Búsqueda y expresión en la pintura de Javier Zudaire

El pintor en su estudio de Tafalla

El actual momento creativo de Javier Zudaire es prometedor. Se ha rodeado del ambiente propicio, tiene la madurez de la persona experimentada que ha disipado ya muchas dudas y está centrado en su trabajo. Esta es la impresión que aporta el trato de un pintor que te acoge cordialmente. El repaso a su vida nos demuestra que ha sido siempre un buscador de derroteros, con circunstancias que le han impulsado desde adolescente a la pintura. Más que prisa por pintar, tiene necesidad de hacerlo y al mismo tiempo se interroga acerca del camino a seguir. Ha optado por ser él mismo y no ser conformista con una pintura al gusto. La expresión debe salir de dentro, inspirarse en la realidad pero después dejar que fluya la imaginación. Así piensa nuestro pintor.

Sus primeros pasos como artista

Javier Zudaire Goyena nace en la ciudad navarra de Tafalla en 1947, en el seno de una familia donde el padre Ángel Zudaire Iriarte, y el abuelo, Álvaro Zudaire Arizala, desempeñaban el oficio de pintores decoradores. Nuestro futuro artista va descubriendo su llamada entre las diversas ornamentaciones que llevan a cabo sus progenitores -pintura de zócalos y de altares, de telones y tiovivos, rotulaciones y marmolinas- y, ya con catorce años, en el taller de los hermanos Alvareda, de Zaragoza, escultores, pintores y restauradores, donde los pequeños trabajos que le encomiendan le sirven para sufragar durante un año su estancia en la Escuela de Artes y Oficios.

Recuerda esta etapa de su vida como aquella en que empieza a saborear el gusto artístico en la ejecución de las primeras “academias” dirigidas por sus profesores de la Escuela. Entonces se perfila su predilección por el dibujo. La personalidad de su tío, hermano de su padre, Enrique Zudaire, le anima a proseguir su aprendizaje con ilusión. Como él, conoce una familia vinculada laboralmente a la decoración, pero su tío había logrado independizarse de ese estrecho marco creativo, marchando a Barcelona tras un primer aprendizaje con Ciga, donde se afirmaría como miembro numerario del Real Círculo Artístico, practicando una pintura figurativa con una cierta vena expresionista.

El esfuerzo económico consiguiente exige el regreso a Tafalla del joven aprendiz de pintor, que continuará sus estudios en la Escuela Municipal de Artes y Oficios de Pamplona, primero en su sede de la Plaza de Vínculo y después en las escuelas de la calle Compañía, donde compartirá estudios con los que después serán protagonistas de esa que Moreno Galván, en los años 60, llamará “Escuela de Pamplona” (Javier Morrás, Perico Salaberri, Luis Garrido, Mariano Royo…), bajo el magisterio de los profesores Gerardo Sacristán, José María Ascunce e Isabel Baquedano. Obtendrá al final de sus estudios, 1964, el Primer Premio de Dibujo de la Sección Artística.

Por aquel entonces sigue imponiéndose la realidad de la vida y, conseguido el Diploma de estudios, Javier ingresa como diseñador gráfico y publicitario en Litografías del Norte, convirtiéndose en un profesional de las artes gráficas durante trece años, en que la pintura no pasa de ser para él una práctica esporádica. A las órdenes de Luis Orzaiz, Jefe de Dibujo de la empresa y teniendo como compañero a Luis Garrido, ambos pintores, pasa nuestro futuro creador de esta entidad a otra, Grafinasa, donde conoce a Juan Castuera y a Mariano Sinués, un caso parecido al suyo de pintor forzado al diseño gráfico. La inquietud por la creación artística, no obstante, se mantiene y prueba de ello es que interviene en el concurso para el cartel anunciador de las fiestas de San Fermín, alcanzando el primer premio en 1975, con el dibujo futurista de un mozo que escapa del toro dejando la estela de su figura tras de sí.

En los últimos años, su contacto con el tío Enrique había sido más frecuente. Los viajes a Barcelona le habían servido para conocerle mejor hasta el punto de convertirse en su confidente, incluso en su marchante. Recibe de él consejos, le enseña los trucos del profesional, como dice nuestro pintor “me empapaba del ambiente de su estudio”.

En 1981, tras la reconsideración que sigue a la muerte de su padre, se plantea regresar a Tafalla y aquí se instala montando un negocio de enmarcación de cuadros. Su vocación artística despertará definitivamente en contacto con los niños que en los siguientes cinco años acudirán a recibir sus clases particulares de dibujo y pintura en su primer domicilio de la calle Diputación Foral, por lo que se puede decir que es a partir de 1986 cuando su entrega a la pintura será total. Javier Zudaire había pintado prácticamente desde sus catorce años, pero es ahora cuando hará realidad el consejo de su tío en carta de octubre de 1980: “Trabaja y persevera”.

Siente la necesidad imperiosa de visitar exposiciones, de acudir a museos y ferias de arte, de viajar. Estas nuevas inquietudes se sumaban a otras ya existentes: su gusto por el deporte y por la música, pero especialmente por la danza popular. El sacerdote Javier Murillo, ante su deseo de organizar actividades para ocupar a los jóvenes de Tafalla, le había aconsejado aprender las danzas de la tierra en el Club Oberena de Pamplona, ciudad en la que por 1964 todavía reside Javier. Y es así como nuestro inquieto muchacho se convierte en el responsable del grupo de danzas de Tafalla, integrante del de Oberena durante catorce años y director incluso del correspondiente al Muthiko Alaiak.

