La Catedral de Nicolás Ardanaz

Portadacalendario_webLa Asociación de Amigos de la Catedral de Pamplona, con autorización del Cabildo catedralicio, al frente del cual se hallaba el Vicario General y Deán, don Luis M. Oroz Arraiza, y el apoyo técnico del Museo de Navarra y económico de la Caja de Ahorros de Navarra, editó el calendario de los actos litúrgico-festivos del año 2009 de la Catedral, y siguiendo la costumbre iniciada años antes de buscar un motivo con ella relacionado, eligió como acompañamiento textual y gráfico las imágenes del fotógrafo pamplonés Nicolás Ardanaz, relacionadas con el transcurso del tiempo de la seo iruñense, imágenes escogidas del rico fondo fotográfico del Museo de Navarra y comentadas por el titular de esta web.

Nicolás Ardanaz Piqué, nacido en 1910 y desaparecido en 1982, fue un fotógrafo no profesional interesado en primer lugar por la pintura, que se formó bajo la dirección de Javier Ciga Echandi, lo que dejaría una huella en su futura obra fotográfica. En el estudio de este pintor aprendió a seleccionar el espacio a representar, a componer sus elementos dentro de él y a establecer la gradación de los planos en función de la luz existente, aunque después decidiese postergar los pinceles para –como si dijéramos- “pintar” con la cámara fotográfica tan pronto como sintió crecer su afición por el nuevo medio de representación, a partir de cuando su padre le regaló la primera máquina fotográfica de su vida.

Su actividad como fotógrafo abarca las décadas 1930-1970, centrándose en Navarra, en sus paisajes, pueblos, montes, ríos y arboledas, en sus costumbres y modos de vida, además de en sus fiestas (muy particularmente las de San Fermín), sin olvidarse de recoger el tipo popular ni el tema infantil. Se interesó también por la composición de objetos y por el cartel, siendo autor de los que anunciaron las fiestas patronales de Pamplona de 1965 y 1966. Incluso ejerció de reportero en los inicios de la guerra civil de 1936 a 1939. Fundador de la Agrupación Fotográfica y Cinematográfica de Navarra en junio de 1955, fue animador de los primeros salones de fotografía de montaña de la Agrupación Deportiva Navarra, colaborador de diversos medios (Sombras, Pregón, Vida Vasca, Cultura navarra y prensa periódica pamplonesa de su época), así como vencedor de algunos premios fotográficos como el Primer Salón Latino y la VII Exposición Fotográfica del País Vasco.

Ardanaz fue uno de tantos artistas con conciencia de cambio ante una sociedad en evolución hacia nuevos modos de vida, en coincidencia con otros artistas de su tierra, como los pintores Basiano, Ascunce, Lasterra y Lozano de Sotés. Navarra aparece en las imágenes del fotógrafo como una región apegada a costumbres tradicionales de las que es preciso dejar constancia, con una belleza natural progresivamente modificada en la expansión urbana posterior, campos soleados o invernales trazados con cielos majestuosos y perspectivas profundas, hollados por caminos y empalizadas, árboles y ríos reflectantes, que se van compaginando con un incipiente cinturón industrial en torno a la capital, en lo que Carlos Cánovas, en 2000, definió como una “estética provinciana fotografiada con convicción” [1].

Del conjunto de motivos escogidos, uno privilegiado para Ardanaz fue la Catedral de Pamplona. Un cristiano como él, pero sobre todo un esteta, supo descubrir el simbolismo de su mole en el conjunto urbano de la ciudad o el perfil de los campanarios de su airosa figura vista en lontananza. Su pamplonesismo se identifica también con las piedras de este mudo testigo del paso del tiempo, tratando de descubrir su alma, referente de tantas y tantas generaciones de paisanos.

Rescata esa variada belleza del templo, tanto del recoleto Arcedianato, que los maduros recordarán como un oasis de paz dentro del conjunto catedralicio, como su lonja o plazoleta como espacio singular de tantos acontecimientos. Entrevé su figura recortada en el aire como modelo integrado en el paisaje peculiar de nuestra ciudad, en lo que coincide con otros pintores de nuestra tierra [2], además de los mencionados, Gustavo de Maeztu, Emilio Sánchez Cayuela Gutxi, Antonio Cabasés, César Muñoz Sola, Miguel Echauri, Isabel Peralta, Javier Lahuerta, Pedro Martín Balda, y otros más jóvenes, y hasta hay quien escogió su cercanía, como Javier Ciga y José Antonio Eslava, o el amor de sus muros –es el caso de Jesús Basiano- para abrir su estudio de pintor.

