protagonistas de cuestaciones, comedias, dichos, creencias y otros variados festejos para acortar los días fríos del invierno en una sociedad en la que el tiempo no contaba, y, a falta de tecnologías sofisticadas y con recursos escasos, había que entretenerse dando rienda suelta al ingenio. Costumbres que, sin duda, han contribuido a cohesionar la sociedad, porque han sido protagonizadas por grupos del pueblo que invitaban a la participación y a la solidaridad, teniendo como marco principal la calle y como espíritu envolvente el Cristianismo. Cristianismo sincrético, que incorporaba aspectos profanos de la cultura autóctona.

Cuestaciones, cencerradas y cantos

Por el espacio físico de Navarra estaba extendida la costumbre de que toda la chiquillería se echase a la calle, al anochecer del día 24, Nochebuena, cantando villancicos con acompañamiento de panderetas, castañuelas y zambombas, con el fin de solicitar el aguinaldo, recogiendo alimentos. Esta costumbre, quizás, pueda entenderse como una reminiscencia de otras épocas en que la necesidad obligaba a pedir limosna. No faltaban quienes se disfrazaban de San José y de la Virgen para dar más fuerza a la petición de aguinaldo. En Ochagavía recuerdan algunas de las estrofas que se cantaban:

Verbum caro factum est / Maria beti Bergini / Verbum caro factum est / Maria Berginian ganik

[El Verbo se hizo carne / de María siempre Virgen. / El Verbo se hizo carne / por medio de María Virgen].

En los valles de Yerri, de Guesálaz y de Mañeru (Artazu), en el koskari [colación o aguinaldo] los niños pedían de puerta en puerta «una limosnica por Santas Pascuas». En Baztán y la Regata del Bidasoa lo hacían llevando pequeños nacimientos y, en Lesaka, si alguna «etxekoandre» no respondía a la demanda con la deseada puntualidad, le espetaban aquello de:

 Si vas a darnos algo, dánoslo. / Si no nos vas a dar nada, dínoslo. / Nuestra madre no nos ha mandado / para que nos muramos de frío en tu puerta.

En Arteta y otros pueblecitos del Valdollo, eran los monaguillos los encargados, después de misa mayor, de recibir el aguinaldo, estando obligados a asperjar con agua bendita los establos. Y más al sur, los chavales artajoneses y obaneses se limitaban a llamar a la puerta para que la dueña les diese la curribanda [la petición de colación en grupo]. Pero en Cintruénigo solicitaban la colación entonando:

A la señora [X] le venimos a cantar (bis)
que nos dé la colación que ha llegao la Navidad (bis).
Zambomba, zambomba, carrizo, carrizo,
los hombres del campo no comen chorizo.

Señora [X], cara de clavel,
baje usté a la puerta, que la quiero ver.

La zanbomba tiene un diente y no puede comer pan,
zurrún, zurrún, zurrún.
La zambomba tiene un diente y no puede comer pan
zurrún, zurrún, zurrún,
sólo castañas y nueces y turrón de mazapán (bis)
zurrún, zurrún, zurrún.

También era costumbre navideña, y propia de los chicos de 13 a 14 años del valle de Aézkoa, el Eguberri (Navidad). Esta tradición, que estaba a punto de desaparecer, ha sido recuperada con vigor por chicos y mozos. En Orbaiceta comenzaban por la mañana, recorriendo las casas de la Fábrica y por la tarde bajaban al pueblo. Delante del grupo iba el zorrozaina, que llevaba el saco, un monedero, el pañuelo al cuello y un palo con dibujos y cintas a la altura de la mano, que le servía para poner orden. Los niños cantaban el Eguberri arrodillados delante de las puertas, y recibían la cuestación. Después de tomarla, el zorrozaina entregaba el palo al que lo sería al año siguiente, en cuya casa se reunirían más adelante para ensayar el próximo Eguberri. La versión del recitado, tomada por Carmen Munárriz de su abuelo, dice así:

 Gaur dun gaba gabona
sortu (gabe ta) jaun ona
eguberri eguberri
gau dela eguberria
guzien jauna Belenen.

Gazen guziok Belerena
jaunaren adoratzera
oferendurik ere emanko du(u)
portale Belenengora
bat orrek urra, bertze orrek mirra

Belenak insensatzera
nolanei beitzen jaun andi bat
liberas pagazalea…

[Hoy es noche de Nochebuena / pues sin nacer el buen Señor. Nochebuena, Nochebuena, / que hoy es Nochebuena / sin nacer el Señor de todos. / Tengamos alegría / y encontraremos, encontraremos, / el Señor de todos en Belén. / Vamos todos a Belén / a adorar al Señor. / Llevaremos también ofrendas / al portal de Belén. / Ése oro, ése otro mirra / a incensar Belén / como quiera que era un gran señor / pagador mediante liberas [libras o tal vez francos]

Canciones semejantes, con sus variantes, se entonaban también en Cortes, San Adrián, Allo, Eugui, Aria… Otras rondas, más familiares, solían realizarse después de Misa de Gallo, visitando las casas de parientes y amigos, con el fin de re-cenar o de mantener animadas tertulias.

A medio camino entre la cuestación y el rito de «transición a la mocería» se puede entender la celebración de la Gogona en Nochebuena, en muchos pueblos de los valles de Guesálaz y de Yerri, y en otros próximos, también llamada Senderi Meneri, Chenderute, Sundede o Fundede. En esta festividad se celebraba la incorporación de los chicos -que habían dejado la escuela- al mundo de los jóvenes (gogón es el muchacho entre los catorce y dieciséis años). Era lo que ilustrativamente llegaban a denominar «entrar a mozo». Consistía en una colecta que se dirigía a todas las casas del pueblo, frente a las que se solía cantar en una mezcla de vascuence y castellano, muy maltratados:

Or de la Gogona sorture Jaunona / erire pirale erire lanzare / benedi gantero / chipirrín chaparrán / sonanoni gorri. /

[Angelitos somos, del Cielo bajamos / tripotas pidemos para el almorzar. / Si nos dan o no nos dan / las puerticas pagarán. / Esta noche es Nochebuena / mañanita Navidad, / por amor de Jesucristo / una bendita caridad].

Así lo recordaba Martín Osés, de Esténoz.

En muchos pueblos se rezaba después un Padre Nuestro, una Avemaría y Gloria por las almas de la casa.

Haber celebrado la Gogona equivalía a integrarse entre los mozos del pueblo y, por tanto, a ejercer de mayordomos; poder ir a los trabajos en «auzalán» en representación de la casa; subir al coro con los hombres durante los oficios religiosos; acudir a la taberna; asistir a los bailes y a los «paseos de mozas». En definitiva, era un «acontecimiento» en la vida del individuo en cuanto que suponía un paso más en la afirmación de su personalidad [3].

