Retazos de la Historia de Obanos

Número 2 de la colección Obanos cruce de caminos, este librito escrito en colaboración con María Amor Beguiristáin acerca de esta villa navarra, situada en el Camino de Santiago, famosa por la representación de su auto sacramental sobre la vida de San Guillermo de Aquitania una vez arrepentido de la muerte de su hermana Felicia, busca, en palabras de su prologuista Tomás Yerro Villanueva, «trazar la historia con mayúsculas y también la intrahistoria; es decir, la información sobre los personajes e hitos destacados de la localidad …. así como el recorrido por los afanes, trabajos y creencias de un vecindario compuesto, durante los siglos XIV y XV, sobre todo de hidalgos dedicados a los negocios con la sal. Obanos se muestra en esta obra de síntesis como una entidad humana cuyos avatares desbordan con mucho al simple marbete de Villa del Misterio… nos descubren un pueblo secular cargado de historia, de afán colectivo de superación y de ejemplar alianza entre tradición y modernidad». Un librito que es ocasión de encuentro de los obaneses con sus propios vecinos, los actuales y los que pasaron, los oriundos y los residentes. Y encuentro también con otras gentes «para que nos conozcan y nos quieran, para que compartan nuestros saberes y nuestros quereres. Evitando el olvido y el descuido de nuestras cosas, de lo que quisieron y lo que creyeron nuestros mayores» (Mª Amor Beguiristain).

Contempla los tiempos de la Edad Media, Obanos como punto de encuentro de los Infanzones, como población santiaguera, las vicisitudes de cada día, los personajes de alcurnia (Juan de Rada y Juan de Azpilicueta), el reformador de ermitaños Juan de Undiano, episodios de la Edad Moderna, la vieja iglesia parroquial y Obanos como Villa del Misterio, su conocido auto escénico.

 

Introducción

En esta breve historia de Obanos, se recogen testimonios encontrados en obras de otros autores que aluden al pueblo, con el afán de facilitar el acceso de todos los obaneses a datos dispersos, espigados de manera amable entre diferentes etapas históricas y autores que los han tratado.

La presencia humana en lo que hoy es término de Obanos tiene que ver con los restos de lascas de sílex, cuarcita y algunos fragmentos cerámicos recogidos por los firmantes de este folleto hacia 1974 en viñas del camino de las Salinas, de Ibarbero y de Estaguíbel. Son escasas, como escasas han sido las salidas con intención prospectora, pero, por comparación con yacimientos de otras comarcas, sabemos que se pueden remontar a la Edad del Bronce, hace unos 3.500 años. A esta misma época debe pertenecer un hacha, pulimentada de otra de ofita en las Nekeas [1].

El lugar se enclava en una zona de Navarra fuertemente romanizada, que ha dado hallazgos arqueológicos en Legarda, Puente la Reina, Cirauqui y Mendigorría, sin que hasta el momento hayamos estudiado nada de esta época en el término municipal.

Los tiempos de la Edad Media

La Edad Media

Pero apenas sabemos nada de esta población hasta el año 978 de nuestra era, en que Goñi Gaztambide nos informa de que el diezmo de la sal de “Obano” era concedido por el Rey Sancho Garcés II Abarca al Monasterio de San Pedro de Siresa, en Aragón [2].

En 1092 las rentas de su iglesia estaban asignadas por el obispo de Pamplona Don Pedro de Roda a los canónigos de Santa María ‑Catedral de Pamplona- que se servían de ellas para sufragar su vestuario. Esta pertenencia al patrimonio catedralicio de la sede episcopal se mantiene intacta hasta 1296, en que los vecinos de la población pretenden evadirse de ella, lo que obligó al arcediano de la cámara jurisdiccional del obispado a confirmar los derechos espirituales y temporales de la iglesia de San Juan de Obanos para el Arcedianato de Pamplona [3].

Hay acotaciones bastante precisas de Obanos a finales del siglo XI, en una donación de varias iglesias a San Martín de Biel, que publica Sarralullana en la documentación de San Juan de la Peña. Nuevamente y de alguna forma volvía a pertenecer Obanos a un monasterio aragonés. Se nombran las iglesias de Santo Tomás y de San Lorenzo, y se cita de paso el castillo que sobre aquélla había, en 1093, fecha del documento que registra esta donación de Sancho Ramírez [4].

Cuando en 1121 el Rey Alfonso el Batallador se propone crear una población en torno al puente edificado sobre el Arga para el paso de los peregrinos de Compostela toma a Obanos como referencia geográfica para la fundación de una población espaciosa y buena, como atestigua el documento, “de illo ponte supranominato usque ad illo prato de Obanos super Muruarren”, o sea, “desde el puente así conocido al prado de Obanos que está sobre Murugarren”, no hace sino confirmar que Obanos existe ya como población plenamente configurada antes de 1122, año propiamente dicho de la creación de Puente la Reina [5].

Entre los siglos IX y XII, el Monasterio de Leire tuvo en este lugar diversas posesiones. En 1098 consistían en una cuarta parte de todos los diezmos que recibía su iglesia. Pero en 1100 pasa Obanos a ser patrimonio de Sancho Sánchez, Conde de Navarra. También sabemos que el Monasterio de Irache fue dueño de diversas propiedades, durante los siglos XI a XIV, y que la orden de Hospitalarios de San Juan de Jerusalén poseyeron heredades en su término desde el siglo XIII [6].

Sello de los Infanzones de Obanos

Punto de encuentro de los Infanzones

El evento sin duda más relevante de la vida obanesa medieval, fue la constitución de las juntas o hermandades de infanzones durante el reinado del Rey Sancho VII el Fuerte (1194‑1234), aglutinadas en torno a un sobrejuntero refrendado por la autoridad real, como autodefensa de los abusos de la aristocracia y del pillaje de los malhechores, a quienes el Rey no podía controlar suficientemente. Estuvieron formadas por infanzones, labradores y gentes de iglesia de condición modesta. García Almoravid fue su primer sobrejuntero y por ser aquél Señor de la Cofradía de Miluce, las Juntas de Infanzones se reunieron en principio en este lugar próximo a Pamplona. Con el advenimiento de la Casa Real de Champaña (1234) y de Teobaldo I ya se reúnen en Obanos, de donde tomarán su nombre definitivo.

En esta etapa la Junta va adquiriendo un carácter de nobleza media, de la que sin embargo no desaparecen los labradores, sin perder su impronta de hermandad contra los malhechores, pero con una dimensión cada vez más política, por la hostilidad de los soberanos de Champaña, que ven en ella un obstáculo a su gobierno.

