Se podría escribir una historia del Arte de este siglo en Navarra con tan solo mencionar a los grabadores. Desde los maestros del XIX a la última promoción de artistas, el grabado y, en un sentido más amplio, el grafismo, cuenta entre nosotros con creadores destacados. Pero, ¿por qué se da tal circunstancia?
Son varios los factores que explicarían este especial desarrollo.
En primer lugar, una tradición específica. Desde González Ruiz y Asenjo, seguidores del neoclasicismo, el dibujo, que es la base del grabado, ha sido considerado como técnica imprescindible que había que dominar. Los profesores de la Escuela de Artes y Oficios (Zubiri, Carceller, Pérez Torres, Lozano de Sotés, Sacristán, Ascunce), todos ellos fueron magníficos dibujantes. No nos olvidemos de Esparza, de García Asarta o de Ciga, que, delineando los contornos, supieron lograr envidiables retratos por su definición gráfica. Muro Urriza o Crispín también fueron eminentes dibujantes. Y a mayor abundamiento, el refuerzo externo de Ricardo Baroja y Maeztu aportó dos modelos calcográficos de envidiable factura.
La formación académica recibida en la Escuela madrileña de San Fernando es otro de los factores que ha condicionado a aquellos artistas que se puede decir han construido nuestra pintura del siglo XX (y me refiero sobre todo a los nacidos no más tarde de 1920-30, entre los que hay consumados grabadores como Eslava y Lasterra, ambos Premios Nacionales de la especialidad). Una formación fundamentada en los maestros insuperables del XVII y del XVIII representados en el Museo del Prado, y subrayada con la imitación de los clásicos renacentistas italianos, para quienes el dibujo era el medio de establecer las proporciones.
Las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, que primaron el grabado con una sección propia, despertaron el interés por la participación en pintores que como José Antonio Eslava, a partir de la obtención de la Primera Medalla en 1968, ya no abandonará ni la práctica calcográfica ni la enseñanza en esta dificultosa materia.
Hubo pintores que, atraídos por el afanoso experimentalismo de la Escuela de París, probaron los métodos ya no del aguafuerte sino del huecograbado, como le sucedió a Buldain. Otros, por curiosidad o afán de dominar todos los procedimientos técnicos, enfrentaron el grabado con éxito más que notable. Es el caso de Martín-Caro, de Clemente Ochoa, de Sinués, de Beorlegui, de Ana Rosa Izura o del recientemente desaparecido José Ibáñez Viana.
La explosión del Pop Art y del Hiperrealismo descubrió a Morrás las dilatadas posibilidades de la combinación serigráfica y fotográfica con que mostrar las paradojas de la vida urbana, y a un grupo de inquietos dibujantes (Osés, Murillo, Resano) el punzante espacio gráfico del cómic, que cuenta ya con una trayectoria apreciable.
Otro campo atractivo para los artistas navarros, que explicaría también el auge de esta disciplina, aplicada en este caso a las artes gráficas industrializadas, es el de la publicidad y el diseño, que ha tenido como soportes el cartel (recordemos al especialista en los carteles de San Fermín Lozano de Sotés), el periódico (una mención para Francis Bartolozzi y Rafa Ramos) y el libro, transformado en objeto artístico por las ilustraciones de Rafa Bartolozzi.
En los últimos años, un grupo de mujeres artistas (Ángela Moreno, Carmen Castillo, Amaia Aranguren e Itziar Alforja) conscientes de que el grabado ha sido menos explotado que la pintura, tratan de conseguir mediante la pureza del surco o la mancha expresionista del ácido una creación más libre que pueda traducir las inquietudes personales.