Conferencia en el Pabellón de Mixtos de la Ciudadela de Pamplona, el 16 de noviembre de 2013, con motivo de la exposición “Ana Marín. Toda una vida. 1955-2013”, Ayuntamiento de Pamplona.
El paisajismo baztanés
Los cursos fluviales gozaron siempre de una estética cambiante y efímera, como la sustancia misma de la belleza. Para los pintores, los ríos se convierten en verdaderos itinerarios estéticos, como es el caso del Baztán-Bidasoa, del Arga, del Ega y del Ebro [1], los cuales, en su transcurso, ofrecen a la mirada sensitiva de los artistas recodos de belleza ignorada, escarpes poblados de vegetación o dulces remansos de agua reflectante.
El Valle de Baztán (y también podría decirse de su prolongación la Regata del Bidasoa), atravesado por el río de su mismo nombre (Baztanzubi), constituye un ámbito de especial preferencia para los pintores.
Su peculiar estética se debe a:
- la apacibilidad del medio,
- su luz delicada,
- el carácter de sus casas y bordas en compenetración con el paisaje,
- la humedad que dificulta la percepción del color y de la línea,
- el color estacional cambiante de su vegetación,
- la todavía estimable virginidad de su paisaje,
- su belleza humilde hecha de matices y sensaciones (“escondida del tiempo… pues el tiempo no entra en Baztán, pasa de largo… sus habitantes tienen otras medidas y profundidades…, las tareas cotidianas siguen el ritmo de un corazón en paz consigo mismo… se anda despacio, con un sentido más generosos de la puntualidad”, afirma Ana Marín [2].
Es una estética con cierta dosis de severidad, frente a la dulzura más acusada de Gipuzkoa y la cortesía de Francia.
La naturaleza, en este valle, ha sido como una amiga desafiante. El espacio que ha amparado el riesgo y la aventura del contrabando, que ha protegido la vida «oculta» de sus gentes, pero, a cambio, ha exigido someter con el trabajo su relieve montuoso, desde un hábitat disperso y la autonomía del caserío.
Esta atadura a la naturaleza ha hecho del baztanés un amante de los árboles y del aire libre, donde desarrolla sus fiestas, sus danzas y deportes.
Precursores
El paisajismo baztanés es, quizás, de entre los modelos paisajísticos navarros, el más constante, desde que diera sus primeros pasos con Ciga y Echenique, hasta hoy, en que el grupo de pintores vive un momento de esplendor compenetrado en torno a las figuras de Josemari Apecechea y Ana Mari Marín.
Las causas de esta fidelidad al paisaje son complejas, pero podrían señalarse:
- la extrema sensibilidad naturalista de los moradores del valle,
- su serena belleza incontaminada,
- el liberalismo de sus gentes, que les lleva a aceptarse con respeto,
- y, en el terreno de la pintura, la influencia de estilos afrancesados (desde el impresionismo al «fauvismo» pasando por las corrientes llamadas postimpresionistas), condicionados por una visión del natural muy personalizada, en ocasiones compartida [3].
Francisco Echenique Anchorena (Elizondo,1880-1948). Ayudante de la secretaría municipal del valle, en la base de su inclinación a la pintura se encontraron su afición a la fotografía pictorialista y su habilidad para la caligrafía. Así se explican, en su corta obra, la cuidadosa selección del tema, la planificación de los espacios, la captación de ambientes (con luz y aire), la pincelada detallista y el dibujo esmerado.
La visión de Francisco Echenique Anchorena se dirige a Elizondo y su entorno más próximo, los pueblos de Garzaín, Lecároz y Elvetea. Respeta su carácter con verdadero escrúpulo. Representa un paisaje montaraz, de pueblos campesinos, caseríos dispersos y caminos. Suave unas veces y otras bravío. Pintaba con inocencia paisajes silenciosos, sin figuras humanas, pero sin apariencia de soledad.
En sus aguatintas “Apuntes vascos del Baztán”, Echenique ponía especial cuidado en situar la casa en su medio físico, fuese aislada, en las inmediaciones de la iglesia o en el pueblo de labradores, como centro de la vida material del hombre –ostentando huertas, ropas tendidas, carros y árboles frutales, bajo un cielo cambiante- de forma que la casa definiese con exactitud su valor tradicional en la mentalidad del navarro montañés [4].