Al pasar la corona de Navarra a los reyes de Francia (1274-1328), las tensiones entre los diferentes estamentos del reino y el Rey se acentuaron, ante el deseo de intervención de éste, que motivó la creación de una hermandad entre las buenas villas y la revitalización de la Junta de Obanos, para defenderse de sus presiones políticas. En 1297 se unen a ella los burgos de San Cernin y San Nicolás de Pamplona, las villas de Estella, Tudela, Sangüesa, Olite, Puente la Reina, Los Arcos, Viana, Roncesvalles, Villafranca, Larrasoaña, Villava y Monreal, y deciden que “si algún hombre poderoso viniese sobre Navarra para hecerle mal, se ayudasen bien y lealmente a defender el reino; que se ayudasen también a demandar y mantener sus fueros, costumbres y privilegios según cada uno los tenía; que si alguno les quisiese hacer fuerza o demasía … se ayudasen igualmente hasta alcanzar su derecho; y que si alguno de los de la junta se apartase de la confederación pagase 1.000 libras de buenos sanchetes”. La situación de la autoridad real quedó así muy comprometida, pero afortunadamente se llegó a un acuerdo de convivencia en la ciudad de Estella, el año de 1298 [7].

En las dos primeras décadas del siglo XIV el enfrentamiento con el Rey aumentó, hasta el punto de ser multados, encarcelados y aún ajusticiados algunos dirigentes de las Juntas. Habían vuelto a resurgir y su espectro social se ampliaba.

Los primeros reyes de la Casa de Evreux, Juana y Felipe, aceptaron jurar los fueros y respetar la legalidad tradicional, pero a cambio exigieron de las Cortes navarras la disolución de todas las juras y uniones. Así es como en marzo de 1329 fueron entregados a la autoridad real el archivo y sello de la Junta, en cuyo anverso y reverso figuraban las leyendas “sigillum universitatis iuratorum Navarre” [sello de los jurados -o junteros- del conjunto de Navarra] y “pro libertate patria gens libera state” [pueblo libre, permanece en pie en defensa de la libertad de la patria], dándose por terminada la existencia de la Junta de Infanzones de Obanos.

La Junta estuvo formada en 1299 por al menos 73 poblaciones, organizadas con criterio funcional en otras varias: las de Arteaga (correspondiente a la cuenca Lumbier‑Aoiz), Miluce (por la cuenca de Pamplona), Irache (por localidades de Tierra Estella), de la Ribera y la de Obanos (de la zona media oriental del Reino) [8].

Población santiaguera

Obanos es población eminentemente santiaguera, pues ve confluir en su término las dos vías principales de peregrinación a Compostela, la procedente de Roncesvalles y la que llega desde Somport.

Urrutibéhéty, que ha estudiado la confluencia de los caminos franceses en el punto bajonavarro de Ostabat y ha seguido con detenimiento el curso de los españoles, prefiere pensar que los caminos de Somport y de Roncesvalles no se unían en Puente la Reina, como se ha interpretado, sino muy posiblemente en Obanos. A su juicio, la confusión proviene de una mala traducción del texto de la primera guía jacobea, el Liber peregrinationis o tomo V del Codex Calixtinus, compilado por Aymeric Picaud en el siglo XII, donde, aludiendo al encuentro de los caminos, el “ad Pontem Regine sociantur” se ha traducido por “se unen en Puente la Reina”, cuando la preposición latina ad no equivale al locativo “en” sino que indica proximidad o dirección. Equivaldría, pues, a cerca o hacia Puente la Reina.

Sus observaciones se basan en la comprobación del terreno, confrontado con datos que facilita la documentación familiar de Casa Rebolé, en Obanos, donde se habla del camino que bordea esta vivienda, al que llama “Camino de Pamplona… por el que los de Puente van a Pamplona”, el cual empalmaría muy probablemente con el trazado de la actual carretera a Muruzábal y Uterga, desde donde parte el allí llamado “Irun bidea” (o Camino de Pamplona en versión euskérica), que subía a la ermita de Nuestra Señora del Perdón tras atravesar una parte de Francoandia, en la Sierra de la Reniega, para descender por Zariquiegui a Cizur Menor y Pamplona. Este camino peatonal –antes de los llamados “de herradura”– es sin duda anterior a la actual carretera de Pamplona a Estella.

Por su parte, el camino que procedente de Somport y Jaca llegaba a Sangüesa y de allí a Valdizarbe, por Enériz y Eunate, corre paralelo a la carretera que lleva a la misma bifurcación de los caminos que al pie de Obanos y en su término municipal, acercan hasta la ermita de Nuestra Señora de Arnotegui al sur, a la desaparecida ermita de San Martín, sita antiguamente en el Llano de su nombre, y a la de San Salvador, en lo alto del ramal que desde aquí asciende al pueblo, punto de confluencia ‑junto al Calvario‑ de ambos caminos jacobeos [9].

Esta interpretación ‑que un día pueden confirmarla estudios fundados en otras aportaciones documentales‑ es seguida también por la Guía del Peregrino de la Secretaría de Estado para el Turismo. Constituye para nosotros una interpretación válida, al margen de la libertad que gozarían los peregrinos, ayer como hoy, para organizar sus etapas atravesando unos pueblos o soslayando otros [10].

Vicisitudes de cada día

Los siglos XIV y XV enmarcan una afanosa vida en este pueblo de hidalgos, sin judíos, moros ni francos, en donde bastantes de sus moradores tenían negocios con la sal, producto en aquella época muy apreciado, hasta el punto de que algunos eran penalizados por la autoridad por no pagar la lezta exigida. Se nos dice que en 1361 ciertos hombres de Obanos tenían “tiendas de sal” en Lodosa, Sartaguda y San Adrián, y que la sacaban del reino ilegalmente. Pocos años más tarde, los Comptos del Reino indican que las Salinas de Obanos eran propiedad del Rey, que graciosamente concedía “el derecho de la sal”, es decir su disfrute, a quienes se habían distinguido por sus servicios a la Corona. Y se nos habla de Menaut de Santa María y de Martín de Navascués, maestre del hostal del Príncipe y Secretario real respectivamente, mediado el siglo XV [11]. Johan García de Sarría, fundador del Mayorazgo de Novar, poseyó en Obanos “once eras salineras” [12].

Se inició el siglo XV con ciertas penalidades para los obaneses, ocupados en la reparación de su iglesia, que se encontraba en tan mal estado que el Rey les condona los impuestos de 1402. Por si fuera poco, al año siguiente cae una tempestad de piedra, agravando la situación la alta mortandad que tuvo lugar en estos años. El Rey vuelve a perdonarles las 24 libras y 10 sueldos fuertes que les correspondía pagar de nuevo [13].

