Victoriano Juaristi en el origen de la Escuela del Bidasoa

Intervención en la mesa redonda sobre la personalidad humanística del médico Victoriano Juaristi Sagarzazu (San Sebastián, 1880 – Pamplona, 1949), en el Nuevo Casino Principal de Pamplona, el 12 de noviembre de 2019, en acto organizado por esta entidad en colaboración con la Peña Pregón, el Ateneo Navarro y el Colegio de Médicos de Navarra. Otros intervinientes fueron Joaquín Ansorena, que la moderó, José María Muruzábal, Salvador Martín Cruz y Javier Torrens.

Para cuando el doctor don Victoriano Juaristi llegó a Pamplona para abrir en 1919 la clínica de San Miguel en unión de sus colegas Daniel Arraiza y Joaquín Canalejo, llevaba un largo recorrido de dieciséis años como médico cirujano del Hospital de Irún, donde se estableció tras su nacimiento en San Sebastián y posteriores estudios de Medicina en la Universidad de Valladolid. En Irún discurrió la que quizás fuera la etapa más fecunda de su vida, o al menos la que más feliz le hiciera, desde sus 24 a 39 años, “donde mejor se manifestaría su verdadero yo”, en la opinión del también médico y biógrafo suyo, Salvador Martín Cruz [1]. Y no vaya a pensarse que lo fue porque no conocía mundo, pues ya durante su estancia en Irún viajó a ciudades europeas para asistir a cursos y congresos de su especialidad médica.

El periodista Juan Luis Seisdedos (Miguel del Bidasoa) explica que su carácter innovador, de mentalidad moderna, como médico, le llevó también a otros terrenos, apoyándose en su jovialidad y humorismo característico, con su barba y bigotes de guías caídas sobre las comisuras de los labios, en particular la literatura y el arte, aglutinando en la ciudad a escritores y artistas en tertulias que organizaba en su propio domicilio, a las que asistía desde Vera de Bidasoa su amigo y admirador Pío Baroja. Victoriano Juaristi, afirma, “era un personaje querido y admirado en esta ciudad” [2].

Juaristi rememoraba su estancia junto a la orilla del Bidasoa un día de 1947 en que se decidió a subir al castillo de Fuenterrabía desde donde evocó nostálgicamente los días pasados en su juventud (pues su madre era natural de esta localidad) mirando al horizonte, donde desde la altura observa: “un maravilloso conjunto de azules espejos, de colinas de esmeralda y de blancos caseríos, y al fondo, la línea risueña, graciosa, de la Costa de Plata. Y es en este momento cuando sentimos por vez primera el deseo de fijar allí nuestra vida, cuando creemos haber encontrado el fin de nuestras peregrinaciones sin rumbo” [3].

Y éste es el título, Costa de plata, el que dio a una novela suya centrada en la actividad de la frontera, en torno a la que podríamos calificar de “triángulo sentimental”  del protagonista Michel Doria e Irma Vassilieff -la rusa Kathinka-, con el contexto espacial de la desembocadura del Bidasoa, en cuyo marco surge el amor entre estos dos seres desarraigados [4].

El estilo descriptivo de Victoriano Juaristi en su novela es entrecortado. La descripción paisajística conlleva un sentimiento análogo al apasionamiento que une a los protagonistas. El juego entre apariencia y realidad que dan a la Naturaleza las brumas que “pinta con la pluma”, se mantiene con resonancias ahora humanizadas entre los personajes. El valor del cromatismo, de los reflejos de la luz, de los sonidos y de los olores es constante a lo largo de las páginas de este novelista ocasional, pintor, ceramista y músico, además de médico.

Placidez, detención, colorido, sensaciones visuales, son las notas características de la minuciosa descripción que como un paciente pintor puntillista Victoriano Juaristi nos hace a la hora en que el sol se oculta cuando vuelven las barcas y vapores de su diaria brega en los aledaños de la desembocadura del río:

“… traían atunes, cuyo oscuro lomo pulido tenía reflejos de acero, manchado por la roja sangre de sus agallas atravesadas por un largo remo que ensartaba tres o cuatro piezas para sacarlas en hombros hasta la “Venta”, donde se cotizaban.

