El polifacético artista Alfredo Díaz de Cerio Martínez de Espronceda –Díaz de Cerio I para distinguirle de su hijo Alfredo, también creador plástico- es uno de nuestros autores con mayor personalidad. Pintor, escultor y ceramista, además de poeta –ha firmado al menos cinco libros de poesía y obtenido numerosos reconocimientos en este campo, como los premios “Luis Rosales” y “Vicente Aleixandre”-, nace en la localidad navarra de Mendavia el 20 de octubre de 1941. Su interés por la pintura se le despierta espontáneamente en torno a 1962, pero esta inclinación pasa a segundo plano cuando, cuatro años más tarde, emigra a Suiza para trabajar en una empresa química. Viajes puntuales por países del entorno le sirven para conocer la pintura de Vermeer de Delft, de Van Gogh, Kandinsky y Kokoschka, así como la pintura alemana del momento.
De 1967 a 1974 trabajará como intérprete de la firma Degussa, por lo que se afincará en la localidad alemana de Brilon Wald, en las proximidades de centros culturales como Paderborn, Kassel y Kolonia. Conoce entonces la pintura de Margarethe Liebau Kornemann, autora de tintas expresionistas. Pero será el padre benedictino Kunibert quien le haga recapacitar sobre su inquietud artística y le organice las primeras exposiciones, que tienen lugar en el Ayuntamiento de Brilon Stadt. Kunibert, que le pone en contacto con la obra de Durero, es el primero en advertir en él la fuerza de su mundo interior manifestado en dos direcciones: los versos y la potencia expresiva del color.
A fines de 1974 vuelve a España y durante dos años trabaja en Zaragoza para la empresa Muresa, especializada en murales y revestimientos cerámicos. Será ayudante del escultor Ángel Orensanz, que le interesa en la estructura, el hueco y la flexión de las formas escultóricas. En este momento realiza Díaz de Cerio sus primeros modelados zoomórficos en barro, alguno de los cuales será adquirido posteriormente por el Museo de Navarra. Se instala definitivamente en Pamplona en 1976.
Buen conocedor del arte centroeuropeo, se puede decir que es en Alemania donde Alfredo Díaz de Cerio asimila las tres corrientes que más influyen sobre su obra plástica -surrealismo, expresionismo e informalismo-, que se manifestarán en su afán especulativo tanto como en el dominio de las técnicas aplicadas a diferentes materiales, a los que somete con la idea de que toda creación artística genera una vida autónoma en la obra resultante. Algo que ya había observado uno de los Nabís –Maurice Denis- en 1888 al comentar “El talismán” de Paul Sérusier, anticipándose a la teoría del cuadro como contra-objeto de la naturaleza, que después desarrollaría Picasso. El sentido ornamental y la presencia de elementos referidos al sentimiento religioso de una parte de su misteriosa y arqueológica iconografía también conectan con el espíritu de aquel grupo simbolista. Así lo demuestran sus “altares”, “orationes”, “proféticas” y “construcciones” –representadas en esta exposición- con idéntica voluntad de sintetizar motivos, algunos extra-pictóricos, y un tono común supra-real.
Su apertura hacia una totalidad de visiones y recursos imaginables se manifiesta en sus incursiones dentro del realismo misterioso, lo metafísico y el conceptualismo. Pero el origen de la mayor parte de sus inclinaciones se halla en Alemania, como hemos dicho, que es donde se gestan sus orientaciones estilísticas principales: postimpresionismo de tonos fuertes y cubo-surrealismo influenciado por Ernst y Klee, en la década 1970; surrealismo mediante la representación de formas orgánicas al modo visionario de Dalí y Tanguy, construcciones metafísicas a la italiana, expresionismo fuertemente abstracto con significado mistérico-religioso -plasmado mediante una pintura en bajorrelieve a la que incluso añadirá metales- en los 80; y realismo intenso, ya preludiado en su pintura metafísica anterior, pero ahora con una clara referencia en Antonio López, a fines de la década 1990, que centrará en sus bodegones y vistas de Pamplona, fragmentos intemporales de fondo neutro y contrastadas luminosidades. Manifestaciones que dejarán perplejos y sorprendidos a los que pudieran delimitar su capacidad técnica.
Estos impulsos creadores pasarán a la arcilla para buscar la unión con el entorno cósmico, recurriendo en su escultura de nuevo a las formas surrealistas y orgánicas. Y a sus tintas, acuarelas, dibujos, y collages, que por su formato manejable le permiten expresarse con una libertad absoluta y menor tensión emocional, sorprendiéndonos por su inagotable fantasía, a los que se dedicará en los últimos años.
La obra plástica de Díaz de Cerio es producto de un equilibrio armonioso de los sentidos con el intelecto. Su coherencia dentro de un estilo tan personal le convierte en uno de nuestros más interesantes artistas, con vena trágica y poética a un tiempo.