Catálogo de miradas. La Navarra que fotografió Nicolás Ardanaz

Resumen

El fotógrafo pamplonés Nicolás Ardanaz Piqué (1910-1982) fue un documentalista creativo discípulo del pintor Javier Ciga Echandi, de quien tomó sus temas fundamentales. El catálogo de su obra fotográfica, que abarca las décadas 1930-1970, se articula en varios bloques temáticos: guerra civil; acontecimientos; retratos (con un especial apartado de autorretratos); paisajes; la ciudad de Pamplona; labores; religiosidad popular; y composiciones. Su obra testimonia el discurrir de la vida tradicional de Navarra en contacto con nuevos tiempos que la transformarán.

Summary

The photographer from Pamplona, Nicolás Ardanaz Piqué (1910-1982) was a creative documentary maker and disciple of the painter, Javier Ciga Echandi, from whom he took his fundamental subject matters. The portfolio of his photographic work, which covers the decades 1930-1970, is divided up into several thematic blocks: civil war, events, portraits (with a special section on self-portraits), landscapes, the city of Pamplona, work, traditional religiousness and compositions. His work bears witness to the passing of traditional daily life in Navarre as it comes into contact with the new times that will go on to transform it.

Autorretrato de Nicolás Ardanaz con el valle de Araiz a sus pies (1959) Museo de Navarra

Explica Carlos Cánovas al tratar de la contribución de la fotografía a la consolidación de una identidad visual de Navarra, que históricamente esta identidad se ha reforzado desde el interés por el acontecimiento y el escenario, que son dos formas de ejercer el documentalismo [1]. Acontecimiento que nos acerca a un tiempo determinado y, más en concreto, al suceso, ligado siempre al personaje o personajes. Y escenario que nos aproxima al espacio geográfico, sea paisaje abierto rural o urbano. Ángulos que, como puntos de vista, nos ofrecen la realidad concreta de Navarra.

Y en este contexto, favorecido por la ligereza de las cámaras que concede mayor libertad que otras artes para reproducir (más que representar) al aire libre, los dos referentes en la actuación fotográfica –si tratamos de los antecedentes históricos de la fotografía en Navarra- han sido Aquilino García Deán (1864-1948) y Diego Quiroga y Losada (1880-1976), que marcan posiciones metodológicas opuestas [2]. El primero racionalizaba la imagen con una planificación rigurosa combinando espacios y personajes de manera certera. El segundo se dejaba llevar por sus sentimientos en el momento de recoger vistas y escenarios sin otro método que sus sinceros impulsos.

Para Cánovas, la producción pictórica de Nicolás Ardanaz Piqué se hallaría más próxima al segundo de los referentes y, por su popularidad, se habría constituido en el mayor difusor de este tipo de fotografía emocional, si bien tendría otros antecesores como Mauro Ibáñez, Julio Altadill Torrontegui, José Ayala Yaben y Félix Mena Martín, cuya actividad cubre parte del último tercio del siglo XIX y primeras cuatro décadas del XX.

Las composiciones de Ardanaz –siempre siguiendo al mismo autor- serían sencillas y eficaces, aunque sin apenas evolución, sin asimilación de riesgos estéticos, con pautas de trabajo convencionales, que remiten a un concepto de lo bello tradicional y a una técnica incluso rudimentaria. Como autodidacta, era capaz unas veces de soluciones brillantes y en otras ocasiones demostraba cierta falta de recursos. Aunque reconoce lo que para mí es fundamental: su obra, por encima de todo, es un catálogo de Navarra que se constituye en una fuente de información de primera magnitud [3].

A completar estas expresiones de mi buen amigo y competente historiador de la fotografía navarra, Carlos Cánovas, y a precisar la hondura de la sensible mirada de Nicolás Ardanaz sobre nuestra región, irá dirigido mi artículo en homenaje a la maestra a quien tanto debo personal y profesionalmente.

