Navarra, junto a su paisaje y gastronomía, ofrece al visitante un patrimonio histórico que ha dejado numerosas huellas en sus pueblos y ciudades. Si pasear por ellos es tener la oportunidad de descubrir nuevos rasgos de la diversidad de esta tierra, bajando del Pirineo a la Ribera del Ebro o subiendo hasta las cumbres del norte, no menos sorprendente es visitar sus museos para encontrarse con un patrimonio mueble que complementa aquél no menos interesante cobijado bajo las estructuras arquitectónicas de sus iglesias, conventos y monasterios. La unión de naturaleza, historia y gastronomía invita a conocer una Comunidad que en la última década ha hecho un gran esfuerzo por dotarse de servicios competitivos, dependientes de infraestructuras que se modernizan sin cesar.
El papel de los museos en esta dotación de servicios, cuyo destinatario no sólo es el turista sino el propio ciudadano, es preponderante. En los últimos diez años casi tres millones de personas han visitado los centros de la Red de Museos de Navarra, constituida por los que mantienen una relación más estrecha con el Gobierno de Navarra, al disfrutar de un convenio de mutua colaboración, de los cuales casi 700.000 personas corresponden al año pasado. Si tenemos en cuenta que en este cómputo sólo entran los diez museos de la red, sin haberse valorado otros tantos que no la integran, ni contabilizado las importantes afluencias de los principales monasterios (Leire, Irache y La Oliva), ni de monumentos específicos (como el Palacio Real de Olite), ni por supuesto de los centros de interpretación de la naturaleza, llegamos a la conclusión de que los museos –y el patrimonio histórico artístico en general- ejercen un poderosísimo atractivo y funcionan como verdaderos dinamizadores de la vida social (con su correspondiente repercusión económica) de una Comunidad que apenas excede del medio millón de habitantes.
Aunque no todos los museos pertenezcan al ámbito temático de la Historia, sí son más cuantiosos que los destinados a divulgar el Patrimonio Natural, Científico e Industrial. Entre los más antiguos, desde luego el Museo de Navarra es el centro por excelencia, habiéndose creado en 1956 sobre la existencia de otro anterior, el Museo Artístico-Arqueológico de Navarra, que fue abierto en 1910 a instancias de la Comisión Provincial de Monumentos. A ella, precisamente, se debe el rescate de piezas importantes que hoy exhibe el Museo de Navarra, como la colección de excepcionales capiteles del claustro de la catedral románica de Pamplona, mientras que sería la Institución Príncipe de Viana de la Diputación Foral de Navarra, a partir de 1940, la responsable de incrementar estos fondos con colecciones también singularísimas (mosaicos romanos, pintura mural gótica y renacentista, monedas etc.) y piezas de calidad superior, continuamente solicitadas para exposiciones temporales, como la Arqueta hispanoárabe de Leire (1004), las pinturas murales del Palacio de Oriz que narran las campañas bélicas del Emperador Carlos V contra los protestantes en Sajonia (presentes en la exposición Carolvs del Museo de Santa Cruz en Toledo) o el retrato del Marqués de San Adrián realizado por Francisco de Goya en 1804, entre otras. Ello hace que el Museo de Navarra sea de visita obligada para conocer el pasado histórico de Navarra, viejo reino integrador de las Españas.
Al Museo de Navarra sigue en importancia el Catedralicio y Diocesano de Pamplona, que podríamos situar a la cabeza de cuantos, como el de la Colegiata de Roncesvalles, el del Castillo de Javier y el del Monasterio cisterciense femenino de Tulebras, custodian el rico patrimonio eclesiástico. Un patrimonio sagrado por supuesto mucho más extenso, que atesora colecciones aún sin organizar para su visita pública y que, por ejemplo, tiene en el Convento de las MM. Agustinas Recoletas de Pamplona una colección señera. Del conjunto de bienes eclesiásticos se hace eco la magnífica obra compendiada en nueve tomos Catálogo Monumental de Navarra, al cuidado de un equipo de investigadores dirigido por la Dra. Dª María Concepción García Gainza.
En este conjunto de museos sacros merecen una especial atención las colecciones de orfebrería, verdaderamente extraordinarias. En el Diocesano llamaremos la atención sobre los relicarios del Santo Sepulcro y del Lignum Crucis, de estilo gótico francés, que pertenecieron a la Corona de Navarra; el relicario de la Santa Espina, del siglo XV; la custodia del Corpus y su templete, elaborados por orfebres pamploneses a fines del siglo XV, con una rica iconografía eucarística, y cruces parroquiales de variada tipología, que engrandecen la propia colección de tallas marianas y el maravilloso conjunto de la Catedral, cuya pureza gótica ha resaltado una oportuna restauración interior del conjunto arquitectónico (templo, claustro, capillas y refectorio). En el de Santa María de Roncesvalles, el interés de su colección de platería se acrecienta con el Evangeliario románico, la Arqueta de filigrana gótico mudéjar del siglo XIII, el relicario conocido como Ajedrez de Carlomagno, punzado en Montpellier a mediados del siglo XIV, y la propia imagen de Santa María, prototipo de otras navarras, de estilo gótico tolosano. Por otra parte, el Castillo de Javier, el Museo de Tabar y el de la Encarnación de Corella, éste ejemplo de iniciativa privada al servicio público, guardan atractivas colecciones de pintura española, como es el caso de la de González Ruiz, primer director de la sección de pintura de la Real Academia de San Fernando, en el museo corellano.
