La pintura de Ana Mari Marín. Síntesis y dirección de una trayectoria

Apuntes biográficos

“Permítanme que me presente. Nacida en Baztán, Elizondo, el 13 de agosto de 1933, en la casa familiar Paularena, de padre baztanés -Blas Marín-, madre donostiarra -Julia Gutiérrez-, y amoña oriotarra –Elisa Arín. Exiliada toda la familia a Francia cuando yo tenía 3 años. Mi padre fue alcalde del Valle de Baztán en tiempo de la República. Mi primera escuela fue en Francia y la segunda en San Sebastián”.

De esta sencilla manera se presentaba Ana Mari Marín a sus interlocutores del Ayuntamiento de San Sebastián con motivo de la “Semana de Baztán”, en mayo de 1990.

Ana Marín en su estudio-biblioteca de Elizondo, 13 de agosto de 2013

Durante su estancia en San Sebastián quien cuidará de sus nietos (Anamari, Elisa, Mayte y Gregorio, que entrará interno en el Colegio de Lecároz) será su amoña Elisa Arín, propietaria de la tienda de confección fina de su propio nombre seguido del subtítulo Trousseaux et Layettes [1], de San Sebastián, quien debido a un lejano parentesco además de estrecha amistad con Francisca Orendain se convertirá en madrina de su hija Menchu, la pintora Menchu Gal referente de Ana Marín en su futura profesión de pintora.

El 2 de mayo de 1939 había llegado a la ciudad con sus hermanos procedentes de Francia, tras una serie de cambios de domicilio: primero Ainhoa, cuando Anamari contaba 3 años, y donde permanecerán dos meses; Lousshoa, ocho meses más; Saint-Jean-Pied-de-Port, año y medio; y Bayonne. Ingresará, sucesivamente, en las Escuelas Francesas y en el colegio San Bartolomé de la Compañía de María. Su primera pintura la termina con ocho años residiendo en San Sebastián, durante el reposo obligado por unas fiebres reumáticas que pasó en casa de su amoña Elisa, a quien obsequiará la obrita, un caserío. En la capital guipuzcoana nacerá la pequeña de las hermanas, María José. A sus 13 años, en 1946, inicia estudios de dibujo con la profesora Mariló Lasheras Aguirre, para pasar al internado del colegio de El Pilar, de nuevo con la Compañía de María, en Irún, hasta sus dieciséis. Hacia 1948 se reagrupa la familia en Elizondo y alcanza la estabilidad soñada con la relativa comodidad que aporta el empleo del padre al frente de su propia gestoría para la tramitación de asuntos administrativos [2]. El reencuentro con Baztán será determinante para el gran amor que en ella despertará el valle, en ese crucial momento de apertura a la vida que es la adolescencia.

La muerte de su padre Blas en 1960 le obliga a distraer su atención de la pintura –su primera exposición individual había sido en Pamplona cuatro años antes- para reflotar la gestoría familiar y emplearse en las líneas aéreas Iberia, en una época de sentimientos contrastados hacia la familia, la pintura, la música y su preocupación por el valle, inquietud ésta que le llevará a presentarse por primera vez a las elecciones municipales de 1967 al Ayuntamiento de Baztán, obteniendo actas de concejal por el tercio de cabezas de familia (entre 1967 y 1974), después de alcaldesa jurado de 1975 a 77. Su decisión se fundamenta en el deseo de preservar la belleza de Elizondo, amenazada por el ayuntamiento al permitir la edificación de siete alturas en los nuevos edificios a construir. Por ello, Ana asume la concejalía de urbanismo como un servicio a su valle. Las consiguientes actuaciones, más la ayuda que presta desde las líneas Iberia a los pastores baztaneses que buscaban colocarse en Estados Unidos, le distraen por unos años de la práctica pictórica, pero el abandono se ve compensado con creces por la satisfacción interior de laborar por y para el valle de Baztán y el reconocimiento de ser nombrada “miembro de honor” de la Western Range Association, de Bakersfield (California).

