Necesidad de una educación estética ante la cultura audiovisual

Vivimos en una cultura audiovisual en donde la fotografía, el cine, la radio, la televisión, el ordenador, los multimedia interactivos, el DVD, las redes de información, la realidad virtual y la recepción vía satélite, entre otros medios de comunicación, están inmersos en nuestra vida cotidiana, abriéndonos a un mundo donde se conjugan con inusitada intensidad intelecto, emociones y sentimientos, hasta el punto de transformar radicalmente la forma de concebir y entender el mundo que ha caracterizado al ser humano durante siglos.

 

Introducción

Los niños y jóvenes de este tercer milenio antes de leer textos escritos, se inician viendo imágenes en movimiento, principalmente en la televisión, frente a la que están expuestos de tres a cuatro horas diarias de promedio. Según el foro sobre el “Entorno Familiar, Menores, Educación y Televisión”, celebrado en nuestra ciudad el año pasado, un niño de hoy de cinco años de edad recibe más impactos informativos que un adulto de hace cien años durante toda su vida. El periodista Joaquín Arozamena, ante el influjo de la televisión y la necesidad de controlar sus mensajes, se preguntaba: “¿Imaginan ustedes que existiese en el mundo algo que ocupase el 40% del tiempo de la vida de las personas, que modificase sus comportamientos, introdujese ideologías, fuera un instrumento de poder y moviese ingentes cantidades de dinero y no nos preparáramos para conducirlo?”. Pues ese algo es la televisión, un medio que, a juicio del profesor Lozano Bartolozzi, “es quien brinda los arquetipos de esta época” [1].

Los niños y adolescentes de hoy juegan con imágenes al usar el videojuego; a través del ordenador utilizan interactivamente texto, música, voz, imágenes fijas o en movimiento, y se enfrentan a una «realidad» virtual producto de la simulación de un espacio tridimensional que permite, gracias al ordenador, el rompimiento de fronteras entre la realidad natural, en la que se encuentran y la «otra realidad». En esta realidad virtual, juegan, luchan, vencen, pierden, corren, golpean, vuelan; en fin, todo lo que se imaginen y les permita el videojuego o el CD-ROM. El ser humano de hoy habla con la imagen y de la imagen, la visión es la principal fuente de información que le permite navegar en ese mundo vertiginoso de información audiovisual.

Es así como lo intuitivo y lo emocional tienden a anteponerse sobre lo intelectual y racional, ya que el lenguaje que transmiten los medios audiovisuales es dinámico, con un ritmo rápido y un tiempo corto que no da lugar a la reflexión, de modo que nos dejamos llevar por lo fascinante de sus imágenes y sonidos, es decir, hoy prolifera la cultura icónica (imagen) frente a la cultura del libro (texto escrito) y el lenguaje verbal. Hemos de reconocer que la nueva sociedad se apoya hoy más en la imagen que en la palabra, que ha cambiado la jerarquía de la percepción y que prevalece lo que se ve sobre lo que se lee. En palabras de Norberto Alcover, el cine, como padre de los medios audiovisuales posteriores, señala la transición de la época logosférica (basada en conceptos) a la iconosférica (fundada en imágenes), que se impuso en el siglo XX, o lo que es igual, se ha pasado de una época reflexiva a otra imaginativa, fundada en imágenes y sentimientos [2].

La diferencia entre la cultura visual y hablada o escrita es clara. Mientras decodificar imágenes es un proceso casi automático debido a la rapidez con que se transmiten y al hábito ya existente de percibirlas al ritmo de su emisión, el orador correcto debe estructurar las frases de acuerdo a sus conocimientos gramaticales y sintácticos y, como el lector de un texto literario, se enfrenta a un mundo abstracto de conceptos, cuyo ritmo de comprensión e interpretación es sobre todo reflexivo. Pero, teniendo presente que nuestra sociedad está envuelta en la cultura audiovisual, nos encontramos que hoy predomina lo intuitivo y lo emocional sobre lo intelectual y racional característico del texto escrito y del lenguaje verbal.

