“Maeztu, un pintor para Estella” fue el título de mi intervención el 20 de noviembre de 1987 en la Casa de Cultura “Fray Diego” de Estella (Navarra, España), en la inauguración de la exposición conmemorativa del centenario de su nacimiento, que ahora se ofrece al lector.
En una valoración de la personalidad del pintor Gustavo de Maeztu destacaré cuatro aspectos, que son como mis particulares niveles de lectura acerca del tema.
Su participación del espíritu de la Generación del 98
Como ya es sabido, sus representantes más cualificados fueron Azorín, Unamuno Pío Baroja y Antonio Machado.
En 1898 España pierde lo que le resta de su Imperio: Cuba, Puerto Rico y Filipinas.
Este Desastre actúa como detonante para revelar la situación real de España: atraso, caciquismo, pobreza e ignorancia.
Los escritores reaccionan con rebeldía e inconformismo ante la situación política.
Con relación al pasado, la actitud general era de pesimismo, error y fracaso.
Ramiro de Maeztu, hermano de Gustavo, encarna la tendencia regeneracionista, consistente en no desconocer el “problema”, pero sin rechazar el pasado histórico, que había que mirar con orgullo nacional.
Fue objetivo de esta generación de escritores (Generación del 98) el conocimiento de España, no la España oficial, sí la castiza, la silenciosa, la que vivía ajena al acontecer político. Pretendían conocer no la historia sino la “intrahistoria” que diría Unamuno.
Este conocimiento se realiza de varias maneras, que son:
- El viaje: se impone un viajar incesante, por todos los medios y a todos los lugares, desde los más abandonados a las ciudades. Los escritores madrugan buscando el amanecer. “El día tiene su aurora”, señalaba Azorín.
- El paisaje: lo viven y se zambullen en él. Son todos los pueblos de España, pero principalmente Andalucía y Castilla, es decir, el interior mesetario, donde tratan de encontrar la España esencial, las raíces.
- El repertorio humano: donde se trasluce el pasado de una raza, el espíritu de un pueblo. Está configurado por el cura, el labrador, el boticario y un sinfín de tipos.
La Generación del 98 se ve pronto interferida por el Modernismo, surgido en los antiguos territorios españoles de América, que llegó aquí a través de Rubén Darío. El Modernismo, que era un movimiento fundamentalmente estético, alcanzó con su esteticismo a algunos miembros del 98 y viceversa, algunos modernistas fueron al mismo tiempo espiritualmente noventayochistas.
Y ustedes se preguntarán, ¿por qué toda esta digresión?
Pues porque ambos movimientos afectan también a una serie de pintores, nacidos entre 1870 y 1887, entre los que se encuentra Gustavo de Maeztu.
Fueron noventayochistas los pintores vascos Ignacio Zuloaga, Ricardo Baroja, Juan de Echevarría y Valentín de Zubiaurre, el cántabro Gutiérrez Solana y el andaluz Pablo Ruiz Picasso en su primera ápoca.
Afectados también por el Modernismo lo fueron Daniel Vázquez Díaz y Gustavo de Maeztu por influencia de su hermano Ramiro y por Ramón Gómez de la Serna, en las tertulias de “El Pombo” (Madrid).
Gustavo de Maeztu, en su obra pictórica temáticamente es noventayochista, pues representa el amanecer, los arquetipos (la maja, el torero, el aldeano), el paisaje (en cuadros de figura y paisaje castellano como “Los novios de Vozmediano”, “Las samaritanas”, “El ciego de Calatañazor” o “La Tierra Ibérica”. En su actitud vital también lo es, pues se considera regeneracionista (al estilo de su hermano Ramiro), es orgulloso, crítico, inconformista y está animado por un espíritu heroico. En sus hábitos igualmente es noventayochista, pues es populista, amistoso y viajero. Pero estéticamente es modernista. Ciertos colores de sus pinturas, ocres y pardos especialmente, recuerdan las sequedades de Castilla, como en los del 98, pero busca un esteticismo en el decorativismo de su pintura mural, tiende a la grandiosidad, es imaginativo, fantasioso y hasta metafísico por lo que su estilo se ha calificado de simbolista, uno de los ingredientes del Modernismo. Simbolista quiere decir que la “idea” está plasmada con espectacularidad (de ahí su exuberancia), que busca un prototipo que encarne esa idea (la hembra fecunda y hechizadora, el hombre varonil, el toro bravo símbolo de la resurrección de la patria) y que sea dentro de una ensoñación de la vieja historia, con sus ruinas arqueológicas, trufada de romanticismo, ese que se siente viendo sus jardines nocturnos.