Otras cuestaciones eran menos festivas y estaban obligadas por lo que hemos apuntado antes, porque la necesidad apretaba a los más pobres. Así hay que entender otras prácticas, como la recogida de madera -en fecha tan señalada- de las leñeras de los más pudientes (en San Martín de Unx o en el valle de Améscoa); el «koskari» (en Lezaun); o la «limosnica de Navidad» -a base de dinero, sarmientos o leña- en Mendigorría, Obanos, Olite y Allo.

Los cantos y colectas también fueron protagonistas en nuestros pueblos el día de San Silvestre, 31 de diciembre.

En Tierra Estella —como describe Jimeno Jurío— fueron muchos los cantares de Año Viejo. En Monjardín se cantaba a “San Silvestre”, en Valdega a “Menderute” con estribillos como Chenderute, menderute (Ancín), mientras pedían vino, nueces y castañas. Así, en Barbarin, se cantaba:

San Silvestre
que nos libre de la peste.
Nos darán colaciones
para este noche.
Menderute, menderute,
en cada casa un almute;
mendrán, menderán,
en cada casa un cuartal.

Tras lo cual se pedía el aguinaldo.

Dentro del ciclo de cuestaciones navideñas era muy «sonada» la Cencerrada de la víspera de Reyes. En esa noche mágica, los niños recorrían todo el perímetro del pueblo armados de cualquier objeto que pudiera meter ruido, como cacerolas viejas, coberteras de puchero, botes de conserva, botellas… El objeto de las pequeñas huestes era «llamar la atención de los Reyes Magos para que dejaran regalos y no pasasen de largo». Esta costumbre tuvo su vigencia en la Merindad de Pamplona, en el norte de la de Estella y en toda la de Olite hasta la divisoria del río Aragón, como constatan la mayoría de las encuestas etnográficas de que disponemos. La cencerrada iba acompañada de un villancico:

Ya vienen los tres Reyes,
ya vienen a adorar
al Niño Jesús
que está en el Portal.

El uno Melchor
el otro Gaspar, el otro se llama
¡el rey Baltasar!

 Ha dicho la cigüeña
que pongas buena cena
pa hoy y pa mañana
y pa toda la semana.

Campo chiquito,
campo mayor,
campo redondo
de nuestro Señor.

En Fitero, como los niños insistían en salir a recibir a los Reyes, los mayores les regañaban diciéndoles que venían muy avanzada la noche, por la carretera de La Nava, y que, para salir a esperarlos, había que ir al Puente envueltos en una sábana mojada, con lo cual no tenían más remedio que desistir de su empeño.

También las canciones eran el complemento de la cencerrada en los pueblos de Baztán:

Urte berri berri
¿zer dakarrazu berri?
Uraren gainan
bakia ta osasuna
Urtetx, urtetxak bear tugu!
Aingeruak gara,
zerutik eldu gara,
boltsa badugu
dirurikan eztugu
Urtetx, urtetxak bear tugu.

[Año nuevo nuevo, ¿qué traes de nuevo? Encima del agua, paz y salud. ¡Aguinaldos, necesitamos aguinaldos! Somos ángeles del cielo, tenemos bolsa pero no dinero. ¡Aguinaldos, necesitamos aguinaldos!].

Esta canción la entonaban los niños de Arráyoz, con variantes en Garzáin, Maya y Ciga.

En Alsasua nombran “rey de los cencerros” a aquel niño que encuentra un pequeño cencerro en el interior de un bollo de leche que se reparte en tal ocasión.

En la vertiente oeste de Navarra, en San Martín de Améscoa, los chicos tenían que poner a prueba sus piernas, pues los mozos, disfrazados de fantasmas, corrían tras ellos para arrebatarles los cencerros.

Llegada la noche y una vez relucientes los zapatos de los niños, en algunos pueblos se acostumbraba a introducir en ellos un poco de cebada «para los caballos de los Reyes».

El 5 de enero hacen su primera aparición en la calle los zampanzares de Ituren, preludiando ya el carnaval. Inmediatamente después de comer salen los niños con sus campanillas, esquilas y cencerros atados a la espalda y sus madres les obsequian con manzanas, nueces y algún dinero. Los mozos salen tras la cena, vestidos con sus ardilarru [piel de oveja], sobre la que amarran sus cencerros -dos pequeños a la espalda y otros enormes en la cintura- y sus enaguas de puntillas, con un pañuelo rojo en la cabeza y sobre él un tunturrun o cucurucho con su punta rematada por plumas y cintas de colores. Vestidos así, y con un extraño hisopo en la mano -fabricado con cola de caballo-, las parejas de mozos inician su marcial recorrido, haciendo sonar al compás los apéndices musicales. Por la noche, los zampanzares se reúnen para elegir los giltzeros o claveros, que serán los encargados de organizar las comidas y otros detalles de los carnavales.

En la víspera de Reyes, en Alsasua, era el momento señalado, a la salida de misa mayor, para que los quintos [4] se congregaran en el Ayuntamiento con el fin de celebrar el sorteo mediante naipes de las reinas y reyes primero y segundo (aquellos en que por azar recayeren los reyes de la baraja), que serán entronizados en las fiestas de Santa Águeda, y bailar en tal ocasión el zortziko, jota y purrusalda, y responsables de administrar en la víspera de la onomástica, el 5 de febrero, la colecta de tortas decoradas por las muchachas. La recaudación para sufragar los cinco días de fiestas se desarrolla un mes antes

Los personajes del folklore navideño

El obispillo San Nicolás

El ciclo de Navidad tiene también sus personajes individuales, aunque arropados por la sociedad que les rodea: el «obispillo» San Nicolás -o San Gregorio en otros lugares-, Olentzero, y el «chico rey» de la Faba.

En el calendario prenavideño, la primera cuestación era protagonizada por el «obispillo» San Nicolás. Tenemos la suerte de que en varias localidades navarras ha perdurado esta fiesta del 6 de diciembre: Lanz, Burgui, Uztárroz, Urzainqui, Larraona, Monreal, Barásoain, Garínoain, Enériz, y Muruzábal (donde es muy semejante al «San Gregorio» del 12 de marzo en el Valle de Erro). Pitillas, Sada y Enériz han recuperado esta tradición recientemente. En Murillo el Fruto también ha persistido.