Frente a esta realidad dominante, estamos de acuerdo con Rudolf Arnheim [3] cuando sostiene que la deficiencia de una cultura audiovisual en las instituciones educativas se debe a la poca importancia que todavía se le otorga al pensamiento visual, y destaca la importancia del sentido de la visión en el pensamiento y en la comunicación. Asegura que, institucionalmente, el descuido del estudio de las artes se debe a que éstas se basan en la percepción, y ésta es desdeñada por no presuponer la participación del pensamiento. Si aceptamos que el arte es un medio poderoso para reforzar la percepción, sin la cual el pensamiento productivo es imposible en cualquier campo de estudio académico, debemos reconocer también la importancia que tiene el ejercitar el pensamiento visual en general. La aparición y expansión de las nuevas tecnologías proponen una nueva forma de mirar y, con ello, inéditas formas de representar, simular, narrar e, incluso, han creado nuevos senderos para la imaginación. Por tanto, consideramos que los nuevos medios están transformando también la que ha sido habitual manera de aprender.

La tradicional educación estética plástica ya no basta si solo se orienta al conocimiento de los mundos artísticos seculares. Nuestra cultura moderna está llena de elementos icónicos transmitidos por diferentes medios de expresión y comunicación que han alcanzado dimensiones incomparables. La imagen, en nuestro tiempo, es un elemento de consumo masivo, razón por la cual es preciso educar para saber “mirar”, analizar y comprender.

Despertar la conciencia crítica

Pero además se hace preciso despertar en los alumnos, ya desde la Escuela, el sentido crítico para desvelar la intencionalidad de cualquier emisor de informaciones. Según Ignacio Ramonet, presidente de Le Monde Diplomatique, “cada vez más ciudadanos se muestran más sensibles respecto de las manipulaciones mediáticas, convencidos de que en nuestras sociedades hipermediatizadas vivimos, paradójicamente, en estado de inseguridad informativa. La información prolifera, pero sin ninguna garantía de fiabilidad. Asistimos al periodismo de especulación y del espectáculo, en detrimento del periodismo de información” [4]. Y ello es aún más grave en un país que si bien acude al cine por encima de la media comunitaria, es “alérgico a los museos, insensible al teatro, es enemigo de la ópera y del ballet, impermeable a las bibliotecas, e invisible en los conciertos”, según un reciente estudio del Ministerio de Cultura italiano sobre los hábitos de consumo cultural europeo [5]. Lo que significa que aún es más urgente de lo que pensamos actuar sobre la educación de los ciudadanos, ayudándoles, en este caso, a descifrar las imágenes de nuestra cultura audiovisual.

Por ello se hace precisa una alfabetización audiovisual a partir de la lectura crítica de la información que suministran los medios de comunicación y en sentido lato icónicos (como la fotografía, el cine, la televisión, el vídeo, la prensa ilustrada impresa o electrónica, pero también el video-clip musical, el video-juego, los documentos multimedia interactivos, la publicidad en general y por descontado Internet) y revisar, y en su caso adaptar, los métodos didácticos del profesorado, así como su formación, mediante el aprovechamiento educativo de los medios de comunicación de manera transversal a los contenidos reconocidos oficialmente. Fomentar la educación audiovisual como educación ética y estética, combatiendo la recepción pasiva de los mensajes icónicos para despertar en los alumnos una actitud crítica, reflexiva y activa ante los medios de comunicación y sus mensajes, ayudándoles a seleccionar, contrastar y cuestionar la información, enseñándoles a descubrir tópicos, simplificaciones e intereses, en particular en cuestiones de primer orden como el racismo en la sociedad multicultural, el terrorismo y la violencia, la intolerancia y tantas otras.