Por entonces sus inquietudes no tocaban fondo. Participó en la creación de la coalición electoral Frente Navarro Independiente organizada en 1977 para las elecciones del 15 de junio, las primeras tras la dictadura, junto a personalidades no afiliadas a partidos como su admirado Miguel Javier Urmeneta, Tomás Caballero, Víctor Manuel Arbeloa, Ignacio Irazoqui, Francisco Beruete, Honorio Taberna, Segundo Valimaña, y mi padre José Ángel, entre personas opuestas al régimen político imperante, de espíritu navarrista no antivasquista, que se presentaban como defensoras de las libertades y de los fueros, partidarias de la reforma del sistema capitalista, y defensoras de una administración transparente y participativa, pero el Frente se disolvió al no obtener en las elecciones el respaldo necesario –la apoyó poco más de 4% del electorado- para acceder a la ansiada representación. A esta inédita experiencia de convergencia política había precedido otra en 1963, de carácter folklórico-festivo, como fue la inspiración del Baztandarren Biltzarra en Elizondo, ese “alarde de autoestima colectiva”, como lo definió Pablo Muñoz [3], en forma de jornada de exaltación de las peculiaridades de los quince pueblos del valle unidos en una fiesta originalmente religiosa, seguida del desfile de carrozas, la mutildantza en la Plaza de los Fueros y la comida de confraternización posterior, en un ambiente de participación popular y de comercialización de los productos de la tierra.

Ana Marín. “Bodegón en casa de Elisita” (1993)

Entre sus inclinaciones artísticas, además de la pintura, a la que dedicará todo su potencial creativo, la música le vendría dada por tradición. En su casa natal Paularena, de Elizondo, “en un tiempo de gran sensibilidad y romanticismo” se organizaban conciertos cuando vivía su tía Paula. Sus padres tocaban el piano y las populares canciones en euskara mantuvieron vivo en su familia durante el exilio ultra pirenaico el recuerdo del matizado valle de Baztán. El Padre Donostia visitaba con frecuencia a los Marín Gutiérrez, a los que deleitaba interpretando composiciones para piano y violín. Él mismo se encargará de comprar el violín con que el que dará clases a Gregorio Marín en el Colegio de Lekaroz. Años más tarde formaría parte de la Agrupación Coral de Elizondo, dirigida por su creador y admirado amigo Juan Eraso Olaetxea –“un hombre lleno de sentimiento además de ser un genio y músico excepcional muy exigente”- desde 1942 hasta su fallecimiento en 2002. Con ella participó en innumerables certámenes europeos, en alguno de los cuales, como el Eisteddfod Internacional (1952), el de folklore y polifonía de Llangollen, en el País de Gales, el Internacional de Polifonía Vocal Clásica, de Roma (1953), y el Certamen Internacional de Masas Corales de Tolosa (1978), la Agrupación obtendría el máximo reconocimiento. Ana tiene gran afición a la ópera, es fiel admiradora de los cantantes líricos Jessie Norman, Fiorezza Cossoto, Luciano Pavarotti y hasta se enorgullece de compartir con Plácido Domingo el apellido Embil [4].

Relaciones humanas

 En toda dimensión personal las relaciones humanas tienen gran peso, pues son las que modelan la personalidad del individuo. En el caso de Ana Marín, su inclinación definitiva por la pintura la marcan varios acontecimientos, que giran en torno a sus tres maestros: el vizcaíno Ismael Fidalgo, la irundarra Menchu Gal, y su padre espiritual el oriotarra Jorge Oteiza.

Mi afición por la pintura… es algo que recuerdo como de siempre, afirma Ana. Me veo de niña, incluso, limpiando los pinceles a Javier Ciga en un aska. De todas las maneras y aunque mi amistad con Menchu [Gal] puede parecer que fue el factor predominante en mi vocación, creo que más importante fue la relación que mantuve durante muchos años con Apezetxea, Fidalgo y el mismo Ibarrola. No estará de más recordar que con Fidalgo y Agustín [Ibarrola] pasé mucho tiempo en Madrid, que llegamos a vivir en las mismas pensiones e íbamos juntos al Círculo de Bellas Artes. Les he cosido la ropa, los botones, les he llegado a poner plantillas de cartón en los zapatos cuando tenían agujereadas las suelas…[5]

 Se puede afirmar que Ana Mari descubre su vocación por la pintura tras el encuentro casual con el pintor Ismael Fidalgo en Elizondo.