En 1978 mi mujer, Mª Amor Beguiristain,  y yo asistimos a este acontecimiento en el pueblo de Muruzábal. De la sacristía de la iglesia salieron «San Nicolás» y sus acólitos, rodeados por una nube de chiquillos. En su recorrido rociaron con solemnidad, mediante el agua bendita de su acetre, tanto las casas como las cuadras, mientras cantaban:

San Nicolás coronado,
arzobispo muy honrado.

Si no nos dan, no nos den.
Aquí no nos detendrán,
porque somos escolanos
del santo San Nicolás.

Bendita el agua traemos y venimos a rezar,
y al mismo tiempo pedimos
lo que ustedes nos quieran dar,
y si de agrado nos dan,
el Santo bendecirá.

Aleluya, aleluya, celebremos todo el día,
y en honra a San Nicolás,
la meriendica caerá.

Otras versiones recordadas por los mayores decían:

…Aleluya, aleluya, celebremos todo el día,
si no nos dan, no nos den,
las gallinas camparán
porque somos escolanos del señor San Nicolás. 

Y en otra:

 … la tripa llena tendrán,
cuanto más recogerán,
bendita sea esta casa,
si colma nuestro afán…  

Explica Jesús Usunáriz que se trata de una costumbre conocida en toda Europa, que estaba en relación directa con el “obispo de inocentes” y con otras celebraciones agrupadas bajo el concepto de «fiestas de locos», que tenían lugar en el interior de las iglesias en fechas entre el 6 de diciembre y Carnaval, y cuyos protagonistas eran monaguillos o niños acogidos al amparo de cabildos catedralicios y de conventos. Poco a poco, especialmente a partir del siglo XVI, estas escenificaciones fueron prohibidas dentro de los templos, y salieron fuera de sus muros [5].

Esta costumbre, desaparecida en otros lugares, se repetía en fechas más tardías, bien en Carnaval o durante la Cuaresma [6]. En todos los casos, niños entre 9 y 14 años recorrían las calles, encabezados por un “obispo” —elegido por sorteo—, acompañado de dos acólitos (“canónigos” en Burgui) y seguidos por una comitiva. El “obispo” solía vestir de monaguillo o con ropas acordes a su cargo, tocado con una mitra y portando un báculo. En Murillo el Fruto, sin embargo, el protagonista no se viste de obispo como es habitual, sino que simplemente se encarga de llevar una réplica de la imagen de San Nicolás en su recorrido por el pueblo, haciéndose acompañar por los quintos del año -el obispo es el mayor de los quintos que cumplen 11 años- y de los quintos de años anteriores.

Todo el cortejo se detenía en las casas donde entonaban una cantinela similar, con algunas variantes según los pueblos:

San Nicolás coronado
obispo fue muy honrado.

¡Alé, alé, aleluya! Todos por Santa María.
¡Viva el obispo
muera el gallo!,
cuatrocientos y un caballo.

Aquí venimos cuatro;
cantaremos dos;
una limosnica
por el amor de Dios.

Si nos dan o no nos dan
las gallinitas cantarán.
Tris, tras. [Garinoain].

El «obispo», una vez obtenida la limosna, solía bendecir la casa y los establos (en Burgui hasta se ocupan de “bendecir” las obras públicas del pueblo) , y en ocasiones llevaba un crucifijo que daba a besar a los donantes. Con todo lo recogido en la cuestación, los chavales del cortejo realizaban una merienda en la casa del «obispillo».

En los pueblos de Valdorba que han mantenido esta costumbre, se elige indistintamente obispillo u obispilla. Para ello se utiliza el procedimiento del sorteo mediante el reparto de cartas de la baraja, de modo que aquella o aquél que recibe en suerte el as de oros será el protagonista. Sólo participan niños entre 9 y 13 años y «nadie puede repetir en el cargo», de manera que los elegidos, después de encarnar su papel el año correspondiente, pasan a formar parte del grupo de los mandones, que son aquellos que ya tuvieron el honor de representar al obispo en otras ocasiones, que guían a los más pequeños y llevan el saco con la cuestación. Como la tradición obliga, con el producto obtenido de las cuestaciones, que actualmente es dinero, los padres del elegido compran alimentos para una cena en la que participan exclusivamente el obispo y sus acólitos, “y lo que sobra se da a los pobres”. Beatriz Arrubla Muruzábal, de Barásoain, nos informó que si los dueños de las casas tardan en abrir la puerta a la comitiva, pueden llegar a escuchar una segunda canción, pero ésta ya subida de tono acompañada de algún silbido.

En Garínoain, la celebración «del obispillo» se completa con la tradicional matanza del gallo, el día de la Inmaculada. Según refiere Segundo Goñi Pascal, «se ata un gallo frente a la iglesia de San Nicolás y los escolares recitan con los ojos vendados versos y «chascarrillos», a veces algo picantes, sobre personas del pueblo, que son ideados por los propios vecinos. Terminada la recitación, cada escolar simula que mata con su espada al gallo atado, tarea difícil porque no ven a dónde apuntar [7].

Me he referido a que, en algunos pueblos del Valle de Erro, el ritual lo protagonizaba el «obispillo» San Gregorio. En este caso, los chicos salían por la tarde. Abría la comitiva el niño que llevaba una cruz acompañado por los que tocaban chulubitas [flautillas hechas con ramas de fresno]. Recorrían las casas dando a besar la cruz mientras solicitaban alimentos con esta coplilla:

 San Gregorio coronado, el obispo muy honrado,
San Nicolás en la puerta, aguardando la respuesta.

En una mano cinco dedos, en la otra tres y dos,
cantaremos una, cantaremos dos,
una limosnita por amor de Dios.

Si nos dan o no nos dan las gallinitas pagarán.

Apunta Julio Caro Baroja, en su análisis histórico-cultural del Carnaval, que esta costumbre guarda cierta relación con las fiestas saturnales romanas, en cuanto que en ellas (el 17 de diciembre) se elegía un rey con mando entre los grupos de jóvenes. Sin embargo, el «obispillo» y su cortejo han dado lugar a interpretaciones contradictorias: desde motivo de burla a reflexión piadosa, pasando por otras que hablan de manifestación pública de piedad. Lo que sí puede verse en la representación infantil –apunta el antropólogo- es una escenificación del mundo al revés, una manifestación del espíritu carnavalesco propia de las fiestas invernales [8].