Gustavo fue escritor además de pintor, como lo fueron José Gutiérrez Solana y Ricardo Baroja). En este aspecto también coincidió con los noventayochistas en la actitud crítica contra lo establecido y en su estilo directo, y con los modernistas en su gran poder imaginativo. Su pintura, además, es narrativa, se nota su “peso” literario.
Por fidelidad a estos movimientos, Maeztu o se embarcó en aventuras estilísticas y bebió -según le convino a su inspiración y en la medida deseada, en el Renacimiento Italiano y en la Escuela Clásica Española, pero no desdeñó las tendencias modernas más moderadas (desde el Impresionismo al Cubismo).
Representante cualificado de la Pintura Vasca
Un segundo nivel de lectura da importancia a Maeztu como representante cualificado de la Pintura Vasca, a cuyo desarrollo colaboró desde las filas de la Asociación de Artistas Vascos y en particular con su pintura y exposiciones, junto a figuras hoy ya clásicas en este campo: Alberto y José Arrúe, Julián Tellaeche, Aurelio Arteta, Ángel Larroque, Antonio de Guezala y otros.
Como fiel discípulo de Losada, su maestro, intervino en las Exposiciones de Arte Moderno de Bilbao, organizadas por aquél para presentar -en ese foco artístico y cultural que era Bilbao en la primera década de este siglo-, las actualidades pictóricas de artistas franceses, belgas y catalanes.
Fue artista que trabajó en París y Londres y se honró con amistades de pintores como Nonell, Anglada Camarasa, Utrillo, Rusiñol y Picasso, alguno de los cuales tiene un museo dedicado a su memoria.
Fue, al mismo tiempo, internacional y nacional, un hombre bien considerado y relacionado, y miembro de una familia afamada. Quiero decir que Maeztu es un artista con personalidad. Una personalidad que todavía habrá que conocer mejor por medio de estudios futuros.
Su vinculación a Navarra
Un tercer nivel de lectura hace referencia a la vinculación de este pintor con Navarra y en particular con Estella, a la que por circunstancias llegó, donde vivió once años (de 1936 a 1947), en la llamada Casa Blanca de Los Llanos, en la calle Mayor 64 y en la de Astería 13, donde tuvo su estudio, y a la que amó tanto que antes de morir legó toda la obra de su estudio, aspectos que hacen hoy nos encontremos aquí hablando de su persona.
Gustavo de Maeztu, pintor alavés, se hizo navarro por varias razones. Aquí fue llamado a trabajar en un momento delicado de su vida profesional con el fin de decorar el Salón de Sesiones de la Diputación Foral de Navarra en 1935. Al recorrer Navarra en busca de temas con que pintarlo se enamoró de Estella, de su historia legendaria, de sus calles y de sus tipos. Conocida es su frase “Después de Londres, Estella es lo mejor del mundo”. Y, después, porque vivió entre nosotros y caló hondo en él su entrañable franqueza, como lo demuestran sus numerosas amistades de todas las capas sociales. En Estella realizó parte de su importante obra, recogida hoy en los fondos de su Museo: “Paisaje de las orillas del Ega”, “Lavanderas junto al Puente de San Juan”, “Valencianos en el mercado de hortalizas”, “Crepúsculos en los Llanos”, iglesias de San Miguel y San Pedro, “Montejurra”, escenas familiares, pueblos como Bearin, Murieta y Viana, campos y extensiones agrícolas, “El Toro Ibérico”, el retrato de su hermano Ramiro, y hasta una de sus obras cumbre, llena de fuerza y carácter: el Zumalacárregui.