Las fotografías de Ardanaz no sólo nos atraen por “ser testigo mudo del paso de un tiempo” que ya no volverá, aptas para nostálgicos, sino porque nos “hablan” con un lenguaje mucho más conmovedor: el lenguaje de un fotógrafo y pintor al unísono. Un lenguaje que nos descubre una mirada sensible, la mirada educada por el que fue su maestro, Javier Ciga Echandi. Porque Nicolás quiso ser pintor, pero le sobrevino el negocio familiar, y quizás por ello, quizás también por la inmediatez que ofrece la imagen fotográfica –y Ardanaz también era un documentalista- el caso es que decidió trocar los pinceles por la cámara fotográfica.

Pese a ello, en su obra fotográfica perviven las cualidades del buen pintor, y se puede decir que hizo suyos los géneros y temas predilectos de su maestro: paisaje, bodegón, costumbrismo rural y urbano, los tipos populares y, en concreto, el retrato.

Tales componentes estilísticos son fáciles de comprender viendo la fotografía en que Nicolás toma apuntes del natural, seguramente para estructurar una serie de fotografías posterior. El fotógrafo desvía su mirada del papel para fijar sus ojos en el motivo, de forma certera, analítica. Es una auto-fotografía de cámara sobre trípode emplazada de antemano, con disparo planificado, y compuesta de tal manera que la presencia del niño, y su otra mirada, esta sobre el papel y no hacia la lejanía, le dan una grandeza especial.

Enero

Enero_web[La Capilla Barbazana [3]

Original manera de presentarnos Nicolás Ardanaz la Capilla Barbazana, buscando expresar con el punto de vista y el encuadre lo más posible desde una perspectiva desusada, la de un viandante que subiera al escarpado y mirara hacia lo alto para admirar un lienzo de muralla del conjunto defensivo del Baluarte del Redín y, sobre él, el cuerpo del edificio, y, más lejos, el Palacio Arzobispal en un día de nieve.

La línea de muralla, declinante por el ángulo de visión, se compensa perceptualmente con la verticalidad del árbol situado en el margen izquierdo de la fotografía, de forma que el espacio intermedio –el de la pendiente- pueda ser descrito en todo su pormenor: matas, nieve y claroscuro.

Una vez más, la fotografía de Ardanaz muestra y sugiere. Muestra lo que evidentemente vemos en ella, pero sugiere lo que hay al otro lado de la línea fortificada, el Paseo de Ronda o, más propiamente, la Ronda del Obispo Barbazán, a cuyas expensas se edificó la Capilla de su nombre, que vemos erecta, y que él escogió para su sepultura.

La belleza de la fotografía no quedaría mal parada si la comparásemos con la hermosa vista que desde lo alto de la muralla cualquier paseante puede observar de los aledaños de la ciudad, con el río Arga a sus pies.

Las viejas piedras de los no menos vetustos muros están en contraste con la límpida blancura de la nieve, materia estética por excelencia, que reta a cualquier creador, sea fotógrafo o pintor, con su efímera existencia, a trasladar al soporte todas sus calidades visuales. En esta imagen se ponen en tensión fotógrafo y pintor, que ambas cosas a la vez fue Nicolás Ardanaz.

Febrero

Febrero_web[Contraluz sobre la Barbazana]

Una vista con dos protagonistas: el arbolado y la Capilla Barbazana situada en plano posterior, en contraluz. Ambos espacios delimitados por la línea de la carretera, cuya pendiente sube cansino el mulo uncido al carro del reparto.

La luz de la mañana –viene del este- dibuja los contornos, las formas quedan expresas. El aire, libre de gases, alejados por el cierzo invernal. Tiempo sereno, frío, de la capital.

Avanza sobre la planta catedralicia la Capilla Barbazana, en cuyos costados quedan otras dependencias traseras del conjunto monumental.

En la obra fotográfica de Ardanaz los árboles tienen una especial presencia. El árbol individualizado más que agrupado, empleado muchas veces como elemento compositivo para ordenar el encuadre, sirviéndose de él en otras ocasiones para alargar la perspectiva, como aquellos que muestra en difícil equilibrio sobre el cauce del río.