Olentzero

El mito de Olentzero es vario. Se localiza originalmente en la región noroccidental de Navarra (Baztán, Regata del Bidasoa, Larráun, Araquil) y en la vecina zona oriental de Guipúzcoa. La leyenda lo cree espíritu de la mitología vasca -un gentil, un espíritu de la naturaleza, anunciador del solsticio de invierno [9]– y en el presente hasta se le considera como un cimentador de la toma de conciencia colectiva [10]. Para la mitología era un ser fosco y terrible, encarnación viva del sol y del fuego. Se introducía en las casas por la chimenea, impregnando con su poderosa fuerza el gran tronco puesto en el fogón, y éste quedaba preñado con la virtud de este espíritu. Olentzero (literalmente tiempo de lo bueno) [11]; para la Iglesia: portador de la buena nueva) venía para inaugurar un nuevo año, trayendo buenos augurios del cielo para toda la familia. Por eso se le llamará también Onentzero (época de los bienes, de lo bueno). Para otros, este personaje lo habría traído la tradición europea como un símil de Santa Claus (San Nicolás) o Papá Noel.

Este personaje mítico terminó, en la imaginación popular, por adquirir la fisonomía de un «tripaundi» de ojos y pómulos encendidos por el vino, con una pipa en la boca, cuyo fantoche se colgaba los días de Navidad de la chimenea de los hogares, o se exponía al exterior de la casa pendiente de una ventana (en tal caso le llamaban Orantzaro, portador de la oratza o levadura con que se hará el pan, deseo de prosperidad para la casa), para finalmente pasearlo los niños en andas cuando pedían los aguinaldos, cantando los versos acostumbrados:

Emen eldu gerade
Berrio on batekin
Gure embajadore
Orantzaro rrekin

[Venimos aquí con noticias buenas, con nuestro embajador el orantzaro[12].

A estos niños también se les asustaba con Olentzero para que se portaran bien. Se les decía que esperaba en el exterior de la chimenea con la guadaña en las manos para cortar la cabeza a los díscolos. En Larraun se contaba:

Onontzaro beguigorri / txaminira da etorri ; / austen baldin badegu barua / orrek lepoa kendu guri

[Onontzaro, el de los ojos royos, ha venido a la chimenea. Si quebrantamos el ayuno, ese nos quita el pescuezo].

Y los chicos ya había visto cómo arrancaban los mozos las cabezas a los ansarones por Carnaval.

El Cristianismo dio a Olentzero su sentido trascendente: el de un carbonero (ikazkin) que va a pasar en el monte la noche santa y allí se le revela –como a los pastores de Belén- que ha nacido el Niño Jesús, y toma la decisión de regresar al pueblo para dar la buena noticia al vecindario. Esta versión, escenificada, llegó a Pamplona en 1956 importada desde Bera y Lesaka [13]. A Olentzero se le pasea desde entonces en andas por las calles, sentado sobre una silla o un cesto vuelto, con un farol encendido a sus pies. Niños y muchachos van vestidos de zagales, y entonan viejos cantos alusivos a este grotesco personaje, portador, sin embargo, de un mensaje sublime. Por la noche lleva regalos a los niños buenos. Es una tradición parecida a la existente en la zona occidental de Cantabria con el Esteru, un leñador bonachón que trabaja en el bosque y poco antes de Navidad fabrica juguetes para entregarlos a los niños, o, en el este de Galicia, con el Apalpador o Pandigueiro, un carbonero gigante que baja del monte trayendo castañas a los niños que ve mal alimentados [14].

Los reyes-chicos

La noche del 5 de enero, al menos hasta bien entrado el siglo XX, no contaba con las vistosas cabalgatas generalizadas en Navarra durante los años cincuenta, sesenta y aún más tarde. Sí se celebraba, en cambio, la elección de reyes-chicos, tradición presente en algunas localidades como Berbinzana, Fitero y Tafalla, y que databa de los tiempos del Rey de Navarra Carlos II, y que tenía como finalidad regocijar a la Corte.

Nos entera Usunáriz de que la elección del «Rey de la Faba» era conocida en el Imperio germánico medieval. Según estudios de Jacques Heers se trataba de una derivación laica de la fiesta del obispillo que se celebraba en catedrales y colegiatas con los monaguillos. Varios niños comían trozos de una gran torta o pastel en el que se había introducido un haba —que con los años fue sustituida por monedas o figuritas— eligiéndose rey a aquel al que le tocaba. En Navarra, como acreditan los documentos de Comptos desde fines del siglo XV, este niño —llamado “chico rey de la Faba”— era vestido como un monarca y obsequiado con dinero y trigo para su familia a costa de las arcas reales.

Esta costumbre se mantuvo, en muchos de nuestros pueblos, mediante el juego conocido como «echar el reinado», “sacar el rey” o «juego del rey y la reina». Este entretenimiento ha conservado sus caracteres principales hasta nuestros días: se colocaban esa noche dos platos y dos sillas más en la mesa familiar, uno era para la Virgen y otro para Dios. Luego se repartía la baraja y al que le tocaba la figura del rey de espadas era proclamado Rey, y en algunos lugares la sota de oros era la Reina. Una proclama que los niños hacían desde las ventanas tocando cencerros, almireces y hasta escopetas: “¡Viva (Fulano) rey!” o “(Fulano) erregea”. El elegido tenía la obligación de invitar a tomar algo al resto de la familia, por lo general vino o chocolate. En ocasiones, si el cargo recaía en los puestos reservados a Dios o la Virgen, se hacía una colecta en la familia con destino a las misiones o se repetía el sorteo. En Urdiáin el juego iba más allá del ámbito familiar. Cada cuadrilla de chicos y chicas elegía a sus monarcas. Estos presidían el día de Reyes los festejos que se celebraban en la plaza. El rey, vestido con ropas llenas de cintas y espejos, y tocado con un gorro cónico, debía iniciar la “errege dantza”, y le seguían el resto de sus compañeros, mientras los demás esperaban su turno.

Tras unos primeros intentos, en 1920, Ignacio Baleztena y la peña «Muthiko Alaiak», de Pamplona, recuperaron esta regia tradición, que a partir de entonces se escenifica anualmente en la iglesia de una población navarra, en torno a la celebración de los Reyes Magos. Previamente son seleccionados unos niños -de entre 9 y 13 años- por los compañeros de colegio del lugar elegido para su representación, entre los que se reparte la tarta, quedando elegido aquél a quien corresponda el trozo con la «faba». El agraciado es coronado y proclamado rey con toda solemnidad, en acto público, ante los personajes que representan a las Cortes y a la Familia Real de Navarra.

Julio Caro Baroja –al buscar una interpretación a esta costumbre- sostiene que “la subversión momentánea del orden jerárquico es conveniente para la sociedad en sus diversos estratos; acaso después queda la autoridad mejor asegurada. La crisis es buena porque durante ella se expulsa toda la debilidad o flaqueza que la autoridad permanente pudiera tener. Al ser los niños, los esclavos, los débiles los que usan de la autoridad para pequeñas futesas, se asegura que cuando la empleen los libres, los fuertes, los letrados, lo harán con la máxima eficacia”.

