La ocultación de pinturas a la vista pública se ha practicado desde tiempos inmemoriales. Y siempre bajo planteamientos autoritarios tendentes a imponer un discurso particular, partiendo de la premisa paternalista de que el pueblo no debe ver aquello que le lleve a pensar por sí mismo ni a conocer otras realidades. Las actuaciones a que conduce tienen no sólo una afectación sobre las mentalidades sino un perjudicado directo: el patrimonio artístico.
Tiene razón la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando cuando, ante la amenaza que se cierne sobre el Monumento a los Caídos de Pamplona, manifiesta que las obras de arte hay que valorarlas por los méritos propios de su calidad artística, con independencia de connotaciones ideológicas pues de otro modo, continúa, estaríamos estableciendo una forma de censura que privará a futuras generaciones de la posibilidad de su valoración y disfrute desde perspectivas que sin duda serán distintas de las que hoy podemos tener (sesión de 6 de mayo de 2024).
Viene al caso este preámbulo porque el actual Ayuntamiento de Pamplona, ha decidido, sin el consenso necesario en tema tan delicado y sin consultar a la población, convertir el mencionado inmueble en un centro para la denuncia del fascismo, lo que en sí pudiera aceptarse en una sociedad democrática como la nuestra, a no ser que la decisión llegue a afectar la integridad del Monumento, como así ya se ha decidido, con la eliminación de sus arquerías laterales, la desaparición de la cripta, el cerramiento de su cúpula en una estructura y el tapado de sus pinturas murales.

Monumento a los Caídos. Plaza de la Libertad. Pamplona (Foto: Eduardo Buxens, Diario de Navarra 8.3.2025)
No me voy a detener en esta ocasión a considerar las tres primeras afecciones, absolutamente inaceptables por ser parte de una obra arquitectónica singular en su tipología de templo votivo -único en la Navarra contemporánea- con el porte airoso de su remate que actúa de hito en la trama urbana del segundo ensanche de la ciudad, ni lo haré en la evaluación, por demás fuera de toda duda, de la categoría de sus arquitectos, miembros de número de esa institución académica.
Me referiré, en concreto, a los frescos que ornan el intradós de su cúpula, obra del prestigioso pintor Ramón Stolz Viciano, cuyo principal “pecado”, parece advertirse, es el de haber realizado esta decoración en los años del franquismo, lo que no quiere decir que su autor se supeditase a los planteamientos ideológicos del mismo. Quienes así piensan podrían oponer que en ellos son varios los voluntarios carlistas representados que enarbolan la cruz y la bandera rojigualda, pero no se corresponde con la verdad tenerlos por “franquistas” cuando los requetés se alzaron para defender la Religión y la Iglesia amenazadas por el régimen republicano, y una vez terminada la guerra, tras la aplicación del Decreto de Unificación de Franco (1937), el carlismo mayoritariamente pasó a la oposición política. Otra cosa bien distinta es poder no estar de acuerdo con el llamado Alzamiento Nacional, pero esta ya es una cuestión opinable que ha de juzgarse sin apasionamiento y a tenor de los estudios históricos que vienen publicándose, poniéndonos, además, ante las circunstancias socio-políticas que lo motivaron. En todo caso, unos y otros caídos merecen respeto y justicia.
Despojada la arquitectura monumental de los prejuicios en boga, es claro, como acertadamente ha escrito Fernando Tabuenca, que los arcos y piedras del Monumento de la Plaza de la Libertad carecen de ideología y sí pueden tener calidad artística. Y esto hace que este inmueble entre de lleno en la consideración de Patrimonio histórico-artístico, y a todos nos obliga su mantenimiento. No sólo a nuestra generación, pues no debemos considerarnos sino sus administradores, también a la próxima y a las futuras.
Las pinturas de su bóveda van más allá del episodio descrito. En su espacio escenográfico se representan sin solución de continuidad composiciones dedicadas a las cruzadas medievales (con los reyes Sancho el Fuerte, Teobaldo II y sus guerreros), a la religiosidad tradicional de nuestra tierra (cruceros de Ujué y de Val de Arce, la imagen de san Miguel de Aralar enarbolada por un sacerdote, romeros a Montejurra), y a la labor evangelizadora de San Francisco Javier como el gran apóstol de Navarra, rodeado de figuras que representan los pueblos convertidos por él a la fe de Cristo, composición esta última a la que se ordenan las anteriores.
Por ello, la voluntad de tapar estas pinturas me mueve a hacer varias consideraciones. ¿Por qué el Ayuntamiento de Pamplona, titular del inmueble, no promociona visitas guiadas a la ciudadanía para que conozca unos frescos que permanecen invisibles desde hace años antes de su anunciada ocultación, si lo que se desea en un futuro es recabar su opinión? ¿Se atreverá a tapar unos frescos presididos por el Patrón de Navarra, San Francisco Javier, que es nuestro navarro más universal? Tamaño dislate nos retrotraería a los tiempos felizmente pasados de la censura ideológica y de la libre expresión del artista bajo el control político del Franquismo, con el que ahora las fuerzas auto tituladas “progresistas” se darían la mano. Los ciudadanos actuales, con la experiencia de varias décadas de democracia, no somos menores de edad a los que tutelar.
La segunda de mis observaciones es de orden patrimonial. La ocultación de las pinturas, desconociendo cómo se haría el encubrimiento (si mediante capa de pintura, instalación de paneles, uso de telas o construcción de un muro falso) el daño consiguiente sobre el mural podría ser relevante, por alterar la transpirabilidad de la pared dentro de una nueva situación ambiental no prevista por el artista. Ello exige el conocimiento físico y químico de los frescos a conservar, y analizar las causas de su posible deterioro, entre ellas las vibraciones derivadas de la demolición parcial del Monumento, tal como se ha informado. No actuar conforme a las recomendaciones de la UNESCO y hacerlo sin la responsabilidad debida podría derivar en denuncias ante los tribunales de quienes según las vigentes leyes del patrimonio histórico-artístico tienen la obligación de velar por la conservación del mismo.
En tercer lugar, estas operaciones de tapado, demolición parcial y ocultamiento de la cúpula, más la eliminación de otros elementos secundarios y la adaptación del inmueble a los nuevos usos, han de tener un elevado coste que recaerá en los sufridos pamploneses, ya muy cargados de impuestos.
Me pregunto si no sería mejor que los oponentes nos estrecháramos las manos antes de dar semejantes pasos, con el fin de armonizar posiciones a ejemplo de como se reconciliaron Francisco de Javier e Íñigo de Loyola, los cuales, perteneciendo a linajes enemistados por la guerra de conquista, supieron sobreponerse para construir un proyecto común: la Compañía de Jesús.
Imagen de la portada: San Francisco Javier evangelizando a los pueblos de Asia y Oceanía (Ramón Stolz Viciano, Monumento a los Caídos, Pamplona, 1952) (Foto: Pablo Larraz)