No es éste el caso de la presente fotografía, pues en ella los árboles forman una pantalla de irregular disposición que permite ver el fondo y relacionar a este sector de la Catedral como la parte de un todo que será la ciudad de Pamplona. Este lenguaje, basado en la sinécdoque literaria, es uno de los recursos felices empleados por el fotógrafo para sugerir más allá de lo visto. Es lo que distingue a los fotógrafos mediocres de los verdaderos creadores.

Sol y carro dan al conjunto de la imagen aspecto de intemporalidad. Así, la ciudad de Pamplona mostrada es la ciudad apenas inmutable, sometida a costumbres y ritmos del pasado.

Marzo

Marzo_web[Charcos de invierno]

Magnífica perspectiva la escogida por Nicolás Ardanaz para mostrarnos, en toda su grandeza y paradójica humildad, la vista de la Catedral de Pamplona desde un punto que se sitúa en el barrio bajo de la Magdalena, al otro lado del Arga, cuyo recorrido queda sugerido tras la línea de árboles del fondo, equidistante del lienzo de muralla que recorre el espacio con su línea ascendente rota por tres perfiles característicos: San Cernin, la secuoya de la antigua Escuela de Magisterio y la mole catedralicia, de la que se yerguen, poderosas y puntiagudas, sus dos torres.

Se contraponen, pues, dos ámbitos. El constituido por los planos anteriores, que nos sitúan en una ciudad de alrededores campestres, apenas modificados por la mano del hombre, y los posteriores, la ciudad histórica recortada sobre un límpido cielo.

Sin que desmerezca el conjunto, se ve que el fotógrafo ha sido seducido por el agua embalsada en primer término. Un agua fruto de las lluvias invernales –todavía no apuntan las yemas de los árboles-, quizás también por el deshielo de un tardía nevada. Agua que se supone fría, sobre tierra saturada de la humedad de un invierno largo, desapacible, como eran aún en la época en que fue tomada la imagen.

El caballón de tierra dejado a la intemperie por el agua encharcada, avanza como una lengua en posición ligeramente convergente con la línea de la muralla, dotando a la imagen de inusual perspectiva, de magnitud propia. Hay incluso un ejercicio de calidades materiales producto ya no solo de la oposición de sustancias sólidas y líquidas con lo etéreo, sino revelada por el claroscuro, que reaviva las diferentes formas y sus relieves. En tal sentido, el dominio de la luz es absoluto. Especialmente sobre el agua espejeante, reflectante, ancha y pacífica.

Abril

Abril_web[Hermanos del Cristo Alzado]

La instantánea de Nicolás Ardanaz nos traslada de un golpe a la Semana Santa de antaño. Terminados los carnavales llega el tiempo de los rezos, de la espiritualidad. Pamplona, y con ella su Catedral de Santa María, reavivan sus costumbres más íntimas. Entre ellas los oficios de Semana Santa y uno particular, la procesión del Santo Entierro, organizada y protagonizada por la Hermandad de la Pasión del Señor la noche del Viernes Santo.

Fotografía de los años 50. Los hermanos portadores del Cristo Alzado esperan la orden de salida ante una de las puertas laterales de la Catedral. Como sabemos, este paso se incorpora a la procesión, que procedente del local social de la Hermandad en la calle Dormitalería, sube por la calle Curia e incrementa sus unidades con éste y el de la Virgen Dolorosa, para proseguir su camino por Navarrería. Es el momento sorprendido por el fotógrafo.

Los hermanos visten el austero hábito de “mozorros”. Todavía no ha llegado el tiempo de usar el diseño de ese otro hábito granate, con verduguillo del mismo tono y orificio para respirar por la boca, que se impuso más tarde.

Los “mozorros”, algo despreocupados por la espera, se han levantado la caperuza. Son personas normales y corrientes que, sin embargo, han decidido vivir la Semana Santa con espíritu penitencial. Apoyados en los varales, ajenos casi todos al objetivo de la cámara, incluso moviéndose de un lado a otro, esperan.

El Santo Cristo se yergue magnífico. Impresiona su musculatura resaltada por el claroscuro. Se imagina uno el movimiento acompasado de la cruz portada a hombros de estos enjutos personajes, al ritmo del vaivén de las enhiestas lanzas erguidas a los costados, y al ruido del crujido peculiar de las distintas piezas del paso durante su traslado.