Rituales del fuego y del agua

El fuego purificador y el agua renovadora también estaban presentes en los rituales del invierno navarro. Se creía en sus poderes excepcionales en dos fechas singulares. La noche de Navidad –Nochebuena- y el último día del año, «Nochevieja». Se esperaba que fuego y agua fueran fertilizantes, conjuraran tormentas y ahuyentaran brujas.

El fuego

En la noche de Navidad los fogones de las casas navarras se encendían con una madera de especial significado. Era el llamado tronco del Niño (en Mendigorría), el tronco de Dios (en Ulzurrun), el tronco de Navidad (en Urzainqui) el Sukileko o xuhilau (en Valcarlos), el Xukil, tukil o txukil   (en Urraúl Alto, Villanueva de Arce y Azparren), el txunbil o zunbil (en Lusarreta) el Xubilar o Chubilar (en el Romanzado), los baztarrekos (en Ainzioa, Lanz, Orbaiceta, Roncal, Lusarreta, Ulzama, Aézcoa y Arriasgoiti), Onontzaro-mokór (en Larraun), Gabón-xupina (en Urdiáin), y txakurtegi (en Gorraiz). Troncos que solían ser de gran tamaño, hasta el punto que debían ser arrastrados por bueyes o por varios hombres hasta el interior de la casa.

La forma de colocarlo y el sentido que se le reconocía presentaban diferencias según las comarcas. En Lanz, además del tronco, cada miembro de la familia debía añadir una leña al fuego a lo largo de la noche para que «se calentase Dios», o, como se decía en otros pueblos, “para que se calentasen los pañales del Niño” (así en San Martín de Unx, Mendigorría, Améscoa, Fitero y Urzainqui). En Saragüeta un tronco era para Dios y otro para la Virgen. En Mendigorría, cada familia o bien guardaba un tronco, o bien tres para colocarlos en el fuego simbolizando a la Virgen, San José y el Niño. En Izurdiaga sumaban dos troncos más, uno para la gente de casa y otro para el caminante. Además de los destinados a la Sagrada Familia en Ulzurrun, Urdiáin y Urraúl Alto, en Labiano cada miembro de la familia colocaba un pequeño tronco, comenzando por el padre y terminando por el hijo más pequeño. A éstos se añadía otro para los ausentes y los pobres. En Eraso, a cada leña se le ataba el nombre de su dueño por Nochebuena. Si alguno de ellos moría, se colgaba su leña junto a la cama. También en Obanos existía en algunas familias esta costumbre o bien la de quemar tantas astillas como devociones hubiera en la casa. En otros pueblos, como en Artaza, se quemaban ramos de romero y enebro. En Urzainqui, por el contrario, la hoguera era colectiva, y los niños recogían la madera por las casas al grito de «¡La leña del Niño!».

Este tronco, en Lanz y en Orbaiceta, debía durar en el fuego toda la noche de Navidad. En Larraona, Elcoaz, Jacoisti, Larequi, Ongoz, Aristu, Epároz, Ezcániz y Zabalza, hasta el día de Reyes. En Guindano y Arrieta, hasta Año Nuevo. En casi todos, el mayor tiempo posible.

Se atribuían a este tronco o troncos virtudes mágicas. Con el fin de protegerse de las tormentas, sus restos se guardaban para encenderlos ante el peligro en Aincioa, Obanos y pueblos de Urraul Alto. En otros, como Ulzurrun, el día de San Antón echaban sobre el tizón del «tronco de Dios» flores de saúco de la última procesión del Corpus, de modo que el humo ayudase a conjurar los animales de la cuadra. Se creía, en Azpíroz, que sus rescoldos, protegidos con dos objetos de hierro dispuestos en cruz, evitaban que las brujas bailaran en la cocina durante la noche.

Esta práctica se relaciona con otras semejantes de Europa: Escandinavia, la región italiana de Toscana y, en particular, el Pirineo. En Cataluña, en el «Tió de Nadal» o tronco navideño se escondían los pequeños regalos de los niños y, del mismo modo, se le reconocían propiedades taumatúrgicas (se esparcían por el campo sus cenizas e incluso se comían éstas por considerar que hacían desaparecer el pecado). Jimeno Jurío ve en el rito de poner el tronco nuevo sobre el hogar el deseo de renovar la casa y la familia con la esperanza puesta en el mañana [15].

El agua

Pero es en los ritos de entrada del nuevo año —en el momento de dar las doce campanadas— cuando se produce el mágico instante, que supone la abolición instantánea del tiempo profano. Y el agua juega en ello un papel fundamental.

En la Navarra vascófona se saludaba la entrada del nuevo año con la entrega a domicilio por los mozos del agua recogida en una fuente al filo de la medianoche, demandando por las casas el aguinaldo posteriormente. José María Satrústegui localizó esta práctica en pueblos de la Barranca-Burunda, en los valles de Imoz y de Larraun, y en Baztán. E hizo referencia concreta a la ofrenda del agua, urte berría, que los mozos de Urdiáin hacían a los componentes del ayuntamiento reunidos en la casa del cura, dirigiéndose a ellos con estas palabras:

Ur goiena, Ur barrena
Urteberri egun ona
Graziarékin osasuna
Pakearékin ontasuna
Jaungoikuak dizuela egun ona

[Agua cimera, agua profunda. Buen día de Año nuevo, Salud y gracia, hacienda y paz. Que Dios os conceda un buen día] [16] .

Escenificaciones cristianas

Mientras en los pueblos de la Montaña la Misa de Gallo interrumpía el folklore ancestral, las gentes de la Zona Media y de la Ribera llevaron hasta el interior del templo la alegría de sus viejas danzas o de sus representaciones religiosas en escenificaciones de sabor barroco, con participación popular.

En un momento de la celebración de la Misa, al «Gloria» o al «Et Incarnatus Est» del Credo, se abrían los expositores mostrando al pueblo la imagen del Niño Dios recién nacido. Los fieles expresaban en ese momento su alegría con vítores a Jesús (esto sucedía en Cintruénigo) o soltando pajarillos vivos (en la zona regada por el Aragón). Los pastores danzaban en el pasillo central durante el Ofertorio (en Tierra Estella y en general la Ribera), llegando incluso a «despachar» en Fitero una sartén de migas, que se ofrendaban al Niño Jesús, durante la celebración, en el mismo presbiterio, delante del Nacimiento. Las migas se freían en el antiguo cementerio, adyacente al templo. Como fondo musical se oía el estruendo del órgano acompañado por un sinfín de instrumentos aportados por el pueblo (zambombas, chinflainas, castañuelas, panderetas, etc.), empleados en Nochebuena con el fin de “arrullar al Niño”.