La constitución de su Museo
Finalmente, un cuarto nivel hacer referencia a la constitución del Museo “Gustavo de Maeztu”. Y es que hoy nos encontramos reunidos para hablar de “Maeztu, un pintor para Estella”.
Lo que significa que en cierta forma debo ser yo quien estimule aquí un diálogo acerca de la oportunidad de recuperar un Museo perdido: el que albergaba más de cuatrocientas obras donadas por este pintor a Estella, que fue una realidad en esta ciudad desde 1949 a 1973 y que por distintas causas, ya de todos conocidas, fue cerrado y sus fondos retirados.
Ante la eventualidad de una reapertura de este Museo, que yo deseo vivamente, y para introducir el coloquio, quisiera hacer unas consideraciones acerca de cómo entiendo yo que debiera plantearse la reinstalación museográfica el Legado Maeztu, guiado sólo por un afán de colaboración y a mi modesto entender.
- Hay que tomar conciencia, si no se ha hecho ya, del valor de este Legado: más de 152 pinturas y dos centenares largos de dibujos y litografías, suponen una colección difícil de reunir y de una gran importancia económica, que ofrece la posibilidad de abrir en Navarra un museo monográfico de arte contemporáneo -en España apenas existen treinta- con una función cultural y catalizadora del turismo, que para Estella supondría un enriquecimiento indudable.
- Hay que tomarse en serio el papel que este Museo representaría en su contexto social, sin perder de vista las limitaciones observadas en otros museos monográficos españoles similares a éste.
Es decir, si se desea constituir con el Legado Maeztu un museo no deberá quedarse en la “exposición permanente de una colección pictórica”, sino en un museo como tal, con sus funciones de reunir objetos, conservarlos, documentarlos, investigarlos, comunicarlos, divulgarlos y enseñarlos. Para lo que necesitará un personal capacitado y recursos económicos permanentes.
No creo yo que le convenga a este Museo ser una institución culturalmente cerrada. A mi modo de ver sería mejor que fuera un centro difusor de la cultura, para lo que deben preverse espacios que permitan la exposición selectiva de obras, la existencia de fondos en reserva, una sala para exposición temporal de esos fondos guardados en reserva o de otros, un pequeño salón de actos, un centro de documentación-biblioteca, además de los servicios generales propios de un museo, aunque sea de dimensiones reducidas.
En la instalación museográfica, como en la documentación que se reúna, se procurará relacionar al pintor con su ambiente y su época, de modo que no aparezca sin contexto cultural.
De cara a la conservación de los fondos, serán precisos equipos de seguridad y de control ambiental para que las obras no sufran daño.
Será interesante que los responsables de este Museo echaran un vistazo a otros de similares características, para ver cómo han resuelto aquellos los problemas planteados. Por ejemplo, los museos de Dalí (Figueras), de Sorolla (Madrid) y de Romero de Torres (Córdoba), simplemente exponen los fondos originales de estos pintores, sin ampliarlos a otro tipo de expresiones culturales afines a su tema monográfico. Pero los museos de Picasso y Fundación Joan Miró (en Barcelona) muestran los fondos de estos pintores en el contexto cultural del siglo XX, y unen sendos centros de documentación de estos artistas a lugares para exposición temporal, con los que divulgan el arte contemporáneo. Algo similar hace el Museo Rodín, de París, y el Vostell de Malpartida, Cáceres.
Las posibilidades de Estella no se si podrán ir tan lejos, pero en cualquier caso se está a tiempo de reflexionar qué tipo de Museo queremos y cuáles serán sus limitaciones.
He dicho.
Imagen de la portada: San Pedro de la Rúa (Estella), por Gustavo de Maeztu (Museo «Gustavo de Maeztu», Estella)