Iturgaiz, creador con piedra y vidrio

Entramado de opus sectile

Domingo Iturgaiz muestra en su tierra el balance de cuarenta años de un arte poco común, que en otras épocas sorprendió por su belleza incluso en la Navarra romanizada, el arte del mosaico. Obra taraceada de piedras y vidrios coloreados que sigue normas pictóricas, pero entraña dificultades ya no sólo creativas sino físicas. Y que pone a prueba la capacidad del cálculo de proporciones, el efecto óptico de la distancia, el encaje sobre el paramento, todo ello mediante la combinación de humildes piezas en un aparente rompecabezas.

Fue inclinado desde niño a la pintura por Paz Orradre, en el primer curso del Seminario de los PP. Dominicos de su villa natal de Villava. Esa afición perduró durante el estudiantado de Filosofía, en Caldas de Besaya (al lado de Torrelavega), pintando a la acuarela «aquél viejo castaño descuartizado de hojas doradas», que contemplaba un tanto subrepticiamente entre clase y clase, y después mostraba recatado a sus compañeros en una improvisada galería de arte, a la que los más aficionados dieron el nombre del Beato Angélico, Guidolino.

Comienza la década de 1950. Es un momento de efervescencia del arte abstracto y de expansión del arte religioso en España. Domingo se traslada al Convento de San Esteban, de Salamanca, para estudiar Teología, y obtiene permiso para desarrollar esa vocación por la pintura, recompensada en el estudiantado con algún premio. De 1952 a 1957 transcurren para él unos años decisivos en el desarrollo de su vocación artística. En la Escuela de Artes y Oficios recibe clases de dibujo del profesor Gracia. Se suscribe a los libros de Skira. Promueve reuniones de artistas en el Colegio, donde funda el grupo Koiné en compañía de varios religiosos dominicos (José Fernández Arenas, Amadeo Sagüar, Armando Suárez) y artistas plásticos atraídos por la abstracción (como el escultor Núñez Solé, y los pintores Mariano Manzano, Zacarías González y Manolo Méndez).

A Manzano y Solé debe Iturgaiz su orientación definitiva. Si Manzano, con sus grandes dotes pedagógicas, le enseñó a apreciar la belleza en cosas tan simples como las hojas de un árbol, y a saber crear con los materiales más diversos, en el estudio de Núñez Solé descubre Domingo el arte del mosaico. Ante un ángel figurativo aprendió a manejar el martillo y a conocer la diferente fragmentación de los mármoles.

Virgen del Camino, León (1960)

Es transcendental su encuentro con el arquitecto, vocación tardía de la Orden de Predicadores, Francisco Coello de Portugal. Un jienense al que conoce terminada la carrera eclesiástica, cuando sus superiores le encomiendan el proyecto del Santuario de la Virgen del Camino, en León. Coello de Portugal concibe el Santuario con una volumetría movida y precisa, avalorada por el expresionismo de las imágenes de Subirachs que decoran la portada y las puertas de ingreso. Iturgaiz asume el reto de decorar los interiores de las capillas del Seminario Mayor y Menor con un retablo-mosaico de 96 m2., donde si bien brilla todavía el autodidactismo, se aprecian ya deudas con el Beato Angélico (dibujo, emotividad religiosa, composición…) conjugadas con inquietudes modernas, surgidas entonces ante la obra admirada de José María de Labra, pintor figurativo, luego abstracto-geométrico, de voluntad mural, tan sabedor del oficio como preocupado por la misión social del arte.

Atraídos por la modernidad del Santuario de la Virgen del Camino acuden al entorno personajes que contribuirán a impulsar su carrera: el padre dominico José Manuel de Aguilar, al cabo de los años fundador del Movimiento de Arte Sacro, le pone en contacto con revistas de arte extranjeras; Carlos Muñoz de Pablos, con quien comparte inquietudes en otra especialidad que comienza a practicar entonces, la vidriera; Aurelio Biosca le ofrece la posibilidad de realizar la primera exposición en su galería madrileña, que fue un éxito rotundo de público y crítica. Escriben sobre su obra los críticos más prestigiosos -Arbós, Sánchez Camargo, Figuerola Ferretti, Ramírez de Lucas-, que destacan su esfuerzo por abrir nuevos cauces al mosaico clásico, dotándole de un vigor plástico afirmado en una dinámica composición y en un colorido sobrio plasmado mediante diversos materiales (desde el tubo de bronce al vidrio plano pasando por el desperdicio de cantería y el mármol laminado), que dan al mosaico, como escribe Arbós en «ABC», un tono expresionista de raíz románica.

Parroquia Ntra. Sra. Fuencisla, Usera (1968)

Iturgaiz se traslada a Roma en 1962 para realizar estudios de Arqueología Cristiana en el Instituto Pontificio de Arqueología. Durante tres cursos recibe clases de los profesores que habían encontrado la necrópolis vaticana (Josi, Mollber, Darsy, Ferrúa, De Bruyne y otros) y, en 1963, va a seguir un curso de la Universidad de Bolonia sobre los mosaicos de Rávena. Terminados los estudios, y tras un período de tiempo como profesor de su especialidad en la Universidad «Angelicum» de Roma, regresa a Madrid, donde instala su primer taller estable en Claudio Coello 141.

Los encargos se suceden a partir de entonces sin cesar. Entre los más importantes, los Crucificados de la Parroquia de Nuestra Señora de la Fuencisla (Barrio de Almendrales, Madrid) y de la Capilla del Centro de Espiritualidad de la Compañia de Jesús en Loyola, así como la Anunciación de la Capilla del Convento de la Anunciata de las M.M. Dominicas de Monte Mario (Roma). Durante los años 60 emprende también la realización de vidrieras de gran superficie, algunas de comprometida traza (las Iglesias de Nuestra Señora del Rosario de El Salvador y la Episcopal de Venice en Florida). Esta actividad como vitralista se intensificará, a partir de los 80, una vez instalado su taller en Villava, dentro de la Diócesis de Pamplona (Parroquias de Santa Vicenta María, del Corpus Christi y del Corazón de Jesús ; nueva parroquia de Noain), aunque atiende importantes decoraciones fuera de estos límites (Saint Dominic Church de Miami, Convento de Santo Domingo de Caleruega, Burgos).

Paisaje

Bodegón

Debido a la práctica del vitral, parece renacer en él un nuevo interés por los materiales. No sólo se agrandan y alteran las formas cuadradas de las teselas de sus mosaicos, sino que se interesa por formatos menores dirigidos a posibilitar el ornato de domicilios particulares, por lo que se abre a nuevos temas como el bodegón, el paisaje y hasta el retrato, e incluso da rienda suelta, sin supeditarse ahora al asunto religioso, a una libertad de expresión largamente contenida. Es la etapa de los cantos rodados por el mar, cuyas sorprendentes propiedades lumínicas y cromáticas, al asociarse en taracea dinámicamente compuestos o truncados, nos demuestran la sugerente expresión y extraordinaria vivacidad impresionista de que son capaces. «La simbiosis de la piedra-materia con el espíritu-forma tiene para mí como resultado final la comunicación visual de una vida renovada», ha escrito recientemente Iturgaiz en la revista «Ars sacra».

Este hombre sencillo, lleno de inquietudes, desde las artes plásticas a la docencia y a la investigación histórica, ha sabido perpetuar con aliento cristiano esa difícil combinación de arquitectura y albañilería, de pintura y decoración mural, que es el mosaico, dándole nuevos aires de modernidad en este siglo XX que termina, tan pródigo en la experimentación de materiales como errático por el olvido de las grandes manifestaciones artísticas del pasado.