Un caso peculiar, por realizarse en la ciudad y corte de Olite, era el «misterio» del Convento de los Franciscanos. Terminada la Misa de Gallo, comenzaba a descender suavemente desde la cúpula barroca de la iglesia una especie de alcachofa de gran tamaño. Un grupo de pastores esperaba debajo la llegada del envío celestial. Al aproximarse al suelo, la alcachofa se abría por la mitad, adoptando la forma de un expositor eucarístico. En su interior aparecía la imagen del Niño Jesús dentro de su cuna. Los pastores, a continuación, danzaban en torno a ella, mientras el pueblo entonaba cantos en su honor con panderetas y ritmo sordo de zambombas. Tras la adoración del Niño, los danzantes se reunían para cenar.

Estos viejos ritos pervivieron hasta no hace muchos años en la Misa Pastorela de los pueblos navarros, cuyos compases bailables parecían estar hechos para la danza [17].

Pero no sólo por Navidad, también por Epifanía, y hasta finales del siglo XIX, había costumbre de danzar en los templos para expresar la alegría del Nacimiento. Pervivencia de estas sorprendentes costumbres, en opinión de Jimeno Jurío, pueden ser el Dance de San Miguel, de Cortes, y la presencia de los dantzaris municipales y de los gigantes y cabezudos en la procesión del patrón San Fermín en Pamplona [18].

Todavía se mantiene en vigor, en Sangüesa, el Misterio de Reyes, un auto sacramental que antes se representaba tras la misa del rosario o del alba, el 6 de enero, y hoy parte desde la calle Mayor a las 11,30 horas. Estructurado en ocho escenas por Vicente Villabriga sobre el texto en verso original de fray Melitón José de Legarda, escrito en 1900, presenta a los tres Reyes y su comitiva que arriban al figurado palacio de Herodes. Conversan con él y prosiguen, calle Población adelante, hasta llegar al portal de Belén, donde adoran al Niño y le entregan sus presentes. Aquí entran en acción pastores, zagales, zagalas y rosarieros, hasta que aparece el ángel, aconsejando a los Magos que cambien de itinerario. La representación termina con el canto de la aurora.

Los Santos Inocentes

El 28 de diciembre, conmemoración de los Santos Inocentes, era naturalmente el día de las inocentadas. Había en los pueblos navarros mucha afición a ellas, y la mayoría eran inofensivas, y así se regocijaban chicos y mayores. Unas las daban los niños. Eran del tipo: “Recoja el pañuelo que se le ha caído”, “Límpiate la frente que llevas una mancha de hollín”… o tras colgar monigotes de papel a la espalda de los compañeros o los mayores, cantarles aquello de “¡Inocente, inocente, que se te cae la frente…!, una vez comprendido que habían sido objeto de broma.

En otras ocasiones las bromas eran iniciativa de los adultos conocedores de la inocencia de los niños “¡Menuda nevada ha caído hoy!” (se les decía al despertarles por la mañana) En Obanos se enviaba a los niños “a casa de Fulana a por la maquinica de destripar sardinas”. Ni que decir tiene que al llegar a donde se les había mandado, la destinataria, haciéndose cargo de la situación, les respondía: “¡No, no, que no la tengo yo, que se la presté a Mengana, id a pedírsela a ella!”, y así los niños recorrían el pueblo mientras estaban entretenidos.

Eran frecuentes también las bromas por teléfono, y no solo eran practicadas por los niños, como aquella de telefonear a una carnicería y preguntar: “¿Oiga, tiene usted manos de cerdo?. Sí, respondía el carnicero. ¿Y morros de vaca? Sí, sí. ¿Y rabo de buey? Sí, claro. Pues es usted un fenómeno”, y se colgaba el aparato entre risas. Y así otras bromas semejantes.

Los mayores, como vemos, también se divertían con las inocentadas. En San Martín de Unx y en Fitero, se hacía creer a los niños que el 31 de diciembre llegaba al pueblo el “hombre que tenía tantas narices como días tiene el año”, y que lo hacía en el autobús de línea o que se alojaba en la Posada, de manera que los niños se acercaban curiosos a su encuentro, y, una vez allí, se les decía que o bien no había llegado todavía o que había llegado y ya se había ido. En otros lugares a este hombre se le conocía por el “Tío de las Orejas”. Eran maneras de divertirse en una sociedad que solo disponía de la radio, y sin televisión que paralizase la vida diaria, tenía tiempo para dedicarse a estas bromas inocentes.

Cenas y recenas

En tales días había que cenar bien, no sólo para subrayar la importancia litúrgica del Adviento, sino porque era tradición, entre las cuadrillas de mozos, juntarse a recenar para salir de ronda con el fin de cantar villancicos, y se imponía combatir el frío de la noche. Los pastores, protagonistas de estas fiestas, impusieron su minuta sencilla y grasienta de las sopas de sebo, que se remojaban con el tinto de la bota, y solían acompañarse de otros ingredientes, como embutidos, pollos y postres de leche. Después, y hasta el amanecer, cantaban villancicos y auroras alusivas al día de Navidad.

La cena de Nochebuena, en la intimidad familiar, estuvo forzada hasta 1920/1930 por la «vigilia» que prohibía comer carnes. El besugo asado fue el plato típico -y todavía lo es en muchas casas-, que iba precedido por un plato de cardo (cocido o en ensalada) y se remataba con la sopa tostada de berza (coliflor en Lesaka) o sopa cana (de almendra molida y grasa de pollo).

También se tomaban en lugar del besugo bacalao, chicharro, capones, pollo, pularda (Lesaka) o la carne de cerdo, en particular el lomo; el cordero y el ternasco o cabrito vinieron un poco más tarde (aunque se comía en Murchante y Sangüesa); de segundo sopa de ajo (Izurdiaga), ensalada de escarola (Allo, Sangüesa, Viana), sopa de garbanzo (Eugui). Los mariscos y otros manjares refinados, como la bebida de champán, son relativamente recientes

Tras estos platos, se degustaban frutas cocidas -desecadas en casa (pasas, ciruelas y orejones)-, terminándose con los clásicos turrones (pero esto ya a partir de los años 40), que a menudo incluían almendras garrapiñadas, guirlaches y mazapán. Los vinos que se trasegaban eran espumosos, sidra o «vino quemado» en Sangüesa [19]. Al final de la cena, en función de las posibilidades, se tomaban café y licores.