La pintura de Javier Zudaire

En el quehacer del ya centrado artista, se pueden reconocer tres momentos diferentes.

Javier Zudaire. Paisaje de la Valdorba (1997)

Hasta 1990 practica una pintura figurativa sobre la temática al uso (paisaje, bodegón, retrato), con realismo estilístico que se va transformando en más expresivo conforme avanza el tiempo, empleando los recursos de la técnica impresionista (expresión intensa del color, pincelada fluida, pintura en directo, temas sencillos, predilección por los lugares más próximos…), pero sin renunciar al dibujo, con puntos de vista seleccionados por su visualidad dominante, es así como representa los retratos de Flor, su esposa. La impronta del diseño gráfico se deja sentir en los carteles que presenta a algunos concursos, como el ya citado de San Fermín, o el de Tafalla, que gana en 1986, con la pierna del danzante en primer término, en movimiento giratorio típico del “aurresku”. En ellos, la forma se antepone a un fondo monocromo, la síntesis del plano de color sobre el detalle, el color mismo es el atractivo principal de la composición. Muestra ya un concepto moderno.

Sin embargo, el deseo de romper con la disciplina del dibujo y de probarse a sí mismo en sus capacidades, le impulsa, entre 1990 y 1994, a abandonar la figuración para comprobar las posibilidades del trazo suelto y del color, que intuía prometedoras por su experiencia en el campo de la publicidad. Es así como franquea ese desconocido mundo de la abstracción expresionista, donde las manchas de color y los trazos que espontáneamente aplica al soporte parecen flotar en espacios misteriosos, iluminados por él de forma sorprendente, en ocasiones con fulguraciones que recuerdan a Viola, el pintor de El Paso.

En los últimos seis años, 1994-2000, tras esta peculiar disciplina auto   impuesta, practica una pintura expresionista, ayudándose de soportes rígidos de madera, sin por ello abandonar el lienzo, que le permiten manifestarse más libremente y con técnicas mixtas, mediante espátulas anchas, brochas gruesas y procedimientos de raspado comunes en los pintores actuales, con aplicación al color de mezclas para darle mayor textura o brillo según interese. Es un momento en que descubre la vistosidad de la pintura acrílica y, por fin, parece haber hallado el lenguaje que conviene a su expresividad interna.

Javier Zudaire. Balsa en las Bardenas (2000)

Javier Zudaire. Pamplona – 6 de julio a las 12h (2000)

La progresión hacia esta dicción expresionista es variable. En sus paisajes de Lanzarote –“Timanfaya, Montañas del Fuego”, 1993- y de su tierra más próxima –“El río Cidacos en la presa de Tafalla”, 1968-, emplea ya el formato grande y una expresión cromática muy decidida y proclive a la abstracción plena, buscando plasmar el valor del color local –ocre en Timanfaya, blanquecino en el paisaje invernal de Tafalla- con la conmoción correspondiente a esa viva experiencia del momento creativo. Sucede lo mismo en “Pamplona 6 de julio, 12 horas” (2000), donde la idea de frenético aglomerado humano se traduce en una masa de color rojo, vibrante, con multitud de toques de pincel, su claroscuro y sus reflejos de luz en ese mediodía intenso, con una resolución formal prácticamente abstracta.

En sus paisajes, claramente predominantes sobre otros géneros, los horizontes son altos –“Bardenas Reales”, “Olivos”, 1999- o, por el contrario, desaparecen –“Bosque”-, porque no es necesario sugerirlos mediante la luz filtrada en la espesura, ya que al pintor le interesa mostrar la progresión de la perspectiva mediante estratos o planos afacetados de color semejantes en su función constructiva a los empleados por Cézanne al pintar el “Mont Saint-Victoire” de la Provenza. Otras veces, el campo cede su puesto en la representación pictórica a ciudades entrevistas tras un dilatado plano de agua –acaso un lago o un mar-, ocasión que permite al artista mostrar toda su habilidad técnica en el que podríamos llamar “modelado” de las aguas, a juzgar por la potencia de esas sobreimpresiones de color aplicadas a espátula para sugerir las distintas profundidades. También le llaman la atención los paisajes urbanos y aún fabriles, que tan bien como él saben traducir en imágenes plásticas los pintores de las Encartaciones de Vizcaya, Ismael Fidalgo en particular. En ocasiones aproxima su punto de vista al motivo, ofreciéndonos ya no el bosque, sino el árbol y, en orden decreciente, las ramas. Del mismo modo, las flores de girasol invaden todo el espacio del soporte y los frutos de un bodegón afirman su contundente presencia. Los personajes del carnaval de Lanz o de la Sagardantza son vistos desde abajo y sus cuerpos se perfilan ante un cielo con cargados nubarrones.

Se nota en estas composiciones un saber hacer según el consejo dado al autor por su tío, el pintor Enrique Zudaire, según el cual el motivo había que verlo en el sitio a través de un marquito, para saberlo componer de manera adecuada, fotografiándolo y anotando sus colores como ayuda-memoria para recomponerlo en el estudio según el temperamento propio del artista.

Es así como Javier Zudaire ha pasado de la disciplina lineal al goce cromático tanto en la libre utilización de los pigmentos como en la fuerza e intensidad de los mismos. De esta manera su pintura se inscribe en la corriente neoexpresionista en boga desde los 80 (en Alemania, pero también España), que aporta al mundo aún dominado por el arte conceptual la apasionada versión subjetiva de los nuevos románticos.