Mayo

Mayo_web[Primera Comunión]

Normalmente, las fotografías de Nicolás Ardanaz son informativas en cuanto a la importancia que reconoce a la inmediatez: el disparador para él es el medio de congelar un momento determinado para la historia de nuestra vida y costumbres, también del aspecto de un pueblo, de la belleza determinada de un momento.

Pero en ciertas ocasiones, el fotógrafo deja a un lado esa estética peculiar –pueda ser que “rebuscada” incluso- para mostrar la realidad tal cual es. Esto sucede en esta fotografía familiar de treinta y tres miembros escalonados según la clásica jerarquización de niños –los protagonistas del evento- padres, abuelos, tíos etc., asistentes a la doble Primera Comunión, y, quizás también, a una Confirmación de la más pequeña. Es la habitual imagen en que todos tratan de asomarse para quedar incorporados a la instantánea que retendrá para la posteridad este acontecimiento feliz.

El documento fotográfico, tomado en el jardín del claustro catedralicio, con ese rico fondo de palmera y arquerías, va más allá del mostrar los atuendos de aquella época de austeras costumbres –la década de 1950. Es más que una información visual, puede afirmarse que estamos ante un documento histórico, aunque diríase de una historia menor, pero no menos verdadera. Esta foto ofrece un registro de la sociedad de su momento. Es elocuente porque “habla” mejor que con palabras y escritos del espíritu de una época.

Hoy, que vemos el mundo “en color”, fotografías en blanco y negro como la presente revalorizan el reportaje clásico, modalidad que en los 60 y 70 del pasado siglo retomaron con verdadero interés famosos documentalistas. Muchos fotógrafos se propusieron entonces dar importancia al tema procurando ser neutrales ante el mismo.

Esta conducta ha sido la predominante en Nicolás Ardanaz. Por eso, su fotografía aparece hoy como un verdadero tesoro que nos retrotrae con fidelidad a una época pasada, revivida en la memoria de los mayores. Gracias a documentos fotográficos como éste de la celebración de una Primera Comunión en el jardín del Claustro de la Catedral, los más jóvenes pueden conocer la verdadera naturaleza, y esencia, de nuestro pueblo.

Junio

Junio_web[La imagen de San Gregorio Ostiense entrando en la Catedral]

Una curiosa fotografía, seguramente del 8 de junio de 1944, año en que se conmemoró el noveno centenario de la muerte de San Gregorio Ostiense, cuya cabeza se venera en su santuario de Sorlada. Don Cipriano Lezaun, originario de esta villa y beneficiado de la Santa Iglesia Catedral, trabajó con entusiasmo por restaurar el culto a este santo, abogado contra las plagas y protector de los campos.

Juan José Barragán, estudioso de la devoción a San Gregorio, nos descubre en un interesante artículo, el origen de esta tradición cultual en nuestra ciudad, que se remonta a 1580. Pamplona, nos lo recuerda también Marcelo Núñez de Cepeda, mantenía un voto con este Santo, a la par que con San Jorge, para librar nuestros términos de la langosta, habiéndose recurrido también en alguna ocasión a la Virgen del Rosario para este menester [4].

Desde 1625 el culto religioso al Santo benefactor se centró en nuestra Catedral, que vino a sustituir a la Iglesia Parroquial de San Cernin. En tal día del mes de junio pasaba la Ciudad a la Catedral con maceros, tenientes de justicia, clarines, timbales y ministros, y desde ella se formaba con toda solemnidad la procesión con la cabeza-relicario de San Gregorio, tocada con la mitra que como obispo de Ostia le correspondía llevar, precedidas las andas del paso por las cruces alzadas de las Parroquias de San Juan Bautista, San Cernin, San Nicolás y San Lorenzo, situadas tras la propia de la Catedral. El recorrido era el mismo de la procesión del Corpus Christi y el engalanamiento de balcones con colgaduras y la asistencia del pueblo fiel, similares.

De regreso al templo catedralicio, se tenía la misa sin sermón, generalmente, y acto seguido en la pila bautismal correspondiente a la de la Parroquia de San Juan Bautista, en cuya demarcación se hallaba la Catedral y por tal primacía se ha situado en el primer tramo de la nave izquierda del templo, se distribuía el agua que se había traído de Sorlada, a expensas de la ciudad, y con ella se bendecían los campos que quedaban así preservados del mal.