Javier Ciga Echandi (Pamplona 1877-1960), autor de una obra que supera el marco geográfico del que estamos tratando, estuvo unido al valle de Baztán por lazos familiares y afectivos. El amor a lo propio se refleja en su pintura de tipos y costumbres con la naturaleza como fondo en sus paisajes de la Navarra rural y de la ciudad de Pamplona, donde va a vivir largos años dedicado a la enseñanza artística. Estos sentimientos se explican por el ambiente post-romántico de su época, que inclinaba al realismo pictórico, fundamentado en una impecable técnica compositiva, dominio de la perspectiva, de la luz , y del color definidores de la forma y del espacio.
De su paisaje rural, el preferido es el Baztán. Representa las montañas, la verde vegetación, los riachuelos, los bosques, los blancos caseríos y cuidados pueblos, en un ambiente atmosférico y luminoso definido con realismo minucioso unas veces, otras con recursos puntuales al impresionismo o a la pintura constructiva de Cézanne, pero siempre con un sentido profundo de la observación.
Ciga combina las masas del cielo con la tierra y el agua para traducir una sensación visual única, que transmite la serenidad que conviene a sus apacibles escenas costumbristas (como la llegada del Viático a la aldea, el pastor embozado que apacienta el rebaño…), de una vida arcádica.
El intermedio de Menchu Gal (Irún, 1918-San Sebastián, 2008)
Desde niña y durante toda su vida, la pintora irunesa Menchu Gal tuvo una larga y estrecha relación conBaztán. Con un paisaje del pueblo baztanés de Arráyoz recibió, en el año 1959, el Premio Nacional de Pintura y uno de sus cuadros premiados, que pertenece actualmente a la Diputación Foral de Gipuzkoa, es un retrato de la que fuera madrina de la pintora baztanesa Ana Marín, Elisa Arín. Con la familia Marín Gutiérrez tuvo una intensa relación y en su casa pasaba largas temporadas, sobre todo en verano, época en que se trasladaba en motocicleta a los diferentes pueblos del valle para pintarlos. Prueba de aquella amistad fueron los retratos de la madre de Ana Marín, Julia Gutiérrez, de la propia Ana y de sus hermanas.
Hasta tal punto mantuvo buenas relaciones con la gente del valle que acudió con la Agrupación Coral de Elizondo al festival de coros de la localidad galesa de Llangollen, el año de 1952, en que obtuvo el primer premio y con tal motivo le dedicó un retrato grupal. En el colegio de los P. P. Capuchinos de Lekaroz realizó el retrato del famoso compositor Padre Donostia. E incluso formó parte de la exposición de artistas plásticos locales y regionales de la fraternal fiesta Baztandarren Biltzarra de 1979, cuyos nombres seleccionó el escultor Jorge Oteiza, y que se celebró en los bajos del Ayuntamiento baztanés, en Elizondo.
Durante estas estancias, Menchu Gal se hospedaba en la casa de los Marín-Gutiérrez, con quienes mantenía un lejano parentesco. La propia Menchu, viendo cómo Ana apuntaba maneras para el dibujo y la pintura, aconsejó a sus padres que fuera a estudiar a Madrid. Durante su estadía en la capital, pensionada por su abuela Elisa Arín y mientras frecuentaba el Círculo de Bellas Artes, se apoyaba Ana Mari en los consejos de Ismael Fidalgo y de Agustín Ibarrola, que estaban entonces trabajando en el estudio de Jorge Oteiza, a la par que acudía diariamente al estudio de Menchu. Y fue ella quien le sugirió la conveniencia de comenzar a exponer su obra en galerías como manera de someterse al juicio público.
Así es como en 1954 exponen juntas en Madrid, en el marco del concurso Arte y Hogar, junto con Álvaro Delgado, Agustín Redondela, José Caballero -nombres por entonces ya relacionados con la que se llamaría Joven Escuela de Madrid, que tenía su referente principal en Benjamín Palencia- y también con Agustín Ibarrola, Mari Paz Jiménez y otros artistas que comenzaban a consolidarse en el panorama artístico nacional. Animada por esta buena acogida, en 1956 realiza su primera exposición individual en Pamplona, en la sala de García Castañón de la Caja de Ahorros Municipal.