Entonces Obanos forma parte del Vizcondado de Muruzábal, instituido por Carlos III para su hermano bastardo Don Leonel. Constaba de una masa compacta de señoríos en Valdizarbe, con los lugares de Sarría, Murugarren, Aós, Iriberri‑Villanueva, Sotés, Villoria, Ecoyen, Gomaciain, Barasoain (o Barasongaiz), Churría, Auriz, Muruzábal, Adiós, Larrain, Aquiturrain, Ahe, Elordi, Ornomayn, Enériz, Añorbe, Tirapu, Ucar, Olcoz y Biurrun, además de Obanos [14]. En el siglo XVI, sin embargo, sólo había cuatro casas que seguían dando pecha a los herederos del primer vizconde [15].

Personajes de alcurnia

Don Juan de Rada

Escudo de los Rada en el Libro de Armas de Navarra

En 1487 nace en Obanos, en la que hoy es casa de Enrique Vidart, del Barrio de San Lorenzo (hoy calle de Roncesvalles), uno de sus hijos más preclaros, Don Juan de Rada, que llegó a contarse entre los más legendarios conquistadores de América, íntimo colaborador de los primeros capitanes del Imperio español. Este personaje ha salido del casi total desconocimiento gracias al Marqués de Jaureguízar, descendiente suyo, que rastreó la huella de este brillante obanés en los textos de Bromley y Folch [16].

Hijo de Don Miguel Pérez de Rada y de Catalina Díaz, de muy joven pasó a las Indias e intervino en la conquista de Cuba, a las órdenes de Don Diego de Velázquez; conoció a Hernán Cortés, que lo distinguió con su amistad, considerándole hombre apasionado, sincero, recto y utópico.

Acompañó a Hernán Cortés en la expedición que en 1525 dirigió a Honduras para castigar al rebelde Cristóbal de Olid, sufriendo en ella enormes penalidades. Después, como capitán y hombre de su confianza, intervino en la conquista de México con valor y decisión que le fueron reconocidos por el propio Emperador Carlos V en Toledo, nombrándole Marqués del Valle de Oaxaca, y por el Papa Clemente VII en Roma, que le concedió el título palatino de Conde.

En 1528 formó parte de la expedición a Perú en auxilio de Don Diego de Almagro. Cuando fue apresado el inca Atahualpa, actuó como su defensor en el juicio que le incoaron al ser condenado a muerte e intentó inútilmente conseguir del Emperador su indulto, para lo que regresó a España. En 1532 todavía se registra su presencia en Obanos, al salir fiador del Señor de Sarría, pues firma una escritura en tal sentido.

Ya de regreso a Lima, partió en 1535 al frente de una expedición que se dirigía a la conquista de Chile, como lugarteniente de Almagro. Arrebató a los indios la ciudad de Cuzco, tras un sinfín de penalidades que le hicieron ser admirado por el propio Almagro, de quien se dice pronunció estas palabras: “Mis penalidades fueron bonanzas, en comparación con las que padeció Don Juan”. Conquistó Cuzco, pero no pudo mantenerla. Fue el más leal lugarteniente que tuvo Almagro, pues le defendió hasta el final, aunque no pudo evitar su condena a muerte por Pizarro en 1538, en el marco de las ambiciones de poder desatadas por la conquista. Almagro reconoció esta fidelidad al confiarle el futuro de su hijo, Almagro “el Mozo”. Después, Don Juan se desquitaría rebelándose contra Pizarro y dándole muerte con sus manos en el palacio virreinal de Lima el 26 de junio de 1541. Su óbito se produciría en diciembre del mismo año, en Jauja, de resultas de antiguas heridas que se le enconaron en el esfuerzo de organizar un ejército con que defenderse de Vaca de Castro, llegado a Perú desde España para sofocar el levantamiento de los almagristas.

El Palacio de los Rada, antes Centro Obrero Católico (hoy San Guillermo) de Obanos, debió edificarse con los dineros de este esforzado y épico conquistador.

Don Juan de Azpilicueta

La Edad Moderna trajo el desenvolvimiento de otras dos familias nobiliarias, los Arbizu y los Azpilicueta. Unos y otros dejaron impronta también en sus palacios. Los primeros en el Palacio de Sotés, donde confluyeron las ramas de Don Gonzalo de Arbizu, Señor de Sotés y Aós, y de Catalina de Sarría, su esposa, como se aprecia aún en el escudo del arruinado palacio, que ocupaba toda una manzana, aislado de otros edificios, en la calle de San Juan, cerca de la vieja iglesia parroquial. Durante siglos se ha llamado a este edificio la Casa del Conde, es decir, la Casa de los Guendulain, que poseyeron este mayorazgo desde el siglo XVII. Afortunadamente, subsiste el portal de arco de medio punto con un desgastado escudo en su dovela clave, en el que aún pueden verse en los cuarteles 1º y 2º los dos lobos pasantes de los Arbizu, y fajas en los restantes, cuya atribución duda Idoate en asignar a los de Novar o Aós, herencia de Catalina de Sarría [17].

La suerte de los segundos va unida al matrimonio, en 1528, de Juan de Azpilcueta, hermano de San Francisco Javier, comúnmente conocido como “el Capitán Azpilicueta”, con Juana de Arbizu, hija de aquel Gonzalo de Arbizu que ya hemos mencionado. Vivió Don Juan en Obanos cerca de veinticinco años. Desde aquí administraba sus fincas, que en nuestro pueblo no superaban las 400 robadas. Respecto a su palacio, el Padre Escalada nos lo sitúa en el número 33 del Barrio de San Martín. Su fachada, ya muy deteriorada, fue reconstruida a fines del siglo pasado por Don Joaquín de Armendáriz, su dueño, que luego la vendió. En ciertos contratos matrimoniales de su familia referentes a 1773, se hace mención de él diciendo que “afronta con casas de Joseph Fermín de Recain [hoy de Guembe] e Ignacio Subiza, vecinos de esta villa, y camino que va a la fuente”, la que hoy llaman “del caño” [18].

Pero volvamos al principio. La boda se celebró en Obanos y a ella asistió María de Azpilcueta, madre del contrayente. De este matrimonio no hubo descendencia, por lo que fue Doña Juana, para su hermano político menor, San Francisco Javier, como una segunda madre. En 1535 llega al palacio de Obanos ‑conocido hoy por Casa Recain, aunque disfrazado e irreconocible‑, llega pues, desde París un ilustre mensajero, portador de una carta de Francisco. Era Iñigo de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús. En dicha carta Francisco justifica a su hermano ciertos extremos tocantes a su conducta, puesta en entredicho por algunos, y pide su ayuda económica. Camino Jaurrieta, entre otros autores, nos da cuenta del texto de esta carta, que evitamos reproducir [19]. Sólo queríamos llamar la atención sobre el hecho histórico.

