Presentación de la película de John Ford “Qué verde era mi valle” en el Cine-club Lux, de Pamplona, dentro del ciclo El Cine como Medio de Comunicación, en octubre de 1971, dos años más tarde, en enero de 1973, también presentada en la Escuela de Enfermeras del Hospital Provincial de Navarra
“Qué verde era mi valle” es una de las películas más personales del director de cine estadounidense John Ford.
Narra la historia de un niño -Huw- que, ya mayor, recuerda su infancia en su pequeño valle del País de Gales hacia 1880. Ya el título evoca con nostalgia un pasado perdido que no volverá. El filme presenta dos vertientes: por un lado la historia sentimental de un muchacho, su vida en familia, sus aspiraciones e ilusiones; y, por otro, es la crónica social de los mineros que extraen carbón de las minas de un rico propietario que les explota, la fundación de un sindicato, y la situación de un padre que permanece al margen a pesar de que el resto de sus hijos son los cabecillas de la rebelión contra el patrono. Todo ello provoca en la vida de Huw una tensión que le lleva a mirar las cosas de una manera menos infantil, más consciente de lo que le rodea. Ford toma partido por los mineros, haciendo patente las injusticias, y nos presentará la disolución de esta familia por estas circunstancias. Pero su mirada es en el fondo sentimental, goza presentándonos las incidencias que acompañan el transcurrir de esta familia, los momentos felices y los amargos, lo cual le permite reflexionar sobre la vida aportando su visión del mundo o, mejor su universo particular”.
El universo de John Ford
Las cualidades de Ford son la elegancia, la precisión, su sentido innato del cine inseparable de su dimensión poética (aspecto destacado por Bogdanovich) [1].
Ha confesado Jon Ford:
“Sólo es un medio para llegar de la forma más directa al drama y a los individuos. Busco ante todo la sencillez, la sobriedad en una acción rápida, brutal. Lo que me interesa es observar el comportamiento de los individuos diferentes ante un hecho crucial o una aventura fuera de lo corriente. Eso es todo” [2].
Ford descubre un mundo a través de un esquema definido por Jean Mitry como “revelación de caracteres a través de los actos de un puñado de hombres reunidos en un lugar cualquiera por circunstancias fortuitas o por el destino” [3].
Un mundo que estará compuesto a partir de mil pequeños detalles familiares, siluetas modeladas con afecto, temas sublimados al cabo de los años, y cuyos habitantes muestran una aceptación tranquila de la vida y un espíritu indomable de lucha.
Según Louis Marcorelles, el cine de Ford resume un arte de vivir [4].
Ford permanecerá fiel a ese mundo ingenuo, elemental, utilizando sus temas dentro de una libertad absoluta.
Sus personajes están perfectamente caracterizados, hasta aquellos cuya interpretación es secundaria. Y, a veces, éstos últimos poseen una verdadera carga expresiva.
Un gesto, una palabra de estos personajes, y afluye todo un mundo de sentimientos a la pantalla.
El individuo nunca es estudiado por sí mismo en las películas de Ford, con el solo fin de descubrir los fundamentos de su personalidad. Se estudia su comportamiento frente a las acciones momentáneas que le determinan, frente a las consecuencias sociales de su acto.
Es una psicología del “cómo” y no del “por qué”.
Raramente se han visto en cine unos personajes tan auténticos, tan estudiados, tan complejos y tan profundamente expresados (así en su película-prototipo de “La Diligencia”, 1939).
Como explica Mitry, una derivación del carácter de sus personajes es su humor, que reside ante todo en el tono que imprime Ford al relato [5].
No está en la mirada del director sobre sus personajes, sino que depende de los mismos personajes. Reside en su comportamiento, en su manera de ser, en su carácter. El individuo, generalmente optimista, se manifiesta por una especie de jovialidad, de bondad radiante y activa, y deja adivinar la autocrítica en su manera de considerar sus propios actos y sentimientos. Dominado frecuentemente por un fácil sentimentalismo, encuentra en esta actitud una manera de olvidar amargas experiencias.
De nuevo según Mitry, el estilo de Ford se apoya principalmente en una expresión plástica, en una composición estilizada que da al realismo de las imágenes un sentido poético, nacido de la superposición de lo simbólico sobre lo descriptivo. Por ello, la densidad de una imagen fordiana no está exclusivamente en lo que muestra sino en lo que sintetiza [6].
Si fuéramos a concretar la aportación de Ford al cine habría que destacarle, en primer lugar, por haber sido creador de un estilo viril y de una forma lírica propia, de una visión del mundo personal y de un universo particular. Y, en segundo lugar, por su atractivo especial a partir de un concepto amplio y generoso de la narración al servicio de una fe ciega en el ser humano. Si sus héroes son un poco tristes, sus películas están infundidas de un espíritu moralizante y conformista.
Con todo, ningún otro realizador estadounidense ha sabido hurgar mejor en el pasado ni ofrecernos la presencia más viva del hombre, del país y de su circunstancia.