Salvador Martín Cruz opina que la amistad con Menchu Gal tuvo reflejo en la pintura de Ana, por sus analogías en cuanto al sentimiento cromático y la pincelada espontánea, envolvente y temperamental sobre el soporte [5].
Los paisajistas actuales
Los paisajistas actuales de Baztán adoptarán no los puntos de vista naturalistas e impresionistas de Echenique y Ciga, sino una visión más moderna, post-impresionista, que se impone por cuestión generacional y tendría más que ver con el guipuzcoano y navarro Ignacio Echandi Azcárate [6] (San Sebastián, 1912 -1953).
Las características de su pintura:
- un sentido del color coincidente con los fauvistas franceses Matisse, Vlaminck y Dufy;
- una predilección por los maestros estructuradores de la representación (El Greco, Cézanne, Vázquez Díaz y Arteta);
- y un abstraccionismo formal, insinuado en sus primeras obras y luego conducente a la ruptura cubista en línea con Picasso y Gris,
hallan afinidades más que sorprendentes en las pinturas de José María Apecechea, Ana Marín y Kepa Arizmendi, pese a las diferencias de edad y estilo personal existentes entre ellos.
Pero, en realidad, no se puede hablar de una influencia de Echandi sobre estos pintores, puesto que –según han manifestado- prácticamente no le trataron (Echandi visita regularmente Elbetea hasta 1951), aunque más tarde pudieran admirarle a través de sus obras, sin que ello condicionara ya sus estilos formados.
Esta orientación estilística más moderna la explican las circunstancias.
En 1949, la prestación del servicio militar lleva desde las Encartaciones de Vizcaya, donde nace, hasta Elizondo, al pintor vizcaíno Ismael Fidalgo Blanco (Castro Alen, 1928-Portugalete, 2010) [7], que termina por compartir estudio entre 1949 y 1952 con el pintor de Errazu José María Apezetxea, a quienes se asocian la pintora elizondarra Ana María Marín y los amigos de Fidalgo Agustín Ibarrola y Norberto Ariño de Garay, también vizcaínos, que aportarán al paisajismo pictórico baztanés una versión geométrica y constructiva inspirada en Cézanne, Arteta y Vázquez Díaz, más en sintonía con el tipo de paisaje minero-metalúrgico de las Encartaciones vizcaínas de donde procedían.
Pero el refuerzo de Fidalgo y los pintores que atraerá en contacto con los dulces campos de Baztán, va a servir de acicate para redoblar el ejercicio pictórico naturalista en los aledaños del río Baztán. A él se sumarán escalonadamente Ana Mari Urmeneta, Tomás Sobrino y Kepa Arizmendi; el labortano afincado en Arizkun, Xabier Soubelet; y el guipuzcoano José María Rezola (San Sebastián 1927-2000), además de otros pintores vizcaínos como Ángel Aja (Sestao, 1951) y el ya fallecido Marcelino Bañales Tejada (Abanto, 1942-Baracaldo, 1990), cada uno aportando su propia personalidad [8].
La pintura de Fidalgo, antes de su llegada a Elizondo, se expresaba con formas esenciales y colores fuertes de entonación ferruginosa, envueltas en un halo de luz que traducía una frescura reprimida a la fuerza por el paisaje herido de la explotación minera, sin embargo en Baztán recobrará toda su expansión. Al feliz encuentro con Apezetxea se suceden pronto las salidas al campo para practicar la pintura. De modo que se puede decir que, bajo este segundo magisterio (el primero había sido el de Ciga), nuestro pintor Apecechea activará toda su creatividad.
Pero otro encuentro casual, pero igualmente fructífero para Apecechea, se producirá por esos años en San Sebastián, con el descubrimiento de la pintura de Daniel Vázquez Díaz expuesta en los bajos del Ayuntamiento donostiarra. En el pintor vasco-andaluz coincidían el razonamiento con la sensibilidad, dos características sabiamente aplicadas a la pintura de paisaje, que no pasarán en absoluto desapercibidas para el pintor deErratzu.