El personaje

Nicolás Ardanaz Piqué, nació en Pamplona el 17 de mayo de 1910 y falleció en ella el 17 de noviembre de 1982. De joven pasó tres años de su vida en un internado religioso del pueblo bajo navarro, en el actual territorio francés, de Hasparren, ya que había mostrado aptitudes para la lengua francesa en el Colegio de los HH. Maristas de su ciudad natal. Su curiosidad por la cultura francesa se acendró en estos años, lo que se manifestará después en la lectura de revistas llegadas desde ese país, donde muy posiblemente crecería su interés por la fotografía, que ya practicaba desde niño por haberle regalado su padre una cámara fotográfica.

De regreso a Pamplona, su vida profesional se orientará a la gerencia del negocio familiar de la droguería sita en la calle Mayor número 4 que simultaneará con la actividad fotográfica practicada durante las horas libres, ya de forma sistemática entre las décadas de 1930 a 1970, como complemento a su afición montañera.

Esta actividad se centrará en Navarra, llamándole la atención sus paisajes, pueblos, montes, ríos y arboledas, sus costumbres y modos de vida, además de las fiestas de San Fermín de su querida Pamplona, sin olvidarse de recoger los tipos populares, los niños y ancianos. Se interesó también por la composición de objetos y por el cartel, siendo autor de los que anunciaron las fiestas patronales de su ciudad natal de 1965 y 1966. Incluso ejerció de reportero en los inicios de la guerra civil de 1936 a 1939. Cofundador de la Agrupación Fotográfica y Cinematográfica de Navarra en junio de 1955, fue animador de los primeros salones de fotografía de montaña de la Agrupación Deportiva Navarra, colaborador de diversos medios (Sombras, Pregón, Vida Vasca, Verdad y Caridad, etc., además de la prensa diaria local) y vencedor de algunos premios fotográficos, como el Primer Salón Latino y la VII Exposición Fotográfica del País Vasco.

Su obra fotográfica, que él no solía revelar ni positivar, encomendándola a los estudios pamploneses de Galle y Zubieta-Retegui, y de Billy Koch en San Sebastián, alcanza las 12.024 evidencias, repartidas entre placas de cristal (se ha salvado un reportaje del Hospital Alfonso Carlos de Pamplona de hacia 1937), unas 3.000 diapositivas a color (realizadas a partir de la década 1970), cerca de 8.000 negativos flexibles en blanco y negro (que cubren las cuatro décadas de su actividad fotográfica), y algo más de un millar de positivos sobre papel, conjunto que con sus máquinas y complementos, además de su librería, se conservan en el Museo de Navarra bajo mi más directa responsabilidad.

Todo ello siendo un fotógrafo no profesional al que despertó su potencial creativo la pintura, de la que recibió unas clases de iniciación del pintor pamplonés Javier Ciga Echandi, lo que dejaría una huella en su futura obra fotográfica. En el estudio de este pintor aprendió a seleccionar el espacio a representar, a componer sus elementos dentro de él y a establecer la gradación de los planos en función de la luz existente, aunque después decidiese postergar los pinceles para –como si dijéramos- “pintar” con la cámara fotográfica tan pronto como sintió crecer su afición por el nuevo medio de representación [4]. Ardanaz convirtió en suyos los géneros y temas de su maestro, como fueron el paisaje, el bodegón, el costumbrismo rural y urbano, y el retrato.

Pero su paso por la academia de Ciga, reducida a un espacio de su juventud, no ayuda del todo a explicar su obra. Dedicada su vida profesional a la droguería familiar, la formación estética y técnico-fotográfica de Nicolás Ardanaz fue por completo autodidacta, y, sin descartar que se afinase con la experiencia del ejercicio práctico, la mayor influencia al respecto la recibió de la lectura de los libros y revistas que integraron su biblioteca y de la contemplación de las imágenes que los ilustraban, que educaron su mirada.

La biblioteca formada por Ardanaz no fue extensa en cuanto al número de libros -apenas unos centenares- pero los escogió de acuerdo con sus necesidades, inclinaciones y gustos.

Nicolás Ardanaz. Joteros (1949) Museo de Navarra

En ella hubo varios lotes temáticos: fotografía, arte, publicidad y diseño gráfico, literatura de evasión, revistas culturales y de información, y temas diversos (belenismo –ligado a su espíritu religioso- agricultura y tratamientos medicinales –relacionados con su actividad de droguero- historia y etnografía de Navarra, manualidades y escaparatismo).