Ismael Fidalgo Blanco, nacido en la villa encartada de Castro Alen en 1928, recaló con 20 años en Elizondo destinado como soldado para la prestación de su servicio militar. En sus ratos libres pintaba entre calles y en esta forma Ana Marín toparía con él en uno de sus paseos en bici. Los encuentros de Ana con el pintor se repetirían, hasta que un día Ismael le consultó si conocía algún lugar donde guardar sus pinceles y caballete, ya que tenía que hacer un curso de sky y debía ausentarse. «Si me los guardas, te dejo pintar un cuadro», recuerda Ana Mari que fue su oferta. Así es como comenzó entre ellos una amistad y relación profesional que duraría hasta la muerte de Fidalgo el pasado 2010. La relación de Fidalgo derivaría con el paso del tiempo en la creación de un grupo de paisajistas con Ana Marín y otros pintores del valle ( José Mari Apezetxea, Kepa Arizmendi, Xabier Soubelet, Tomás Sobrino…), y los pintores vizcainos atraídos por Fidalgo -Agustín Ibarrola, Norberto Ariño de Garay, Ángel Aja y Marcelino Bañales entre otros-, que aportarán al grupo “Artistas de Baztán”, así denominado en su presentación en los Pabellones de Arte de la Ciudadela de Pamplona en 1983, su versión geométrica y constructiva del motivo al estilo de Cézanne continuado por Arteta y Vázquez Díaz, y que tuvo también tuvo su influencia en otros Pintores del Bidasoa.

El lugar escogido para guardar los materiales del pintor Fidalgo fue el desván de casa Paularena, un espacio de apenas 20m. que compartirá en los inicios de su carrera artística con su maestro del periodo 1949-1952 [6]. Es cuando, motivada por los consejos de sus pintores amigos, decide dar el salto a Madrid, coincidiendo con la colaboración que Fidalgo e Ibarrola prestaban al escultor Jorge Oteiza en su estudio de la capital, e inscribirse en el Círculo de Bellas Artes para proseguir su formación pensionada por su amoña Elisa Arín. Entonces cobrará mayor presencia en su vida Menchu Gal. Las visitas de Ana a su estudio serán diarias, practica pintura en la calle y en el Pozo del Tío Raimundo, en Vallecas, hasta convencerse por la insistencia de Menchu que debía comenzar a exponer su obra en galerías como manera de someterse a autocrítica [7]. Así es como en 1954 expone con ella en Madrid, en el marco del concurso Arte y Hogar, junto con Álvaro Delgado, Agustín Redondela, José Caballero -nombres por entonces ya relacionados con la que se llamaría Joven Escuela de Madrid, que tenía su referente principal en Benjamín Palencia- más Agustín Ibarrola, Mari Paz Jiménez y otros artistas que comenzaban a consolidarse en el panorama artístico nacional. Con tal motivo escribió el crítico Ramón D. Faraldo [8]: “Tampoco ha pasado desapercibido… el bello paisaje de Ana Marín, cuya profundidad sorprende en una pintora tan joven, y que testimonia condiciones muy brillantes para la pintura”. Se trataba de un paisaje con un pastizal antepuesto a una casita cuyos volúmenes se recortaban ante las laderas suavemente afacetadas de un monte perfilado sobre un cielo difuso [9].

Animada por esta buena acogida, en 1956 realizará su primera exposición individual en Pamplona, en la sala de García Castañón de la Caja de Ahorros Municipal. En tal ocasión Miguel Ángel Arbizu escribe acerca de ella: “pinta con mucha soltura, sabe ver el color, descuidando el dibujo en los paisajes [baztaneses]… para lograr una pintura que lleva dentro el alma, la paz, la serenidad, la placidez y el sosiego del paisaje…, la composición, la armonía, el espíritu del color verde en sus múltiples e infinitas tonalidades”. El periodista le pregunta si puede decirse que sus obras participan del espíritu de la escuela de Vallecas y ella asiente” [10].

Ana Marín. “Retrato de Fely” (1954)

En opinión del crítico de arte Salvador Martín Cruz, la amistad con Menchu Gal tuvo para la pintura de Ana Marín una gran importancia, pues más tarde se apreciarán con relación a la de aquélla grandes analogías en cuanto al sentimiento fauve del color y su aplicación con pincelada espontánea, envolvente y temperamental sobre el soporte, moderando así la consistencia constructiva de su paisaje [11].