La pintura de José María Apezetxea Fagoaga (Errazu, 1927) se ejecuta al aire libre con espíritu igualmente abierto. Su verdadera entrega es al paisaje, del que pinta los característicos campos salpicados de casitas, montes (como Aizcolegui, Auza y Gorramendi), los recodos de las regatas, con molinos a su orilla y puentes en las cercanías, los árboles tan expresivos de aquél ambiente, las metas de helecho, y hasta las mismas piedras, siempre tratando de adivinar el secreto de este campo sin presencia expresa del hombre.
En todas sus pinturas, el artista mezcla intuición y razonamiento. Su pintura es constructiva, realizada a base de planos de color continuos que se vuelven más cortos y densos con el paso del tiempo. Desde el punto de vista técnico, actúa, se puede decir, con absoluta libertad, tanta como pone en admirar a los artistas Cézanne, Van Gogh, Mondrian, Modigliani, Klee, Palencia, Redondela, Torres García y otros, que tan variadas aplicaciones de color hicieron para representar el motivo, pues alterna cromatismos fuertes con suaves, siempre tendiendo hacia una abstracción formal con un atrevimiento más o menos contenido.
Jesús Montes Iribarren (Irún, 1940) es, como se ha escrito, “el pintor de la gente campesina, de los animales y de la vida del campo” [9]. De todos los pintores baztaneses –Montes se afinca en Ciga antes de 1970-, es el que ha sentido una atracción más dispersa por el paisaje del valle, pues ha pintado quizás con mayor asiduidad otros paisajes alejados de su tierra de origen, sometiéndose al juicio de densos y apasionados cromatismos de estirpe fauvista. Son característicos sus caseríos dispersos y las ventanas abiertas al campo, que parecen atraernos el aroma de la naturaleza vista en perspectiva.
Ana Mari Urmeneta Iturria (Elizondo, 1944) practica una pintura que se apoya en el impresionismo hasta llegar al límite de la abstracción formal con el fin de obtener una imagen llena de frescura que busca captar los cambios de luz y de color que impone el paso del tiempo sobre el follaje de los árboles, la superficie del agua y el huidizo cielo. Para anotar sus sensaciones ante el natural se sirve de toques múltiples de pincel que actúan a modo de pequeños planos sobrepuestos o yuxtapuestos con un paleta resumida de verdes, azules, blancos y carmines. Representa así la naturaleza baztanesa con su mirada inocente y sentimiento espiritual.
La mirada de Tomás Sobrino Habans (Elizondo, 1953), tras escudriñar el paisaje del entorno va a detenerse en la superficie cristalina del río Baztán que actuará en sus lienzos como una maravillosa pantalla, una especie de “piel”, donde todo reflejo puede llegar a ser percibido como parte de una abstracción que descubre insospechadas sinfonías de nuevas sensaciones. Fascinado por lo cambiante e inasible del mundo, Sobrino se acerca al motivo natural como lo hacía Monet embargado por el embrujo de la fugacidad del momento, tratando de sorprender con los pinceles algo tan fluctuante como la superficie del agua de un río, de ahí ese toque constructivo a lo Cézanne que emplea para hacer perdurar la impresión fugitiva del instante [10].
El caso de Xabier Soubelet Laskibar (Ziburu, Lapurdi, 1953) es el de un poeta (Xubiltz) y músico que llega tarde a la pintura gracias a su contrapariente, el pintor de Errazu, José Mari Apezetxea. Integrado en el grupo de pintores baztaneses en 1977, su pintura de paisaje se sustancia con técnica impresionista para, conforme se familiariza con el valle, irse estructurando según el criterio constructivo de Cézanne y desembocar en un expresionismo de colorido intenso, aunque sin dramatismo, que le conducirá a la abstracción formal, en un proceso parecido al de Sobrino pero menos intuitivo y más pasional. Esta deriva hacia el geometrismo –muy presente por otra parte en varios de los pintores baztaneses- es consecuencia, a su juicio, de la fuerte oposición entre formas y colores que el campo baztanés ofrece [11].
Kepa Arizmendi Bereau (Elizondo, 1957- Baiona, 2009): su pintura camina del cubismo a la abstracción formal, con colores fuertes y contrastados que revelan el sustrato también firme (constructivo) de sus paisajes.
La atracción del paisajismo pictórico ha perdurado hasta el presente.
