El artista estellés José Carlos Ciriza vuelve a mostrarse en las salas pamplonesas, esta vez en la Galería «Helene Rooryck» y como escultor, además de pintor, tras diez años de ausencia como tal, en que solo hemos podido ver alguno de sus trabajos tridimensionales en una exposición colectiva relativamente reciente.
No son frecuentes en nuestra tierra las exposiciones de escultura. La escultura, como manifestación creativa, requiere unas energías y hasta un costo económico que muy pocos se atreven a afrontar. Esta muestra de Carlos Ciriza tiene el interés añadido de plantearse como una exposición conjunta, sin solución de continuidad, de sus esculturas y sus pinturas más recientes. Es prueba de que su indagación -como en el caso de sus compañeros de generación Xabier Martínez de Riazuelo, Txema Gil, Jesús Poyo «Txuspo», Francisco Fabo, María José Recalde o Txaro Fontalba- no se detiene ante barreras plásticas, es una creación totalizadora. Del valor de sus alcances juzgará el espectador, pero no cabe duda que la franqueza del artista, que su decisión y su ambición, y su desnudamiento interior, son algo que debemos admirar y respetar.
Pero hablemos algo del autor.
Carlos Ciriza realiza estudios incompletos de artes plásticas en la Escuela de Artes y Oficios de Pamplona, por lo que hay que considerarle artista autodidacta. Entre los profesores mejor valorados por él están Bados y Suescun, así como los escultores Garraza y Ulibarrena. Con este último mantiene una fiel amistad. Desde muy niño se interesa por la pintura, que obedece a planteamientos figurativos, convencionales y al uso, hasta 1985, época en que da el paso a la abstracción, coincidiendo con la obtención del primer premio del Certamen Juvenil de Artes Plásticas (1984), en la especialidad de escultura, a escala regional, con una pieza de maderas trabadas entre si por medio de tubillones, para ser soporte de prolongaciones de hierro en el espacio. Ya entonces se propone generar esculturas con tensiones internas y externas a su volumen aparente.
Pero nuestro joven pintor ha mantenido casi en secreto otra experiencia, esta más personal. Es la del taller paterno, en Estella, donde encuentra la madera y descubre su nobleza, su ductilidad, su belleza intrínseca. En ella está condensada la naturaleza, que puede considerarse su verdadera maestra. En el taller aprende de su padre la soldadura, observa como se trabaja el hierro.
Carlos Ciriza es, además, una persona condicionada por la tierra, por el entorno estellés y sus labradores, es decir, por el campo, por las faenas y aperos agrícolas, vínculo que le transporta a esa sociedad humanizada, casi patriarcal, de la Navarra anterior a los 70.
Recordemos como sus series pictóricas -«Vivencias en Nueva York», «La luz una ventana a los sentidos» o «Latidos desde el fondo de la tierra»-, entre 1985 y 1993, coinciden con una evolución escultórica paralela, aunque de manifestaciones intermitentes, que no es por completo ajena a la indagación espacial-formal que lleva a cabo en su pintura. En el trabajo tridimensional se unen el contemplativo, el especulador y el intelectual al «homo faber», que es la otra cara de Ciriza, es decir al hombre habilidoso, al ingenioso constructor de máquinas, pues sus primeras esculturas son ensamblajes transcendentes de piezas de viejas trilladoras. Una obra donada por él al Museo de Navarra, titulada «Nuestra tierra», evoca el feliz encuentro de su pintura con su escultura. Se trata de una especie de visión, desde el interior de la tierra, de las uñas de un arado que avanzan desafiantes hacia el espectador, tras atravesar el espesor del suelo, en este caso la densa materia cromática. Esa es «nuestra tierra», la que nos da vida y conforma nuestro carácter, un terruño que debemos proteger.
De aquellas maquinarias transcendidas por una nueva intencionalidad, «ready mades» personales, evolucionará Ciriza hacia planteamientos más racionales, en los que si bien se aprovecha de la chapa industrial troquelada en serie, ciertas formas curvas, esferas o hilo grueso enmarañado en espirales, están indicando una voluntad de ser escultor antes que mero montador, con una actitud acorde a la exigible ductilidad del pintor.
Ciriza nos ofrece hoy su trabajo escultórico más reciente, donde yo veo dos claras orientaciones :
– por un lado una reflexión ante el espacio y formas esenciales como el círculo o alineaciones de rectas o curvas continuas o interrumpidas por truncaduras o cortes intencionados. Esta reflexión se plasma en un lenguaje abstracto y racionalista. Hay un juego entre el volúmen sólido y el vacío resultante al ocupar el espacio, entre la quietud unas veces o la permanencia en el movimiento otras. O sea, una conciencia constructiva ;
– por otro lado, las estructuras de otras piezas adquieren mayor agilidad y ligereza formal, mayor espontaneidad podríamos decir, ofrecen una sensación más aérea. Su resolución técnica es más ingenieril que escultórica (por el empleo de varillas y composiciones abiertas) y las formas evocan figuras humanas o naturales que conectan con la realidad, si bien contemplada esta desde un estrato subliminal. Pero en esta orientación sus planteamientos dejan de ser sólo especulativos, para aludir a una lira, a la noche, al paso del tiempo…, es decir a temas concretos que preocupan al artista.
En todos los casos utiliza el hierro. Se ve como un gusto en someterlo a mandamiento, pues Ciriza lo suelda o funde, lo recorta o lo abre a placer. Emplea ácidos para obtener pátinas y calidades de apariencia textural, ya que la presencia de la materia es uno de los componentes de su plástica. Las piezas van sobre peanas de roble y en su encuentro con el metal se produce un efecto complementario interesante.
La energía contenida en estas esculturas halla su contrapunto en los delicados fondos de los acrílicos que se suman a la exposición. Los fondos de estas pinturas son sosegados, con trazos de pincel superpuestos de espeso color, aunque no tan apasionados ni gestuales como antes, ni de color tan fiero, sino más pensados, sujetos a una estructura, como si fuesen dibujos flotando sobre el espacio. De este modo Ciriza ofrece un conjunto armonioso y coherente en los problemas fundamentales que aborda : el juego, el divertimento con diferentes combinaciones tridimensionales, pero también una especulación formal, un rigor en los planteamientos puramente racionales que se propone llevar a cabo.
La sorprendente creatividad de Ciriza -no importa que pueda recordar a Picasso, a González o a otros maestros del Siglo XX- permite augurar, ante la juventud del artista, un futuro prometedor, toda vez que ha tomado ya una más que suficiente familiaridad con los materiales y las técnicas, y ha definido una cosmovisión sugerente cada vez más personal.