La fotografía de Nicolás Ardanaz recoge el momento solemne de la entrada del cortejo en la Catedral, en un vistoso contraluz que destaca la imagen del Santo realizada en 1728 por Joseph Bentura, maestro platero de la ciudad de Estella.

Julio

Julio_webCómo ve el gallico de San Cernin el encierro de San Fermín

El punto de vista escogido por el fotógrafo, desde lo alto de la torre de la iglesia parroquial de San Cernin o Saturnino, nos ofrece en un picado máximo el fugaz transcurrir del encierro a su paso por la Plaza Consistorial y encaminándose, toros y mozos, hacia la calle de Mercaderes.

La perspectiva profunda nos hace ver esta calle y su prolongación de Blanca de Navarra, como una fractura que descubre el interior de la ciudad. Una ciudad de casco apretado, con el sabor de viejos muros –en alguno de ellos la incipiente publicidad de los años 40 del pasado siglo- balcones protegidos por las palmas del Domingo de Ramos, y algunas modestas tiendas familiares, cerradas a esa hora en que la ciudad empieza a cobrar una sorprendente vida por las fiestas patronales. Y sobre el conjunto de viejos tejados, solapados en la distancia, se yergue poderosa la Catedral de Santa María, con su pétrea armadura neoclásica y esas dos magníficas torres que hace pocos días, quizás horas, rompieron la quietud provinciana con el resonar de sus campanas, anunciando la festividad del Santo Patrón San Fermín.

Los valles próximos del fondo, agrícolas sin duda, sin urbanizaciones ni fábricas contaminantes, rodean a la vieja Iruña sin solución de continuidad. El perfil de los montes termina por constituir este cuadro natural de una ciudad provinciana, que vive sus propias fiestas, para sí misma, sin haber conocido todavía la dimensión internacional que cobrarán con el tiempo. Unas fiestas para “los de casa”, ajenas al consumismo, al vertiginoso ir y venir, sin masa humana, fiel a su tradición secular. No existe un uniforme sanferminero, pero, sin duda, se viven con la emoción y alegría de siempre.

En el jocoso, y ocurrente, título de Nicolás Ardanaz, el “gallico de San Cernin” se transforma en espectador curioso y sorprendido de esta carrera espectacular, con que Pamplona, ayer como hoy, sigue atrayendo a público, y fotógrafos.

Agosto

Agosto_web[Espectadores]

La foto se ha tomado hacia 1959 y recoge el momento en que la chavalería se ha encaramado al tejadillo guardalluvias del basamento exterior de la nave de la Catedral que da a la Plazuela de San José. Esto se explica porque en aquella época, incluso más tarde, por el verano, se ofrecían en el lugar funciones de marionetas o “curriños” y, haciendo uso de este recurso, los niños espectadores gozaban de un punto de vista inmejorable.

No sabemos cómo han podido subirse a sitio tan difícil, situado a casi dos metros de altura, o si están incómodos –que seguramente lo están pues se hallan sentados en plano inclinado- pero esto es algo que no parece importarles demasiado, a juzgar por la atención que ponen en el espectáculo, cuya presencia se ha elidido en la imagen.

En tierra, en plano escalonado, algunos padres con sus hijos pequeños, incluida una abuela de las de entonces, de riguroso negro, se hallan del mismo modo interesados en lo que ofrece el teatrillo veraniego, seguramente el de las Marionetas de Maese Villarejo, que en nuestra infancia nos divertía con las aventuras de Gorgorito en el fondo del mar, en la India, en el país de los ratones, en lucha contra los caníbales o en un sinfín de situaciones que exigían al público infantil su participación para avisar del peligro a este personaje al que admirábamos por su valentía y resolución, en una época sin televisión donde las diversiones eran sobre todo callejeras.

Ardanaz utiliza con maestría el encuadre fotográfico sin mostrar el objeto de la mirada sino a los espectadores absortos por la percepción del espectáculo, sugiriendo un espacio fuera de campo evocador.

Septiembre

Septbre_web[Espera]

La fotografía está tomada en el pórtico de la Catedral, quizás por el mes de septiembre de uno de los años de fines de los 50 del pasado siglo, coincidiendo con las fiestas pequeñas de San Fermín Txikito, que conmemoran la Degollación de San Fermín.

