Goya, precursor del Arte Moderno

La transcendencia de Goya se basa en que, siendo un hombre de su época, anticipó visiones posteriores, difundió técnicas que hizo suyas con desenvuelta libertad y defendió el individualismo artístico por encima de extrañas sistematizaciones.

Su vida discurrió durante la vigencia del Idealismo Clásico y fue incluso riguroso contemporáneo de David, al que se considera paradigma pictórico del Neoclasicismo. Y puede decirse que coincidió con ellos en su universalismo, en su humanismo y en su intención moralizante. Pero el pintor aragonés tuvo un temperamento condicionado por su rudeza baturra, tan en consonancia con el recio paisaje zaragozano, que le empujó a ser pasional y libre. Fue tanto el explorador de una cruda realidad exterior como de una no menos palpitante subjetividad, llevada al umbral de la subconsciencia. Así que Francisco de Goya es tenido por romántico, por el fundador del Romanticismo pictórico español.

La búsqueda de lo cotidiano, de lo sencillo y de lo espontáneo, tal como aparece en sus cartones para tapices del Palacio Real de Madrid, en los que descubre una cierta España confiada en el progreso del reinado de Carlos III, alterna en su producción con escenas terribles pintadas con manchas de color o grabadas con contrastado claroscuro, que constituyen antítesis del academicismo entonces aceptado, en el momento en que Goya, aislado y horrorizado por la crueldad de la guerra napoleónica, se torna reconcentrado. Por ello puede decirse que Goya preludia la rebelde actitud del arte Moderno, pues va contra el idealismo clásico, desprecia las convenciones artísticas imperantes, exalta el realismo hasta la atrocidad y defiende a ultranza su individualismo creativo.

Julián Gállego le define como “una manera de existir y de ser” y Pierre Mazars le llama “padre de la Pintura Moderna en todas sus formas”. Desde Herrán de las Pozas a Florisoone y Lafuente Ferrari, muchos son los historiadores que convienen en considerarlo precursor y orientador, sin pretenderlo, de la Pintura de los siglos XIX y XX. Dejando a un lado la influencia directa sobre sus seguidores, los pintores madrileños Alenza, Lameyer y Lucas, representantes de un colorismo populista, la huella de Goya se advierte en el romántico Delacroix, y en los realistas Courbet y Daumier. En los dos primeros por el predominio del cuerpo sobre la línea y en la obra gráfica de Daumier por influencia directa de los Caprichos. El fundador del impresionismo francés, Manet, inspiró algunos de sus personajes (la Lola de Valencia y Olympia) en la iconografía goyesca, y fue tal el atractivo del pintor de Fuendetodos que Renoir y Cézanne compartieron su admiración por él. Redon transfirió a sus retratos simbolistas la angustia de los grabados goyescos.

Goya heredó las habilidades técnicas de sus predecesores y las difundió hasta convertirse en el principal estimulante del impresionismo español. Combinó las síntesis fulgurantes del Greco con los ambientales paisajes de Velázquez y las formas desmaterializadas de Murillo para transferirlos a los pintores posteriores junto con su pincelada vibrante y sus manchas voluminosas, que generaron esa manera dinámica de plasmar el Impresionismo ibérico, al que Camón Aznar definió como “instantista”.

Cabe preguntarse si los personajes grotescos de los expresionistas Ensor, Rouault, Kokoschka o Soutine habrían existido sin Goya. Los trazos emocionalmente generosos de los informalistas (Mortensen, Hartung, Pollock…) están influídos por su pintura desbordante y el mismo visionarismo de la condición humana aflora, siglo y medio más tarde, en la nueva figuración expresionista de Bacon, Dubuffet y De Kooning. Los monstruos y obsesiones dalinianas se han gestado en el caudal surrealista de Goya.

En España, la aspereza de factura, la riqueza textural, “la acentuación trágica”, en palabras de Lafuente Ferrari, del maestro aragonés, están vivas tanto en Nonell, como en Gutiérrez Solana o en Zuloaga (recordemos su Cristo de la Sangre). Barjola y Saura podrían encabezar una lista interminable de afectados por ese expresionismo latente, neogoyesco, que también se palpa en las fuertes pinturas de los navarros Martín-Caro, Manterola, Sinués o Beorlegui. Incluso Picasso es comparable a Goya por su polifacetismo, sus contradicciones, sus cargas emocionales, sus delicadezas y algunos de sus temas. Con palabras de hoy, Goya sería un artista comprometido. Un vanguardista capaz de representar una realidad y de desfigurarla con la misma libertad de conciencia.