En Fitero, la tradicional cena de Nochebuena tenía sus variantes. La clase acomodada solía tener como entrada una buena ensalada de cardo aderezada con ajos machacados, aceite y vinagre. A continuación, venía un plato de cardo cocido, adobado con tocino frito; enseguida el plato fuerte: besugo con salsa, o pollo o conejo. Después postres variados: compota de ciruelas pasas, higos secos, manzanas y orejones cocidos, o uva, peras de invierno y, finalmente, turrón. Todo ello acompañado de una bebida típica llamada “chapurriau”, una mezcla de arrope con aguardiente. El arrope era mosto cocido, sin fermentar, hasta que tomaba la consistencia de jarabe. Cuando nevaba, no pocos vecinos lo tomaban con nieve.

La cena de los pobres era más frugal: patatas o habas secas cocidas, pimientos secos de tipo sonajero (llamados así por el ruido que hacían dentro sus pepitas), farinetas (masa de harina cocida en leche que se tomaba en porciones recubierta de arrope a la que a veces se añadía nieve), castañas cocidas o asadas, hormigos con leche (tortas de pan rallado y almendras tostadas y machacadas que se tomaban con arrope) y, a lo sumo, una barrilla de turrón con cacahuetes para toda la familia. Para beber, agua del Terrero y vino tinto de taberna [20].

Del mismo modo, por Año Nuevo «se tiraba la casa por la ventana» en esto de las comidas. En San Martín de Unx se comían pollo, rosquillos, pastas de casa, turrón y la colación que cada familia recibía de su tendero, además de postres muy ricos como flanes, natillas, arrozada o buñuelos. Se tomaba después la compota «para desengrasar». En Artajona, en cambio, la colación era el presente que se ofrecía por Navidad a los maestros, monjas, médico y cura, y consistía en un pollo cebado y turrón casero («royo» por su color de miel quemada).

La festividad de Epifanía era festejada principalmente por los niños, que recibían como regalo –se llamaban «estrenas» en San Martín de Unx porque en siglos pasados se entregaban en Año Nuevo-, unas pocas frutas o dulces: naranjas, mandarinas, «onzas» de chocolate, caramelos, dulces caseros, turrón y las «anguilas» de mazapán, que eran más codiciadas que nada por su caprichosa caja circular.

Cómo se vive la Navidad hoy

La vida, si la comparamos con aquellos tiempos, ha cambiado mucho. Ya resulta tópico decir que la sociedad se ha descristianizado bastante, y, con ello, ciertas costumbres que tenían su pleno sentido en ese ambiente transformado por la celebración del Nacimiento del Niño Dios se han “folklorizado”, perdiendo su esencia original. Y también la modernidad, entendida como invasión de costumbres de moda y consumismo, ha igualado los hábitos de una sociedad que, si se quiere, antes era local o rural, y no universal como se percibe hoy, pero atesoraba tradiciones seculares.

Las Navidades de hoy, a pesar de la crisis económica que vivimos, se viven de manera distinta. Los menús de cenas y comidas se han enriquecido, la toma de las doce uvas como ritual asociado a la buena suerte se ha generalizado, las calles se decoran y colorean con luces de bajo consumo, y si bien los aguinaldos tienden a desaparecer y el regalo de cestas de Navidad se ha reducido, se mantiene pujante la Lotería de Navidad. Hoy muy pocos felicitan las Pascuas y el año Nuevo con la tradicional tarjeta navideña, sino que es Internet (en sus variantes de correo electrónico, skype, redes sociales…) el conducto mayoritario para hacer llegar a los demás nuestros buenos deseos, o el teléfono portátil el que se elige para enviar mensajes multimedia. Las nuevas tecnologías y la Navidad se han unido indisolublemente.

No obstante, hay entidades que luchan por mantener viejas tradiciones, como, en Pamplona, la Asociación de Amigos del Olentzero, continuadora de la Juventud de San Antonio, que ha consolidado la salida del Olentzero acompañada del Misterio; la Asociación de la Cabalgata de los Reyes sigue respondiendo todos los 5 de enero a las expectativas de los niños; y la peña Muthiko Alaiak conserva y extiende por Navarra la elección del histórico Rey de la Faba (en 2018 será en Tafalla).

No todo se ha perdido. Las familias siguen atesorando tradiciones que vienen de sus padres y abuelos, aunque haya más espectáculo y nuestras costumbres se mezclen con otras que nos llegan por los medios de comunicación, o por la presencia entre nosotros de familias forzadas a emigrar que aportan sus propios rituales.

En los últimos años asistimos a una verdadera floración del belenismo, con belenes vivientes que se escenifican en:

  • Tudela: por las calles del casco antiguo desde la Iglesia de la Magdalena, el 24 de diciembre, a la de San Jorge, con celebración de la Misa de Navidad para las familias, acompañamiento de los cantos de villancicos de los Auroros, y con la recogida solidaria de alimentos por los pastores.
  • Cortes: con participación de 200 figurantes vecinos que representan 30 escenas, en el recinto del Castillo y jardines del parque de la Huerta, el 30 de diciembre, y la asistencia de los Reyes Magos que reparten juguetes a los niños asistentes.
  • Peralta (1998): organizado por la parroquia, involucra a 450 personas en su organización (250 niños participantes) y congregan a 10.000 visitantes. Escenificación del texto escrito por Javier Leoz Ventura.
  • Olite: en la Plaza del Parador, por vecinos y niños de la ciudad.
  • San Adrián: desde la Cuesta del Horno hasta la Plaza de Vera Magallón. Cerca de 200 personas recrean 15 escenas en torno al nacimiento de Jesús.

Las asociaciones de belenistas se multiplican, ahora federadas, ocupándose del montaje de grandes nacimientos, incluidas las exposiciones itinerantes [21]:

  • Corella “la ciudad de los belenes”: más de 20 y dioramas repartidos por los rincones de la ciudad instalados por la Asociación Virgen de Araceli. Destacan el monumental y tradicional belén de la Iglesia del Carmen y el de la Plaza de los Fueros con la colaboración de la Peña el Tonel. Sorteo de cochinillo y un nacimiento. Exposición en la casa de Cultura.
  • Cintruénigo, Fitero, Cabanillas (100 m2), Ribaforada… belenes monumentales en el interior de las iglesias parroquiales.
  • Tudela: belén de la Asociación de Belenistas Santa Ana en su sede y el del kiosko de la Plaza de los Fueros. Certamen de belenes de la Peña la Teba.
  • Pamplona: los tradicionales belenes expuestos por la Asociación de Belenistas en los bajos de la Parroquia de Cristo Rey se exponen desde hace varios años en el Baluarte; se edita el boletín “Belén”; se monta un belén en el zaguán del Ayuntamiento y otro bajo la secuoya de la Diputación.

