¿Es posible imaginar una nueva dimensión espacio-temporal donde el ser humano alcance esa plenitud largamente añorada? Es la pregunta que se hace Alicia Osés y su respuesta está aquí, entre estas pinturas, grabados y esculturas que se configuran como ensayos intuitivos acerca de la continuidad existente entre nuestro mundo limitado y aquel otro que confiamos encontrar más allá de nuestra realidad terrenal.
La exposición ofrece dos partes no tan diferenciadas, como podría creerse: la de aquellas obras donde ella, desde el presente, se auto retrata como niña y también representa a sus seres queridos, en una especie de congelación del tiempo realizada con sentimiento nostálgico, y aquellas otras donde su mundo especulativo va definiéndose, con la esperanza como guía. El nexo común entre ambas es el tiempo y el conjunto expositivo se nos revela como una reflexión sobre el devenir.
Se puede considerar como una meditación en toda regla, aunque suavizada por el tamiz de su poética, que si bien introduce la tensión del drama, éste no parece acabar en tragedia. Es más, su reflexión puede llevarnos a una reconsideración de nuestra conducta. La exposición plantea a quien quiera sentirlo un desafío ético, y, en consecuencia, invita a revisar nuestra relación con los demás.
“Intento pintar la serenidad y el equilibrio de las cosas, esa serenidad y equilibrio que nace de ellas mismas si no están rodeadas de prejuicios y conformismos”. Estas palabras de Alicia Osés, cuando apenas contaba veinte años de edad, al montar su primera exposición en el Museo de Navarra junto a Luis Garrido, Mariano Royo y Pedro Salaberri, siguen plenamente vigentes.
Ahora ese propósito no se orienta a representar una realidad intensificada mediante planos bien delimitados, colores limpios y luces contrastadas, que encubrían la brillantez del pop en sus primeras obras, sino a plasmar sus visiones de un mundo ideal situado más allá de nuestras limitaciones, que a menudo la interpelan, incluso en la noche.
Con su sentido narrativo peculiar, Alicia recrea situaciones apoyándose en una iconografía protagonizada por personajes que gravitan en un espacio a menudo abstracto. No se encuentran ya aquí sino fuera de nuestra dimensión física. Se trata, pues, de un mundo sub-real, ajeno a lo tangible, pero con el que es posible soñar y suponer que un día se hará realidad aportándonos esa paz largamente añorada.
De los colores vivos y optimistas ha evolucionado a los oscuros, ocres, incluso negros, aunque persiste en ella la llamada de otros luminosos. “Ahora me molesta el color pero si está justificado su uso no dudo en emplear una gama más variada”.
Técnicamente emplea lienzos de algodón que favorecen la absorción del óleo disuelto en aguarrás. O se sirve del soporte de papel mediante el aguafuerte o la manera negra, o incluso puede llevar sus propósitos a una materia tan humilde como el barro, que en ciertas piezas ha fundido en bronce. Siempre el propósito será definir con claridad la representación.
Sus personajes presentan rasgos indefinidos, pueden ser reconocidos como hombres y mujeres, más raramente niños (“el mundo que defino es un mundo duro, no de niños”), pero no marca con excesiva atención sus rasgos sexuales diferenciadores. A menudo aparecen desnudos o vestidos someramente, son de distintas edades, razas y aspecto físico (los hay gruesos, delgados etc.), es decir, parecen despojados de cualquier connotación relativa a su jerarquía social, quedan abatidas las diferencias entre dominadores y dominados, ya que el deseo de la pintora es representar el trance del género humano confrontado a su destino, no caer en un ejercicio narcisista.
Sus criaturas se relacionan mediante el juego de posturas y acciones dinámicas, inducidas por líneas compositivas que definen estructuras envolventes, a modo de torbellinos que impulsan al encuentro con instancias superiores presentidas en ese más allá. En estas composiciones aletea el recuerdo de artistas como Michelangelo Buonarrotti, Francisco de Goya, Honoré Daumier, Henri Matisse, Marc Chagall, Henry Moore, Giorgio de Chirico, Aurelio Arteta, Andrés Rábago Ops…., y asimismo es fácil detectar el efectismo del escorzo propio de la pintura mural, la narratividad de la historieta, la brillantez de la ilustración seductora, recursos que conoce bien una experimentada Alicia Osés, quien a lo largo de su trayectoria artística ha combinado con facilidad el lápiz con el pincel y las manos para modelar, y tan pronto ha sometido el horno cerámico como se ha erigido en guía de jóvenes aprendices.