El reformador de ermitaños

Juan de Undiano

A mediados del siglo XVI, las ermitas de Navarra superaban el millar. Pero nos descubre Goñi Gaztambide que muchos de sus responsables andaban vagando por los pueblos con el pretexto de pedir limosna mirando más al ocio y descanso que a las exigencias de su vida eremítica, teniendo abandonadas sus ermitas y dando mal ejemplo con sus vidas. En definitiva, el eremitismo navarro ofrecía un espectáculo poco edificante [20].

Y la reforma, que debía venir de los propios ermitaños, llegó de un presbítero solitario llamado Juan de Undiano, una excepción a la tónica general, como vamos a ver.

Juan de Undiano, nacido en 1552 en lugar impreciso –quizás en el pueblo homónimo lindante con Astrain- se sintió atraído por la santidad de los eremitas cordobeses y, en especial, por la fama del venerable ermitaño Martín de Cristo, al que tomó por modelo. Así permaneció en el desierto de Albaida por espacio de dos años y medio, viendo cuan exiguos eran los alimentos y silenciosa la vida de aquellos hombres entregados a Dios, dados a la oración y a la meditación, así como al trabajo necesario tan solo para su sustento y descanso del espíritu.

Ermita de San Guillermo de Arnotegui en Obanos

Fallecido su maestro, del que nos dejaría escrita una biografía en La vida del exemplo de Solitarios el Ermitaño Martín de Cristo [21], regresó a su tierra para tomar a su cargo la ermita de San Martín de Arleta, en el valle de Esteríbar, pero, apenas instalado allí, fue reclamado por Obanos para asumir como ermitaño la de Nuestra Señora de Arnotegui desde 1586 hasta su fallecimiento en 1633. Y desde Obanos extenderá su reforma del eremitismo navarro para mejorar la irradiación espiritual de estos enclaves.

Su actitud nos la explica con estas palabras Goñi Gaztambide: “En su retiro nutría su espíritu con la lectura de los ejemplos de los antiguos monjes y las obras clásicas de la literatura espiritual española” [22]. Escogió como camino para su reforma el más directo, y osado, de acudir al rey Felipe II con sus memoriales, quien trasladó el asunto al virrey y consejo real de Navarra y al obispo de Pamplona, para que secundasen los proyectos de este voluntarioso reformador. Como aquellos no le hicieran caso, volvió a intentarlo más tarde y, por insistencia del rey, el virrey de Navarra, marqués de Almazán, abrió una investigación en todo el reino acerca de los abusos existentes en el ejercicio eremítico.

De la encuesta resultó claro que el número de ermitaños era excesivo, que la mayoría de ellos habían sido admitidos sin previo informe sobre su vida y costumbres; que no residían en sus ermitas, sino que, al contrario, muchos habían transformado el pedir limosna en hábito, andando con mucha licencia y desorden fuera de las ermitas y en ropas indecentes y que, finalmente, los pueblos veían en el cargo de ermitaño una simple colocación.

El plan de reforma propuesto por Undiano se acometió finalmente, poniéndose coto a estos abusos. El instrumento para darla a conocer fue mediante la Cédula Real Regla y constituciones de los ermitaños, cuyo contenido de diecisiete artículos fue pregonado por el reino de Navarra a partir del 8 de noviembre de 1585, siendo adoptado definitivamente por el sínodo diocesano cinco años más tarde [23].

En adelante no habría más de sesenta ermitaños, los cuales deberían habitar en otras tantas ermitas –se citan entre ellas las más próximas de Santa Lucía de Mendigorría, Nuestra Señora de la Oliva y San Bartolomé de Artajona, San Paulo de Labiano, Santo Domingo de Imarcoain, San Martín de Añorbe, Nuestra Señora de Eunate en Muruzábal, Nuestra Señora del Perdón en Astrain, y San Cristóbal de Subiza.

Según las referidas constituciones, los ermitaños, fueran seglares o presbíteros, estarían bajo la jurisdicción de su obispo. Deberían ser navarros o proceder de Vascongadas y Castilla la Vieja (no de Aragón). En las horas no consagradas a la oración, tendrían alguna ocupación honesta, pero específicamente se les prohíbe cazar y pescar, porque se teme que ello podría invitarles a abandonar la ermita y a olvidar la oración y lección a que están obligados [24]. Se manda que las ermitañas se trasladen a los pueblos para evitar el inconveniente de vivir solas, salvo que tales fuesen “beatas” –se entiende mujeres de edad superior a cuarenta años- admisibles con la condición de que no acogieren a otros ni pidieran limosna, y que, en muriendo ellas, las ermitas sean ocupadas por ermitaños reformados.

Las nuevas disposiciones convirtieron al promotor de la reforma, y a la ermita de Nuestra Señora de Arnotegui, en centro del mundo eremítico. Por la ermita de Obanos pasaron muchos ermitaños para pedir a Juan de Undiano consejo y orientaciones.

Un inventario de sus bienes, redactado el 5 de enero de 1600, nos descubre la verdadera categoría del hombre de letras que se escondía tras la humilde apariencia de un simple ermitaño. Resulta del mismo que, en su biblioteca, entre libros devocionales, había otros de teología, misales, vidas de santos, tratados de vida eremítica y algunos más de tema profano como Experimentos médicos, Fisonomía natural, De la hierba del tabaco, Tratos y contratos de mercaderes, Libro de pragmáticas y leyes del Reino de Navarra, dos Cancioneros… Entre los más de cincuenta libros, cantidad importante para entonces en una biblioteca particular, se encuentran títulos de su propia autoría como la Reformación de ermitaños y provisiones acordadas sobre ello, del que guarda ciento veinte ejemplares. Esto, unido a la existencia entre sus propiedades de cierto número de impresos, lleva a los hermanos Estornés Lasa a suponerle editor [25].

Pero lo más sorprendente es que de uno de los Cancioneros de su colección se diga, en su testamento, que sea “de su mano” y escrito en “bascuenz”. Una copia de sus últimas voluntades del año 1789, que obra en el archivo de la parroquia de Obanos, transcrita del original datado en 1633, nos dice en su párrafo quinto: “…que ha compuesto muchos versos en bascuenz y algunos en romance en materia moral y espiritual…, que ha compuesto y hecho imprimir la vida del Hermano Martín [de Cristo], y ha salido en su nombre impreso un libro intitulado Manual de principiantes y disciplina y oración…” [26].

De lo que resulta que Juan de Undiano ya no fue solo persona culta e impresor, sino versificador en vascuence, además de traductor. Al padre carmelita Antonio Unzueta debemos el haber localizado en la Biblioteca Nacional de Madrid una de las probables versiones al vascuence de este autor, la Traducción del salmo Miserere mei en lengua bascongada, que empieza con estos versos: Miserere mei Deus / Jauna misericordia eduqui nicaz / Asco deçunesquero, misericordiaz / Borra eçaçu Jauna maldade enea / Cerren piedadez ceran betea [27].