Se hace preciso saber ver

Como explica Ana García-Sípido [6], lo ordinario es «mirar» sin ver. El saber ver proporciona la plena y consciente posesión visiva de una imagen, desde una competencia basada en aprendizajes concretos y en un continuo, consciente y asiduo ver. La capacidad de ver supone superar la inconsciencia con la que se participa de las imágenes de nuestro entorno, para hacerlas copartícipes de nuestro bagaje vivencial con el privilegio racional de poder darles un nuevo sentido. Saber ver es vivir con consciencia de lo que nos rodea, lo que supone vivir más y mejor. Uno de los usos principales de la mirada consiste en ayudar a la mente a enfrentarse con la compleja imagen del mundo, más allá del mero registro de imágenes ópticas. La educación perceptiva debe ser el instrumento que capacite a la mente para explorar y comprender el mundo y, en particular, para que el alumno sepa có­mo es­tán cons­truidos los do­cu­men­tos au­dio­vi­sua­les y el sig­ni­fi­ca­do con fre­cuen­cia im­plí­ci­to en su cons­truc­ción. Y ello pasa no solo por com­pren­der los len­gua­jes de la tec­no­lo­gía y de la co­mu­ni­ca­ción de nuestra época, sino también intentar ex­pre­sar­se con ellos. Sólo así estará verdaderamente “alfabetizado” el consumidor cultural, pues lo ideal, además de conocer el lenguaje audiovisual, es llegar a formalizar men­sa­jes con di­fe­ren­tes ti­pos de so­por­te. Pues decimos que una per­so­na es­tá al­fa­be­ti­za­da cuan­do ade­más de leer (de­co­di­fi­car) una se­rie de sig­nos, pue­de pro­du­cir (co­di­fi­car) una se­rie de men­sa­jes que le per­mi­ti­rán co­no­cer y com­pren­der su en­tor­no al mis­mo tiem­po que po­drá co­mu­ni­car­se de una for­ma más di­ná­mi­ca y va­ria­da con el mun­do que lo ro­dea.

El cine en particular. Un poderoso medio para educar en valores

Explica Carmen Pereira [7] que la omnipresencia de lo audiovisual en nuestra actual civilización se ve como algo negativo por parte de quienes, especialmente en el sistema educativo, consideran que es la palabra, en lugar de la imagen, el camino que ha de facilitar el pensamiento y la reflexión. Pero a ello se opone, en primer lugar, la certeza de que lo audiovisual es el medio en el que hemos crecido todos nosotros, especialmente los más jóvenes; en segundo lugar, el que el cine ofrece una posibilidad de superar el aislamiento abriéndonos una ventana a otros mundos reales o imaginados; y, en tercer lugar, que el cine ofrece al educador la oportunidad de preparar a la niñez y juventud para el mundo en el que han de vivir; de hacer presente en la educación casi todo lo que existe en ese mundo a través de su representación cinematográfica; de servirse del cine para abordar de una forma viva la educación en valores; y, sobre todo, de aprovechar el cine, por su conexión con la emoción, con el sentimiento, con la belleza, con el arte, para no olvidar que la educación ha de ser integral, que la meta de la educación es la persona total.

Es fácil comprender que un fenómeno tan importante encierra dentro de sí la pluralidad (hay más de un cine) y la diversidad (hay muchas formas de cine). El cine es una manifestación artística y una industria; un medio de comunicación y de ideologización; un instrumento de divulgación de conocimientos al tiempo que un espectáculo y un negocio que no duda en recurrir a lo más vulgar y hasta degradante. Reconocidos directores ilustran todas estas posibilidades del cine desde Visconti a Georges Lukas, desde Flaherty a Ivens, desde Rossellini a Cecil B. de Mille, desde Dreyer a Oshima. Dependerá si el cine es divertido, fascinante o desagradable según sean su contenido y la forma en que nos muestre. El cine no es inocente. El cine se adentra, inventa, recrea, reproduce o investiga la vida humana, sus conflictos, sus sentimientos, sus pasiones. Y lo hace con una especial intensidad, de ahí la experiencia íntima que causa en el interior del espectador hasta el punto de poder impulsarle a una forma de actuar.