Y el belén es también objeto coleccionable: con escenificaciones que nos permiten transportarnos a otras culturas, a otros paisajes y formas de vida que comparten un espíritu común. (es el caso de la exposición “Belenes del Mundo”, organizada por Teresa Lafragua, en Artzinega, Álava, durante muchos años ofrecida en el Museo Santxotena, en Bozate (Arizkun).

También son numerosos los escaparates de comercios que los ostentan, y los concursos para destacar los mejores nacimientos.

Por ello está claro que la Navidad sigue viviéndose con ilusión y se ve como ocasión de acercar lazos familiares, practicar la solidaridad con nuestros semejantes y contribuir a construir una sociedad más armoniosa, tendiendo un puente de comunicación entre el pasado y el presente.

Bibliografia consultada

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ZUFIAURRE, José – ARGANDOÑA, Pedro. “La Gogona, la Gona o el Sundede”, en Cuadernos de Etnología y Etnografía de Navarra, nº67, 1996, 129-148.

Diferentes encuestas etnográficas realizadas en localidades navarras concretas (y artículos diversos publicados en Cuadernos de Etnología y Etnografía de Navarra, desde 1969).

Imagen de la portada: Cuestación por San Nicolás, 1959 (Foto: Nicolás Ardanaz. Museo de Navarra)

Notas

[1] JIMENO JURÍO, José María. “Folklore de Navidad”. Serie Navarra. Temas de Cultura Popular núm. 121. Diputación Foral de Navarra, Pamplona, 1971. Pp. 3-4.

[2] IMBULUZQUETA, Gabriel. “Visiones de la ciudad. No por palacio sino por ruina”. Boletín de Información Municipal, núm. 27 (dic.). Ayuntamiento de Pamplona, Pamplona, 1998.. P. 24.

[3] ZUFIAURRE, José – ARGANDOÑA, Pedro, “La Gogona, la Gona o el Sundede”, Cuadernos de Etnología y Etnografía de Navarra, núm. 67. Institución Príncipe de Viana, Pamplona, 1996. Pp. 129-148.

[4] Mozos desde que se sorteaban para ir al Servicio Militar hasta su incorporación a filas.

[5] USUNÁRIZ GARAYOA, Jesús. “De Navidad al Carnaval”, en BEGUIRISTAIN GURPIDE, M.A. (Dira.) Etnografía de Navarra. Diario de Navarra, Pamplona, 1996. Tomo 2, pp. 468-469; FERNÁNDEZ GRACIA, Ricardo. “Preparando la Navidad”, Diario de Navarra, Pamplona, 22 de diciembre de 2013, p. 84 (Diario 2).

[6] Así en Oroz-Betelu, en Aincioa, en Esparza de Salazar o en los pueblos de Urraúl Alto se hacía el día de San Gregorio (12 de marzo) y no el de San Nicolás. En cambio, en los pueblos de San Martín de Améscoa, de Larrasoaña, de Lezaun, de Urdániz o en el Romanzado, tenía lugar durante la celebración del Carnaval.

[7] MEDINA, M. “Los escolares de Barásoain y Garínoain celebran la tradicional fiesta del «obispillo». Diario de Navarra, Pamplona, 9 de diciembre de 1998.

[8] CARO BAROJA, Julio. El Carnaval (Análisis histórico-cultural). Taurus, Madrid, 1965.

[9] El día 21 de diciembre es el día más corto del año, considerado sagrado por los pueblos paganos de la Antigüedad (el de verano coincide con el 24 de junio celebración de San Juan Bautista, el día más largo), ocasión en que en el País Vasco se celebraban las “olerías” o fiestas en que las gentes recorrían las calles cantando y gritando (oleska) y dentro de ellas el día más importante era el “eguberri” (eguzki berri > sol nuevo), uno de cuyos personajes era Olentzero (Oles > cantar; ero > loco), personaje al que tildaban de ido, loco, que podía interpretarlo una persona o un muñeco. Hipótesis de MITXELENA, Joxe Mari, “Olentzero en Oiartzun”, en Olentzero, Pamplona, Asociación Amigos del Olentzero, 2007, diciembre, pp. 8-9. Edición Iruña.

[10] LABAT, Claude. “Olentzero, un personnage d’avenir?”, en Olentzero, cit., pp. 4-5.

[11] De onen (lo mejor) y –(tz)aro (época).

[12] BALEZTENA, Dolores. La Casa. Novela. Pamplona, Gráficas Gurrea, 1959, pp. 56-57.

[13] En la actualidad la salida de Olentzero se ha extendido por gran parte de Navarra y en Pamplona son varios los barrios que la celebran, evitando su coincidencia con la más importante de la noche del 24 de diciembre, organizada por la Juventud de San Antonio. En 1972 el Olentzero llegó a la Ribera (Tudela), extendiéndose por Cascante (1991), Castejón (1994), Cortes (1997), Ablitas (1999), Villafranca (2003), Corella (2011), Ribaforada (2011)….

[14] Véanse los enlaces:

[15] JIMENO JURÍO, J.M. “Folklore de Navidad”, cit. p. 13.

[16] Ver SATRÚSTEGUI, José María. Etnografía de Navarra. Solsticio de invierno. Ediciones y Libros, Pamplona, 1974; y JIMENO JURIO, J. M. “Folklore de Navidad”, cit. pp. 23-26.

[17] En 2013 se recupera la Misa Pastorela en Dicastillo, tras cien años sin ser celebrada.

[18] JIMENO JURÍO, J.M. “Folklore de Navidad”, cit., p. 16.

[19] Vino tinto quemado al que añadían higos secos, canela, melocotón y membrillo asado.

[20] GARCÍA SESMA, Manuel. Miscelánea Fiterana. Tudela, 1983, pp. 88-92 (cit. por OLCOZ YANGUAS, Serafín. “Las Navidades de hace un siglo en Fitero”, Plaza Nueva, Tudela, 7 de diciembre de 2011, pp. 32-33)

[21] En 2010 la prensa presentaba una guía de belenes que abarcaba 104 exposiciones en Navarra: en Andosilla, Ansoain, Aoiz, Arbizu, Barañain, Berrioplano Cabanillas, Corella, Estella, Huarte-Arakil, Lodosa, Los Arcos, Mutilva Alta, Noain, Olaz, Olazagutía, Oteiza, Pamplona, Peralta, Ribaforada, Sangüesa, Tafalla, Tudela, Villava, Zizur Mayor… (Diario de Navarra, 22 de diciembre de 2010)