Juan de Undiano murió a la edad de ochenta y un años, y dispuso ser enterrado en su ermita, frente a la capilla de San Onofre, junto al Cristo que él mismo había pintado. Con sus bienes fundó una capellanía, que sería perpetuada por su continuador, Juan de Izu y Mendigaña.

Episodios de la Edad Moderna

La delicada situación que vive Navarra por el constante enfrentamiento entre los bandos de agramonteses y beamonteses desde mediados del siglo XV, se vive en Obanos con particular dramatismo, pues dependiente del Vizcondado de Muruzábal desde 1407, el cual después de haber sido dado por Carlos III a su hermano bastardo Leonel había pasado a manos de otros linajes, como los Navarra y Peralta, fieles a Juan II de Aragón en su pretensión al trono del Reino de Navarra, el puesto lógico de los obaneses hubiera estado al lado de los agramonteses contra las pretensiones sucesorias del príncipe Carlos de Viana. Pero no fue así, puesto que la villa sostendría los derechos del Príncipe de Viana, participando en el asedio a la villa antagonista de Mendigorría en 1474. Incorporada Navarra a Castilla, Obanos volvió a integrarse en la comarca de Valdizarbe, dentro del Vizcondado ante el que se había mostrado rebelde, ahora en manos del Mariscal Don Pedro de Navarra.

Obanos se dará en 1548 unas nuevas ordenanzas ‑“cotos y paramentos”‑ que abarcan el conjunto de la vida administrativa, económica, moral y religiosa [28]. Un proceso de 1584 sobre cuarteles, pone al descubierto que estaba formado por tres barrios o cendeas y se somete a discusión si podrían ser las de Sarría, Sotés e Iriberri. Se obligó a Obanos a pagar la contribución de estos lugares exentos, a pesar de que no quedó claro su dominio sobre los mismos.

Durante los siglos XVII y XVIII, los datos de que disponemos acerca de la vida del pueblo, son escasos. Tal vez el hecho más sobresaliente, a destacar, sea el que Obanos deseaba convertirse en “buena villa” a toda costa, para así tener asiento en Cortes, dentro del estamento popular, llamado de “universidades”. En 1665 consiguió esta importante gracia, no sin antes desembolsar una buena cantidad, siendo Virrey el Duque de San Germán. Pero las Cortes se opusieron a ello once años más tarde, anulándose la gracia concedida y devolviéndosele el dinero. Obanos lo intentaría de nuevo en 1693, sin conseguirlo. Lo cierto es que la prebenda le llevó a negar al Conde de Guendulain el derecho a la posesión de vecindad forana [29], por esta circunstancia, a juzgar por lo que refiere Idoate, pues los de Obanos y de otros pueblos limítrofes, asaltaban con frecuencia las posesiones del Conde en Ecoyen, haciéndole rozas y talas a la fuerza [30]. Los Condes de Guendulain tuvieron su palacio en Obanos durante los siglos XVIII‑XIX.

El siglo XIX, como a toda Navarra, trajo guerras, desgracias y luto. A los invasores franceses, cuando la Guerra de la Independencia, hubo de contribuir Obanos con 196.000 reales. Valdizarbe, en este siglo, fue pasillo para las correrías de franceses y carlistas. De tal momento data el fuerte de la “Infanta Isabel”, mugante con Arnotegui y en la misma divisoria de Puente la Reina, hoy en ruinas, donde en 1893, el año de la Gamazada, el Sargento López “se levantó” al grito de “¡Viva Navarra foral!”, siendo sólo secundado por el obanés José Echeverría, terminando aquél, tras múltiples peripecias que describe Santos Beguiristain, sirviendo en un circo parisino [31].

La vieja iglesia parroquial

En Obanos, antes de edificarse la nueva iglesia parroquial en 1912, hubo otra cuya permanente reconstrucción marcó el devenir de la villa.

A principios del siglo XV, su iglesia gótica estaba tan seriamente amenazada por la ruina que los vecinos recibieron la exención de sus impuestos para dedicar todo el esfuerzo económico a su consolidación.

Antigua iglesia de Obanos hacia 1910 (Foto: Sánchez Ostiz)

Estaba situada en la parte norte y más escarpada de la población, en el lugar que hoy ocupa la antigua Bodega Cooperativa, y se componía de tres naves y crucero. Un informe del arquitecto Ángel Goicoechea nos entera, en 1910, que de su estilo originario sólo se conservaban la portada, la torre y, bajo ésta, la bóveda de la primitiva nave principal del siglo XIII. En cambio era posterior, de principios del XVI, la del sotocoro. Tanto la portada como la bóveda se aprovecharían para la nueva iglesia, colocando aquella a los pies del templo y la bóveda en lugar más preeminente -la cabecera- por ser de buena factura, estrellada, de nervios rectilíneos que descansaban sobre ménsulas cilíndricas decoradas con figuras.

El resto se hallaba reconstruido en “estilo grecorromano” tardío (1877) [32]. Algunas fotografías así lo confirman, pudiéndose ver en ellas los lunetos que coronaban la capilla mayor, pilastras dóricas que articulaban los alzados y, al exterior, un pórtico de arquería superpuesta, todo de gusto muy clasicista. La capilla mayor se cerraba con una reja en la que figuraban un estandarte y escudo de armas de los Pérez de Rada, dueños de los palacios viejos, llamados de Jaureguízar, situados en la plaza, y cuyo escudo constaba de dos lobos [33].

En su altar mayor se erigió a fines del siglo XVI un retablo en estilo romanista, ejecutado por Juan de Anchieta, del que nos quedan hoy varias figuras -las principales- por ser las de su titular San Juan Bautista y el bellísimo grupo de la Virgen con el Niño y San Juanito, que coronaba el ático. Ésta supera a la anterior en ejecución y composición, además de por su acusado clasicismo a lo Juan de Juni. Conserva incluso su primitiva policromía, obra de Juan de Landa.

Otra de las tallas que, junto con el ajuar de plata e imaginería barroca de esta primitiva iglesia, pasarían a la nueva, es el Crucificado renacentista (segundo tercio del siglo XVI) de expresivista anatomía y dramática cabeza inclinada, con ojos y boca entreabiertos, que hoy preside una de las capillas laterales de la parroquia.

Conocemos, también, que dos retablos colaterales de esta primitiva iglesia fueron ejecutados por el ensamblador pamplonés Martín de Echeverría, habiendo intervenido como dorador –no sabemos si de estos mismos retablos- Juan Martínez de Beasoain [34].