La relación con Oteiza merece mención especial. Los Arín, cuarto apellido de Ana Mari, y los Embil, segundo de Jorge, estaban entroncados y procedían de Orio, lugar donde el escultor vio por primera vez la luz, de forma que ambos se conocieron ya desde muy jóvenes, además de que con el tiempo se harían grandes amigos y se guardarían mutua admiración:

Cuando murió su mujer [Itziar Carreño] vino a Lekaroz y estuvo en una celda. El pobre se aburría e íbamos a sacarlo, como si en el colegio estuviese. Para mí Jorge ha sido una gran persona y una muy buena persona. Que los medios lo han utilizado muchas veces para enfrentar… Jorge era un hombre bondadoso, generoso, dispuesto…, confiesa la pintora.

No siempre hizo caso ella a sus consejos, como aquel de: Ana Mari, en vez de poner, quitar, ya que yo soy muy de arabescos…” [12]. Puede decirse, pues, que la principal influencia de Oteiza sobre sí misma ha sido de carácter humano, coincidiendo con el parecer de Juan Eraso,

… el hacer florecer, tanto en mi persona como en mi pintura, la verdad de las emociones de la vida… el pintar con el corazón [13].

La relación con Jorge se intensificó en 2001 por el apoyo económico que éste prestó a otra iniciativa de Ana Mari y varios baztaneses más, como fue la creación en Puriosenea, una de las casas tradicionales de Elizondo, del Museo Etnográfico de Baztán, que recibe el sobrenombre de “Jorge Oteiza” como reconocimiento a su apoyo.

Enmarque artístico y natural

 Sobre la base de su admiración hacia los pintores Antiguos se superpone su “adoración” por Van Gogh, Gauguin, Matisse, Chagal y Soutine. Olazábal advierte en el uso de la técnica durante su estancia de aprendizaje en Madrid, la influencia de Juan de Echevarría, Vázquez Díaz y Ortega Muñoz, “hermosa materia nada aceitosa, cuadros sencillos, sin rebusques ni espatulazos, en el color nos recuerda quizás a Bonnard y Cézanne”, afirma [14]. Este juicio queda ratificado por Raviel: “nos recuerda a Palencia… también a Ortega Muñoz, el asceta de los campos extremeños, austeros y secos, con líneas simples y lienzos sin brillo” [15]. José Berruezo halla en la configuración de sus bodegones, especialmente en los de flores, ecos cubistas picassianos y en la linealidad de sus retratos confirma el influjo de Vázquez Díaz [16].

José Antonio Larrambebere amplía la perspectiva de su formación con estas palabras: “… parece formada en el ambiente renovador del Montmartre ochocentista. Toda su obra recuerda el viejo estilo de los grandes maestros del impresionismo francés del pasado siglo… las figuras familiares de Renoir, Dégas, Cézanne, Monet y Camilo Pissarro… porque son paralelas a su temperamento, y a Utrillo, Ortega Muñoz y el vasco Zabaleta. Son buenos maestros para una discípula inteligente. Es admirable su desenvoltura ante el color, cuando trata de imitar las “leyes de la naturaleza” [17].

A lo que ella añade:

Mi pintura es expresionista y vitalista, como mi forma de ser. Manejo una pincelada espontánea, la más apropiada para materializar el lenguaje en el que mejor me expreso, el que se basa en la fuerza del color, de los sentimientos. No sé, me han comentado muchas veces que mis cuadros reflejan una cierta paz y alegría, tal vez sea que intento expresar lo que busco en mi interior y no encuentro. Creo que es preciso tener el espíritu lleno y vacío a la vez, algo que a mi me pasa, porque soy una mujer muy inquieta [18].

Ana Marín. “Palacio de Bértiz” (1980)

De las diferentes temáticas abordadas, el paisaje ha sido el género que más le ha seducido y el del valle natal de Baztán en particular:

            Este valle se esconde del tiempo gracias a una naturaleza tan fértil que, a pesar de todas las agresiones, sigue tejiéndolo todo de verde. El tiempo no entra en Baztán. Pasa de largo. Sus habitantes tienen otras medidas y profundidades. Las tareas cotidianas siguen el ritmo de un corazón en paz consigo mismo. Se anda despacio. Con un sentido más generoso de la puntualidad.