No vamos a entrar a describir la importancia que tales materias tuvieron en su formación autodidacta, puesto que ya lo hicimos en otra ocasión [5], pero es fácil deducir que libros de temática tan amplia le aportaron conocimientos técnicos, información y cultura, además de ponerle al día con respecto a lo que se hacía en el mundo en los campos de la fotografía y de las artes gráficas. También alimentaron su interés por la exploración, su romanticismo y su capacidad de ensoñación, despertaron su curiosidad por la historia, la conciencia del valor de las costumbres tradicionales de su tierra, y, hasta me atrevería a decir, sin miedo a equivocarme, que agudizaron su fe cristiana al familiarizarse con la naturaleza y los templos diseminados por el territorio, en especial esas ermitas populares a las que, siguiendo secular costumbre, acuden los romeros por primavera.

Caracteriológicamente, Nicolás Ardanaz debió de ser mezcla de temperamento rudo con alma sensible, capaz de sentir agudas emociones pero de expresarlas dificultosamente con gestos y actuaciones. En tal sentido, me parece, fue muy navarro. Y halló en la fotografía esa vía callada, que habla por sí misma, para expresar libre de limitaciones la sensibilidad de su yo profundo. Sus tendencias más marcadas fueron el amor a la naturaleza, que se tradujo en la práctica del montañismo a su aire (siempre acompañado de la cámara), el apego a la Tradición (fue requeté voluntario en la Guerra Civil) y su fe religiosa, que se hace presente en cantidad de fotos de cruces en el camino y de él mismo arrodillado ante altares de humildes ermitas rurales, así como en su afición por el belenismo, que fomentó desde su comercio de droguería y convirtió en uno de sus ejes temáticos [6]. Además formó parte de la Hermandad de la Pasión del Señor de su ciudad natal. En lo físico, Nicolás era hombre más bien alto para su época, recio, de contextura fuerte, ágil, bien perfilado, de expresión seria y rostro de rasgos marcados, con una fotogenia que su cámara supo descubrir en numerosos autorretratos.

Casó con Resurrección Villanueva, nacida en Orcoyen pero afincada en Ororbia transcurrido un año de edad –la “bella Reshu”, que a menudo fotografía en sus paseos campestres haciéndola posar como aldeana sorprendida en labores de recolección.

El testimonio

Ardanaz se sumó a la nómina de aquellos artistas con conciencia de cambio que fueron testigos del creciente progreso surgido de la reconstrucción del país una vez terminada la Guerra Civil. En el caso de Navarra, esta evolución hacia nuevos modos de vida, fue también advertida por los pintores Miguel Pérez Torres, Jesús Basiano, José María Ascunce, Jesús Lasterra y Pedro Lozano de Sotés, que se apresuraron a dejar testimonio representativo de una tierra en contacto con la modernidad que se resistía a abandonar un pasado casi inmutable, pasado que había dejado escenas patriarcales en los lienzos de Inocencio García Asarta y de Javier Ciga.

Navarra aparece en las imágenes del fotógrafo como una región apacible apegada a costumbres tradicionales de las que ve necesario dejar constancia, con una belleza natural progresivamente modificada por la expansión urbana creciente, campos soleados o invernales trazados con cielos majestuosos y perspectivas profundas, hollados por caminos a la vera de empalizadas, árboles y ríos reflectantes, dentro de una “estética provinciana fotografiada con convicción”, en expresión de Cánovas [7].