El ser humano, que sobrevive en la confusión de este mundo soñado levita ingrávido en el espacio libre de condicionantes que se le abre ante si, y desde su fragilidad, despojado de connotaciones, parece implorar la ayuda de un ser superior.
En uno de los cuadros expuestos, un personaje avanza por una pasarela que cruza un inmenso vacío y le conduce a un destino oculto tras la nebulosa del cielo; al pie de ella otras figuras esperan su turno para someterse a esa prueba de equilibrio, en tanto los espectadores de primer término parecen aguardar el resultado de tan expuesta prueba. “Pero no hay que temer un desenlace fatal, nadie va a matarse, caricaturizo a los personajes”, afirma la pintora.
Son personajes fuera del tiempo. Intentan elevarse, superarse a sí mismos e ir hacia una dimensión donde les espera una nueva vida serena, en la que es posible contemplar hermosos e incontaminados paisajes de horizonte infinito. Hay deseo de búsqueda de trascendencia, de paz, que finalmente es posible encontrar: en otra de las pinturas un joven jinete se acerca con su caballo a un hermoso árbol, en medio de una naturaleza clareada por la luz de la mañana diáfana.
Alguno de sus seres ya alcanzó la paz y se halla en posición dominante observando a quienes, en grupo, aguardan el momento de poder conquistar la nueva magnitud sobrenatural, despojados de las miserias que abandonaron en el mundo terrenal, y ya en un espacio de libertad. Es seguro que disfrutarán, antes o después, de la armonía celestial que les espera.
Con frecuencia sus seres se asoman no a panorámicas extensas, que parecen ilimitadas, sino a miradores o terrazas, resultando sus composiciones futuristas o metafísicas, propias de aquella visionaria que no quiere dar pistas explicativas sino dejarlo todo a la libre interpretación.
En ocasiones estos personajes aparecen ingrávidos en el interior de pozos o constreñidos por cuatro paredes, pero ese mismo flotamiento les impulsa a liberarse de las estructuras, a ascender y a encadenarse en una secuencia que les centrifuga hacia lo alto. De esta forma la sensación de su abandono y sufrimiento va desapareciendo.
Existe una solidaridad entre ellos, se ayudan, se miran, parecen jugar, se dejan llevar por alguien que les conduce sin ellos saberlo, ya desprendidos de su condición humana, alguien que les quiere porque son sus criaturas.
En uno de sus cuadros presenta una escalera solitaria, sin personas que la utilicen, aunque queda claro que sus piedras están desgastadas por el uso. Tras un rellano se ofrecen dos opciones de continuar el ascenso: la de la izquierda y la de la derecha. ¿Dos caminos opuestos con insospechados desenlaces?
En otra obra de la exposición se nos muestra un cometa con extraño aspecto orgánico-material, entre árbol y roca, o bien incluso parece un aglomerado de cuerpos mineralizados (¿los que pertenecieron a aquellos que fracasaron en su intento de supervivencia?): una figura humana aparece sentada en su vertiente, vuelta, sin rasgos definidos, e introvertida. Un perro corre por el perfil de la nebulosa, jadeante, hacia el que parece ser su amo, “como para despertarle”.
Toda su obra puede catalogarse de surrealista, ya que en ella afloran las tensiones del subconsciente, las fantasías y sueños, y también quizás la nostalgia de una inocencia perdida. El resultado tiene una carga existencial de la que la artista trata de liberarse en una terapia que pone al descubierto su espiritualidad en lucha con el mundo en que vivimos, lo que la lleva a sentir la necesidad de otro mejor, imaginado fuera de nuestras coordenadas físicas.
“Mi obra –escribió el pintor expresionista Julio Martín-Caro- es posible sea una transformación, vista en sentido positivo, de la forma de la conciencia humana”. En el caso de Alicia Osés, este buen propósito se hace realidad con matices diferentes, no desde el dolor que impone el rompimiento de las formas, sino desde el afecto sereno hacia unos seres que aspiran a encontrar un día la felicidad. De ahí que en su representación plástica no todos los motivos se articulen con patetismo, sino de manera amable.