No tiene un lugar preferido para pintar pero le gustan mucho los pueblos de Arizkun, Maya o Ciga:

Para pintar o admirar el paisaje vas buscando unas siluetas, una iglesia o un palacio, que dan carácter al pueblo. Pero esos edificios van envueltos en el monte donde ves las zonas rojas de los helechos, el amarillo de los chopos, esos contrastes que no hay en muchos sitios. Es lo que me subyuga y me vuelve loca.

Comenta que cuando pinta el Baztán la gente dice que lo idealiza:

 Puede ser, pero yo lo veo así, lo siento de forma diferente que el resto, juego con el paisaje, hago que sus líneas caracoleen y doy a los colores otro sentido, quizás es porque soy un poco barroca… En el campo escuchas el canto del pájaro e incluso el mismo silencio. Es una sensación que no puedo definir” [19].

El resultado salido de sus manos es una pintura calificada por distintos críticos de sobria, ordenada, suave, armoniosa, fluida, acariciante, fresca, íntima, sencilla, sentida, honesta, amorosa…, que parece la lógica reacción de una personalidad creativa que, según advierte Mario Ángel Marrodán, es inquieta, segura de sí misma, pero atormentada por dentro bajo lo visible de una contención admirable [20].

Desde el punto de vista metodológico, su forma de pintar no se rinde del todo a la tradición airelibrista en el sentido de iniciar y terminar su obra en el sitio, sino que toma del paisaje natural unas primeras observaciones de composición, valores atmosféricos, luz y color -“Pinto todos los días, sábados y domingos incluidos en jornadas de hasta diez horas en que solo bebo agua” [21]– y, ya en la soledad del estudio, con el fondo de una música relajante, termina su obra, siendo éste el momento en que emerge lo más significativo de su creatividad.

Géneros y procedimientos

La contribución de Ana Marín a la pintura se lleva a cabo mediante los géneros del paisaje, la pintura de costumbres, la naturaleza muerta y el retrato, siguiendo procedimientos al óleo y a la acuarela, que son mayoritarios en su producción y se alternan a lo largo de ella sin solución de continuidad.

No puede encasillársela como paisajista del Baztán, ya que le han interesado muchas otras tierras como Andalucía (Córdoba, Huelva, Isla Cristina, Punta Umbría…), Cantabria, La Mancha, La Rioja, el País Vasco (San Sebastián, Hendaya, Bayona…), Navarra en su totalidad con atención preferente a la Cuenca de Pamplona, Zona Media y Ribera, y, del extranjero, Francia, el Reino Unido (Londres, Oxford…), Holanda y Rusia (San Petersburgo). Inclusive el mar, ofreciéndonos bellas oposiciones de volúmenes y de materias contrarias, cielo-monte-casas-mar. Y, por supuesto, las tierras de Baztán, con sus montes representados a grandes planos, con las aldeas acostadas en sus laderas, o bien con sus casas medio tapadas por los árboles, para darnos una visión virginal de la naturaleza en un afán de protegerla del peligro de la civilización actual, más dada a sacar provecho de los recursos sin el control debido.

Es su aproximación al paisaje amorosa y ésta se traduce siempre con tonos contrastados de color y notas cromáticas avivadas por la luz, que aplica mediante pinceladas envolventes –en el caso del Baztán- de color verde, amarillo-violeta, y rojo, el color de su otoño peculiar. Pero existen también otros colores para ella predilectos, como el violeta pálido (el malva), a menudo asociado a la ausencia o el recuerdo; el rojo, unido al otoño, para pintar los helechales baztaneses y las viñas navarras, riojanas o bordelesas, rojo encendido por el calor del bochorno que confiesa sentir que la emborracha; el verde, en su infinita gama de tonos y matices, empleado a veces para conciliar transiciones hacia otros colores más cálidos; el amarillo, y sus derivaciones siena y ocre, con el que representa los campos de colza y de girasoles de Navarra o los extensos campos de La Mancha, “el color favorito de Van Gogh”, su artista admirado; el azul es para ella un color a usar con mesura, especialmente en los cielos, pues si se emplea como masa de color no alcanza el movimiento deseado, prefiere el azul enfriado con gris, el propio de su tierra baztanesa que le da una sensación de serenidad, pero no rehúsa el azul intenso si lo que persigue es mostrar la atmósfera cargada que precede a la tormenta o emplomar los cielos de sus paisajes nevados; también emplea otros colores hermosos, según la ocasión, como el rosa o el naranja, por ejemplo.