Si fuéramos a catalogar la obra fotográfica de Nicolás Ardanaz veríamos que ésta se puede ordenar en varios bloques temáticos, y subdividir por temas:

Guerra Civil de 1936-39

Producto de su conciencia documentalista. Nicolás se encuadró en las filas de requetés que recorrieron varios frentes de lucha y la retaguardia: Vitoria (visitada por una escuadra aérea de cazas de la Falange con tomas desde el aire); Extremadura, Somosierra, Sigüenza, donde capta escenas de ataque en las trincheras o de agrupamiento tras el frente, a soldados en acciones pacíficas como leer o escribir cartas, y hasta pelar patatas para el rancho; a otros telegrafiando; y a alguno más posando en actitud guerrera, con fusil y máscara antigás. En la retaguardia, entierro del general Sanjurjo en la catedral de Pamplona y reportaje del Hospital Alfonso Carlos de la misma ciudad: grupos de enfermeras y del personal médico, curas, paseo por el recinto, la hora de la comida y del rezo, el ropero, etc.

Acontecimientos

De carácter político, religioso y deportivo, a consecuencia del mismo interés documentalista. Hay imágenes de la Coronación de Santa María la Real y del Congreso Eucarístico Diocesano de Pamplona de 1946, de las misiones en la capital, de congregaciones de hombres de Acción Católica; de las concentraciones carlistas de Montejurra; partidos de pelota, carreras de patines y de bicis (como el Circuito de Pascuas visto en la Plaza del Castillo con picado efectista).

Retratos

Ardanaz no nos ofrece retratos de estudio sino al aire libre, y por separado, de niños, ancianos, gentes en sus labores, mozos en la espontánea acción de cantar jotas o de tocar el chistu o la gaita (vistos por separado, en pequeño grupo o en grupo escalonado), y, por lo general individualmente y en contrapicado enfático, el labrador en el momento de tomarse un respiro, el pastor, el pregonero, el acordeonista, el repartidor del comercio, el boyero o la boyera, el layador, el cazador, la aguadora, el aldeano de la Cuenca con el cordero al hombro, el romero, la moza a la puerta de la casa, el anciano sentado en el escaño de fuera, el segador, la recolectora, el deshollinador, con una marcada tendencia a definir tipos no siempre recurriendo a la foto espontánea sino “preparada”, algo que se aprecia mejor en las parejas o pequeños grupos vestidos con el traje tradicional de los valles de la Montaña. Y en este aspecto de la indumentaria se ve el interés del fotógrafo por mostrarnos el tipo representativo. Un tipo que, por cierto, se ha transformado bastante en su apariencia en las últimas décadas, tendiéndose a borrar las diferencias antes existentes entre la Montaña, la Zona Media y la Ribera del Ebro.

El interés por la figura le lleva en ocasiones a interesarse por escenas cotidianas, más o menos sorprendidas –es decir, algunas preparadas: los monaguillos con los frailes misioneros a la puerta de la parroquia pamplonesa de San Cernin, los mozorros listos para salir en procesión, la tertulia en la calle, el cortejo de los mozos ante el buey (una escena idílica que nos recuerda a Ciga) o tomadas con motivo de excursiones al campo.

Por su abundancia, merecen mención especial, dentro de estas subdivisiones, la fotografía de niños y sus autorretratos.

Ardanaz muestra en su obra fotográfica toda su ternura por los niños. Él, que no los tuvo propios, se acerca a ellos con parecido candor infantil, siguiendo una larga tradición que se aleja hasta Julia Margaret Cameron, mostrándolos solos, en parejas o en grupos. En el primer caso podemos hablar de retratos, aunque sin características tipológicas. La preparación de las instantáneas es relativa, en ellas hay mayor margen de sorpresa, porque el fotógrafo adivina que la belleza del momento depende de la espontaneidad con que se dispare la cámara. Hay niños individuales que comen fruta, se entretienen con cualquier juguete en el balcón de su casa, beben del chorro de una fuente, se acompañan de un perrillo o de un cordero o bien dibujan sobre un muro; los que se manifiestan en pareja, si son chicos sobre todo, cometen alguna travesura (desinflan ruedas), trepan, juegan con las muñecas o cabalgan sobre los caballos del tiovivo de la feria; ya en grupo, los hay que pescan, juegan a bolos, lanzan la trompa, o saltan a la comba, se acercan al carro de las chucherías o leen tebeos. Los hay también que botan barquitos en el río o juegan en la arena de la vecina playa de Fuenterrabía. Y dan pie a algunas escenas de matiz surrealista, como las tres niñas que caminan por la calle Nueva de Pamplona tomadas de la mano por su “padre” el kiliki Cara Vinagre, al fondo de la cual calle vemos a otros padres “normales” también llevar de la mano a sus hijos.