Es una imagen de honda y rica perspectiva, pues el fotógrafo ha sabido advertir la belleza de una composición de esas que casualmente se ofrecen a los ojos del ejecutor: cuatro cabezudos esperan al resto del cortejo, de nuevo elidido, junto a otros personajes, civiles y eclesiásticos, dos de ellos canónigos de la Catedral, dentro de un marco arquitectónico grandioso y solemne.

El atractivo de esta fotografía se debe al sentido que cobra por el contraste y la paradoja. Resulta surrealista que personajes de anormal anatomía –cabezudos animados- compartan una espera junto a otros de aspecto natural, todos situados en campo visual en un plano de igualdad. Diríase que la fiesta iguala a todos o que el componente surreal se acepta como normal, en tal ocasión.

Parece que el único que se sorprende ante semejante escena es el cabezudo de la izquierda –precisamente el “Alcalde”, como es conocido este personaje histriónico- que mira al resto –la “Abuela”, el “Japonés” y el “Concejal”- con cara extrañada, contraponiendo su mirada a todas las demás, puesto que el resto observa algo que llama su atención fuera del campo visual. Este entrecruzamiento de miradas hace que la foto en sí gane en riqueza y sugiera más de lo que esta equilibrada composición de figuras ofrece.

Octubre

Octubre_web[Otoño en el Arcedianato]

Un día de otoño, hacia 1959, en el Patio del Arcedianato de la Catedral. La toma se ha realizado, más o menos, desde la boca del túnel de acceso al Claustro, mostrando la calle central de salida a Dormitalería, en cuyo umbral de la puerta charlan dos mujeres. Esta calle, que toma su nombre del canónigo “dormitalero”, encargado de hacer que se cerrasen, para el descanso nocturno, todas las puertas de acceso a las viviendas canonicales, se ve al fondo en contraluz.

La fotografía muestra en toda su amplitud el jardín interior, a cuyos lados y frente quedaban las viviendas de los canónigos. El pasillo central, orlado por setos y plataneros alineados a ambos lados queda cubierto por una especie de bóveda arbórea que da al espacio una intimidad particular. Las hojas han amarilleado, algunas ya hay desparramadas por el suelo, anunciando la estación del otoño. El punto de vista del viandante muestra en todo su esplendor las filtraciones de luz de la hora temprana matutina.

Un rincón que será desconocido para muchos pamploneses, pues hacia 1975 desapareció para dejar paso a las actuales viviendas canonjiles, un bloque en ele fabricado con ladrillo y acceso protegido por verja de hierro. Ahora es posible acceder a este patio, pero ya remodelado, para ingresar en el Museo Diocesano y, a través de él, en el Claustro, dejando a ambos lados Cillería y Refectorio, pero la poesía de este lugar ameno se ha perdido.

La entrada a la Catedral de Santa María por esta puerta abierta en el fondo era menos solemne que si se hacía atravesando la lonja y escalinatas centrales, ingresando por las grandes puertas de piedra ideadas por Ventura Rodríguez. Pero ésta del Arcedianato era como para los de casa, más desapercibida y callada. Al atravesar el túnel abovedado, generalmente oscuro, del Arcedianato para pasar a la Catedral, uno se topaba de repente con el impresionante Claustro gótico, uno de los más importantes de Europa en su estilo. Sus perspectivas vacías, armoniosas, su jardín interior animado por el piar de los pájaros, las tumbas seculares bajo el pavimento, imponían un recogimiento inmediato.

Noviembre

Novbre_web[Coloquio a las puertas]

Un día cualquiera de Noviembre, de esos que por Todos los Santos sorprenden por el sol. Un sol ya cansino, que se prepara para ceder su protagonismo al viento, las nubes y las precipitaciones.

Sin duda, se trata de un domingo. Como día festivo que es, los chavales fotografiados visten lo que llamábamos en los años 50, incluidos los comienzos de los 60, “el traje de los domingos”: pantalón corto, bastante más corto que el usado décadas anteriores, y chaqueta con camisa y jersey de cuello alto, que algunos suprimían para llevar corbata de las que se sujetaban con una goma adaptable. La gracia de los amigos consistía en tirar de ella para que la corbata diera en el cuello rebotando. Uno de ellos lleva “comando”, abrigo corto que se cerraba con unas presillas en el pecho. Lo recordamos.

