Juan de Rada, olvidado personaje de nuestra historia

Blasón de los Rada en el Armorial del Reino de Navarra. Archivo Real y General de Navarra

Con frecuencia, el paso del tiempo relega al olvido a personajes que protagonizaron en la historia acciones decisivas que tan solo fueron descritas de forma pasajera por los cronistas de su época. Éste es el caso de Juan de Rada, una figura de noble estirpe que vio la luz en la villa navarra de Obanos, en España, el año 1487, de cuyo proceder nos da noticia el clérigo soriano Francisco López de Gómara en su Historia general de las Indias y vida de Hernán Cortés, impresa en 1552. Don Juan de Rada, que llegó a contarse entre los más legendarios conquistadores de América carece todavía hoy de un perfil bien trazado, pues lo han ignorado historiadores del Nuevo Mundo como Molinari, Madariaga, Pereyra o Mogariños. La reciente lectura del libro de Álvaro Vargas Llosa, La mestiza de Pizarro, trae de nuevo al recuerdo la figura del que fue instigador de la muerte de uno de los conquistadores españoles más afamados, en el decurso de las desatadas ambiciones por el poder en tierras del Perú durante el siglo XVI.

Hijo de Don Miguel Pérez de Rada y de Doña Catalina Díaz, Juan de Rada –o Herrada, como también aparece citado- pasó de muy joven a las Indias e intervino en la conquista de Cuba, a las órdenes de Diego Velázquez, y conoció a Hernán Cortés, que lo distinguió con su amistad, considerándole hombre apasionado, sincero, recto y utópico.

Después acompañó a Cortés en la expedición que en 1525 dirigió a Honduras para castigar al rebelde Cristóbal de Olid, sufriendo en ella enormes penalidades. Más tarde, como capitán y hombre de su confianza, intervino en la conquista de México con valor y decisión que le fueron reconocidos por el propio Emperador Carlos V en Toledo, nombrándole Marqués del Valle de Oaxaca, y por el Papa Clemente VII en Roma, que le concedió el título palatino de Conde.

Francisco Pizarro, contra el que conspiró Rada dándole muerte

Al enfrentarse los españoles a los incas peruanos y tomar Pizarro prisionero a Atahualpa, actuó como su defensor en el juicio que le incoaron al ser condenado a muerte e intentó inútilmente conseguir del Emperador su indulto, para lo que regresó a España. Ya de vuelta a Lima, en 1534 acompañó como lugarteniente a Diego de Almagro en su expedición a Chile, que realizó impulsado por Francisco Pizarro, que veía en Almagro, ya nombrado por el Emperador como Adelantado de Nueva Toledo, a un aspirante a gobernar aquellas ricas tierras. Llegados al valle del Aconcagua, en pleno invierno de 1536, debieron desistir de su empeño colonizador ante el temor de que Francisco Pizarro aprovechase su ausencia para desplazarle de la gobernación del Perú, y tras un sinfín de sacrificios que le valieron grandes elogios por parte de Almagro, tornaron a Cuzco para obtenerlo de Hernando Pizarro por las armas, a quien tomaron prisionero. Juan de Rada tuvo que vencer dificultades inmensas en el transcurso de aquellas operaciones, entre las cuales la mayor no fue tanto la lucha contra los sublevados, como la supervivencia en medio de terrenos pantanosos, con inmenso frío y tempestades, de las que llegó a protegerse con los cadáveres de sus opositores y de las bestias, durmiendo con el cuchillo entre los dientes.

Sin embargo, Rada no pudo evitar la ejecución de su jefe, Almagro, en Cuzco, tras su apresamiento por Francisco Pizarro en la batalla definitiva de las Salinas. Poco antes de morir Diego de Almagro, en 1538, reconoció la fidelidad de su lugarteniente al confiarle el futuro de su único hijo, Almagro el Mozo. Éste proseguiría tenazmente la lucha de su padre contra los pizarristas, hallando el apoyo decidido de Juan de Rada para encabezar la conspiración que acabaría con la muerte de Francisco Pizarro en Lima, el 26 de junio de 1541.

Lo que sucedió aquel día es descrito por Vargas Llosa como un golpe de mano perfecto. Diego de Almagro, el Mozo, tenía muchos motivos para odiar a los hermanos Pizarro, en particular a Francisco, considerado por el Emperador como la autoridad legítima del Perú, pero que, no obstante, había preterido a su padre en la conquista del imperio inca, le había enviado a una expedición de inútil desgaste a Chile, habíale derrotado por las armas y ajusticiado sin los honores que merecía. Para colmo, Carlos V enviaba desde España a un ejército, a cuyo frente estaba Cristóbal Vaca de Castro, para obligarle a deponer las armas a favor de Pizarro. El Mozo deseaba vengarse definitivamente, pero necesitaba para ello de un cerebro ejecutor con experiencia militar y fuste suficiente. Éste fue Juan de Rada, quien al mando de una docena de hombres, y ante una señal dada por dos espías enviados con antelación, penetraron en la residencia de Pizarro, mientras sus alrededores fueron tomados por las fuerzas almagristas, y asesinaron al gobernador, arrastrando su cuerpo hasta la picota pública como advertencia a los posibles resistentes. Diego de Almagro, el Mozo, se proclamó a continuación gobernador del Perú y, en compensación por el servicio prestado, nombró a Rada su capitán general, y era tal el agradecimiento que el Mozo le tenía, que mandó dar garrote a Francisco de Chaves y castigo a muchos otros, porque protestaron que Juan de Rada lo mandaba todo.

Su óbito se produciría en diciembre del mismo año, en Jauja, de resultas de antiguas heridas que se le enconaron en el esfuerzo de organizar un ejército con que defenderse del enviado imperial Vaca de Castro, cuya orden era la de sofocar el levantamiento de los almagristas.

De esta forma terminó la vida de este “mañoso y esforzado” soldado, en palabras de López de Gómara, al que tocó en suerte un mundo de maldad y avaricia que indujo a los hombres a vivir entre banderías que les llevaron a olvidar otras altas intenciones.