“Qué verde era mi valle”
No es una obra maestra, pero sí una obra de gran belleza y contenida emoción, hecha de matices. Una obra que reúne los defectos y cualidades de una pastoral. La fuerza brutal y recia de John Ford se difumina, la intensidad dramática se suaviza y el relato nos es mostrado con la indolencia de una evocación.
- El film se presenta como una evocación personal. La construcción sigue las fluctuaciones de la memoria. Se insiste en algunos hechos íntimos -para eludir otros más importantes en el aspecto social- pero que interesan menos al narrador.
- La progresión dramática de otros films está ausente. Es el estilo necesario en este caso.
- Los fallos de memoria permite otras tantas elipsis y abreviaciones.
- La duración del tiempo se afirma por partida doble: en los hechos evocados por el narrador, y en su pensamiento.
- Los seres no se ven ahogados como de ordinario. Respiran aún el aire del valle.
- Aparece una fatalidad vaga e incierta: la huelga, los abusos y el trabajo de la mina (que aprisiona).
- Los hombres, ignorantes en su conciencia ingenua, ven solamente lo que amenaza destruir su patrimonio e independencia.
- En este valle verde, cuyo espacio disminuye progresivamente ante el infierno de la mina, la familia es el único refugio posible. Si embargo, el círculo familiar se rompe a su vez.
Esta cinta tiene hasta cuatro significados complementarios entre sí:
- Es un himno a la alegría del trabajo colectivo.
- Un canto a la desesperación ante las injusticias sociales.
- Una nostalgia de la pureza perdida.
- Una amplia mirada hacia el valle manchado por las chimeneas de las fábricas y sobre la vida rústica y patriarcal de otro tiempo.
¿Cómo puede interpretarse la película de Ford?
- Al sentir nostalgia, el film sólo muestra el aspecto risueño de las cosas del tiempo pasado.
- El film se apoya únicamente en valores afectivos. Sólo destaca los sentimientos y las emociones primitivas, que constituyen la materia viva del recuerdo.
- Por consiguiente, no hay descripción realista, objetiva, de los hechos.
- Es una visión poética de la realidad, la realidad embellecida por el recuerdo. Es una visión subjetiva.
- Para Huw, el tema mayor del film es el de la familia dispersada, ya no el de las condiciones sociales que han motivado su dispersión.
- El aspecto social permanece en segundo plano. Es la causa, pero lo que e interesa al realizador es seguir los efectos.
- A Ford le importa mucho el formalismo de su cinta: sugiere mucho más de lo que muestra; se identifica con los personajes, caracterizados a base de unos pocos rasgos; y a la libertad del relato corresponde un vigor formal y una desnudez plástica, en la que cada plano tiene una belleza sorprendente.
Ficha técnico-artística:
“Qué verde era mi valle” (How Green Was My Valley, 1941). Producción: 20th Century Fox. Productor: Darryl F. Zanuk. Dirección: John Ford. Guión: Philip Dunne a partir de la novela homónima de Richard Llewellyn. Música: Alfred Newman. Fotografía: Arthur Miller (blanco y negro). Montaje: James B. Clark. Dirección artística: Richard Day y Nathan Juran. Vestuario: Gwen Wakeling. Intérpretes: Walter Pidgeon (M. Gruffyd), Maureen O’Hara (Angharad), Roddy McDowall (Huw Morgan), Donald Crisp (Gwylin Morgan), John Loder (Ianto Morgan), Anna Lee (Bronwyn Morgan), Arthur Shields (M. Parry), Barry Fitzgerald (Cyfartha), Patric Knowles (Ivor), Morton Lowry (M. Jonas), Sara Allgood (Mrs. Morgan), Ann Todd (Ceiwen), Frederic Warlock (doctor Richards), Richard Fraser (Davy), Eva S. Evans (Gwinlyn), Rhys Williams (Dai Bando), Lionel Pape (el viejo Evans), Ethel Griffies (Mrs. Nicholas), Marten Lamont (Jestyn Evans), Mae Marsh (mujer de minero), Denis Hoey (Motschell), Tudor Williams (cantante), The Welsh Singers (los cantores). País: Estados Unidos. Duración: 118 min.
Premios:
1941: 5 Óscar: Mejor Película, director, actor secundario (Donald Crisp), fotografía, y dirección artística.
1941: Círculo de Críticos de Nueva York: Al Mejor director.
Imagen de la portada: el director estadounidense John Ford.
Notas
[1] BOGDANOVICH, Peter. John Ford. Madrid, Fundamentos, 1971, p. 29.
[2] SARRIS, Andrew. Entrevistas con directores de cine. Madrid, Novelas y Cuentos (EMESA), 1969, vol. I, p.129.
[3] Este y otros aspectos que se indican han sido tomados de MITRY, Jean. John Ford. Madrid, Ediciones Rialp, 1960.
[4] MARCORELLES, Louis. “Ford of the movies”, Cahiers du cinéma n° 86, Paris, agosto de 1958.
[5] ID., pp. 78-79.
[6] ID., p. 108.