El mayor número de autorretratos de Nicolás están ligados a su afición montañera, que le impulsaba a salir los fines de semana para explorar rincones de su tierra. Por ello, son muy frecuentes aquellas fotos en que, él en primer término, se antepone a una vista aérea con profunda lejanía, mostrando los valles desde la cima, siguiendo un recurso pictórico de origen romántico, pues basta recordar las pinturas de Caspar David Friedrich o las formidables perspectivas sobre picachos de Carlos de Haes. Su retrato introduce vistas apacibles de una naturaleza grandiosa (no espectacular), silenciosa, aunque no estoy de acuerdo con mi amigo Cánovas que aprecia en estos autorretratos una “radical soledad”. Yo adivino en ellos un sentimiento religioso, pues Nicolás, ya queda dicho, era hombre de profundas convicciones cristianas. Más bien creo que el autorretratado adopta el papel de espectador contemplativo de una naturaleza creada por Dios, al modo del alemán Friedrich, aunque sin el ánimo arrebatado de aquél. Hay en estas fotos como una oración, no un “monólogo”, según piensa mi colega [8]. Oración que se repite en otros autorretratos en que se hace acompañar por las cruces de término o las que señalan en el monte viejos hechos luctuosos. No es infrecuente que Ardanaz se autorretrate con la cabeza descubierta –la boina en sus manos- precisamente, imaginamos, entonando una plegaria.

Estas fotos no serían posibles sin una preparación previa, que seguramente haría él mismo, confiando el disparo del obturador a algún acompañante. Pero el estudiado encuadre, el ángulo de la toma, la escenografía elegida, sin duda son de él, ya que se repiten los esquemas compositivos, alguno, por cierto, interesante. Como aquél en que colocada la cámara en el interior de una cueva, de una casa o ermita se fotografía a sí mismo al exterior en poderoso contraluz, con su figura bien perfilada. No puedo dejar de pensar en el maestro John Ford, que gustaba de este procedimiento en sus películas.

Es posible adivinar también, en la abundante galería de autorretratos, un cierto narcisismo del autorretratado y un tono épico en los puntos de vista.

Nicolás Ardanaz. Cómo ve el encierro el gallico viejo de San Saturnino (Pamplona) (Década 1940) Museo de Navarra

Paisajes

Su contribución fotográfica más importante, los paisajes mayoritarios en su obra son los relacionados con la Cuenca de Pamplona, la Zona Media y el Pirineo, habiéndolos, en menor medida, de los valles oceánicos navarros y de la Barranca-Burunda. Ciertas localizaciones están omnipresentes, por ejemplo las Sierras de San Donato, de Echauri, Andía y Leire, la Foz de Arbayún, las Dos Hermanas, o Montejurra. De estos paisajes nos muestra escarpados y lejanos montes, sus bosques (el árbol como tal daría lugar a un subgénero con variada tipología según las especies fotografiadas), sus ríos, sus caminos (bordeados por empalizadas perfectamente individualizadas), sus campos de cultivo, el invierno nevado y sus cielos (arrebatados, de nubes ampulosas o deshilachadas, bajas nieblas, otras veces cargados de agua, con luces momentáneas y hasta nocturnos con explosión de fuegos artificiales), mostrando inclinaciones romántico-impresionistas en sus lejanos ecos pictóricos (a lo Turner, Constable o Monet) [9]. Ligados a ellos, fotografía casas y pueblos, con su viejo aspecto –huecos encalados, tejados de tablilla, ventanas ajimezadas, escudos de hidalguía, hornos suspendidos, pimientos al sereno, mazorcas secándose- con su entorno de construcciones añadidas, huertas y leñeras, metas de helecho, aperos y carros aparcados en las inmediaciones. El carro es uno de los objetos que deviene en asunto, pues parece convertirlo en símbolo del avance del progreso. A lo largo de los cuarenta años de su trayectoria fotográfica lo vemos en uso, adaptado, envejecido, abandonado, y sustituido por vehículos a motor, finalmente sus ruedas como elemento decorativo en casas de nuevo aspecto [10].