Esta iglesia se componía de numerosas capillas, adscritas a diferentes vecinos, incluso a familias nobles como las pertenecientes a los Señores de Sotés (que llevaban el apellido Arbizu), a los Pérez de Rada y a los descendientes del capitán Azpilicueta, hermano de San Francisco Javier, que al casarse con Juana de Arbizu, erigió en este templo una capilla a la Virgen de los Dolores, donde se enterrarían sus sucesores.

Su reducido espacio interior, no superior a 200 m²., incapaz de acomodar a poco más de seiscientas personas, llevó a los obaneses a intentar su adecuación al máximo. Así, en 1864, se agrandó el coro y se abrieron en él unos balcones para dar mejor acomodo a los fieles, según proyecto de reforma del arquitecto José Antonio Segura. Además se puso órgano nuevo, encargado a Hermenegildo Berruezo, vendiéndose el viejo –que databa de 1664- a la parroquia de Uterga, y hasta se pudo estrenar reloj en la torre.

En 1877 se inician las obras de los que denominaron “cubiertos”, el porche perimetral que nos enseñan las fotografías conservadas por la familia Sánchez-Ostiz. Ya entonces se manifestaron serias dudas sobre el porvenir del templo, pues se consultó a tres arquitectos, inclinándose la Parroquia por el proyecto de Sebastián Camio. La obra fue de envergadura y se aprovechó para organizar la sacristía, reconocer la torre (que no estaba en buenas condiciones), aplicarle alguna campana nueva que se trajo de Huarte y arreglar su chapitel, reformar interiormente la iglesia con importantes trabajos de ferretería y de linternería, y añadirle algún detalle expresivo, como una efigie de San Francisco Javier. Se pusieron nuevas cristaleras en las ventanas y se arreglaron los faroles del Rosario. Las obras, que se remataron al plantar en el exterior de la iglesia dieciséis olmos, terminaron ocho años después.

Pero el creciente aumento de población, la expansión del pueblo hacia el oeste y la iniciativa de un nuevo párroco, D. Salvador Garisoain, hicieron que en 1910 se iniciase la construcción de una nueva iglesia –la actual- bajo proyecto de un arquitecto de corte historicista, Ángel Goicoechea, que la proyectaría en estilo neogótico al modo de las iglesias languedocianas francesas.

Escena del Misterio de Obanos (Foto: Atrilia)

Obanos, Villa del Misterio

Si por algo se conoce hoy a nivel nacional, incluso internacional, a la villa de Obanos es por la representación del Misterio Sacro de San Guillén y Santa Felicia, escenificado por primera vez en agosto de 1965.

Este entrañable oratorio sacro magnifica la conversión en los tiempos del gótico del penitente Guillermo de Aquitania, por obra y gracia de Nuestra Señora de Arnotegui, en el incomparable marco del cruce de caminos a Santiago de Compostela, simbolizados en la plaza de Obanos, constituida en escenario donde todo un pueblo –con el tiempo llegaron a intervenir más de setecientos figurantes-, se hermanó como nunca lo había hecho.

Sobre la historia legendaria de Felicia -princesa del Ducado de Aquitania que tras peregrinar a Santiago decidió dedicar su vida a servir humildemente a los demás en Amocain, un pueblecito perdido entre montes, después asesinada por su hermano Guillerno tras negarse a regresar a la corte aquitana-, el obanés de adopción y sacerdote Santos Beguiristáin Eguílaz estructuró el guión al que daría forma literaria Manuel Iribarren [35], y color en la representación el apoyo musical de Luis Morondo al frente de la Agrupación Coral de Cámara de Pamplona, bajo la dirección escénica de Claudio de la Torre.

Tal como fue concebido por su autor, el Misterio Sacro contiene tres estampas: “El camino a Compostela”, “El martirio de la Reina”, y “La Ermita de Santa María”. Presentando el Camino, describe a los Caballeros, a los Penitentes, Juglares, Santos, Peregrinos y al Cortejo de la Princesa Felicia. En la estampa segunda se muestra el retorno de la riada humana y del Cortejo sin Felicia, el silencio de Amocáin, el Caballero Guillermo de Aquitania, el diálogo del amor divino y del amor humano, el Martirio de la Reina y los gritos de espanto del criminal, con su voto de peregrinar. Y, finalmente, en la tercera, se presenta Arnotegui en fiesta, con los estamentos tradicionales. Se hace recitar el poema de la Reina Mártir (el lirio florecido en su pecho, el jumento que llevaría el arca con su cuerpo hasta la Basílica de Labiano, los muchos milagros y la devoción popular). Se descubre el caballero encadenado, ora el pueblo por él, y se recita la cantiga de Nuestra Señora, protectora de los campos y enfermera de las almas. El Caballero, entonces, amansando sus lloros, decide rematar sus días sirviendo en Arnotegui. Y, ya en apoteosis, se muestra Santa María [36].

Se ha calificado al Misterio de San Guillén y de Santa Felicia como una realización a la moderna de los autos sacramentales de la Edad Media. José María Doussinague, que fue embajador de España y obanés de adopción, dejó escrito un elocuente artículo en que cala en la profunda psicología de Guillén de Aquitania. Un príncipe de tempestuosa y robusta personalidad, que surge de la Edad Media como encarnación del conjunto de características del hombre de su época. Éste se nos presenta desde su aparición como un joven atropellado, rudo, con la rudeza de sus tiempos, enviado por su padre a buscar a la hermana que se había hecho una humilde criada campesina para dedicarse únicamente a su santificación [37].

El choque de Guillén con su hermana Felicia supone la contraposición de dos formas de vivir, hoy tan actuales como siempre: la de quien persigue los atractivos del mundo y la de quien busca la vida sobrenatural de la gracia.

Al hundir el puñal Guillermo en el corazón de Felicia, se lo clava en su propio pecho. “En todo drama está presente y apuñalante uno de los problemas medulares del hombre de hoy”, contesta D. Santos a un informador en 1967 [38]. Se trata de la angustia. “La angustia de Guillén –continúa- tiene las mismas raíces que la del hombre actual: el delito del abandono de Dios, la tristeza del alma, la pérdida de la esperanza salvática, el vacío de la existencia, el miedo a la muerte”. Por eso D. Santos calificó al Misterio de “predicación moderna”.

Pero el Misterio de Obanos es un misterio cristiano, donde no rigen las leyes del hado y del fatalismo gentil, pues los hombres, todos los hombres, se hallan en vía de salvarse. Por eso tiene un desenlace de consolación, de gracia y de misericordia, que es aleccionador y esperanzador a un tiempo, oración viva para quienes asisten desde las tribunas al drama escénico.

