En Vasconia, el dogma de la fe en la Inmaculada Concepción de María fue aceptado y defendido con resolución por el clero, las instituciones civiles y el mismo pueblo, que tuvo su reflejo en las edificaciones religiosas, las cofradías, las prácticas devocionales e incluso las festivas (“fiestas concepcionistas”). El fundador de la Compañía de Jesús, el guipuzcoano Íñigo de Loyola, hizo voto de defender la límpida Concepción de la Virgen, y fueron los Jesuitas quienes más escribieron acerca de este misterio en los siglos de mayor debate acerca de él durante el XVI y XVII, muy por encima de otras órdenes religiosas, a excepción de los Padres Franciscanos, cuyos conventos fueron de tal manera foco de devoción a la Inmaculada que el Papa Julio II les llamó “defensores de la limpieza e inocencia de la Virgen”. Los dominicos, sin embargo, discrepaban de la Inmaculada Concepción de María por considerarla contraria a la Redención universal de Cristo, pues de haber nacido sin pecado, no sería sujeto de esta Redención universal. Es célebre la respuesta que les dio el teólogo franciscano Duns Scoto en La Sorbona de París con el siguiente axioma refiriéndose a la omnipotencia de Dios: “Potuit, decuit, ergo fecit” (Podía, tenía que hacerlo, así que lo hizo), razonándolo en la siguiente forma: “Si quiso y no pudo, no era Dios; si pudo y no quiso, no era Hijo. Pudo y quiso porque era Dios y era Hijo; y por lo tanto, lo hizo”.
Lo cierto es que la controversia se había avivado en el siglo XVII, época en que se multiplicaron en Vasconia los votos a favor de la Inmaculada Concepción de María.
Redacción terminada el 20 de diciembre de 2022.
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Imagen de la portada: Virgen Inmaculada de la Iglesia de San Saturnino o de San Cernin, Pamplona. Estilo barroco, siglo XVII.