Pamplona

Pamplona es su ciudad natal y donde residirá los ochenta y dos años de su vida, excluidos los de la Guerra. Su amor a la ciudad se patentiza de diversas formas, según un progresivo acercamiento que empieza por mirarla desde su extrarradio y en perspectiva, para centrarse en su paisaje urbano -calles, plazas, rincones y jardines- el río Arga con sus puentes, iglesias y monumentos –la Catedral es el más visitado por el fotógrafo [11]– ritos religiosos, folklore, actividad deportiva, tráfico e industria incipientes, el crecimiento de sus barrios y, principalmente, sus fiestas. El fotógrafo se aplica a fondo confundiéndose con el ambiente callejero para extraer de ellas instantáneas jugosas de las Barracas, la comparsa de gigantes, los vendedores ambulantes, el encierro o las peñas, ingeniándoselas para elegir puntos de vista inéditos –como aquella “vista de pájaro” del encierro tomado desde la torre de San Saturnino-, y descubrirnos situaciones chuscas o surrealistas, como la de hacer “beber” de la fuente a los zaldikos-maldikos o el poner en pie de igualdad a cabezudos y canónigos en el atrio de la Catedral. En este conjunto temático están, a mi modo de ver, las imágenes más bellas y nostálgicas de Ardanaz, la Pamplona “de toda la vida”, hoy modernizada pero con personalidad diluida.

Labores

En la presentación de los trabajos predominan los del campo –agrícolas y ganaderos- sobre otros temas como el comercio ligado al mercado público –hoy llamaríamos “mercadillo” (el mercado de Estella es recurrente)- o ambulante (el orzero con su burro), el carrico de la caramelera o a la tienda familiar (es el caso de las del casco antiguo de Pamplona con una cita a su propia droguería), el trabajo doméstico (la colada en el río, el tendido de la ropa, el desgranado del maíz…), o la incipiente transformación de productos en la fábrica, lo que le permite presentar los distintos oficios y labores (el pescador de río, el lanzador de las paletas de las palomeras de Echalar, el yuguero, el cubero, el hojalatero, el cordelero, la obtención de la sal, la vendimia y otras recolecciones de cosechas: maíz, vid y cereal). Siendo la recolección del cereal la que le da pie a mostrar la colaboración de los animales uncidos al carro y enyugados, el trabajoso apilado y trillado de la mies, y su acarreo, en ocasiones, por difíciles pendientes. Y, entre las bestias, la sufrida caballería para el transporte equipada con todos sus arreos, el buey (otrora muy utilizado), animales domésticos (gatos y perros en distintas situaciones) y otros en libertad vigilada (ovejas, cabras, caballos, cerdos y vacas), vistos en su medio.

Religiosidad popular

Nicolás Ardanaz. La Trinidad de Lumbier en día de romería (1965) Museo de Navarra

Temática omnipresente en su fotografía, dada su ligadura al paisaje y su acendrado espíritu religioso. Por ello son frecuentes las procesiones de aldea por Corpus Christi, las romerías a santuarios (Roncesvalles, Ujué, San Miguel de Aralar) y a ermitas (la Trinidad de Lumbier, Santa Felicia de Labiano, la Virgen de las Nieves en la selva de Irati), muchas de ellas tan minúsculas que el pueblo fiel debe arrodillarse al exterior. Ciertas veces muestra el momento del ascenso de las aldeas a su ermita en procesión –la Virgen a hombros, los hombres delante y las mujeres tras el cortejo- y la llegada de la imagen de San Miguel a los pueblos que recorre por primavera, seguida del “beso” entre su efigie y la cruz del pueblo receptor. Estas ocasiones son propicias para fotografiar los interiores de tan modestas construcciones, integradas en el paisaje, la confraternización posterior a la Misa con asados y calderetes, y la definición de tipos, en especial el romero entunicado de rostro curtido.