Ofrece Navarra también algunos interesantes ejemplos de museos monográficos, tipología que permite profundizar en las biografías de personajes como el pintor y literato Gustavo de Maeztu (su museo queda en Estella), los músicos Julián Gayarre –tenor- y Pablo Sarasate –compositor y violinista- en la villa de Roncal y Pamplona respectivamente; el fotógrafo José Ortiz-Echagüe, uno de los representantes más destacados del pictorialismo español, en el legado que a su muerte ofreció a la Universidad de Navarra, también en Pamplona, y que el cuidado de sus responsables llevará a convertirlo finalmente en un museo de la fotografía española del siglo XIX; y, por último, una exposición permanente a la memoria del famoso histólogo Santiago Ramón y Cajal, presenta en su pueblo natal de Petilla de Aragón la intensa trayectoria de este Premio Nóbel.
Otra loable iniciativa, por cuanto supuso el rescate de gran número de elementos de nuestra vida tradicional en época ya crítica, ha sido, la de José Ulibarrena y su familia en el Museo Etnográfico de Arteta, situado en Fanticorena, de Ollo, una casa con sabor original a sabiduría constructiva popular. En ella se agolpan objetos de los modos de vida de nuestros antepasados, otros procedentes de talleres artesanales, juegos e indumentaria. La iniciativa fue seguida más tarde por el Gobierno de Navarra al crear en 1994 el Museo Etnológico de Navarra “Julio Caro Baroja”, con sede en el Monasterio de Irache, en Ayegui. Desde entonces se han podido reunir casi diez mil piezas que serán la admiración de cuantos se acerquen a él cuando sea abierto al público, confiemos que dentro de pocos años. Sin abandonar el campo de la vida tradicional, en la vertiente oceánica de Navarra, el pueblo de Zubieta ofrece a la orilla del río Ezkurra la reconstrucción y puesta en valor con fines didácticos de su molino, convertido ahora en ecomuseo.
Las ciencias y la tecnología no están ausentes tampoco. Si el Planetario de Pamplona divulga el conocimiento del espacio sideral y apoya el conocimiento de los medios audiovisuales de última generación, el Museo de Ciencias Naturales de la Universidad de Navarra ofrece un complemento ideal para las clases prácticas de sus alumnos, involucrando del mismo modo al público en general.
Navarra se encuentra ahora en un momento crucial de su expansión museística, coincidente con un desarrollo de sus infraestructuras culturales. Al Palacio de Congresos y Auditorio, al nuevo Archivo General de Navarra y a la próxima Biblioteca General de Navarra, proyectos ya en marcha, se unen museos como el de la Fundación Oteiza, en Alzuza, que se convertirá en depósito de más de tres mil piezas y documentación inédita y bibliográfica de este superviviente de las vanguardias históricas, en avanzado estado de construcción; el Museo del Carlismo, en el Palacio del Gobernador de Estella, que saldará una deuda histórica con el patrimonio salvado tras los enfrentamientos civiles por la causa legitimista; y el ya citado Museo Etnológico de Navarra, en Ayegui. En breve plazo se cerrará un acuerdo que hará posible ampliar en Tudela las instalaciones museísticas existentes con el nuevo Museo de la Colección Muñoz Sola, que exhibirá en el Palacio de Veraiz una colección de pintura francesa del siglo XIX, propiedad del finado pintor tudelano. También contamos con un ambicioso programa de musealización de yacimientos arqueológicos, el primero de los cuales puesto en valor es el del recinto amurallado de Rada (Murillo el Cuende).
Todavía será necesario mantener un tiempo en tensión nuestros recursos presupuestarios si deseamos hacer de Navarra la Comunidad Foral que todos soñamos, una Navarra que en el ámbito de la Cultura no desmerezca de otros espacios donde no sólo se muestra avanzada sino pionera. El proyecto que ahora más se discute es el de un Centro de Arte Contemporáneo para Pamplona, una infraestructura que demandan las minorías desde hace tiempo y que parece nos descolgaría de la tendencia observada a escala nacional e internacional si no llegara a llevarse a cabo. Creo que no basta con mirar al pasado, es aconsejable promover las iniciativas del presente porque aglutinan voluntades en pos de objetivos como pudiera ser éste del arte contemporáneo. Navarra también puede afirmar su presencia en el campo de la creación artística. Recursos humanos no faltan, pero es preciso inducir magisterios para crear escuelas que dejen su estela en la formación artística de nuestros jóvenes y esto no sólo se consigue por medio de la difusión, hay que incidir con igual fuerza en la enseñanza.
Foto de la portada: Museo de la Fundación Jorge Oteiza en Alzuza (Navarra)