Las creaciones cerámicas de Alicia Osés y Javier Irisarri

Alicia Osés

Javier Irisarri

Pocas veces se dan casos de colaboración tan estrecha entre dos artistas, perfectamente identificados entre sí en cuanto a la finalidad de su trabajo, como en el caso del matrimonio Alicia Osés-Javier Irisarri. Por esta razón se hace difícil, al tratar de hacer un análisis de sus obras, discernir lo que hay de uno o de otro en ellas. Ellos me han pedido que les haga la presentación del catálogo y, por lo tanto, voy a correr el riesgo de escribir estas líneas, las cuales, por la premura del tiempo, son más bien impresiones que características fijas o definitivas de una obra que sería preciso valorar con más calma.

La perfecta conjunción de ambos, creo yo, viene de la complementariedad del uno para con el otro. Si Javier conoce bien la naturaleza del proceso químico de la cocción, las propiedades físicas de los óxidos y su transformación a altas temperaturas para obtener esmaltes adecuados al efecto pretendido, Alicia estudia y dibuja primero los modelos sobre el papel o sobre la misma pared sobre la que se pretende delinear las formas de un mural y, llegado el momento, modela con soltura la escultura. Sin embargo, ambos se documentan, fotografían, observan, anotan, los movimientos y ademanes de las figuras a reproducir más tarde escultóricamente, y ambos viajan para ello, inquieren, buscan experiencias y contrastan opiniones ajenas. La colaboración se extiende también a la preparación de moldes, elección de materiales, punto de partida en el trabajo, y puede asegurarse que ésta se produce en todo momento. De ahí la dificultad, o más bien la imposibilidad, de separar una obra de la otra.

No obstante, y aún interesados lo dos en la búsqueda permanente de nuevos enfoques, a Javier le ha llamado más la alfarería y sólo recientemente ha ensayado en el mural y la escultura cerámicas. Como alfarero, Javier Irisarri ha tratado de romper con las formas utilitarias venidas de generación en generación, sin apenas transformaciones y condicionadas por una exigencia de solidez y practicidad, modificando los galbos clásicos y buscando efectos nuevos en cuanto a silueta o a formato. Del mismo modo ensaya constantemente materiales nuevos y se muestra insatisfecho ante las calidades arcillosas, no siempre de su agrado, para conseguir los efectos deseados. El gres atrae en estos momentos el mayor grado de su atención. Mas si los materiales importan, tanto o más suponen, en su concepto, los efectos colorísticos de las vasijas salidas del horno y la combinación de textura cerámica, color y cubierta de las mismas. Así obtiene recipientes con vedrío verde oscuro por dentro y cubierta exterior en rojo, con decoraciones geométricas o animales en negro, o con mezcla de vedríos al exterior, brillantes y mates, rojo sobre gris, negro sobre amarillo, chorreando, a veces en contraste con la superficie arcillosa que reaparece. Entre las diferentes muestras de su producción hay vasijas panzudas de distintas clases, para decorar, floreros, jarras, tazas, tazones y platos, que lo mismo sirven para el uso doméstico que para su exposición en los anaqueles de una alacena.

Como escultor, Javier Irisarri ha dejado dos ejemplos de su hacer en la Capilla de las M. M. Carmelitas de la Pl. de San Juan de la Cadena de Pamplona, una Virgen con el Niño y el sagrario, de factura fina y sobria. La Virgen tiene fuertes resabios románicos en su rigidez y frontalismo, pero gana en sutileza, porque, al estar representada de pie, sin peana y con el Niño en su seno, en idéntica posición, parece leve y ascendente sobre el paramento enladrillado del ábside. El manto blanco, sobre el colorido austero del resto, da un cierto aire de pureza. A su lado, el sagrario está concebido como un friso cuadrangular de ángulos redondeados, con unas placas en relieve con rehundimientos de tipo antropomorfo, una de las cuales es la puerta del lugar sagrado.

Alicia Osés, por su lado, es amante de la figura de barro, a la que da forma con rara habilidad, sin usar apenas de la policromía. Le mueve más la consecución de las formas y de los ademanes que dan el carácter propio, que los detalles meramente aparentes. Los temas de su producción entran de lleno en el mundo popular: unas veces se trata de figurillas (el crucero penitente, el zaldiko-maldiko, el mozorro, mujericas, viejos descansando en el banco, dormilones tumbados, aldeanos charlando, gente trabajando o llevando objetos, el alfarero, la vieja cosiendo en la mesa camilla o el quinteto de voces), que se han representado con ingenuidad y gracia; otras, son encarnaciones de grupos, en especial las escenas del “matatxerri”, en que los aldeanos de canon rechoncho y fuerte se aprestan al rito ancestral; o el “zanpantzar”, estudio de la actitud de grupo: el movimiento coordinado en la formación, los rostros concentrados, inclinación al frente, marcha acompasada: el barro sirve perfectamente al efecto perseguido, dando a los rostros de los danzantes tan solo rasgos fundamentales para caracterizar. Y en todas las representaciones se advierte la observación previa y paciente del modelo natural: en los aldeanos hablando, la atención puesta en la boina, en la nariz, en la mano en el bolsillo, que simbolizan el gesto del vasco rural.

He aquí, pues, esbozada la presentación de estos dos artistas de Espinal, de los que cabe esperar un futuro lleno de sorpresas, ya que en ellos se dan unas condiciones inmejorables para un trabajo serio y emprendedor.

Fotografía de la portada: Comparsa de gigantes y cabezudos de Pamplona. Fragmento del mural conjunto en la Plaza de San Juan de la Cadena (Pamplona)

Muestras de la labor conjunta

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