Además de los pintores que he mencionado, varios más se suman a esta corriente estética que por su continuidad e intensidad llaman la atención de los amantes del arte.
Se trata de:
- Rafael Ubani Villarreal (Pamplona, 1932), instalado en Irurita, la presencia en su obra de una luz y color anormalmente intensos se debe quizás a sus anteriores vivencias en Tenerife y en varios países africanos (Costa de Marfil, Liberia).
- Fernando Gorostidi Iribarren (Elizondo, 1958): la evocación del valle se adivina en los fondos desvaídos de gruesos empastes de sus cuadros, pese a que su predilección por lo imaginario le permite pintar de forma mucho más libre, sin por ello rechazar la armonía propia de la naturaleza.
- Marta Loredo Olaiz (Pamplona, 1972), una pintora pamplonesa seducida por el valle de Baztán (el originario de su madre), al que representa con trazo sutil y desvaído mostrándonoslo como si estuviera inmersa en un ambiente de luz y color [12].
- Diana Iniesta Benedicto, pintora de Sabadell afincada en Erratzu, en cuya obra el árbol es el sujeto principal [13].
- Y otras pintoras afincadas en Arizkun, como Teresa Lafragua Álvarez y la ilustradora-pintora Begoña Durruty Sukilbide; o en Elizondo: Ana Larruy Alaña, Camino Eseberri y las discípulas de Tomás Sobrino Icíar Muñoz y Ana González “Ananda”.
La pintura de Ana Mari Marín (Elizondo, 1933)
Se asienta sobre la base de su admiración por los pintores Antiguos, a los que se superponen Van Gogh, Cézanne, Gauguin, Matisse, Bonnard, Chagal, Soutine, incluso Munch (“Campos de Imarcoain”) y los impresionistas franceses en general, sin excluirse otras influencias como las de Juan de Echevarría, Vázquez Díaz, Ortega Muñoz, Palencia, algunos de ellos ligados a la pintura mesetaria.
La contribución de Ana Marín a la pintura se centra en los géneros del paisaje, la pintura de costumbres, la naturaleza muerta y el retrato, siguiendo procedimientos al óleo y a la acuarela, que son mayoritarios en su producción y se alternan a lo largo de ella sin solución de continuidad.
Paisaje (Arizkun, Maya, Ziga…)
En su pintura predominan los grandes escenarios de montes, con aldeas acostadas en sus laderas, o con casas medio tapadas por los árboles. La visión de Ana Marín idealiza el paisaje para protegerlo del peligro de la civilización actual, por eso se aproxima a él en actitud amorosa y ésta se traduce siempre con tonos contrastados de color y notas cromáticas avivadas por la luz, que aplica mediante pinceladas envolventes –en el caso del Baztán- de color verde, amarillo-violeta, y rojo, el color del otoño encendido por el calor del bochorno, con que traduce el cromatismo de arboledas y helechales.
Pero existen también otros colores para ella predilectos, como el violeta pálido (el malva), a menudo asociado a la ausencia o el recuerdo; el verde, en su infinita gama de tonos y matices, empleado a veces para conciliar transiciones hacia otros colores más cálidos; el amarillo, y sus derivaciones siena y ocre, con el que representa los campos de colza y de girasoles de Navarra o los extensos campos de La Mancha, “el color favorito de Van Gogh”, su artista admirado; el azul enfriado con gris, el propio de los cielos baztaneses con que les da un aire de serenidad (pero no rehúsa el azul intenso si lo que persigue es mostrar la atmósfera cargada que precede a la tormenta o emplomar los cielos de sus paisajes nevados); también emplea otros colores hermosos, según la ocasión, como el rosa o el naranja, por ejemplo.
Costumbres
Y en el marco de este paisaje inserta las costumbres de su país, estampas festivas como la mutil-dantza de Elizondo, la procesión de El Pilar, celebraciones tradicionales que enmarca entre plazas y calles, ante casas, iglesias de torres estilizadas o fondos de color medio-abstractos para individualizar mejor su importancia.
