De lo tangible a lo abstracto: el camino abierto a la reflexión en Carlos Ciriza

Catálogo de la exposición de Ciriza

Se ha dicho de la obra de este pintor-escultor que está presidida por la experimentación, lo que no puede entenderse sin valorar su autodidactismo, por haber escogido desde adolescente el camino de la libertad creadora en procedimientos y materiales. La clave de esta libertad, que le ha llevado a rechazar una mayor formación académica, orientándose como Van Gogh y tantos otros hacia la incierta aventura de la creatividad solitaria, está en el espíritu sincero de este artista estellés. Confiesa él que prefiere anteponer su felicidad personal a cualquier otro planteamiento. Y ya se sabe que esto debe llevar a renuncias que tienen un precio.

Carlos Ciriza simultanea su trabajo con el sociocultural, como animador o agente transformador de las personas en una ciudad del extrarradio pamplonés como Burlada, surgida del aluvión humano que atrajo a la capital el plan de desarrollo industrial de los años 60. Y en esta importante labor de cooperar a la identidad de las personas y al encuentro de unas nuevas raíces, nuestro artista ha logrado el equilibrio emocional que compensa en lo afectivo y lo humano, algo tan importante para transformar lo creado.

Animado por sus padres desde niño y partiendo de representar las consabidas callejuelas y bodegones, Ciriza se planteó hacia 1985 el abandono de la figuración y opta por la abstracción expresionista, no sin atravesar una fase breve en que la realidad palpable de su figuración anterior se opone a fondos abstractos cada vez más dominadores.

El ejemplo de algunos profesores como Ángel Bados o Javier Suescun y la admiración por Ulibarrena y Garraza le empujan, tras el periodo en que estudia en la escuela de artes Aplicadas de Pamplona y de la que se va con genio, decepcionado, le empujan -digo- a una andadura de investigaciones que en sustancia tienen por objeto plasmar sus inquietudes plásticas, dejando aflorar sus sentimientos en torno a vivencias relacionadas con personajes de su simpatía (como Nelson Mandela, al que dedica una serie de lienzos, Luther King o Gandhi), que le evocan imágenes difíciles de expresar. Por ello la pintura actual de Ciriza es la de un contemplativo, casi de un visionario, y requiere de una reflexión abierta a interpretaciones libres. No es casual que el colorido de sus lienzos recuerde el drama o la esperanza de estos libertadores, amalgamando negros con ocres a grises y morados con trazos de relampagueantes rojos.

En el fondo de esta obra pictórica hay un sentimiento transcendente, puede que imprecisable, pero absoluto. Ciriza confiesa pintar con una música relajante, que potencia a mi modo de ver esa actitud, evocadora en sus resultados del mundo armonioso de Kandinsky, donde conviven formas y colores en un espacio atemporal, aquél de sus “improvisaciones”, que podríamos también denominar meditaciones. El artista ruso escribía: “La armonía del color y de la forma debe basarse única y exclusivamente en el principio del justo contacto con el alma humana”. Algo de esto hay en la pintura abstracta de Carlos Ciriza.

Sin embargo, la proyección espacial de sus sentimientos toma cuerpo otras veces en formas escultóricas, quizás más reales en apariencia -por cuanto reaprovecha fragmentos de mecanismos industriales dotados de una objetividad-, pero ensamblados con fantasía transformadora con la que va concretando una búsqueda del hombre: la relación de éste con la tierra o con sus existencia en el sudor diario. Así el dentado de una trilladora o su compleja tornillería adquieren un nivel superior. También es cierto que en la interconexión de piezas tridimensionales se adivina un placer de quien trabaja sintiéndose de vez en cuando más escultor que pintor.

Ciriza suple las palabras por largas expresiones plásticas. Pero no emplea un lenguaje críptico, sino evocador.

Así, en la serie de acrílicos realizados en Nueva York que hoy presentamos [1], de alguna forma subyacen las impresiones ante la gran urbe floreciente pero deshumanizadora, laboriosa a todas horas, de edificaciones gigantescas y barrios negros con el contrapunto de los ritos religiosos practicados e espaldas a ese acontecer devorador de lo humano. Un mundo que produce un fuerte impacto visual a Ciriza y se concreta en lo artístico mediante un lenguaje dominado por formas y colores abstractos, con asomos tímidos de una figuración esquemática, aplicados con gran sentido americano, a base de campos cromáticos e intervenciones posteriores entre intuitivas y azarosas, como en la pintura de acción, dejando colar sobre el lienzo chorros de color que interpelan a quien los mira.

Es una pintura, la que nos ocupa, abierta a especulaciones y dirigida al ser que piensa más allá de las apariencias.

Foto de la portada: Pintura de la seri «Vivencias en New York», de Carlos Ciriza

Notas

[1] La exposición se presenta en el Centro Cultural Castel-Ruiz de Tudela el 30 de noviembre de 1990. Después itinera por las siguientes salas: Casa de Cultura de Tafalla, Museo de Calahorra, Casa de Cultura de Corella, Casa de Cultura de Elizondo, Palacio Valle Santoro de Sangüesa, Casa Fray Diego de Estella y Ayuntamiento de Barañáin, donde finaliza el 27 de octubre de 1991.