Composiciones

Dentro de este apartado final incluimos bodegones de cocina, naturalezas muertas, flores, agrupaciones de figuras y accesorios, asociaciones casuales de objetos (cuya bella disposición ha sabido advertir el fotógrafo), balcones, belenes, y encuadres significativos. Es una de las partes más sugerentes de la producción fotográfica de nuestro autor y no menor en cuanto al número de evidencias.

Se pensará que poco o nada tienen que ver tales composiciones con el tema de Navarra, lo cual solo es cierto en parte, aunque dicen mucho de su habilidad como fotógrafo (solo se sirve de la luz natural) y de su inclinación a la pintura (en el recuerdo está su maestro Ciga), además de ser donde presenta mayor audacia en la selección del tema, la composición de los elementos y el ángulo de visión elegido.

La mayoría de tales composiciones se inician en los años 60. Como es lógico en un artista que busca transmitir efectos de calidad material, gran parte de las realizadas a partir de 1970 las hizo con diapositiva en color Kodak.

Es en los bodegones de cocina y en algunas naturalezas muertas donde se evidencian las connotaciones navarras, pues selecciona objetos y productos de la tierra, como embutidos, horcas de ajo, pedazos de queso, aves suspendidas, hortalizas y frutas de temporada, o botellas de vino, por no aludir a las distintas prendas de su uniforme sanferminero que cuidadosamente deposita para el inicio de la fiestas, que son signos “locales” de evidente regionalismo. No duda en recurrir a los elementos más variados como menaje de cocina, botellones de droguero, jarros de barro, floreros, vajilla fina, cestillos etc., que dispone sobre mesas, repisas, sillas o el mismo suelo. Con otros objetos (incensario y crucifijo, montajes con figuras de Belén, lechera y “Pensamiento Navarro”, catálogos fotográficos, botellas, vasos y fruta) compone naturalezas muertas afines a su credo y práctica artística. Y se sirve del saliente del balcón como un improvisado estudio donde ofrece sinnúmero de objetos (ropa o botas tendidas, tiestos con flores, cebollas suspendidas o la silla de la lectura del periódico y sobre él sus gafas y el botijo cercano). Es el mismo soleado balcón de su domicilio de la calle Pozoblanco, núm. 12, 5º piso, de Pamplona, donde en otras ocasiones ha mostrado a niños jugando, siempre con el fondo de los tejados de la ciudad, en distintas estaciones.

Hay composiciones generadas por la casualidad de la naturaleza o por la mano inconsciente del hombre a las que supo descubrir una belleza o un doble sentido y determinó llevar a la fotografía (la hojarasca sobre un banco, los reflejos del lecho de un río, la ordenación de las lajas de un tejado, los envases arrimados a la pared de la trastienda de su droguería, las cabezas desmontadas de la comparsa de Fiestas, el amontonamiento de troncos o de horcas de ajo, la distribución de terreras de sal en las salinas, la huella de los carromatos en un camino…). Este apartado nos lleva a considerar otras fotos donde el ángulo de toma ha sabido advertir escenas insólitas en encuadres difíciles que descubren a las peladoras de patatas del patio trasero de un restaurante o a los espectadores de una procesión que la contemplan encaramados a un alto tejado.

Epílogo

La obra fotográfica de Ardanaz testimonia un tiempo reciente con iconos que aún resultan familiares, pero que el devenir de los tiempos ha transfigurado.

Henri Cartier Bresson sostenía que la fotografía es, en el mismo instante de la apertura del diafragma de la cámara a la luz, reconocimiento simultáneo de la significación de un hecho y de la organización de las formas percibidas visualmente a través del objetivo. Decisivo momento que otros llaman «iluminación fotográfica», «magia de la identidad real» o «verdadera alma de lo individual», características todas ellas que pueden ser admiradas en la fotografía de Nicolás Ardanaz.

La Navarra de este fotógrafo de exteriores, como un “cazador al acecho”, en la observación de Ramón Esparza [12], no ofrece tensiones sociales de ningún tipo, ni las dificultades propias de un país que trata de rehacerse después de una contienda. Nos muestra imágenes apacibles, serenas y estilísticamente sosegadas, sustentadas en un tratamiento de la luz y de la composición comprensible.