De los vientres de las barcas sacaban los más variados pescados, aplastados unos como soplillos, alargados otros como culebrones, con doradas escamas, con manchas rojas y azules, con áspero pellejo gris, con grandes fauces y numerosos dientecillos afilados, con diminutos hociquillos, con aletas espinosas y colas bifurcadas. También traían algunos caracoles grandes y nacarados, y alguna vez los restos de un cargamento naufragado, barrido por las olas” [5].

Terminada la jornada pesquera:

“… desaparecieron los tonos anaranjados del crepúsculo, perdieron fuerza las violetas y nacieron los grises en todas las gamas”.

El monte Larún

“se difuminó un momento, pero enseguida una luz tenue y plateada puso en relieve su graciosa silueta” [6].

Victoriano Juaristi. Paisaje rural

Y es que en su obra literaria tiene importancia la Naturaleza (algo en lo que también participan otros literatos de la Cuenca del Bidasoa: Pierre Loti, Félix Urabayen, Pío Baroja, María del Juncal Labandíbar, Manuel Iribarren y José de Arteche). El acercamiento espontáneo, la disposición contemplativa, la honda vivencia sensitiva que descubre no solo los aspectos externos sino la propia intimidad del paisaje fluvial y costero. La manera como todos ellos lo describen, entrecortada y fugaz como las pinceladas de un pintor, obedece más a un deseo de respetar la Naturaleza que a una mera técnica estilística, que en todos ellos es la impresionista. También en las vistas campestres que el propio Juaristi pintó sirviéndose para su descripción de una técnica de toques sensibles, expresión de su propia emotividad, enfrentado al asunto pictórico con la mayor sencillez.

Irún, en los años en que vivió en la ciudad Victoriano Juaristi, de 1904 a 1919, se caracterizaba por su fuerte personalidad. Se sentía en ella la proximidad de la frontera francesa, que le trajo unas importantes comunicaciones por carretera y ferrocarril, así como la aduana y después la industria y, en consecuencia, se dejaba sentir la influencia del vecino país, con lo que suponía de sintonización de ideas, pensamientos, hábitos y relaciones, que la convirtieron en una ciudad internacional, de sentimiento liberal presente en la convivencia tolerante de los vecinos, fuera de algunos momentos de tensión política. El nivel de vida de la mayoría de la población era desahogado, gracias también al comercio surgido por su situación geográfica privilegiada. Para los artistas “Irún era como un pequeño barrio latino parisiense” [7].

Dentro de la inclinación al periodismo de esta ciudad guipuzcoana, que llegó a editar entre 1840 y 1936 hasta 32 periódicos, sobresalió, por su influencia cultural no solo local sino comarcal, el semanario El Bidasoa. Juaristi se ocupó de relanzarlo en años coincidentes con sus intensas relaciones culturales, en gran parte por la convivencia en Irún de los pintores José Salís, Vicente Berrueta y Darío de Regoyos. Era por entonces un médico joven, dinámico, con inquietudes científicas que le daban un aire de humanista, pues ya se interesaba por investigar la historia, el arte, la arqueología y la medicina como ortopeda y especialista en enfermedades infecciosas; además de pintar, decoraba, ilustraba, esculpía, ejercía como crítico de arte, escribía novelas y dramas, interpretaba y componía música. No es extraño, pues, que se convirtiera en pieza insustituible de la cultura local.

En torno al semanario, reunió a un grupo de colaboradores bien cohesionado -el novelista Pío Baroja, los poetas y dramaturgos Álvarez Quintero, el escritor José María Salaverría, el médico Rafael Larumbe, el pianista húngaro Stefaniai, el violinista Alfonso Alberro, el tenor Isidoro Fagoaga, el crítico musical Miguel Salvador, el arquitecto Francisco Sagarzazu, el juez poeta Alfonso Morales, los doctores Sierra y Bergareche, personas influyentes en la cultura municipal, que con frecuencia se daban cita en su propio domicilio o en el del pintor Salís, en Beraun. Juaristi, que estuvo matriculado en la Escuela de Artes y Oficios de San Sebastián poco antes de iniciar sus estudios de Medicina en Valladolid (1894), sentía especial inclinación por el trato con los pintores, por eso acudía al estudio de Salís, donde dibujaba desnudo directo en compañía del escultor y director de la Academia Municipal de Dibujo Julio Echeandía y de  los pintores Vicente Berrueta y Darío de Regoyos (que a la orilla del Bidasoa había transformado su pintura “neurasténica”, al decir de Rodrigo Soriano [8], en impresionista). Se había convertido en el hombre puente entre Vera e Irún, por su amistad con los hermanos Baroja y José Salís [9]. Fue ayuda y estímulo de Vicente Berrueta e impulsor de los más jóvenes Bienabe Artía y Montes Iturrioz, al primero de los cuales lo presentó a Ricardo Baroja y al segundo lo puso en relación con la familia Huarte.