Ana Marín. “Nieve en la Regata. Irurita” (1980)

Opina Ana Marín que en la naturaleza bien buscada ésta “te da todo, composición, color, la esencia de cada lugar que quieres pintar” [22]. El paisaje tratado por sus manos se transforma, como cree Jorge Oteiza, en una “tierra renacida como oración visual”, en una manera incluso de “descubrir a Dios escondido en la tierra” [23].

Y en el marco de este paisaje inserta las costumbres de su país, estampas festivas como el Zampanzar de Zubieta, la mutil-dantza de Elizondo, la procesión de El Pilar, celebraciones tradicionales que enmarca entre plazas y calles, ante casas, iglesias de torres estilizadas o fondos de color semi-abstractos para individualizar mejor su importancia.

Otro tema predilecto son las naturalezas muertas, que, en el fondo, como bien observa Arenaza, son como paisajes pequeños, pues en ellas casi nunca faltan flores y ramos, son como jardines de interior en miniatura donde las notas de color se combinan aquí y allá en una especie de sinfonía musical que invita a sentir y no tanto a analizar el proceso intelectual que dirigió la ordenación de los objetos, frecuentemente colocados en mesas antepuestas a ventanas que nos descubren a su través la naturaleza libre, algunos de los cuales veremos en manos o cerca de los personajes que serán retratados por ella [24]. Es el caso del violín de su hermano Gregorio.

Los personajes de sus retratos son seres que han tenido en su vida una importancia estrictamente personal y a los que pinta por pura motivación, nunca por encargo. Entre ellos su amoña Elisa Arín; Fidalgo, el artista que despertó su interés por la pintura; Chamarro, un clochard tan elegante como asceta que realizaba pequeñas reparaciones para las monjas de Elizondo; Jorge Oteiza, el escultor amigo; su sobrino Salva Arotzarena; Agustín Eraso, el txistulari de las mutil-dantzas de su localidad natal; Mauricio y Félix, músicos populares de Baztán; Xabier Landa, el fotógrafo en mangas de camisa; la soprano Marisa Larriú; Juanito Eraso, reconcentrado en sus ensoñaciones musicales; el monaguillo y otros niños de rostro inocente; el Pelos del sanatorio; su amiga Fely; la Títi…. El retrato es un género que le agrada y al que ha acudido en todas las épocas: “Prefiero el retrato –comenta-. Se está más a gusto en el estudio. Puedes recrearte en lo que haces, hay más paz”, algo tan necesario por los matices que es preciso descubrir en cada personaje, aquello que revela su interior, su personalidad individual, evitando sentirse cohibida o coaccionada incluso ante la altivez de quien posa. Su planteamiento es el de ser siempre fiel a la verdad.

Ana Marín. “Elizondo” (1988)

En su práctica artística es mayoritaria la técnica de la pintura al óleo sobre táblex. Combina en el soporte los grandes planos que “construyen” el motivo a representar, incluso llevándolo al borde de la abstracción formal, con el toque libre del pincel, de trazo sinuoso –en una especie de caracoleo según su expresión -“un gesto que tengo en círculo, que me parece gracioso y me divierte [25]-, y que en parte se explica porque algunas de sus pinturas al óleo se apoyan sobre apuntes de acuarela o de rotulador sobre planchas de cartón pluma, que antes ha realizado en el sitio con un gesto de la mano envolvente. La base de toda su expresión es el color, vehículo de la luz. Su actitud es la sencillez, cualidad rallante en ella con la inocencia, el gozo y, como se ha dicho, la honradez. En el uso del color se adapta a las exigencias del medio o modelo y a su propio temperamento, entre suave y enérgico, que deriva en la nota que Valentín Arteta considera característica, el contraste cromático, mitad impresión, mitad expresión, con acento ecuánime [26]. Belleza de colores y grandeza de espíritu, añade fray Javier de Eulate [27], en evolución desde el pequeño formato al gran tamaño, del tema menor al paisaje escenográfico, del pincel fino a la brocha gruesa, de la sencillez a la complejidad, y de la sujeción al motivo a la forma más libremente entendida. Y tiene muy presente la estimación de lo que Oteiza consideraba conveniente en una obra artística, que es el pequeño error o descuido –la “sabia torpeza” en palabras de Van Gogh- para que aquella pueda ser tenida por buena.

