El paso del tiempo nos hace olvidar aquellos artistas que lucharon en vida por afirmarse en el difícil ejercicio de las artes plásticas y más si el camino escogido fue el de la escultura, que requiere de cuantiosos medios para ejercitarla, de vigor físico y de coherencia con unos planteamientos personales, no siempre entendidos por quienes te rodean. Más si cabe si quien la ejercita sufre une enfermedad condicionante. En Navarra tenemos varios ejemplos en tal sentido: Julio Martín-Caro, Alfredo Sada, Mariano Royo, Imanol Bengoetxea… Las afinidades con este último son más estrechas, pues dejó escrito:
“No me importa que los demás no me entiendan, ni las especulaciones o conclusiones a las que lleguen. Mi obra me sirve para uso personal, para llegar a otras conclusiones, para crear mi intimidad…”.
Como en el caso de este pintor de Barasoain, fallecido en 1994 en el más completo olvido, rescatado por la historiadora Silvia Sádaba en colaboración con la familia del artista, del mismo modo los hermanos de Francisco Javier Martínez Riazuelo (o Xabier como también le gustó ser llamado) tratan de avivar su memoria.
Biografía
Nacido el 15 de diciembre de 1956 en Barbastro (Huesca), primero de cinco hermanos, en 1969 se afincó con su familia en Estella. En 1984, a sus 28 años, se presentó por primera vez individualmente en la Sala de Cultura de la CAN en Burlada. Acudía con un conjunto de piezas escultóricas acompañadas por dibujos, grabados y pinturas. Algunas de las piezas eran cerámicas moldeadas bajo el magisterio de Manuel Escartín. Su bagaje hasta entonces había sido el de una trayectoria zigzagueante de estudios inacabados entre Ciencias Físicas y Magisterio, pero éste fue un tiempo de reflexión que le llevaría a la escultura, cuya práctica fue mejorando con Koldo Azpiazu y Koldo Alberdi, ayudantes de los escultores Jorge Oteiza y Remigio Mendiburu. Trabajaba por entonces como tallista para los marmolistas del Cementerio de Pamplona.
Es así como se fue involucrando en el ambiente que de manera análoga compartían otros artistas que en 1989 buscaban presentarse en el proyecto expositivo “Entre Décadas” (con Sada, Elizainzin, Villarreal, Anda, Izu, Irujo, Aldunate, Ciriza, Mayor, Sabaté, Ángela Moreno, Ukar, Goikoetxea, Araujo, Alberto Eslava y Garraza).
Optó por una formación no solo práctica sino autodidáctica. Condiciones no le faltaban a nivel de voluntad, afán de superación, pericia técnica y experimentación. De acusada inteligencia, su obra más racional la sustentaba en cálculos matemáticos sin dificultad alguna. En el campo de las artes plásticas tanto se interesó por el suprematismo de Malevich y el cubismo de Brancusi, como por sus disyuntivas formales el surrealismo de Giacometti, el organicismo de Moore, el expresionismo abstracto estadounidense, e incluso los artes bruto y pobre.
Hasta 1987 no repetirá exposición individual. Se presentó de nuevo en la Sala de la Caja Laboral Popular de Pamplona. En el intermedio realizó labores escultóricas para el Ayuntamiento de Pamplona en la Ciudadela y en el barrio del Mochuelo, y algunas otras de tipo ornamental para diferentes pueblos de Navarra y en Arrasate-Mondragón. De entre ellas destaca el “Monumento a la Rana” junto al Embalse de Leurza. Tras agravarse su salud, su familia se trasladó con él a San Cugat del Vallés y posteriormente a Azuqueca de Henares (en su Casa de Cultura realizaría en 2001 su última exposición), estancias que aprovechó para mejorar sus conocimientos en técnicas pictóricas e ilustración y dar algunos cursos de su especialidad. Debió abandonar su taller de Aizpún (Valle de Goñi) y con ello renunciar a la talla de obras grandes, si bien esto le permitió abordar con mayor dedicación el dibujo, el grabado en linóleo y la escultura cerámica de menor formato.
En 2002 volvió a Navarra para instalarse por un tiempo en Eugui y Urdánoz, donde realizaría algunos encargos escultóricos menores. En la recta final de su vida, que finalizó en Pamplona el 31 de mayo de 2021, tuvo tiempo para dedicarse a la composición guitarrística sin merma del ejercicio gráfico. Pocos años antes, en 1998, había ilustrado el libro poético “Admisural” de la poetisa tafallesa Marina Aoiz, que con tal motivo escribió: “Cuando un poemario inspira a un artista grabados… la obra se convierte en una ráfaga de aire fresco que abre la ventana a la palabra”.
Obra artística
La trayectoria artística de Riazuelo, con sus interrupciones descritas, apenas tuvo reflejo en la crítica. Salvador Martín-Cruz, que admiró su trabajo escultórico, destacó de él su profundo conocimiento técnico de base, tanto en piedra como en barro, y sus cerámicas las situaba entre el zoomorfismo y el fitomorfismo. Recomendaba al público, con referencia a su exposición de Burlada, que la visitase, pues “es merecedor de ser conocido de todos lo mismo que su nombre de ser muy tenido en cuenta”.
Y es que entre sus fuentes de inspiración, además de las aves (“Dos pájaros”, “Pájaro muerto”), se encontraba la piedra misma como materia, que sometía a cincel y radial para significarla con hendiduras y líneas ondulantes sugerentes, utilizando en ocasiones el recurso a la complementariedad (“Amantes”) con formas esenciales que no renegaban de su belleza natural, con un regusto primitivo, pues tuvo un interés grande por las culturas arcaicas, en especial la vasca. Parte importante de su producción se orientó al retrato, de trazos gestuales e intención expresionista (“Mamá Conchita”), cercano por el uso libre del color y su agresividad al grupo CoBrA, que terminó por llevarle a la abstracción expresionista plena en sus pinturas de débito informalista, vía de escape a sus tensiones internas que descargaba raspando incluso el soporte pintado. En otras versiones de acrílico sobre cartón, el color se atenuaba, la pincelada extendía sus veladuras para poetizar el espacio, a modo de divertimentos de una placidez por fin alcanzada. De pronto había brotado de él una espiritualidad contenida.
Una exposición de su obra dispersa ayudaría a precisar la historia reciente del arte navarro contemporáneo.
Imagen de la portada: El artista en 1984. Fotografía de Felipe Martínez Zabalegui.