El cine constituye un lenguaje comunicativo, el de nuestra época. La comunicación en el cine se produce a tres niveles. Un primer nivel sería el de los sistemas perceptivos, vista y oído, de forma que se puede acceder a la información de un modo inmediato, únicamente a través de los estímulos más primarios. En un nivel posterior, encontraríamos los lenguajes asociados a los sistemas perceptivos: imagen, sonido fonético, sonido musical, ruidos y silencios. Todos ellos producen una amplia gama de referentes culturales de reconocimiento y codificación. Y un tercer nivel sería el que actúa de forma conjunta, por la combinación intencionada de todos los recursos de su peculiar lenguaje. La disposición de los encuadres, la diferente escala de planos, los movimientos de cámara, la sensualidad de la fotografía asociada a la sugestiva banda musical, y la conjunción de escenario, movimiento de los actores y juego interpretativo –lo que recibe el nombre de puesta en escena- son elementos que el espectador medio no suele percibir conscientemente por separado, sino fundidos en una transmisión única que despierta en nosotros determinadas sensaciones y emociones. Estos niveles de percepción se han organizado de modo analítico y refinado para que los mensajes cinematográficos adquieran la forma de un complejo sistema de comunicación. Por eso hay que reconocer que el sistema del lenguaje cinematográfico es la conjunción más completa que existe desde el punto de vista de la comunicación humana, como suma de las artes que es, pero dotada de un tiempo y espacio específicos gracias a la capacidad innovadora del montaje de los planos fílmicos, y del movimiento que le es característico. Consecuentemente, la información que codificamos gracias a las películas es capaz de provocar cambios en el pensamiento, diversas emociones, y llegar de forma directa a todos los sectores de la población, pues incluso los analfabetos, como acabamos de explicar, pueden percibir sin la barrera de la incultura las imágenes fílmicas, aunque someterlas a crítica y sentirse libres ante su efecto sea otra cuestión diferente.

Un aspecto añadido es el proceso de identificación–transferencia entre el emisor y el receptor de los mensajes icónicos característicos del cine, que actúa sobre el espectador de manera subconsciente. Así se explica el nacimiento de las modas y ciertos comportamientos imitados de los galanes de la pantalla, que nos llegan por el formidable impacto de los géneros y su publicidad consiguiente. Hay un momento en el que tiene lugar su transferencia mágica, el desplazamiento secreto desde una estrella de la pantalla al espectador, y este momento es el de la proyección en la sala oscura, cuando toda nuestra atención está puesta en la acción que se desarrolla ante nuestros ojos. Es entonces cuando sucumbimos a la magia de las imágenes, cuando nos dejamos arrastrar por una voluntaria evasión de los problemas cotidianos. Es entonces cuando el cine nos engulle en su mundo propio, un mundo ficticio que no vivimos, ni hemos de vivir casi con toda seguridad, pero en el que nos sentimos implicados e inmersos.

En el fondo, al espectador, no le importa demasiado la verosimilitud de las imágenes que presencia. Sólo una minoría se interesa por los documentales cinematográficos, presididos por una intención esencialmente formativa. La mayoría de los espectadores son cómplices del cineasta en su recreación de un mundo irreal, al que la conjunción de recursos fílmicos hacer ver como posible, pese a su artificiosidad. Esta aparente paradoja de realidad / ilusión es la nota esencial del séptimo arte, la que ha llegado a despertar vocaciones al cine por la inconmensurable capacidad creativa que posibilita, confirmada por Bergman cuando afirma que ante la cámara se siente como un mago. El cineasta se comporta como un manipulador profesional, como un ilusionista y, sin embargo, aceptamos de buen grado no tenérselo en cuenta. Se diría que el buen cine es todo un maestro de la persuasión, casi de la hipnosis, concluye Carmen Urpí [8] parafraseando al teórico francés Jean Mitry.