Ana Marín. “Txokoto” (2001)

Sus acuarelas sobre papel, más ligeras e incorpóreas que sus óleos, son valoradas por los críticos como lo mejor de su producción y llaman la atención sobre su rareza, dada la infrecuencia con que los artistas plásticos abordan esta técnica. Lo llamativo es que ellas, contra lo que parezca por su menor formato y fresca ejecución, le cuesta realizarlas a la autora más que sus pinturas al óleo, ya que hay que pensarlas más antes de ejecutarlas. Martín-Cruz afirma que las trabaja con sensibilidad, personalidad y calidad, que mediante ellas da vida a su inmenso amor por la naturaleza que la rodea… desde sus blancos virginales a sus notas polícromas, a ese dibujo caligráfico y gestual, casi oriental, que las define… [28]” Pedro Luis Lozano las califica de pizpiretas por su vivacidad y gracejo [29]. Para Edorta Kortadi “son las auténticas joyas de su producción… cargadas de pequeños rasgos curvos, a la manera de los latiguillos del Art Nouveau y del Modernisme catalán o de las partituras barrocas, pero todos ellos concatenados y entrelazados entre si como en una partitura de Bach o un concierto de Tellemann… Utiliza los pequeños rasgos curvos como un horror vacui, a la manera del arte árabe, del medieval y del barroco, del arte popular e indígena de todos los tiempos y culturas. Y además los llena la artista de una cuidada y gozosa gama colorística, unas veces más fría, y generalmente más caliente, de raigambre fauvista y expresionista” [30].

Ante todo, la pintura es para ella una transmisión de sentimientos, que no pueden sino venir de una persona “tan acogedora, noble, jovial, mutante y generosa” [31] como el mismo valle de Baztán que infunde todo su ser.

Notas

[1] Ajuar de novias, ropa infantil y encajes.

[2] Su padre, el alcalde-jurado republicano del valle, Blas Marín Fernández, hasta su precipitada marcha a Francia avisado el mismo día en que daba sepultura a su madre de que su vida corría peligro, se había desempeñado como comerciante al frente de los “Almacenes Marín”, en Elizondo, y tras su regreso en 1941 fue sancionado y desterrado temporalmente a Madrid por las autoridades del régimen franquista.

[3] “Ana Mari, esa luz”, Diario de Noticias, Pamplona, 3 de agosto de 2000, p. 3.

[4] Los textos entrecomillados han sido sacados de SANTAMARÍA, Lander. “Ana Marín pintora y referente cultural en el Valle de Baztán”, Diario de Noticias, Pamplona, 19 de agosto de 2010, pp. 58-59, así como de la página web de la pintora: http://www.anamarimarin.com, ver el apartado biográfico.

[5] MARTÍN CRUZ, Salvador. “Ana Marín Gutiérrez, el ingenuo secreto del paisaje”, en Pintores navarros, Burlada, Caja de Ahorros Municipal de Pamplona – Fondo de Estudios y Publicaciones, 1981, tomo III, p. 107.

[6] Instalará posteriormente su estudio en las casas Cortea, Oteiza y Vergarenea, hasta pasar al actual de la antigua rectoría de Amaiur en 2004.

[7] Con la familia Gal-Orendain había una intensa relación, que explica las largas temporadas que Menchu pasaba en casa de Ana Mari, sobre todo en verano, época en que se trasladaba en motocicleta a los diferentes pueblos del Baztán para pintarlos. De aquellos años quedan sus retratos de la abuela de Ana, Julia Gutiérrez, y de ella misma.