Para Doussinague, la conversión de Guillén tiene auténtico sentido teológico, pues es todo el pueblo -invocando el Cuerpo de Cristo, del que todos formamos parte, y la Comunión de los Santos-quien eleva una ardorosa plegaria a la Virgen por la salvación del desagraciado asesino que termina, arrastrado por el ambiente, por suplicarla él mismo. La Virgen escucha la oración, lo que se materializa en un relámpago que desciende sobre el pecador y simboliza el toque de gracia. Esta escena culminante del Misterio de Obanos –cómo es posible la salvación de un pecador- hace trascendente al Guillén de la historia-leyenda respecto a otros personajes literarios que semejan ahora ser “antihéroes”. Tal es el caso de Segismundo, de Hamlet, del “Condenado por desconfiado” de Tirso de Molina, a los que la silueta moral impresionante de Guillermo, por real y tangible, deja decididamente atrás. Pues las preocupaciones de estos seres o príncipes imaginarios, producto de la literatura mundial, quedan en el terreno de la especulación. El problema religioso de condena o salvación del alma, que plantea el Misterio de Obanos en la persona de Guillén de Aquitania, alcanza una universalidad y hondura humana mucho mayor.

Las representaciones, cuya organización actual corre a cargo de la Fundación Misterio de Obanos, creada en 1993 para asegurar la continuidad de este ingente esfuerzo y la protección de un magnífico vestuario, han sido reconocidas por el Premio Extraordinario “Misterio de Elche” (1965) y por la declaración de Interés Turístico Nacional del Ministerio de Fomento.

Han sido dirigidas por Claudio de la Torre, Pablo Villamar, Roberto Carpio, Joaquín Corcuera, Jesús Garín y Alfonso Segura.

El espectáculo se planteó con dos o pocos más actores profesionales, apoyados por actores secundarios de cuadros escénicos navarros –como “Tirso de Molina” o “Amadís de Gaula”– siendo el conjunto de figurantes el pueblo entero de Obanos.

Entre los primeros, el personaje de Felicia ha sido encarnado por Edda de los Ríos, María Dolores Ostiz, Ángeles Macua, Beatriz de Carvajal, María Del Puy, Mariló Muñoz, Verónica de Orueta, y las obanesas Merche Esquíroz, Paula Jaurrieta y Noemí Alcalá. Interpretaron a Guillermo de Aquitania Enrique Closas, Ricardo Merino, Francisco Acosta, Ramón Corroto, Jesús Vega, José María Cassiano y los navarros Ángel Martínez Arbeloa y Javier Baigorri.

Un grueso número de actores aficionados sobresalieron en sus papeles, como Javier y Jesús Garín, Gemma Los Arcos, Maribel Martínez Peñuela, Eduardo Bayona, Valentín Redín, Alfonso Segura, Manolo Monje etc., y pudo contarse en ocasiones con actores secundarios profesionales (como Sergio Mendizábal).

Otras aportaciones de importancia son las constituidas por Francisco Garraus, arquitecto ambientador de la plaza que sirve de escenario; por el matrimonio Pedro Lozano de Sotés-Francis Bartolozzi, diseñadores de los figurines del vestuario; Clara Vélaz de Jaurrieta, confeccionadora de más de mil trajes; María Luisa Ulzurrun, sombrerera, y Mariano Vélez, creador de las guarniciones y prendas de cuero, gracias a los cuales se consiguió el logro humano más espectacular de sus organizadores -el vestuario- que da el colorido tan atrayente a unas representaciones, que son cita obligada en torno a Santiago, durante el mes de julio.

Como colofón a estos simples retazos de la historia de Obanos, nos vienen a la memoria unas líneas de Pedro Lombardía, aquél brillante canonista, y persona de profunda simpatía, que impartiera clases en la Universidad de Navarra, quien al referirse a esos pueblos muertos, cargados de historia y escudos de sus casonas, transidos de espíritu pueblerino al correr de los tiempos, escribió: “Por ello es tan estimulante el ejemplo de Obanos, que extrae de su historia vida, espíritu de labor en equipo, ilusión, alegría” [39].

Notas

[1] Jesús Vélez, su propietario, la encontró cerca del “Corral nuevo”.

[2] GOÑI GAZTAMBIDE, J. Historia de los Obispos de Pamplona. Pamplona, Eunsa-Institución Príncipe de Viana, 1979, vol. I, p. 105.

[3] GOÑI GAZTAMBIDE, J., cit. vol. I, pp. 262 y ss., y p. 738.

[4] IDOATE IRAGUI, F. El Señorío de Sarría. Pamplona, 1959, p. 33-34 y 146.

[5] Idem, Ibidem, p. 144.

[6] V.V.A.A. “Obanos”, GRAN ENCICLOPEDIA NAVARRA, Pamplona, Caja de Ahorros de Navarra, 1990, tomo VIII, p. 155.

[7] YANGUAS Y MIRANDA, J. Diccionario de antigüedades del Reino de Navarra. Pamplona, Institución Príncipe de Viana, 1964. Tomo I, pp. 221-222.

[8] FORTÚN, L. J. “Las Juntas de Infanzones de Obanos”, en GRAN ATLAS DE NAVARRA (Dir. por A. J. Martín Duque), Pamplona, Caja de Ahorros de Navarra, 1986, vol. II, pp. 105-106; GARCÍA ARANCÓN, R. “La Junta de Infanzones de Obanos hasta 1281”, en Príncipe de Viana, Pamplona, Institución Príncipe de Viana, 1984, pp. 173, 527-559; y YANGUAS Y MIRANDA, J., cit., tomo I, pp. 221-225.

[9] E. Goicoechea Arrondo sostiene la idea de que la advocación de San Salvador marcaba siempre una encrucijada en el Camino de Santiago. Véase “San Salvador de Obanos”, en El Pensamiento Navarro, Pamplona, 25 de agosto de 1972; JUAN DE AMOCAIN [Santos Beguiristain Eguílaz], explica de modo definitivo lo que venimos diciendo en su artículo “Obanos confluencia de los caminos de herradura”, La Gaceta del Norte, Bilbao, 27 de agosto de 1966.

[10] C. URRUTIBÉHÉTY toca este tema en su libro Casas Ospitalia. Diez siglos de historia en Ultrapuertos, Pamplona, Institución Príncipe de Viana, 1982, pp. 261-262, y lo desarrolla más tarde en “Union des chemins de Saint-Jacques en Basse-Navarre et en Navarre”, ACTAS DEL PRIMER CONGRESO GENERAL DE HISTORIA DE NAVARRA, Tomo 3, Comunicaciones Edad Media, Príncipe de Viana, Anejo 8, Pamplona, 1986, pp. 207-216. A él volvemos en ZUBIAUR CARREÑO, F. J. “El Camino de Santiago y Obanos”, La Verdad (Semanario Diocesano de la Iglesia en Navarra), Pamplona, 28 de agosto de 1988. Véase también V.V.A.A. Guía del Peregrino. El Camino de Santiago, Madrid, Ministerio de Turismo, Transportes y Comunicaciones (Secretaría de Estado de Turismo), 1982. La parte de ella referente a Navarra es obra de D. Javier Navarro, canónigo de la Real Colegiata de Roncesvalles.