Estos chicos, con el perro a sus pies, charlan amigablemente. Uno de ellos con un revólver de juguete, de los que hacían sonar pistones de fósforo, y que, ajenos a la violencia de nuestros días y atraídos por las películas del Oeste americano vistas en los cines parroquiales, tanta ilusión nos hacían impulsándonos a revivir aventuras que pronto se imaginaban.

El escenario escogido es la plazoleta o lonja de la Catedral, que viene a ser como el salón de entrada al templo, que ha visto, y ve, el paso no solo de fieles y de procesiones, sino de gigantes y cabezudos, de autoridades eclesiásticas y civiles, y de gentes comunes de la ciudad de Pamplona. Entre ellas, los niños, tan queridos por el fotógrafo como para auto-retratarse con uno de ellos observando su trabajo. Los chicos hablan entre sí o juegan a la pelota. El sitio no ofrece peligros. Es llano, bien pavimentado y cerrado por una verja. Esa verja a la que tantas veces nos hemos aupado para ejercitar nuestro equilibrio y destreza.

El efecto de contraluz aviva el particular escenario.

Diciembre

Dicbre_web[Pamplona nevada]

Pamplona a vista de pájaro, año 1959. Un día de invierno. Las casas apiñadas en disposición concéntrica sobre la Plaza del Castillo, aquí elidida, obligadas por el cinturón amurallado de este –en otros tiempos- enclave militar. La Catedral de Santa María se yergue como vigía y la cubre con su blanco manto protector.

Tiene algo de sabor a belén esta fotografía. No es extraño, pues el mismo Nicolás Ardanaz se encargaba de poner en marcha, desde el día de San Francisco Javier, en su droguería de la calle Mayor, a un pequeño ejército de operarios que le iban fabricando las casitas, los palacios de Herodes, los pozos y portales que vendería antes de Navidades para que todas las casas, a ser posible, tuvieran su Nacimiento. Hombre creyente a carta cabal, Nicolás quiso así combatir lo que para él era una costumbre exótica -el árbol originario de Alsacia- que nada tenía que ver con la antigua tradición del pesebre y los Reyes Magos.

Puede que la afición al montañismo de Nicolás, por consiguiente a la naturaleza, hubiera estimulado en él el amor por el belén. En su colección fotográfica hay algunas imágenes con composiciones del Misterio en el propio campo, antepuestas a oquedades del terreno, pues llevaba las figuras consigo y recreaba la escena del Nacimiento al aire libre. Localizaba las estampas en el roquedo de la Sierra de Echauri o entre las columnas de cualquier pórtico de iglesia de pueblo. Y su cámara dejaba constancia de ello como si se tratase de escenas y paisajes de verdad, pues para su eterna alma de niño sí lo eran.

La imagen entrañable de nuestra ciudad, que presentamos, nos llena de espíritu navideño, nos hace desear –por contraposición a lo mostrado- el calor del hogar, y renace en nosotros la alegría que trae la venida del Niño Jesús.

Imagen de la portada: Nicolás Ardanaz toma apuntes ante la mirada atenta de un niño (Fondo Fotográfico Ardanaz. Museo de Navarra)

Todas las fotografías que acompañan al texto forman parte de dicho Fondo)

Notas

[1] CÁNOVAS, Carlos, “Nicolás Ardanaz, el archivo fotográfico de un solitario”, en CÁNOVAS, Carlos-ESPARZA, Ramón. Nicolás Ardanaz. Fotografías. Pamplona, Museo de Navarra, 2000, pp. 5-11.

[2] AZANZA LÓPEZ, José Javier-URRICELQUI PACHO, Ignacio Jesús. “La imagen de la catedral de Pamplona en las artes plásticas de los siglos XIX y XX”, Cuadernos de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro, núm. 1, Pamplona, Universidad de Navarra, 2006, pp. 497-525.

[3] Los títulos entre corchetes han sido puestos por el autor de los textos y son meramente identificativos. Los que no los llevan fueron puestos por el autor de las fotografías.

[4] BARRAGÁN LANDA, J.J. “Las plagas del campo español y la devoción a San Gregorio hóstiense”, Cuadernos de Etnología y Etnografía de Navarra, núm. 29, Pamplona, Institución Príncipe de Viana, 1978, pp. 273-297; NÚÑEZ DE CEPEDA, M. Los votos seculares de la ciudad de Pamplona. Pamplona, Aramburu, 1942.