Aprender a leer imágenes

Según Arheim, el cine es tanto más artístico cuanto mayor sea su capacidad de utilizar el lenguaje que la técnica pone en sus manos. El cine es más poderoso que otras artes, porque su dominio sobre el tiempo y el espacio le lleva a recrear el recuerdo, la fantasía y la imaginación con una versatilidad insospechada. Más que un medio de comunicación es un medio de “representación” de una parte interesada de lo que ocurre en el espacio y tiempo elegidos por el guionista y realizador para contarnos su historia. Hay, pues, tras la selección y concatenación de las imágenes, y de los efectos visuales que a ellas se suman, una intencionalidad, con unos significados predeterminados por el director, que es el responsable del producto.

Es necesario, por tanto, aprender a leer o reflexionar sobre los elementos lingüísticos expresados en una película –tener ante ella una actitud crítica- si se desea apreciar sus valores y no ser manipulado por las imágenes, porque –como escribe Roland Barthes- el filme es un “festival de emociones” y aprender a “leerlo” exige distanciarse de él, dada su complejidad y la fascinación que produce en el espectador [9], y capacitarse adecuadamente. La lectura audiovisual exige contar con conocimientos, habilidades y capacidades que permitan desarrollar estrategias para interpretar el significado que nos llega con el mensaje icónico.

Carmen Pereira señala tres capacidades del cine –y por extensión de los medios audiovisuales que heredan su lenguaje- en que se ofrece al educador como potentísimo medio formativo: 1. Cuando trata de educar en valores; 2. Cuando lo que le preocupa es la formación estética de los educandos; 3. Y cuando lo que busca es la formación completa, integral de la persona humana:

  1. En primer lugar, el cine está demostrando ser un excelente medio para la formación en valores. En las películas se hacen presentes valores y contravalores a través de toda una visión del mundo. Se ha revelado el cine muy útil para crear un clima de convivencia pues, aunque cada uno vea una película desde su óptica e intereses, la visión en común de la misma facilita que surjan vivencias compartidas y, gracias a ellas, que se abra paso el diálogo, el respeto hacia las opiniones ajenas. Los conflictos que se proyectan en la pantalla y se resuelven de un determinado modo, son enseñanzas de la vida y para la vida, permiten el análisis crítico de los valores y contravalores que los determinan, e incluso facilitan el cambio de actitudes en los espectadores.
  2. En segundo lugar, el cine es un instrumento cualificado para la educación estética. Con una adecuada y prudente orientación del profesor, el cine permite sensibilizar la capacidad perceptual del alumno dentro del proceso de su conocimiento, con lo que se verán estimuladas su experiencia vital, y su propia identidad subjetiva y, además, con relación a su realidad circundante. Pero junto con su percepción, el alumno pone en juego la imaginación y memoria personales. El cine llega, por tanto, a los aspectos sensoriales del ser humano pero también a los afectivos, del conocimiento y socio-ambientales del contexto.
  3. Por último, en lo tocante a la educación integral que los educadores responsables desean para sus alumnos, el cine se nos presenta como una metodología ideal para ejercitar la emoción, el sentimiento, la sensibilidad, pero también la percepción, la inteligencia, el juicio, y el espíritu crítico para captar un mensaje icónico en todas sus posibilidades.

Conclusión

Podemos concluir que una concepción pedagógica integral requiere la incorporación en los contenidos educativos de la lectura y comprensión de la imagen audiovisual, más específicamente fílmica, si pretende capacitar al alumno como ciudadano responsable en nuestra sociedad multimediática, también llamada sociedad del conocimiento.