[11] CASTRO, J. R.-IDOATE, F. Catálogo del archivo General. Sección de Comptos. Documentos. Pamplona, Archivo General de Navarra, 1953, tomo III, pp. 339-340, doc. 870; tomo IV, p. 695, doc. 1735; 1967, tomo XLVI, p. 320, doc. 784; 1968, tomo XLVII, p. 574, doc. 1320.

[12] IDOATE, F. El Señorío de Sarría, cit., p. 179.

[13] CASTRO, J. R.-IDOATE, F. Catálogo…, cit., 1960, tomo XXV, p. 116, doc. 253, y p. 262, y p. 262, doc. 571.

[14] IDOATE, F. El Señorío de Sarría, cit., pp. 79 y 81.

[15] Idem, Ibidem, p. 394.

[16] BROMLEY, J. “Juan de Herrera, el capitán romántico de las utopías”. Lima, El Comercio, 1952; FOLCH, J. A. Del descubrimiento de Chile y compañeros de Almagro, Santiago de Chile, 1954. La información de D. Javier Pérez de Rada, Marqués de Jaureguízar, nos ha llegado a través de un suelto de 20 pp. facilitado por D. Santos Beguiristain Eguílaz, que bajo el título de Los Rada, viene firmado por Javier Doussinague Méndez de Lugo.

[17] IDOATE, F. El Señorío de Sarría, cit., pp. 122 y 467. Foto de este escudo en la p. 373.

[18] ESCALADA, F. Glorias de Navarra. “Escudo javierino para el Castillo de Javier. Una visita de San Ignacio a Don Juan de Azpilicueta en su casa de Obanos. Noticias del escudo hallado en esta villa”, El Pensamiento Navarro, Pamplona, 8 de abril de 1929.

[19] JAURRIETA MÚZQUIZ, C. El Capitán Juan de Azpilicueta, su familia y el Castillo de Javier. Pamplona, Aramburu, 1954. Prólogo de D. Santos Beguiristain. Pp. 77-79.

[20] GOÑI GAZTAMBIDE, J. “La vida eremítica en el reino de Navarra”, Príncipe de Viana, Pamplona, 1965, núm. 98-99, pp. 77-92.

[21] Que publicó por primera vez en 1620 y reimprimió en Pamplona en 1673.

[22] GOÑI GAZTAMBIDE, J. “La vida eremítica…”, cit. p. 78.

[23] Constituciones sinodales del obispado de Pamplona, compiladas…por don Bernardo de Roxas y Sandoval, obispo de Pamplona. Pamplona, 1591. Cit. por GOÑI GAZTAMBIDE, J. “La vida eremítica…”, p. 81.

[24] En Córdoba los ermitaños obtenían su sustento del trabajo manual realizado en la misma ermita (trenzas de esparto, cucharas, cestos y otras cosas por el estilo).

[25] ESTORNÉS LASA, B. y M. “Un cancionero vasco del s. XVI en Obanos”, Fontes Linguae Vasconum, Pamplona, Institución Príncipe de Viana, 1970, núm. 5, pp. 231-233.

[26] Idem, Ibidem.

[27] UNZUETA ECHEBARRÍA, A. “Nuevos datos sobre el reformador de ermitaños y poeta vasco Juan de Undiano”, Fontes Linguae Vasconum, Pamplona, Institución Príncipe de Viana, 1982, núm. 39, pp. 329-337.

[28] IDOATE, F. El Señorío…, cit., pp. 400-402.

[29] Vecino forano era el que tenía derecho al disfrute de los comunales sin residir en el lugar.

[30] IDOATE, F. El Señorío…, cit., cap. XVI; e IDOATE, F. “Historia menuda. Obanos, buena villa”, El Pensamiento Navarro, Pamplona, 31 de agosto de 1965, p. 14.

[31] BEGUIRISTAIN EGUILAZ, S. “El Castillo “Infanta Isabel” de Obanos y el levantamiento foral del sargento López en 1893”, Príncipe de Viana, Pamplona, Institución Príncipe de Viana, 1975, núms. 140/141, pp. 673-678.

[32] Informe sobre la Iglesia Parroquial de la villa de Obanos, por Ángel Goicoechea, arquitecto (junio de 1910). Archivo Parroquial de Obanos.

[33] SALES TIRAPU, J. L.-URSÚA IRIGOYEN, I. Catálogo del Archivo Diocesano de Pamplona. Pamplona, 1994. Tomo 11, núm. 173, p. 49. Dato citado por GARCÍA GAÍNZA, M. C. (Dir.). Catálogo monumental de Navarra. Pamplona, Gobierno de Navarra, 1996. Tomo V** (Merindad de Pamplona: Imoz-Zugarramurdi), en su p. 352. De esta publicación tomaremos algunas referencias, aunque el trabajo se basa en nuestro “Estudio etnográfico de Obanos (Navarra). Datos geográficos. Culturización”, Contribución al Atlas Etnográfico de Vasconia. Investigaciones en Álava y Navarra (Dir.por Mª Amor Beguiristain), San Sebastián, Fundación José Miguel de Barandiarán, 1990, especialmente las pp. 441-444, y en la investigación realizada con esta beca.

[34] GARCÍA GAÍNZA, M. C. La escultura romanista en navarra. Discípulos y seguidores de Juan de Anchieta. Pamplona, Institución Príncipe de Viana, 1969, pp. 44, 55, 154 y 254.

[35] Misterio de San Guillén y Santa Felicia. Retablo escénico de Manuel Iribarren. Guión y prólogo de Santos Beguiristain. Viñetas de Ángel María Pascual. Pamplona, Fundación Misterio de Obanos, 1994 (ed. facsímil de la realizada en 1964 por editorial Morea en Pamplona).

[36] Tomamos esta descripción de BEGUIRISTAIN, S. “El Misterio de Obanos”. Serie Navarra. Temas de Cultura Popular, núm. 33, p. 21. Pamplona, Diputación Foral de Navarra, 1968

[37] DOUSSINAGUE, J. M. “El Misterio de Obanos”, Ya, Madrid, 6 de noviembre de 1966.

[38] A MARTÍNEZ BENAVENTE, D. “Hoy tiene algo que decir Mons. Santos Beguiristain”, El Noticiero, Zaragoza, 10 de agosto de 1967.

[39] LOMBARDÍA, P. “Obanos, tradición hecha presente”, El Pensamiento Navarro, Pamplona, 15 de agosto de 1969.