¡Que importa que Nicolás Ardanaz no fuera un experimentador vanguardista! (aunque demostrara con creces no ser un fotógrafo vulgar). Lo verdaderamente trascendental, en términos de cultura propia, es que este fotógrafo realizó un gran reportaje que testimonia –casi diría de manera monumental- una Navarra hoy profundamente transformada. Y cuyos testimonios fotográficos se han conservado.

Notas

[1] CÁNOVAS CIÁURRIZ, Carlos. “El ámbito común: fotografías de Navarra”, en MARTÍN DUQUE, Ángel Juan (Dir.). Signos de identidad histórica para Navarra. Pamplona, Caja de Ahorros de Navarra, 1996, tomo II, pp. 445-450.

[2] Aunque Diego Quiroga y Losada, Marqués de Santa María del Villar, no fuera navarro de nacimiento, dedicó a nuestra Comunidad, al igual que a otras regiones españolas, una parte significativa de su obra fotográfica. Véase el libro de LATORRE IZQUIERDO, Jorge. Santa María del Villar, fotógrafo turista: en los orígenes de la fotografía española. Pamplona, Gobierno de Navarra, 1999.

[3] CÁNOVAS CIÁURRIZ, C. “El ámbito…”, op. cit., pp. 454-455. Había observado estas constantes en otro de sus trabajos anteriores: Apuntes para una historia de la fotografía en Navarra. Pamplona, Gobierno de Navarra, 1989. Serie Panorama núm. 13, pp. 30-42, donde esbozó una clasificación temática de su obra fotográfica, que dividió en paisajes, monumentos, tema humano y naturalezas muertas.

[4] Ardanaz nunca perdió sus maneras de pintor, prueba de ello es que dibujaba esquemas compositivos previos a la ejecución de sus fotografías, y no fue el único caso, entre los discípulos de Ciga, de pintor reconvertido en fotógrafo. También experimentaron este cambio Pedro Irurzun y Félix Aliaga.

[5] ZUBIAUR CARREÑO, Francisco Javier. “La biblioteca del fotógrafo pamplonés Nicolás Ardanaz”, Actas del Primer Congreso de Historia de la Fotografía, 4-6 de diciembre de 2005. Zarautz, Photomuseum, [2006], 333-351.

[6] Sobre este aspecto véase mi artículo “Un impulsor del belén a recordar: Nicolás Ardanaz”, Belén 06, Pamplona, Asociación de Belenistas de Pamplona, 2006, 20-23.

[7] CÁNOVAS, Carlos, “Nicolás Ardanaz, el archivo fotográfico de un solitario”, en CÁNOVAS, Carlos-ESPARZA, Ramón. Nicolás Ardanaz. Fotografías. Pamplona, Museo de Navarra, 2000, pp. 5-11.

[8] CÁNOVAS, Carlos. “Nicolás Ardanaz, el archivo fotográfico de un solitario”, en el catálogo Nicolás Ardanaz. Fotografías. Pamplona, Museo de Navarra, 2000, p. 64.

[9] Para reforzar los efectos deseados, Nicolás Ardanaz aplicaba filtros a sus cámaras para fotografiar con negativo en blanco y negro. Con el filtro amarillo oscurecía el azul del cielo y destacaba la blancura de las nubes; con el rojo acentuaba exageradamente el azul del cielo para darle tono plomizo; en tanto que con el verde aclaraba la tonalidad de la vegetación.

[10] Ardanaz tiene también una serie de imágenes tomadas en la costa guipuzcoana –Fuenterrabía y Guetaria en particular- interesantes por sus combinaciones de luz y color con relación al agua, las profundas perspectivas marinas, y los barcos de sus puertos.

[11] Véase el Calendario de 2009 editado por la Asociación de Amigos de la Catedral de Pamplona y mis comentarios al respecto.

[12] ESPARZA, Ramón. “Entonces nevaba más”, en el catálogo Nicolás Ardanaz. Fotografías. Pamplona, Museo de Navarra, 2000, p. 12.