A modo de resumen destacaré algunos objetivos educativos generales en esta vertiente de la formación cinematográfica:

  1. La sensibilización del profesorado respecto a las posibilidades que el cine le ofrece para mejorar los procesos de enseñanza-aprendizaje como una de las metas prioritarias. Ello exige la formación de los educadores como futuros protagonistas, hilos conductores y dinamizadores de esta tarea formativa especialmente con la infancia y la juventud.
  2. Puesto que es en el hogar donde se inicia el contacto del niño con el mundo audiovisual, especialmente a través de la televisión, con toda la formación de hábitos de consumo que conlleva, esta sensibilización y formación hay que extenderlas a las familias. Y, por extensión a las organizaciones ciudadanas, para que velen por la calidad y ética de los contenidos emitidos [10].
  3. Lograr dominar los códigos formales del cine, capacitándose para la lectura audiovisual con la asistencia a cursos específicos.
  4. Desarrollar estrategias por ambos –educadores y padres- para comprender, descifrar, interpretar y apreciar estéticamente lo que alguien ha expresado fílmicamente.
  5. Establecer juicios de valor sobre la configuración estética y narrativa de una película. El medio más adecuado para conseguirlo es el cine-foro, que es preciso resucitar como método para el reconocimiento de los valores intrínsecos del cine [11].

Ilustraciones de José Ramon Sánchez tomadas de la Cartilla de Cine editada en 1976 por el Centro Español de Cine para la Infancia y la Juventud (Dirección General de Cinematografia del Ministerio español de Información y Turismo)

Notas

[1] Datos extraídos del artículo de Marta Rubí, “Profesionales, profesores y padres se unen para “aprender a ver la tele”, Diario de Navarra, Pamplona, 22 de septiembre de 2005, p. 85.

[2] Norberto Alcover cit. por ZUBIAUR CARREÑO, Francisco Javier. Historia del Cine y de otros medios audiovisuales. Pamplona, EUNSA, 2005, p. 34.

[3] ARNHEIM, Rudolf. El pensamiento visual. Barcelona, Paidós, 1986; y Consideraciones sobre la educación artística. Barcelona, Paidós, 1989.

[4] Dossier “Medios de Comunicación en crisis” – Le Monde Diplomatique edición española – 2005.

[5] Datos extraídos del artículo de Rubén Amón, “España, undécimo país europeo en consumo cultural”, El Mundo, Madrid, 20 de febrero de 2005, p. 73.

[6] GARCÍA-SÍPIDO, Ana. “Saber ver, una cuestión de aprendizaje. La educación visual a debate”, en Arte, individuo y sociedad, núm. 62, 2003, pp. 1561-1572. Accesible en www.ucm.es/BUCM/revistas/bba/11315598/articulos/ARIS0303110061A.PDF

[7] PEREIRA DOMÍNGUEZ, Carmen. “El cine, nuevo escenario de la educación”, en ROMAÑÁ BLAY, Mª T. y MARTÍNEZ MARTÍN, M. (Edit.): Otros lenguajes en educación. Barcelona. ICE-Universitat de Barcelona, 2003, pp. 101-105 y 105-109.

[8] URPÍ GUERCIA, Carmen. La virtualidad educativa del cine. A partir de la teoría fílmica de Jean Mitry (1904-1988). Pamplona. Eunsa, 2.000, pp. 146-148.

[9] BARTHES, Roland. Lo obvio y lo obtuso. Barcelona, Paidós, 1986.

[10] El Estudio de hábitos y usos de los videojuegos de 2006 promovido por ADESE (Asociación Española de Distribuidores y Editores de Software de Entretenimiento), ha revelado la opinión de los menores de que es en la televisión, seguida del cine, donde más sangre, muertos y palabrotas pueden ver y escuchar. Véase el artículo “Videojuegos. Ocio para 9 millones de usuarios”, Diario de Noticias, Pamplona, 16 de octubre de 2006, p. 20.

[11] Véase PEREIRA DOMÍNGUEZ, Carmen-URPÍ GUERCIA, Carmen. “Cine y juventud: una propuesta educativa integral”, Juventud, núm. 68, 14 de junio de 2005, p. 73 y ss.