[8] FARALDO, Ramón D. “IV Concurso de pintura de Arte y Hogar”, Arte y Hogar, núm. 116, enero de 1955, Madrid, s. p.

[9] Llevaba por título “El cerro de los perros”.

[10] KIF [Miguel Ángel Arbizu] “Pintores navarros. Ana Marín, en la Sala de la Caja de Ahorros Municipal”. Arriba España, Pamplona, 29 de mayo de 1956, p. 2.

[11] Tomado de RETANA, Martín de (ed.) Ana Marín, su vida, su Baztán y su universo pictórico, Bilbao, 2003, pp. 20-21.

[12] STEGMEIER, Ion. “Ana Mari Marín, la mujer de color rojo”, Diario de Navarra, Pamplona, 23 de julio de 2010. Diario 2, p. 46.

[13] NELKEN, Julio. “Estudio abierto”, Conocer Navarra, Pamplona, número de 2011, p. 85. Y la web http://www.anamarimarin.com, ver “Ana Mari y Oteiza” en el apartado biográfico.

[14] OLAZÁBAL. “La pintora Ana María Marín en Madrid”. Noticia de la prensa madrileña sin otra referencia que el año 1954 existente en el Fondo Documental de Artistas Navarros Contemporáneos del Museo de Navarra y reproducida en la web de la artista: http://www.anamarimarin.com.

[15] RAVIEL [Manuel Elvira Ugarte] “Ana Mari Marín, pintora y tal”, noticia de prensa sin referencia recogida en el Fondo Documental de Artistas Navarros Contemporáneos del Museo de Navarra.

[16] BERRUEZO, J. En El Diario Vasco, número de marzo de 1975. Tomado de GARCÍA ROMERO, Carmen. “Negro. La cámara oscura de la memoria”, en RETANA. M., cit., p. 53.

[17] LARRAMBEBERE, J. A. “Ana Marín, pintora valiente”, El Pensamiento Navarro, Pamplona, 25 de mayo de 1956, p. 3.

[18] URRECHO, Natalia. “Ana Mari Marín pintora: Me encanta hacer trueque con la pintura, para mí es un modo de servir a los demás, Diario de Navarra, Pamplona, 27 de julio de 1993, p. 45.

[19] ANÓNIMO. “El rincón de… Ana Mari Marín, pintora. Otoño y helechos en el valle de Baztán”, Diario de Navarra, Pamplona, 24 de septiembre de1999. La Guía, p. 63.

[20] En RETANA, M. cit. “Presentación”, pp.12-13.

[21] STEGMEIER, I., cit.

[22] NELKEN, Julio. “Estudio abierto”, Conocer Navarra, Pamplona, EGN, 2011, núm. 23, pp. 78-79.

[23] En RETANA, M. cit., p. 25.

[24] ARENAZA, J. M. Arte Vasco. Artistas vascos. Bilbao, Bilboarte, 1998, p. 54.

[25] FALCÓN, Jesús. “Ana Marín. Pintora”, El Diario Vasco, San Sebastián, 13 de mayo de 1999.

[26] ARTETA, Valentín. “Pintura y no calcomanía. Últimos trabajos de Ana Mari Marín en Iruña”, Deia, Bilbao, 30 de enero de 1994. Edición Navarra.

[27] Felicitación navideña de fray Javier de Eulate en1994. Repr. en RETANA, M.., cit. p. 213.

[28] MARTÍN-CRUZ, [Salvador] “Ana Mari Marín”, Diario de Navarra, Pamplona, 9 de mayo de 1992, p. 20.

[29] LOZANO URIZ, P. L. “Mi-re-mi-re-mi-si-re-do-la…”, Diario de Navarra, Pamplona, 29 de agosto de 2012. Diario 2, p. 44.

[30] KORTADI, E. En Deia, Bilbao, 15 de septiembre de 2000, p. 21. Tomado de GARCIA ROMERO, C., “Blanco. Agua manchada de aire”, en RETANA, M. cit., p. 55.

[31] CATALÁN, Carlos. “Las trampas de Ana cazadora”, en el catálogo Ana Marín, Pamplona, Gobierno de Navarra, 2001. Programa Cultur’2001, p. 7.