Naturaleza muerta
Otro tema predilecto son las naturalezas muertas, que, en el fondo, como bien observa Arenaza, son como paisajes pequeños, pues en ellas casi nunca faltan flores y ramos, son como jardines de interior en miniatura donde las notas de color se combinan aquí y allá en una especie de sinfonía musical que invita a sentir y no tanto a analizar el proceso intelectual que dirigió la ordenación de los objetos, frecuentemente colocados en mesas antepuestas a ventanas que nos descubren a su través la naturaleza libre, algunos de los cuales veremos en manos o cerca de los personajes que serán retratados por ella [14]. Es el caso del violín de su hermano Gregorio.
Retrato
Los personajes de sus retratos son seres que han tenido en su vida una importancia estrictamente personal y a los que pinta por pura motivación, nunca por encargo: su amoñaElisa Arín, Fidalgo, el clochard Chamarro, Jorge Oteiza, su sobrino Salva Arotzarena, el fotógrafo Xabier Landa, la soprano Marisa Larriú; Juanito Eraso, su amiga Feli….
El retrato es un género que le agrada y al que ha acudido en todas las épocas: “Prefiero el retrato –comenta-. Se está más a gusto en el estudio. Puedes recrearte en lo que haces, hay más paz”, algo tan necesario por los matices que es preciso descubrir en cada personaje, aquello que revela su interior, su personalidad individual, evitando sentirse cohibida o coaccionada incluso ante la altivez de quien posa. Su planteamiento es el de ser siempre fiel a la verdad.
Técnicas
Óleo
En su práctica artística es mayoritaria la técnica de la pintura al óleo sobre táblex. Combina en el soporte los grandes planos que “construyen” el motivo a representar (incluso llevándolo al borde de la abstracción formal), con el toque libre del pincel, de trazo sinuoso –en una especie de caracoleo según su expresión –“un gesto que tengo en círculo, que me parece gracioso y me divierte» [15]-, y que pueden explicarse porque sus pinturas al óleo se apoyan en apuntes de acuarela o de rotulador sobre planchas de cartón pluma, que antes ha realizado en el sitio con un gesto de la mano envolvente.
La base de toda su expresión es el color, vehículo de la luz. Su actitud es la sencillez. En el uso del color se adapta a las exigencias del medio o modelo y a su propio temperamento, entre suave y enérgico, que deriva en la nota que Valentín Arteta considera característica, el contraste cromático, mitad impresión, mitad expresión, con acento ecuánime [16].
Evoluciona desde el pequeño formato al gran tamaño, del tema menor al paisaje escenográfico, del pincel fino a la brocha gruesa, de la sencillez a la complejidad, y de la sujeción al motivo a la forma más libremente entendida.
Y tiene muy presente la estimación de lo que Oteiza consideraba conveniente en una obra artística, que es el pequeño error o descuido –la “sabia torpeza” en palabras de Van Gogh- para que aquella pueda ser tenida por buena.
Acuarela
Sus acuarelas sobre papel, más ligeras e incorpóreas que sus óleos, son valoradas por los críticos como lo mejor de su producción y llaman la atención sobre su rareza, dada la infrecuencia con que los artistas plásticos abordan esta técnica. Lo llamativo es que ellas, contra lo que parezca por su menor formato y fresca ejecución, le cuesta realizarlas a la autora más que sus pinturas al óleo, ya que hay que pensarlas más antes de ejecutarlas.
Martín-Cruz destaca que las trabaja con sensibilidad, personalidad y calidad, y que mediante ellas da vida a su inmenso amor por la naturaleza que la rodea… desde sus blancos virginales a sus notas polícromas, a ese dibujo caligráfico y gestual, casi oriental, que las define…” [17]
Pedro Luis Lozano las califica de pizpiretas por su vivacidad y gracejo [18].
Edorta Kortadi llama la atención sobre “los pequeños rasgos curvos [de su trazo] como un horror vacui, a la manera de latiguillos del Art Nouveau, del arte árabe, del medieval y del barroco, del arte popular e indígena de todos los tiempos y culturas. Y los llena de una cuidada y gozosa gama colorística, de raigambre fauvista y expresionista” [19].
Siguiendo el consejo de Jorge Oteiza y de Juan Eraso, Ana Mari Marín ha buscado en la pintura hacer florecer la verdad de las emociones de la vida… el pintar con el corazón [20]. Para ella la pintura ha sido, es y será una hermosa manera de transmitir sus sentimientos.
Imagen de la portada: la pintora Ana Mari Marín en su estudio.