Fue una persona benemérita como director del hospital, como intelectual humanista y animador cultural de la ciudad. Lo asevera también el haber sido impulsor de la Sociedad Fomento de Irún. Leonardo Urteaga nos dirá que Juaristi se veía obligado a disimular sus inquietudes artísticas para que no se tambaleara el prestigio naciente de médico estudioso y formal, y que una barba imponente parecía confirmar [10].

De él escribió Julio Caro Baroja [11]:

“Juaristi era guipuzcoano, pero tenía el aire de un mediterráneo puro, con ojos grandes, barba negra entonces y mucho empaque, unido a cierto gusto por la befa… Tenía una versatilidad parecida en algo a la de mi tío Ricardo, y lo mismo quería operar, que pintar, que esculpir, que componer música… Para nosotros, los más pequeños, don Victoriano era como un mago. Solía venir a las fiestas de Vera y lanzaba al espacio una serie de grandes globos de papel en medio de la admiración y el alborozo de la chiquillería…”. Le consideraba “un amigo de casa”.

Es más, para su discípulo el médico forense Luis del Campo, “vivió para estudiar y amar al prójimo” [12] y para Gregorio Marañón fue un “hombre espuela”, es decir, uno de los “pocos hombres animadores de España” por su capacidad de arrastrar y contagiar a los demás tras su propias inquietudes, una de ellas la que gestó la Escuela paisajística del Bidasoa [13].

Imagen de la portada: el médico Victoriano Juaristi Sagarzazu en la época de Irún (Gipuzkoa).

Notas

 

[1] MARTÍN CRUZ, Salvador. Victoriano Juaristi Sagarzazu (1880-1949). El ansia de saber. Datos para una biografía. Pamplona, Gobierno de Navarra (Departamento de Salud), 2007, págs.  31 y 37.

[2] SEISDEDOS BOUZADA, Juan Luis. Matices bidasotarras. San Sebastián, Fundación Social y Cultural Kutxa, 1995, pág.168. Alude al artículo de este autor “Juaristi”, publicado en el Diario Vasco, de San Sebastián, el 28 de enero de 1983.

[3] JUARISTI, Victoriano. “El castillo”, programa Fuenterrabía. Fiestas patronales. Septiembre 1947.

[4] VÍCTOR IVÁN [Victoriano de Juaristi]. Costa de plata. San Sebastián, Imprenta y Encuadernación de “La Voz de Guipúzcoa”, 1928.

[5] ID., pág. 144.

[6] ID., págs. 153-154.

[7] URANZU, Luis de [Luis Rodríguez Gal]. Un pueblo en la frontera. Irún. Ensayos. San Sebastián, Valverde, 1969.

[8] SORIANO, Rodrigo. Darío de Regoyos (historia de una rebeldía). Madrid, Imprenta de F. Peña Cruz, 1921.

[9] A Regoyos, Salís y Berrueta dedica una “Evocación” en el Programa Oficial de Fiestas de Fuenterrabíade 1948.

[10] URTEAGA, Leonardo. Guía sentimental del Bidasoa. San Sebastián, Caja de Ahorros Provincial de Guipúzcoa, 1976, pág. 113.

[11] CARO BAROJA, Julio. Los Baroja (Memorias familiares). Madrid, Taurus Ediciones, 1978 (2ª ed.), págs.  135 y 300 .

[12] CAMPO, Luis del. “Vivió para estudiar y amar al prójimo”, El Pensamiento Navarro, Pamplona, 5 de mayo de 1949.

[13] Carta de Gregorio Marañón a Victoriano Juaristi traída a colación por Salvador Martín Cruz en su obra citada, pág. 206.