El director de cine alemán Walter Ruttmann nació en Francfort en 1887 y falleció en Berlín el año de 1941. Fue pintor y arquitecto, amigo de los pintores Hans Richter y Viking Eggeling, interesado como ellos en la consecución de filmes abstractos dentro del movimiento vanguardista tras la terminación de la Primera Guerra Mundial.
Realizará una serie de películas de experimentación geométrica entre 1922 y 1925 (la serie Opus con cuatro títulos : I, II, III, IV y V), en la que dará movimiento a formas pictóricas curvas y agudas, coloreadas, para revelar la tercera dimensión según un ritmo musical, buscando un tipo de expresión que sería para la vista lo que para el oído las sonoridades musicales y que, según Mitry, “era una conjunción de pintura y de música, cuadrados, rectángulos, triángulos, rombos y espirales llevaban la danza como un cuerpo de ballet” [1].
En 1921 experimenta el sonido en Die Tonende Welle y, en 1930, en Wochenende, presenta una película sin imágenes realizada con montaje de sonidos.
Posteriormente se interesó por el documental, dentro de la línea de cine directo ofrecida por el ruso Denis Alkadievic Kaufman Dziga Vertov, montando imágenes equivalentes a impresiones visuales mediante un ritmo musical. Entre ellas “Berlín, sinfonía de una gran ciudad” (Berlin, Symphonie einer Gross.Stadt, 1927); “La melodía del mundo” (Melodie der Welt, 1929), reportaje de un viaje alrededor del mundo, cuya influencia fue considerable por la difusión de las teorías del documentalista ruso Vertov sobre el cine de montaje o cine-ojo (Kino-glasz), con la idea de fondo de que todos los hombres, sea cual sea el color de su piel comparten los mismos sentimientos y unos mismos gestos esenciales; Week-end (1930), filme sin imagen que a través del solo sonido pretendía recoger la atmósfera de un fin de semana; y Mannesman (1937), monumental reportaje sobre una fábrica de acero.
En cuanto al documental que hoy nos ocupa, “Berlín, sinfonía de una gran ciudad” (1927) [2], Ruttmann se centra en la vida y el ritmo de una gran ciudad, Berlín, captada con el rigor documental de lo que hoy se llama cine directo. El historiador Sadoul afirma que este filme insiste en la voluntad del documentalista ruso, hermano mayor de Vertov, Mikaïl Kaufman de mostrar en su filme “Moscú” (Moskwa, 1926) la vida de una ciudad desde el alba hasta la puesta de sol, y a él le atribuye “la teoría de la vida tomada de improviso, fundamento del cine-ojo” [3].
Ruttman salió a la calle un día poco después del amanecer y fue recogiendo, plano tras plano, el desarrollo rítmico de la vida de la capital: las calles vacías primero (las tomas más difícil de hacer “para dar la impresión de ciudad en reposo absoluto y calma de muerte”), el despertar del amanecer, los comercios que van abriéndose, la circulación que se hace progresivamente intensa, el mediodía, la vuelta al trabajo por la tarde, las diversiones del anochecer (estas captadas sin iluminación artificial)… Los protagonistas eran los mismos berlineses.
El realizador así lo explicó en 1928 [4]:
“Tras llegar al cine tuve la idea de hacer algo con materia viva, crear un film sinfónico con lo más palpitante de una gran ciudad. La posibilidad de hacerlo se presentó cuando un día topé con Karle Freund, y vi que coincidía con mis planteamientos. Durante semanas ambos tomamos vistas a las cuatro de la mañana cuando la ciudad aparecía muerta. Era extraña la manera como Berlín trataba de escapar a mis esfuerzos de impresionar con mi objetivo su vida y su ritmo. Éramos constantemente víctimas de la fiebre del cazador, las partes más difíciles de tomar fueron las de la ciudad dormida. Es más fácil trabajar con el movimiento que dar una impresión del reposo absoluto y de calma mortal. Para las escenas nocturnas, el operador jefe Reimar Kuntze consiguió una película tan sensible que pudimos prescindir de la luz artificial”.
Aunque el realizador alemán proseguía las tendencias emprendidas por Dziga Vertov en sus kinoks o noticieros de improvisar con la cámara sobre la vida misma (en realidad Ruttmann difundió sus ideas cuando las películas de Vertov permanecían prohibidas), esta sinfonía berlinesa sorprendió por su novedad y por el sentido de su montaje y el talento cinematográfico mostrados por su autor, realizador hasta entonces de películas abiertamente vanguardistas.
El mayor trabajo de su autor consistió en el montaje, con el que creó un ritmo paralelo a la agitación urbana según las horas del día. En sus palabras, era “un film sinfónico”.
Ruttmann no desdeñó las sobreimpresiones, ni siquiera la división del fotograma en imágenes rodadas por separado con el fin de dar una idea de la simultaneidad del acontecer colectivo.
Se sirvió igualmente de analogías entre planos y secuencias: piernas de viandantes apresurados / patas de vacas conducidas al matadero; perros enfrentados / transeúntes encarados etc.
En el Festival de Manheim, de 1967, dedicado al documental, fue estimada como la cuarta película más importante de este género en la Historia del Cine.
Notas
[1] MITRY, Jean. Historia del cine experimental”. Valencia, Fernando torres Editor, 1974, pp. 106-107.
[2] Ficha técnico-artística: Realizador: Walter Ruttmann. Guión: Carl Mayer, Karl Freund, Walter Ruttmann. Fotografía: Reimar Kuntze, Robert Baberske, Laszolo Schäfer. Música: Eduard Meisel Prod.: Carl Mayer, UFA. Metraje: alrededor de 2.000 m.
[3] SADOUL, Georges. Diccionario del Cine. Madrid, Istmo, 1977, p. 248.
[4] SADOUL, Georges. Dictionnaire des films. Bourges, Éditions du Seuil, 1965, p. 29.